A nadie le hace especial ilusión que el mejor amigo de su novia sea su ex, pues como bien suele decirse: “donde fuego hubo, cenizas quedan”. Sin embargo, a mí nunca me ha importado que mi chica, Marina, se vea con el que fuera su primer amor, en parte porque aquel romance ocurrió hace ya tanto tiempo que mucho me extrañaría que quedara alguna ceniza, pero sobre todo porque el chico en cuestión, Víctor, hace ya un buen puñado de años que salió del armario.
Por alguna razón, Víctor siempre me ha considerado un buen novio para Marina, y aunque nunca hemos hablado abiertamente sobre ello, estoy bastante seguro de que él jugo un papel importante a la hora de que ella me diera una oportunidad. Creo que fue una apuesta acertada, pues las cosas entre Marina y yo van bastante bien, en parte porque confiamos bastante el uno en el otro, pero también, para qué mentir, porque ella es una chica muy apasionada, de tal modo que el sexo resulta increíble. Bajo el influjo de sus besos y sus caricias me dejo llevar totalmente, mostrando una pasión y una falta de tabúes que nunca había tenido con ninguna otra mujer. ¿Y quién va a arriesgarse a perder a una mujer que le hace sentir así?
Sin embargo, hace poco sucedió algo que me dejó bastante descolocado. Todo había empezado unos meses atrás, cuando Marina y yo estábamos hablando de cosas nuevas que podrías probar, y yo propuse que hiciéramos un trío. Lo cierto es que la idea no pareció entusiasmarla demasiado, pero supongo que al verme tan entusiasmado aceptó, ahora bien, con la condición de que encontrásemos a una persona con la que ambos nos sintiéramos cómodos. Desgraciadamente, eso es más fácil de decir que hacer, porque nuestras amistades no son especialmente liberales y tampoco hay mucha gente abierta e interesante que puedes conocer en una ciudad pequeña como la nuestra. Y en Internet, por desgracia, hay tanta identidad falsa y tanta gente rara que al final te cuesta mucho confiar en nadie. Total, que la idea ya la tenía prácticamente olvidada cuando, sorprendentemente, Mariana me dijo que ya había encontrado a alguien.
¿Una amiga? ¿Una compañera de estudios? ¿Una conocida de Internet? No, en absoluto. La persona en la que mi chica pensaba no era otra que su ex, Víctor. Sí, exactamente, esa misma cara puse yo.
Marina me explicó que no, que a Víctor seguían gustándole los hombres, y que de hecho yo siempre le había parecido bastante atractivo. La idea era jugar un poco entre los tres, Víctor conmigo y yo con ella, pero solo llegaríamos hasta donde a mí me apeteciera. Al ver la pasión que ponía en su propuesta, empecé a darme cuenta de algo que ella misma me confirmó: la excitaba tremendamente la idea de que los dos hombres que más había querido también compartieran algo entre sí.
Acabé aceptando por dos razones. Una, la que me repetía a mí mismo una y otra vez mientras iba a casa de Víctor junto a mi novia, era que si la experiencia le resultaba agradable a Marina, podría convencerla para repetir con una chica de mi gusto. Otra, la que realmente estaba encendiéndome sin ser yo mismo consciente, era que deseaba verla tan excitada que toda fuera desenfreno y deseo de complacerme.
En casa de Víctor escuchamos algo de música sentados en un sofá de colores chillones, charlamos animadamente y bebimos alguna que otra copa. Yo, de hecho, bebí más de lo que estoy acostumbrado, o quizá simplemente fuera que con los nervios el alcohol se me subiera más rápido a la cabeza, pero lo cierto es que cuando quise darme cuenta tenía a Marina a mi izquierda, mordisqueando mi cuello y jugando con su mano en mi entrepierna, mientras que Víctor apretaba sus suaves labios contra los míos. Yo me dejaba querer sin saber bien cómo actuar, y parecía que mi indecisión les despertaba las ansias, pues la antigua pareja parecía disputarse mi atención, hasta el punto que ya no sabía quién mordía con furia mis labios ni quién me había abierto la camisa para humedecer mis pezones con la cálida caricia de su lengua.
De repente sentí que nos incorporábamos del sofá, y tardé unos segundos en darme cuenta de que nos estábamos desplazando al dormitorio, donde Víctor prendía una vara de incienso y encendía algunas velas, creando un misterioso efecto de luces y sombras. El fresco de la noche se colaba por la ventana, y aunque ayudaba a que mi cabeza se despejase un poco, si logré quitarme los pantalones fue gracias a la asistencia de Marina. Sin prisas, bailando al ritmo de una melodía que me sonaba levemente familiar, Víctor se iba desnudando, mostrándome un cuerpo delgado pero bien proporcionado, con cierta delicadeza femenina y perfectamente rasurado.
Marina estaba sentada en la cama, desnuda. Me guio hasta que mi nuca estuvo recostada sobre sus muslos, y con una leve inclinación me incitó para que jugara a atrapar los pezones que despuntaban entre sus voluptuosos senos, regalándome los oídos con un leve jadeo cada vez que lograba atraparlos entre mis labios. Ocupado como estaba, apenas me percaté de que Víctor se había colocado sobre mi pelvis, disfrutando de un juego similar al mío, solo que era mi sexo lo que sus labios se afanaban en atrapar una y otra vez. Cuando quise mirar para abajo, intrigado por la sensación que me empezaba a recorrer, Marina atrapó mi rostro y me obligó a volver a centrarme en sus pechos, cosa que no resentí lo más mínimo.
Aunque aquel juego era divertido, incluso a través de las brumas del alcohol fui consciente de algo que me aterrorizó: no era capaz de tener una erección. Pese a los nervios, me hallaba bastante excitado, pero mi sexo, a pesar de haber ganado volumen, no lograba despuntar como era natural en él. Marina, consciente de ello, dejó que mi cabeza reposara sobre la cama, y colocándose a horcajadas encima de mi rostro, situó los húmedos labios de su sexo sobre mi boca, embriagándome con aquel sabor de su intimidad que tan bien conocía. Al mismo tiempo que hacía eso, aferró mis piernas y las levantó, obligándome de ese modo a levantar las nalgas y a dejar expuesto y vulnerable mi cavidad más íntima. Una ola de excitación culpable me inundó cuando escuché a mi novia ofrecerme al que había sido su primer amor.
Lo que sucedió no fue lo que esperaba. Víctor se reclinó con el mismo cuidado que había tenido hasta aquel momento, y su lengua enjugó con calma y cierta ternura mi orificio, que se estremecía con cada pasada de su lengua. Una extraña sincronía se estableció entre ambos, y cada vez que él me saboreaba entre las nalgas, mi lengua se movía al compás entre las piernas de Marina. Sin embargo, el ritmo se interrumpió cuando su boca ya no solo fue capaz de disfrutar acariciándome, sino que su lengua atravesó todas las resistencias (que eran pocas a esa altura), introduciéndose dentro de mí. Solo dos personas habían estado dentro de mí, Marina y Víctor, y en ese momento, por primera vez, comprendí el hermoso triángulo que se configuraba entre nosotros.
Mi sexo respondió muy bien a todas aquellas atenciones, aunque lo que realmente le permitió alcanzar lo que era su envergadura habitual fue el dedo que firme pero amorosamente Víctor introducía dentro de mí, acariciando partes de mi ser que no sabía que existían, haciéndome olvidar en cada explosión de placer dónde acababa yo y empezaban ellos. Mi cuerpo ya no era mío, sino de ellos, y me sorprendía al pensar que alguna vez hubiese podido ser de otro modo.
Finalmente, viendo cómo la excitación iba en aumento, Marina se levantó poco a poco. Su sexo y mis labios siguieron unidos por una infinidad de hilos de saliva y flujo durante algunos instantes, hasta que la distancia entre nuestros cuerpos los cortó. Moviéndose hasta la altura de mi oído, me susurró cómplice si quería que Víctor me penetrara, asegurándome que ni ella pensaría menos de mí ni habría por qué mencionarlo más adelante si yo no quería. Pese a formularlo como una pregunta, hasta en mi estado podía ver que Marina ardía de deseo por escucharme aceptar su propuesta. Tras preguntarle si realmente estaba segura de que aquello no le molestaba, se limitó a sonreírme y preguntarme qué quería yo.
Bastó una mirada mía para que Víctor supiera que podía introducirse dentro de mí. Sus primeros movimientos fueron lentos y cuidadosos, siguiendo el camino que sus dedos habían trazado previamente, pero una vez estuvo claro que mi cuerpo le aceptaba sin remilgos, su cuerpo comenzó a agitarse como poseído por la mayor de las furias, teniendo yo que afirmarme a la cama por miedo de salir disparado. Mientras tanto, Marina parecía derramarse sobre mi cuerpo, ahora besando mis labios, ahora mordiendo mis pezones, ahora agitando con su mano mi sexo, que gota a gota iba liberando un dulce reguero que cada poco recogía entre sus labios.
Uno de los dos, no sé quién, me preguntó si iba a acabar. Debía de ser evidente, porque ni Víctor ni Marina necesitaron esperar a mi respuesta. Él aumentó su ritmo, ella introdujo mi sexo, en ese momento más allá de toda proporción, en la humedad de su boca. Yo intentaba contenerme todo lo posible, alargar aquel éxtasis todo lo posible, y enseguida comprendí, al posar mis ojos sobre aquel cuerpo varonil y al mismo tiempo absolutamente femenino, que aquella también era su lucha. Mi novia me preguntó si había algún problema en que él acabara dentro, y no fui capaz de encontrar ninguna razón para negarme, así que me limité a disfrutar de la humedad que de pronto despuntó dentro de mí. Yo mismo no era capaz de aguantar más, pero Marina tuvo la gentileza de volver a recoger mi sexo entre sus labios, pudiendo depositar toda mi esencia en el interior de su boca.
Tumbados en un caos de brazos y piernas, comulgamos la esencia que acababa de descargar de Mariana, y nos dejamos llevar por su sabor y por la satisfacción de que aquel triángulo que tanto había deseado Marina, por fin, estaba formado, y ya nada podría romperlo.