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Trío bisexual en la clínica veterinaria
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Tiempo de lectura: 6 minutos

No, no derrapé y estoy a punto de contarte una historia de zoofilia. Sigo estando cuerda, aunque por momentos muestre todo lo contrario. En una veterinaria pueden pasar muchas cosas, como todos sabemos. Esto fue lo que me pasó a mí.

No me gustan los animales, pero he tenido varias mascotas. Quizás, para no sentirme tan sola y tener la sensación de que alguien me quiere y me extraña cuando no estoy en casa. A pesar de que siempre le pongo onda, mis acompañantes no suelen vivir mucho tiempo. Hace un par de semanas, al llegar a casa, encontré a mi gata Tinta cabizbaja y de muy mal humor. No me atacó, como suele hacerlo casi a diario, lo que me pareció muy extraño. Intenté hablarle, decirle que todo iba a estar bien, pero me ignoró más que de costumbre. Decidí actuar de la misma manera, cosa que funcionó. Al rato ya andaba rondándome, mirándome de reojo, como si quisiera decirme algo. En un nuevo acto de instinto maternal, muy poco común en mí, intenté acercarme. Cosa a la que accedió. Seguía molesta, pero hizo todo lo posible por demostrarme que necesitaba mi ayuda. Opté por lo más lógico y la llevé al veterinario.

Eran más o menos las nueve de la noche, por lo que tuvimos que ir por la guardia. Por suerte, no tuvimos que esperar a que nos atendieran. El joven médico nos hizo pasar a su consultorio y de inmediato revisó a Tinta. La pobre estaba agotada, por lo que se comportó de manera muy dócil. Luego de un corto periodo de revisación, el hombre dictaminó que mi amiga estaba intoxicada. Me dijo que un poco de suero le haría muy bien, solo que tendría que dejarla o esperar no más que dos horas. Decidí quedarme y esperar. Me hizo pasar a una sala de espera bastante cómoda, con frigo bar, televisión, un acogedor y amplio sillón, una máquina de café y una nutrida biblioteca de clásicos. A pesar de la preocupación por Tinta, el contexto me pareció de lo más agradable.

Pasó alrededor de una hora y cuarto, en la que miré dos capítulos de una serie, comí papitas y tomé café con crema. Sentía que estaba ahí desde hacía días. No estaba aburrida, pero sentía que en casa tenía bastantes cosas que preparar para el día siguiente. Avancé por los pasillos en penumbra en dirección a donde estaba Tinta. Quería saber si estaba bien y si faltaba mucho tiempo para que acabe su terapia. La encontré recostada en la camilla, serena, con sus grandes ojos alertas. La acaricié, le hice notar que estaba cerca. No le importó demasiado. Comencé a caminar por la sala, deteniéndome en cada foto o lamina colgada en la pared. Nada me llamaba demasiado la atención, hasta que un sonido me puso en alerta.

Era una especie de chirrido constante, como de un mueble metálico que se mueve y de inmediato vuelve a su lugar. El sonido era acompañado por una respiración agitada y un susurro que decía “sí, sí, así”. De inmediato comprendí lo que estaba sucediendo, pero mi curiosidad fue más fuerte y seguí avanzando en silencio. Nunca antes había visto a dos personas coger, por lo que la situación de a poco comenzaba a tornarse cada vez más excitante. Siguiendo la dirección del sonido, llegué a una habitación que tenía la puerta entre abierta. Estando a dos pasos de ella, los vi. Si ya me generaba demasiado morbo la idea de ver a una pareja heterosexual dándose placer, fue tremendo el impacto que me genero ver a dos hombres en esa situación. El joven veterinario que me había recibido estaba sentado en una vieja silla metálica, mientras que, otro de una edad similar, o incluso un poco más joven, estaba de espaldas a él, de frente a la puerta, cabalgándolo. Mi primera reacción fue susurrar un “wow”. El porno homosexual masculino jamás me llamó la atención. A ese contenido siento que le falta algo (¿tetas, quizás?), por lo que encontrarme tan de cerca con semejante escena encendió en mí algo tan extraño como placentero. Necesitaba mirar, pero al mismo tiempo se me hacía inmenso el deseo de meterme adentro de ellos y, al menos por un instante, sentir lo que estaban sintiendo

Tan obnubilada estaba en mis cavilaciones, que no noté el momento preciso en el que advirtieron mi presencia. Seguían en lo suyo, como al principio, pero sus miradas cargadas de morbo se posaban fuertemente en mí. Si ya me habían visto y no habían frenado ni me habían pedido que me fuera, lo tomé como algo positivo, por lo que, lentamente, ingresé a la habitación, acercándome hacia ellos. Me detuve cuando ya casi no podía avanzar, demasiado cerca. Con una mano acaricié el rostro del hombre que cabalgaba y con la otra su pecho. Llevó la primera mano a su boca, y la segunda a su pija, que estaba totalmente erecta. Comencé a masturbarlo mientras me chupaba los dedos. Él comenzó a tocarme por encima de la camisa. Poco después me la desprendió y metió una mano adentro de mi corpiño, para apretar con fuerza. Me atrajo hacia sí por la cintura, mientras yo me quitaba la camisa y me desprendía el corpiño. Comenzó a chuparme las tetas con voracidad, ansioso, sin dejar de cabalgar a su compañero.

Me dejé chupar un poco, pero decidí ser un poco más activa. Me arrodillé frente a ellos y le comí la pija al que estaba arriba. Empecé por la cabecita, haciendo círculos con mi lengua. Del mismo modo bajé por su tronco una y otra vez, cada vez más rápido. Llegué a su bolas, pequeñas y suaves, sin rastro de vello púbico. Me fue muy fácil metérmelas a ambas en la boca y succionarlas. Esto pareció encenderlo, porque sus gemidos de placer se hicieron más sonoros. De repente una pija, que no era la suya, me golpea en la cara. Era la del veterinario. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Le saqué el preservativo, lo pajeé por cinco segundos y se vino sobre mi cara una oleada de leche tibia y espesa. Traté de guiar la mayor cantidad hacia mi boca, para luego chupársela con ganas.

El hombre que estaba arriba se puso de pie, dándome espacio, para luego, con algo de dificultad, desprender mi jeans y sacármelo. Corriendo mi tanga, fue directamente a chuparme el culo. La sensación que me invadió es indescriptible. Jamás me habían dado una chupada de orto tan rica. Muy pronto mi culito empezó a abrirse, a lo que él respondió metiendo su lengua cada vez más adentro mío, para luego meter un dedo. Lo metía, lo sacaba, generándome un placer totalmente extasiador. Luego de que el segundo dedo entraba y salía sin dificultad, me ayudó a ponerme de pie. Lo besé con ansiedad en los labios, mientras me sentaba sobre la pija de su compañero, inmediatamente después de que este se colocaba un preservativo.

Esa primera penetración fue hermosa. Mientras me movía despacito, él degustaba mis lindas tetas. El que tenía detrás, me acariciaba la espalda y apoyaba la cabeza de su pija en la entrada de mi culo. Tenía tantas ganas de que me cogiera, que casi no noté cuando metió su pija adentro mío. Me llevó varios minutos encontrar el ritmo adecuado para moverme, ya que era la primera vez que recibía una doble penetración. Cuando lo conseguí, la sensación de placer fue extrema. No había ningún indicio de dolor o de incomodidad. Era como si hubiese nacido para tener dos pijas adentro mío. Busqué la boca del que tenía enfrente y lo besé de manera salvaje, logrando ocultar a medias el volumen de mis gritos de placer.

Estuvimos un rato así, hasta que los hombres decidieron cambiar de ubicación. El que estaba sentado cogiéndome por la concha, se puso detrás de mí para darme por el culo. El otro, ocupó el lugar del primero. Antes de eso, cada uno cambió el preservativo. Por un instante pensé “¿de dónde los sacan?”, pero muy pronto volví a concentrare en lo que estábamos. Seguimos en la nuestra. A esa altura, ya había perdido la cuenta de la cantidad de orgasmos que había tenido. Porque la catarata de sensaciones iba más allá de mis orificios penetrados. Sentía como si estuviese flotando entre esos dos cuerpos calientes y sudorosos. Sentía como si los tres fuésemos una nube de gases que acababa de escapar de un volcán en erupción. Esa sensación febril que se apoderaba de mi existencia, por momentos, me hacía olvidar de en donde estaba, de porqué sentía tanto placer.

De repente, siento que la pija que tenía en mi culo, luego de una de sus tantas salidas, no vuelve a entrar. De inmediato, la pija que tenía en la concha también se queda afuera. Siento como desde atrás alguien me toma por la cintura y me ayuda a ponerme de pie. Los preservativos de ambos hombres caen al piso, mientras ellos se ubican uno junto al otro, masturbándose. Se besan, cosa que me parece tan tierna como excitante. Me arrodillo ante ellos, esperando los lechazos, mientras les acaricio las bolas con delicadeza. Las de ambos están hinchadas, por lo que presiento que lo que se viene va a ser fuerte. Acaban al mismo tiempo, inundándome la cara y las tetas. Cuando terminan las descargas, ambos se arrodillan frente a mí y comienzas a chuparme la cara, el cuello y las tetas, juntando de mi cuerpo su propia leche. Ninguna escena me parece tan excitante hasta hoy. Luego de recolectar, se besan y me incluyen en el beso. Intercambiamos de boca en boca la tibia lechita, mientras siento como varias manos se empecinan en frotarme la concha hasta hacerme acabar de nuevo. Caí totalmente extasiada al piso, en medio de ambos hombres. Beso a uno, beso al otro, los acaricio. Hasta que siento que alguien me llama desde la otra habitación, con un potente y algo molesto “miauuu”. Los tres nos reímos, aprovechando para darnos lo últimos besos.

Ya vestidos, aunque con la ropa algo pegajosa, los tres nos encontramos con Tinta, de pie y con actitud aburrida sobre la camilla. Se la veía mucho mejor que dos horas antes. Se ve que el suero, que reposaba tirado en el piso, le había causado buen efecto. Le pregunté al doctor que cuanto le debía y me dijo que estábamos a mano. No pude evitar sonrojarme, pero le respondí con una sonrisa. Coloqué a Tinta en su jaula de viaje y nos despedimos. El aire fresco de la noche me generó escalofríos, pero me encantó. Manejé sonriente, sin poder dejar de hablarle a Tinta a través del espejo retrovisor. Estaba mucho mejor, con su indiferencia característica, cosa que me puso contenta. Al llegar a casa, la liberé para que hiciera lo que le viniera en gana y me metí en la bañera. Los recuerdos del encuentro que acababa de tener estaban demasiado frescos, por lo que me fue inevitable no masturbarme reviviendo cada escena. Esa noche, la sensación de paz y pacer fue mucho más fuerte que mi insomnio cotidiano, por lo que descansé muy plácidamente.

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