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Tras el primer concierto (I)
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Tiempo de lectura: 31 minutos

Álvaro volvía a estar totalmente emocionado. Héctor iba a pasarse en media hora para llevarle al concierto de su grupo favorito. No solo eso, le había prometido pases de backstage e iba a presentarle al bajista: Sköll. Como había hecho tantas otras veces en los dos días pasados desde el concierto repasó la foto de la banda. Aunque todos habían elegido nombres nórdicos, de dioses ligados a conceptos negativos o directamente antagonistas de los Æsir, solo él llevaba un nombre de lobo. Inclinándose hacia delante estudió con más detalle la foto, de alta definición, pero pequeña. Su ropa negra se confundía con el fondo y aparecía ligeramente oculto tras Helblindi, el cantante. De los cinco integrantes era quien más distante se le antojaba, y la idea de conocerle le llenaba de nervios. Además, todos en el grupo mantenían en secreto sus nombres personales. No era tan raro en la industria del espectáculo, aunque sí inusual.

Al percatarse de lo tarde que se le había hecho se vistió a toda prisa, remetiéndose la camiseta que ya llevase la otra vez dentro de los mismos pantalones de ceñido cuero negro. Había tenido que comprarse otro tanga, ya que Héctor había roto el que llevó al primer concierto, y aunque sospechaba que este seguiría el mismo destino no le seducía ir sin nada debajo. Se ató con fuerza las deportivas negras y se puso la cazadora de cuero, antes de su hermano Alberto y ahora suya. Dudó sobre las muñequeras de cuero, pero recordando que le quedaban grandes y que corría el riesgo de perderlas (y que su hermano le montase una buena por ello) decidió prescindir de ellas, con lo que llevaba era suficiente. Peinó su melena rubia hasta que consiguió una uniforme cortina y embutió en una mochila los discos de la banda, un par de rotuladores plateados y las baterías portátiles para poder cargar el móvil.

Cuando ya se disponía a salir de casa su hermano le detuvo agarrándole de la manga de la cazadora. Su cabellera, del mismo tono que la suya, pero mucho más larga estaba revuelta y despeinada como si acabase de salir de la cama, y sus soñolientos ojos verdes apenas podían mantenerse abiertos. Cualquiera podría haberles confundido de no ser por la barba de su hermano y sus doce centímetros más de altura. Restregándose los ojos con gesto cansado Alberto consiguió enfocar su mirada en el chico, que botaba de impaciencia con una mano en el picaporte mientras chasqueaba la lengua con fastidio.

–Álvaro, ¿te vas ya? –ante el mudo asentimiento de su hermano pequeño sonrió con indulgencia, pero frunció el ceño antes de añadir en un tono mortalmente serio–: Escúchame bien. Si hay cualquier problema me llamas y voy a por ti, si no te sientes cómodo me llamas y voy a por ti, si la situación te parece peligrosa me llamas y voy a por ti. ¿Te ha quedado claro? Ante cualquier cosa que te parezca extraña o te haga sentir incómodo quiero que me llames. Si me entero de que no lo has hecho y ha habido problemas juro que te la ganas, mocoso. ¿Entendido?

–Que sí, pesado. Te entendí la primera vez. Suéltame o llegaré tarde.

–No exageres. Héctor es puntual, pero siempre avisa antes de pasarse y a ti aún no te ha avisado. Además, voy a bajar contigo, así le digo hola. –Reprimió un bostezo con el dorso de la mano y por fin soltó la cazadora de su hermano–. Tío, que asco da tener que trabajar de noche. Me pierdo toda la diversión.

Ambos hermanos esperaron juntos a que Héctor mensajease a Álvaro, quien no cabía en sí de impaciencia. Cuando por fin llegó el esperado aviso Alberto tuvo que correr para conseguir mantenerse a la par del joven, que bajaba las escaleras de tres en tres. Lo único que Alberto sabía era que le iba a presentar al grupo y que tenía pases de backstage, pero Álvaro, con buen criterio, no le había contado el motivo real por el que Héctor se mostraba tan generoso, por lo que este lo había atribuido a su amistad con el hombretón y se sentía profundamente agradecido y ligeramente en deuda con él.

Héctor había conseguido aparcar justo frente al portal, por lo que ambos hermanos se toparon de bruces con el inmenso Land Cruiser negro que conducía siempre que quería viajar cómodo. Dando dos palmadas en la carrocería Alberto llamó la atención del hombre mientras su hermano se rezagaba, sutilmente intimidado por el cochazo e intentando a la vez disimular una rebelde erección que empezaba a asomar en sus ajustados pantalones. Algo ruborizado clavó la mirada en un punto de la reluciente pintura del coche mientras su hermano abrazaba a Héctor sin ninguna restricción, palmeándole la ancha y musculosa espalda. Apartándole ligeramente de su hermano Alberto se inclinó hacia el hombre y, estirándose cuanto pudo pues también a él le sacaba bastantes centímetros de altura, echó un vistazo para asegurarse de que Álvaro no se había acercado y no podría escucharle.

–Gracias por estar pendiente de él. Me sabía mal que fuese solo a su primer concierto, pero me ha dicho que tú te ocupaste de que no se le comiesen vivo y encima ahora vas a llevártele contigo a conocer al grupo. Sé que Sköll y tú sois amigos y eso, pero aun así gracias.

Héctor esbozó una genuina y ancha sonrisa mientras dirigía su mirada al joven que esperaba detrás, algo apocado, y enmascarando sus verdaderos pensamientos palmeó el hombro de su amigo mientras sacudía la cabeza.

–No me des las gracias, para mi ha sido un placer. No te preocupes y céntrate en el trabajo, yo me ocupo de tenerle bien vigilado hoy para que no le pase nada. De todos modos, te aviso que es posible que no volvamos hoy, el concierto termina tarde y no pienso conducir con sueño. –Se lo pensó un momento y al final añadió–: De todos modos, no sé qué planes tiene Sköll para después del concierto, si dice de ir de fiesta nos uniremos a él.

–De acuerdo. Si eso pasa por favor, méteme un mensaje o algo, me quedaré más tranquilo.

–Descuida.

Se despidió de Alberto con un gesto indolente y con suma facilidad subió al alto vehículo. A través de la ventanilla pudo observar como se despedían ambos hermanos y como Alberto volvía a entrar en el portal. Álvaro rodeó el vehículo y tras abrir la puerta se encaramó como pudo al todoterreno. Dejando la mochila a sus pies alcanzó el cinturón de seguridad y consiguió abrocharle tras bregar con el enganche durante un largo y bochornoso minuto. Con las mejillas encendidas miró a Héctor, que sonreía con socarronería. La seguridad que había sentido en la sala de conciertos parecía haberse evaporado en el aire, quizá debido al contacto más estrecho que forzaba la cabina del coche. Héctor alargó la manaza y revolvió el pelo perfectamente peinado de Álvaro que se resistió con un ademán.

–¡Para!

–Me alegro de verte, novato. Pensé que te echarías atrás.

Álvaro negó con la cabeza, recolocándose la cascada de cabello gracias al espejo retrovisor. Héctor arrancó el vehículo y condujo por la ciudad a un ritmo tranquilo, robando vistazos del chico que parecía haberse quedado paralizado. Ahora que podía contemplarle a capricho y con buena luz, se dio cuenta de que tenía unos muslos anchos pero firmes, a juego con sus fantásticas nalgas. De piel igual de blanca que su hermano, también tenía los ojos verdes y los labios rosas, carnosos. En conjunto parecía atlético, fácil de manejar. Tamborileando con los dedos sobre el volante se preguntó si estaría dispuesto a volver a repetir lo del concierto e incluso cosas más salvajes o si su aspecto tímido de ahora sería el reflejo de su verdadera personalidad. Condujo en silencio, dando vueltas a como plantear la relación que quería, y acabó aparcando en un área de servicio a las afueras. Ante la mirada sorprendida de Álvaro señaló la terraza, desierta debido a la temprana hora, y le indicó con la cabeza que bajase mientras cogía un sobre del salpicadero.

–¿Te apetece un café? –preguntó en tono cordial mientras elegía la mesa más alejada de las demás.

–No, la verdad es que no. ¿Por qué hemos parado? ¿Pasa algo? –preguntó el joven, inquieto de repente.

–No, pero quiero hablar contigo de algo y pensé que era mejor hacerlo fuera del coche, en un ambiente neutral –deslizó el sobre por la mesa en dirección al chico, que le abrió mirándole ligeramente desconfiado. En cuanto hubo sacado de su interior el pase de backstage el gigante volvió a hablar–. Para que veas que soy legal. Mira, lo que quiero decirte es que me gustaría repetir lo del concierto, pero no como algo esporádico. Me gustas, me pareces muy atractivo y quiero acostarme contigo, pero nada de sexo suave y lento.

–¿Qué… qué quieres decir con eso?

–Quiero decir que me interesa pasarlo bien contigo. ¿Te gustó lo del concierto? –Álvaro asintió con una sonrisa traviesa y las mejillas encendidas. Héctor sonrió como un lobo y apoyó los codos en la mesa, que quedó empequeñecida por su inmensa masa–. Bueno, pues te garantizo que lo pasarás muy bien.

–¿Y si no me lo paso bien? –preguntó en voz baja.

–Si eso pasa siempre podemos ser amigos –dijo tranquilizador–. De hecho, si te estoy diciendo esto ahora, antes del concierto, es para que no te tomes la invitación al concierto o ese pase como un soborno, aunque no te interese no soy tan mezquino como para usar esa treta. Simplemente quiero que sepas lo que me gustaría y por qué me interesas.

Álvaro se lo pensó un momento, mordisqueándose el labio inferior. La idea de volver a acostarse con Héctor le encantaba, aunque el que se lo hubiese tenido que plantear así le extrañaba. Recorrió con los dedos el canto de la mesa de madera hasta que encontró un hoyo en ella. La disparatada idea de que Alberto se hubiese enterado de sus gustos y después se hubiese ido de la lengua desfiló por su cabeza e intrigado y excitado a partes iguales, se animó a preguntar.

–¿Mi hermano te ha hablado de mis gustos?

Héctor entornó sus párpados hasta que sus ojos se convirtieron en dos estrechas ranuras. Álvaro se acobardó ante la expresión de enfado y desdén que adoptó la cara del gigante.

–No. Tu hermano me ha hablado de ti, pero desde luego no para comentarme tus gustos sexuales, a pesar de que me encantaría conocerlos. Y ya que sacas eso a relucir: no me gustaría nada que él se enterase de que follamos. Y mucho menos de cómo follamos. Si se llegase a enterar me arrancaría los huevos y me les haría comer, cuando se trata de ti es demasiado sobreprotector.

Álvaro asintió, dándole la razón. Jugueteó con el pase entre los dedos y volvió a asentir con la cabeza, notando que sus mejillas se encendían y una erección crecía en sus estrechos pantalones de cuero ante la posibilidad de que quisiera hacerlo ahí mismo, al descubierto. El hombretón enarcó una ceja ante su nuevo asentimiento, sin dejar de comérselo con los ojos, tan negros como el ónice.

–Me apunto, a lo de tener sexo contigo. Fue una de las mejores folladas de mi vida.

La carcajada de Héctor resonó por el desierto aparcamiento, estruendosa y sincera. Palmeó la mesa con su manaza y se puso de pie señalado el coche con un gesto. Mientras ambos echaban a andar, con el joven intentando disimular su erección, aunque con escaso éxito, el gigante pasó el brazo por los hombros de Álvaro en un gesto posesivo.

–Dudo que tengas mucha experiencia para comparar, novato, pero me alegro de oírlo. Sube al coche.

En cuanto se volvieron a acomodar en el interior del todoterreno Héctor le abrochó él mismo el cinturón, dando un brusco tirón que activó el bloqueo automático de la cinta. Álvaro le miró sorprendido y abrió la boca como si quisiera hablar, pero cuando el hombretón apoyó la manaza sobre su erección las palabras murieron en su garganta, sin llegar siquiera a sus labios. Sonriendo con suficiencia Héctor soltó la bragueta del pantalón e hizo a un lado el tanga del chico, revelando su duro pene. Le aferró con su mano, abarcándole casi por completo, y comenzó a masturbarle arriba y abajo con firmeza, apretando más de lo que el joven esperaba. Con la mano libre le cogió por la barbilla y le obligó a mirarle a la cara.

–Antes de nada, vamos a establecer unas reglas básicas, y más te vale abrir bien los oídos porque no te las voy a repetir y no voy a permitir que te las saltes –no había elevado la voz en ningún momento, pero su tono acerado bastó para que el joven prestase atención. Héctor movió la mano más despacio, satisfecho, y prosiguió–: Regla número uno: solo follarás conmigo o con quien yo te diga que puedes. Si te pillo con otro, y más sin condón, te destrozo, aunque también te garantizo que yo solo estaré contigo.

–Está bien –accedió el chico intentando centrarse y no dejarse arrastrar por el placer que le causaba al masturbarle.

–Regla número dos –comentó aumentando nuevamente el ritmo y jugando con el prepucio–: Nada de condones. Esa mierda me agobia demasiado, yo sé que estoy limpio y no me importa demostrártelo, y voy a suponer que tú también, pero si me contagias de algo, te mato.

–Estoy limpio, lo juro, siempre he usado condón y solo he estado con tres personas –consiguió articular entre gemidos.

Complacido el gigante aceleró el ritmo. Gotas de líquido preseminal fluían sin pausa alguna y le ayudaban a masturbarle. Con hábil pericia acariciaba el pene de Álvaro que gemía y se mordía el labio inferior intentando controlarse, agarrado al asiento del todoterreno y manteniendo las piernas separadas para facilitar el acceso. Sus jadeos se aceleraron cuando Héctor apretó más la mano y estimuló el frenillo con los dedos, sin dejar de subirla y bajarla, jugando con la suave piel y llevándole al límite.

–Regla número tres, la más importante de todas: cuando te acuestes conmigo yo mando y tú obedeces. Si quieres parar, si algo no te gusta, si no quieres seguir quiero que lo digas, que te comuniques, pero si no es el caso quiero obediencia absoluta. Si protestas, si no cumples o si eres demasiado respondón, me aseguraré de corregirte hasta que te comportes como debes –acercándose más al chico clavó sus ojos en los suyos, abrasándole con la intensidad de su mirada mientras le masturbaba más rápido, acercándole al orgasmo– ¿Has entendido?

–¡Sí! He entendido, lo prometo –se apresuró a responder.

Aparentemente satisfecho con la respuesta el hombre dio un último tirón al pene de Álvaro que soltó un grito ahogado, mezcla de placer y sorpresa, y se mordió los labios esperando que siguiera masturbándole, permitiéndole por fin el ansiado alivio. Para su consternación, Héctor sacó un pañuelo de papel de la guantera y se limpió las manos, sonriendo con una suficiencia que dejaba traslucir que sabía de sobra lo que el joven esperaba y quería.

–¿A qué esperas? Ponte bien la ropa, tenemos que arrancar ya o llegaremos tarde, y si eso pasa Sköll no se lo tomará nada bien.

–Pero… ¿vas a dejarme así? –preguntó incrédulo, con el pene erecto y de un intenso color rojo en el glande.

Sus ojos verdes se clavaron en los negros de Héctor que se limitó a ensanchar la sonrisa, con socarronería, disfrutando del conflicto del chico. Le estaba poniendo a prueba, le excitaba tenerle así: confuso, cachondo y con el dilema de si rendirse a sus caprichos o alcanzar por su cuenta el orgasmo, desobedeciéndole.

–Pensé que eras más listo, o al menos más honesto –se burló– ¿no acabas de decirme que entendías la norma número tres?

–Sí, pero… –empezó a decir.

–Si quieres parar adelante, puedes masturbarte si tú quieres, pero también puedes ser un buen chico, aceptar que yo quiero que te aguantes, colocarte la jodida ropa y no volver a protestar.

Ahí estaba, el duelo. Héctor miró con fijeza al joven, todo ojos y mejillas encendidas, la imagen misma del erotismo para él. Si no se jugase tanto en esa confrontación de voluntades podría haber cedido y haber seguido, solo por ver su cara al terminar, pero consciente de lo fácil que sería después si ahora conseguía que cediese y cruzase la primera barrera mantuvo las manos en el volante. Su decisión tuvo su recompensa.

Con un suspiro en el que se mezclaba derrota, aceptación y excitación Álvaro dejó caer la cabeza y se colocó bien la ropa, haciendo lo posible porque su pene quedase mínimamente acomodado dentro de sus estrechos pantalones. Antes de poder protestar el gigante le agarró por la barbilla y le dio un rápido beso, sonriendo con satisfacción y aún más prepotencia si cabe, sabedor de que había ganado y que eso le facilitaba volver a ganar más adelante.

–Así me gusta, que seas un buen chico y obedezcas.

Álvaro inspiró hondo mientras Héctor arrancaba el coche. No sabía por qué, pero aquel hombre conseguía excitarle como ningún otro. Intentó relajarse para que la erección bajase cuanto antes, ignorando la molestia que sentía en su pene que parecía rebelarse contra su decisión, pero el hombretón no le concedió tregua. Durante todo el viaje mantuvo una conversación tranquila con él, preguntándole por sus aficiones, experiencias, gustos musicales… casi cualquier cosa sobre su vida privada por la que mostraba gran interés y a pesar de estar hablando con toda coherencia, su inmensa manaza no solía apartarse por mucho tiempo de su entrepierna, masajeando y apretando sobre la tela su pene, que mantenía un estado de semierección bastante molesto. Solo al acercarse a la inmensa nave donde sería el concierto redujo sus asaltos y le permitió relajarse por fin.

Aparcaron detrás de la nave, en el espacio señalado como reservado. Con cierta inquietud y los nervios atenazando su estómago como una garra helada Álvaro bajó del coche detrás de Héctor, agradeciendo enormemente que su erección por fin hubiese bajado. Derrochando seguridad el gigantón se acercó al guardia de seguridad de la entrada trasera y le enseñó el pase. Al ver la cautela con la que le examinaba antes de escanear el código de barras adjunto para verificar su autenticidad el chico se temió lo peor, pero cuando les franqueó la entrada sin una sola palabra soltó un suspiro de alivio y procuró pegarse más al hombrón, quien se comportaba como si fuese el dueño del lugar. Deteniéndose frente a una estrecha puerta de aspecto anodino, Héctor se encaró con el chico y repasó su aspecto, poniéndole la manaza sobre el hombro.

–No me dejes en mal lugar ¿eh? –dijo mientras llamaba a la puerta con los nudillos–. No te mees encima como una chiflada ante los Beatles en el Shea Stadium o te la ganas.

Álvaro se limitó a poner los ojos en blanco, intentando aparentar una tranquilidad que no sentía, aunque se traicionó a sí mismo cuando empezó a cambiar el peso del cuerpo de un pie a otro. Héctor volvió a llamar, más fuerte esta vez, y se apartó un paso de la puerta sonriendo son sorna al ver la emoción de Álvaro, quien pudo escuchar como alguien arrastraba una silla al levantarse de ella y unos pesados pasos dirigiéndose a ellos acompañados de un extraño tintineo metálico. La puerta se abrió de golpe, hacia dentro. Allí, en el quicio de la puerta y ya maquillado y vestido para el concierto, estaba Helblindi, que no pareció sorprendido de verlos.

–Héctor, pasa. Nos avisó Sköll. ¿Te has traído compañía esta vez?

Franqueándoles el acceso les precedió al interior de la habitación usada de camerino. Lejos de lo que pudiese haber esperado o imaginado no había tocadores, luces extrañas ni montañas de regalos hechas llegar por los fans. Tan solo había unas cuantas maletas, cajas y cajas de botellas de agua y refrescos varios, una larga mesa en el centro rodeada por varias sillas con aspecto viejo y desastrado y dos sofás colocados contra las paredes. El estudio de la habitación por parte de Álvaro se vio interrumpido cuando se percató de la presencia de cuatro personas más: tres de ellas a la mesa y la cuarta sentada en el sofá. Todos maquillados, silenciosos, cubiertos de cuero y agresivos accesorios de clavos o tachuelas. Todos con largas melenas y barbas, aunque estas últimas en distintos estilos.

–Es hermano de un amigo. Gran fan vuestro, aunque un novato.

–Ah, anda, hermano de Albertito ¿verdad? –al ver la mirada extrañada de Álvaro el enjuto cantante se echó a reír y extendió su mano para presentarse– hemos coincidido varias veces, muy de pasada y antes de que yo me dedicase a la música. Es el único rubio con el que se junta Héctor.

–Soy Álvaro, su hermano pequeño. –Consiguió articular, abrumado por la presencia de los músicos que ahora le miraban en su mayoría.

Héctor le dio un empujón suave en el hombro, animándose a acercarse a ellos, antes de ir derecho al que esperaba en el sofá que se incorporó para recibirle. Ambos hombres se palmearon afectuosamente en la espalda y comenzaron a charlar en voz muy baja, con rápidos susurros mientras no le quitaban la mirada de encima.

–Ven, te presentaré. Tenemos algo de tiempo ahora, por si quieres que te firmemos algo. –Ofreció el cantante volviendo a tomar asiento a la mesa e introduciendo con un gesto al resto de miembros de su banda, más por cortesía que por necesidad, pues Álvaro los conocía a todos–. Él es Býleistr, Hrym, Surtr y el que habla con Héctor es Sköll.

Los tres sentados a la mesa le estrecharon las manos con cordialidad, pero Sköll se limitó a sonreírle desde lejos, sin dejar su charla con Héctor quien se había recostado contra la pared de brazos cruzados. Cuando Álvaro miró al bajista, este le devolvió una sonrisa tan semejante a la de Héctor que todo su cuerpo se vio sacudido por un escalofrío y una oleada de súbita excitación que encendió sus mejillas con un furioso rubor que solo sirvió para ensanchar la sonrisa del músico, que asintió con la cabeza mirando a Héctor. Agradeciendo quedar cubierto por la mesa intentó quitarse de la cabeza la impresión de que ambos hombres hablaban de él y centrarse en la conversación con el resto de músicos, mucho más cordiales de lo que aparentaban cuando salían a escena.

Cuando por fin comenzaba a serenarse y a participar algo más en la charla la puerta se abrió de golpe, sobresaltándole, y uno de los técnicos asomó la cabeza. Býleistr se levantó y tras cruzar un par de impresiones hizo un gesto a los demás músicos, que se levantaron con fastidio.

–Hay que salir a hacer una segunda prueba de sonido, hay algo que falla con tu toma y la mía y no sé qué problema con el audio entre nosotros.

–¿Os importa si me quedo un rato con Héctor y nos ponemos al día? Si no os hago falta, claro –intervino Sköll dando un par de pasos en dirección a la mesa.

El técnico asintió y mientras el resto de la banda se despedía de Álvaro, quien se había puesto de pie junto a ellos, y le prometían pasar otro rato con él tras finalizar el concierto, Sköll se acercó, seguido de Héctor. A solas en la habitación, que de repente se le antojó mucho más pequeña de lo que le había parecido en un principio, su nombre artístico empezó a cobrar más sentido si cabe. Se movía casi igual que un lobo, cercándole, llevándole al sofá con una facilidad asombrosa. A solas con él y con Héctor quedó claro quien de todos tenía el verdadero carisma. Tragando saliva se percató de que la parte de atrás de sus piernas chocaba contra el mueble, y que Héctor se sentaba a su lado. Sköll adelantó la mano para presentarse, como ya hiciesen antes sus compañeros, pero esta vez Álvaro vaciló ligeramente antes de estrecharla.

–No nos hemos presentado como es debido. Soy Sköll, bajista y fundador de Odin’s Executioners. Soy amigo de Héctor desde hace años, aunque no conozco a tu hermano personalmente, como sí parece hacer el resto del mundo.

A pesar del tono cordial, sus ojos, de un color marrón mucho más claro que los de Héctor, mostraban una frialdad absoluta y un brillo apreciativo que distaba mucho de ser amistoso, estaba claro que le evaluaba y Álvaro no pudo evitar erguirse, sin saber muy bien por qué.

–A mi hermano le conoce mucha gente, es un tío que se hace amigo de todos en seguida. No ha podido venir por trabajo –comentó a toda prisa, intentando no trabarse con las palabras.

Visto de cerca, Sköll le intimidaba más que el resto. Su maquillaje era el único que tenía un tercer color, pues chorreaduras rojas bordeaban el contorno de su nariz algo ganchuda, su boca y sus ojos, fundiéndose con el negro y resultando casi inapreciables salvo a escasa distancia. Sus ojos marrones eran fríos, calculadores y distantes. La larga cabellera oscura, aunque bien cuidada, caía enmarañada en ondas naturales hasta alcanzar la mitad de su espalda. De todos era el que llevaba la barba más larga, dividida en dos trenzas rematadas con dos pequeños abalorios de acero que reflejaban la luz.

Al tenerle de frente confirmó su primera impresión que le decía que no alcanzaba la altura de Héctor, tarea harto complicada por las descomunales dimensiones de este, aunque sí sobrepasaba su propia altura por quince centímetros, más o menos. Al igual que Héctor, su constitución en exceso musculosa parecía llenar su atuendo de cuero, tanto que daba la impresión de que este reventaría por algún lado al primer movimiento brusco que hiciese. No solo sus brazos eran enormes, también el pecho, el torso y las piernas parecían estar cubiertos de más músculos de los que habría jurado posibles. Sus brazaletes de clavos cubrían toda la piel que el chaleco de cuero y la camiseta de manga corta no cubrían y combinaban con las altísimas botas de cuero, igualmente tachonadas.

Héctor palmeó el sofá con su manaza, invitándole a sentarse con una sonrisa tranquilizadora y a la vez socarrona pintada en la cara. Con cierta rigidez el joven se dejó caer junto al hombretón, mientras el músico tomaba asiento justo a su lado. Comprimido entre las dos moles no pudo evitar excitarse nuevamente. Sentía la presión de las piernas de ambos contra las suyas y el calor que emanaba de sus cuerpos. El haberse quedado a medias antes no ayudaba, sentía la cabeza nublada por el deseo y la excitación y cuando la mano ruda y áspera del bajista se apoyó en su pierna no pudo evitar un suave gemido. Con las mejillas ardiendo fijó la mirada en la mesa, deseando que no se hubieran percatado de ello.

–Así que este es el chaval por el que me diste plantón el otro día. He de decir que merece la pena, es una auténtica monada, un poco cortado, pero adorable. –El tono jocoso no enmascaraba del todo el acero de debajo y Álvaro se estremeció ante la evaluación recibida.

–Ya te dije que valía, ¿o no? Pero ve más despacio, el chaval aún es un novato. –Con una pequeña risa apoyó su manaza en el otro muslo del chico que separó más las piernas a pesar de su embarazo–. El otro día fue su primer concierto.

–¿Y ya en tu primer concierto conseguiste acostarte con esta bestia? –preguntó francamente sorprendido mientras acariciaba la pierna del joven, ascendiendo despacio hasta las ingles–. Es sorprendente, tienes que ser realmente bueno follando, Héctor siempre ha tenido muy buen gusto.

La mano áspera siguió ascendiendo, tocando su entrepierna con más suavidad de la esperada. El contacto cálido y pesado bastó para generarle de nuevo una erección, más molesta que placentera debido a las negaciones que había sufrido su pene. Recordando las palabras y normas de Héctor se apartó de un salto, como atravesado por una corriente eléctrica. La manaza de Héctor ejerció más presión sobre su muslo, gentil pero firme. Al girarse a mirarle la sonrisa en su rostro era cálida, alentadora. Al advertir su confusa expresión Héctor se echó a reír y aferró el muslo del joven, subiendo hasta agarrar su pene sobre la ropa.

–¿Recuerdas lo que te dije de acostarse sólo con quien yo te digo que puedes? Bueno, acabas de conocer a la otra persona con quien puedes poner el culo si te apetece y si me pides permiso antes.

–¿Va en serio? –preguntó Álvaro incrédulo, mirando a ambos hombres como si se temiese que todo fuese una broma de muy mal gusto.

–Bueno, a parte de pedirme permiso es evidente que no va a ser sólo con él. Nos mola compartir a las conquistas, pero siempre en tríos.

Sköll esbozaba una ancha sonrisa con una expresión satisfecha, su mano volvió a la entrepierna de Álvaro que esta vez no se apartó, pero tampoco participó, todavía dubitativo. Héctor apretó ligeramente su mano, bajando la cremallera del pantalón y haciendo a un lado el tanga, dejando al aire el pene del joven que jadeó, sin saber muy bien qué hacer. Notando sus nervios y su falta de experiencia Ambos hombres tomaron la iniciativa, acariciándole despacio. Héctor comenzó a masturbarle, moviendo su mano arriba y abajo por el pene del joven que ya estaba goteando. Sköll coló la mano por dentro de la camiseta, subiendo hasta encontrar uno de los pezones. Le pellizcó con fuerza y parecía estar dispuesto a más cuando su teléfono sonó, sobresaltando a todos.

El músico echó un molesto vistazo al móvil y se puso de pie. Recogió el disco que el joven había dejado sobre la mesa y tras añadir su firma a la de los demás se encaminó hacia la puerta con pasos pesados y rápidos. Con la mano sobre el pomo echó un vistazo atrás y asintió una sola vez, en dirección a Héctor más que Álvaro. Abrió de un tirón y se marchó sin decir una sola palabra más, dejando al joven confuso y cachondo.

–No es como te esperabas ¿eh?

–¿De qué iba todo esto? –preguntó Álvaro moviendo ligeramente las caderas.

–¿No lo has adivinado? –al ver que el chico negaba con la cabeza Héctor se recostó en el sofá sin volver a tocarle, ponderando cuánto contarle y calibrando el aguante que tendría. Se encogió de hombros y rodeando los menudos hombros del chico con el brazo empezó a hablar en un tono bajo y sosegado, diferente al que usaba habitualmente–. Mira, te cuento esto sólo porque lo considero justo. Sköll y yo somos amigos desde hace muchos años, nos conocimos cuando éramos más jóvenes y porque tenemos gustos en común, nos hicimos íntimos y de cuando en cuando nos gusta montarnos tríos. Él está sano, yo estoy sano y procuramos que el que participe en el trío lo esté también.

–¿Ese es el motivo? Por el que me has traído aquí –preguntó Álvaro ligeramente dolido.

–No, eso es lo que te ofrezco hoy, o al menos una de las posibilidades. Como ya te dije, no tienes que hacer nada que no quieras hacer, y no te preocupes por ofenderle, no se lo tomará mal.

–¿Y si digo que no quiero? –musitó Álvaro mirándole de frente. Sus dientes se clavaron en su labio inferior con tanta fuerza que Héctor temió que acabase haciéndose herida–. La verdad es que no sé, no estoy muy seguro, ni siquiera sé cómo se llama y parece…

–¿Intimidante? –le ayudó Héctor con una sonrisa–. Siempre ha sido así, incluso antes de hacerse famoso, si es que a esto se le puede llamar así. Son un grupo grande, pero en una escena minoritaria. Y sobre su nombre, bueno, él quiere mantener su privacidad y respeto eso, pero tienes razón, otra vez. Se llama Víctor.

Álvaro volvió a mordisquearse el labio. No sabía qué hacer. Por un lado, se sentía muy excitado ante la idea del trío, pero por otro lado no acababa de convencerse. Sköll, Víctor, le intimidaba mucho más de lo que había esperado. El resto de músicos parecían mucho más tranquilos y sosegados, se distinguía bien que la actitud adoptada en el escenario era una fachada, con Víctor resultaba más complicado trazar esa línea. Se giró a mirar a su acompañante que le dirigió una sonrisa sesgada. Sus ojos de ónice le recorrieron de arriba abajo y un nuevo estremecimiento le sacudió el cuerpo.

–No me has respondido, ¿qué pasa si no quiero?

–Nada. Te llevaré de fiesta, te quedarás conmigo y repetiremos lo de la otra noche, posiblemente en mi casa y cuando volvamos, los dos solos, si tú quieres.

Aquellas palabras relajaron al joven que acabó por sonreír. Recogió su disco y examinó las cinco firmas dejadas en él, la de Sköll pequeña y apretada. Resiguiendo los trazos plateados con el dedo acabó por asentir. Nunca había hecho nada parecido, pero la actitud sincera, aunque dominante, de Héctor le tranquilizaba. Sabía que podía confiar en él, al fin y al cabo, era un buen amigo de su hermano y eso bastaba para eliminar el resto de dudas que pudiese tener.

–Está bien, creo que sí que quiero.

–No lo decidas aún, tienes todo el concierto para tomar una decisión. Y por el ruido de fuera debe estar a punto de empezar, así que vamos, nosotros lo veremos desde el foso. Ventajas de los pases VIP.

El gigante arrancó a andar seguido por Álvaro, quien seguía dando vueltas a la proposición de los hombres mientras se colocaba la ropa, nuevamente frustrado. Cuando llegaron al foso pudo contemplar que la inmensa nave ya estaba abarrotada de gente que se empujaba, gritaba y bebía, cerveza en su mayoría. Uno de los numerosos guardias de seguridad les indicó que se colgasen al cuello los pases y les condujo a una zona del foso reservada para el público VIP, en un espacio seguro y a bastante distancia de los cañones de fuego. Como en el concierto pasado las luces se atenuaron y el grupo salió a escena. Hoscos, malhumorados y centrados en exclusiva en la música.

A diferencia de la última vez Héctor no le tocó, por lo que pudo dedicar toda su atención a la música. Las líneas agresivas y en apariencia monótonas le sacudían los huesos. Las vibraciones y el volumen excesivo conseguían retumbar dentro de su cabeza y agitarle por entero mientras la banda desgranaba una a una las canciones de su disco, sin prestar atención a nada, sin apenas interacción entre ellos o el público. Una asocial seña de identidad que poco o nada parecía molestar a los fans. Por unos segundos, sin embargo, la mirada castaña y fría de Sköll se cruzó con la suya, y casi pudo jurar que en el impasible rostro del músico aparecía una leve sonrisa.

Concentrando toda su atención en él se le comió con los ojos. Sobre el escenario era otro. Se embebía tanto en la música que podía ver perfectamente que para él no existía nada fuera de ella. Sus dedos subían y bajaban con ágil velocidad por el mástil del bajo, apresando y soltando las cuerdas de acero mientras les arrancaba nota tras nota, en veloz progresión. Ni siquiera cuando cambiaba el peso del cuerpo perdía el compás ni parecía que su larguísima melena, caída frente a sus ojos por las feroces sacudidas de cabeza, le dificultase la actuación. Tocaba de memoria, deleitándose en cada pulso, cada pequeño movimiento, el conjunto de la música. Derrochaba carisma, y a pesar de ello, No destacaba de los demás, quizá por su estatismo en el escenario, a diferencia de Helblindi, quien se movía incansable de un lado a otro a pesar del desapego hacia los demás músicos.

La música pronto subió de intensidad, acercándose a los últimos compases. Atronadora, brutal, cargada de energía. Las últimas notas se dispersaron y las luces del escenario se apagaron, permitiendo al grupo abandonar el lugar mientras el público les aclamaba y pedía más. No hubo bises. Fieles a su imagen se fueron en completo silencio, igual que habían llegado. El resto de luces se encendió con un chisporroteo, anunciando el final definitivo del concierto de más de dos horas. La manaza de Héctor se posó en su hombro, conduciéndole hasta el pasillo por el que habían venido, ahora más lleno de gente que antes. Técnicos de sonido y de luces se afanaban en salir ahora a desmontar y guardar los equipos

–Deberías llamar a tu hermano, decirle que todo ha ido bien. Conociendo a Albertito estará ya histérico por saber cómo estás. Y yo tengo que decirle a Sköll qué planes tenemos, así que dime qué te apetece hacer.

–¿Ya te lo dije antes no? Me apunto –murmuró con las mejillas encendidas como la grana mientras sacaba el teléfono.

Héctor sonrió con satisfacción y le dejó hablando con su hermano mientras comunicaba al músico la decisión. Álvaro les siguió con la mirada, Sköll enarcó las cejas, parecía ligeramente incrédulo y al percatarse de que el joven los miraba volvió a levantarlas, esta vez en su dirección, como pidiéndole una confirmación directa. Cuando Álvaro asintió la sonrisa de lobo que le dirigió bastó para hacerle perder el hilo de la conversación. Colgó finalmente a su hermano y con cierta timidez se dirigió a los músicos. Para su sorpresa y lejos de lo que habría esperado de una banda de black metal, la mayoría de ellos estaban bebiendo agua mineral, y Helblindi un té de color dorado con un fuerte olor a limón y miel, sin duda para cuidar sus cuerdas vocales.

–¡Novato! –exclamó al verle, con la voz ligeramente ronca por el esfuerzo en los guturales– ¿Te ha gustado el concierto?

–Ha sido una pasada –asintió con fervor acercándose más a ellos.

–Y que lo digas –asintió el cantante risueño–. Por cierto, vamos a ir ahora a tomar algo, de tranquis ¿te apetece venir?

Abrumado por la oferta observó el maquillaje corrido de sudor de los músicos, sus expresiones amables y sonrientes. Iba a responder cuando un pesado antebrazo cubierto de tachuelas afiladas y clavos le rodeó por los hombros, haciéndole tambalearse momentáneamente por el peso inesperado y convirtiendo en un milagro el hecho de no pincharse con ninguno de los adornos. Al mirar hacia arriba vio que Sköll sonreía a sus compañeros, con Héctor a su lado.

–En otra ocasión. Me gustaría ponerme al día con Héctor y, por lo que me ha contado, si Albertito se entera de que su hermanito se ha ido por libre nos mata a todos. ¿Qué os parece si en el próximo concierto salimos después a cenar todos juntos? Yo pago, y estos dos están invitados.

–Si insistes en pagar… –comentó socarrón el músico mientras se afanaban en recoger para poder irse cuanto antes– invita también a Albertito, hace mucho que no le veo –remató dirigiéndose de nuevo al joven.

–Si no tiene trabajo vendrá, seguro. Va a flipar cuando se lo comente.

Sonriendo con indulgencia los músicos se despidieron de Héctor y del joven, quienes se encaminaron a la salida trasera. Unos cuantos fans del grupo esperaban allí a que saliesen los músicos, por los que Sköll les pasó una tarjeta sin acercarse a la puerta. Se inclinó sobre Héctor y tras susurrarle algo al oído se alejó de vuelta al camerino, sin despedirse. Álvaro siguió al hombre hasta el coche, muerto de curiosidad, pero en silencio. Si era algo de lo que tenía que enterarse ya se lo diría, y la verdad es que rodeado de tantos fans de miradas hostiles no se sentía del todo cómodo. Cuando por fin se vio en el coche pudo relajarse y dejar que parte de la tensión acumulada se disipase.

Héctor introdujo una nueva dirección en su teléfono antes de arrancar el vehículo. Cuando arrancó a conducir su manaza comenzó nuevamente a tocarle, causando nuevos gemidos y que abriese las piernas. Comenzaba a estar muy excitado y rozando la desesperación. El manoseo de antes, haberse quedado a medias en varias ocasiones y la idea del trío le tenían al límite. Ni siquiera el no saber a dónde se dirigían parecía servir para bajarle la calentura. Los nervios y la impaciencia competían en su interior junto a la lujuria. Iba a soltar el cierre de sus pantalones cuando Héctor le detuvo, indicando con la cabeza el parking subterráneo de un hotel. Aparcando con rapidez en el sótano casi vacío el hombre se encaminó a los ascensores seguido por Álvaro, que trotaba detrás de él.

–¿Dónde estamos?

–En su hotel. En cuanto terminen de recoger vendrá aquí, por fortuna tiene la habitación para él sólo. Me dio antes la llave, así podemos esperarle aquí.

El ascensor subía y subía, cada vez más alto. Álvaro cambió el peso del cuerpo de un pie a otro con nerviosismo mientras veía los números luminosos indicar los pisos conforme ascendían. Por fin, en el piso duodécimo, la cabina se detuvo y las puertas se abrieron. El elegante pasillo se encontraba desierto. La moqueta de color crema y los paneles de madera clara de las paredes sumado a las luces tenues creaban una atmósfera íntima y tranquila. Héctor siguió caminando y se detuvo frente a la puerta número setenta y dos. Sacando la tarjeta que le había dado antes Sköll la acercó al lector acoplado al picaporte y la puerta se abrió con un chasquido. Introdujo la tarjeta en el sistema que accionaba las luces y la ducha del pequeño baño de la habitación y encendió las luces, regulando la temperatura del cuarto.

La mayor parte del espacio estaba dominado por una inmensa cama, con sábanas blancas, un edredón de plumas y un cobertor en un tono azul oscuro. Frente a ella y anclada a la pared un televisor de tamaño mediano era lo más destacable. Dos mesillas pequeñas a cada lado del cabecero sostenían idénticas lamparitas. Una de las paredes contenía un armario empotrado y en la otra una puerta de cristal daba acceso a un baño con un plato de ducha y dos lavabos sobre los que había dos espejos rectangulares. Álvaro examinó la suite con cierta curiosidad, probando después la firmeza de la cama. Blanda y mullida se dejó caer encima balanceando las piernas adelante y atrás. Héctor le agarró de la barbilla e inclinándose sobre él clavó sus ojos de ónice en los del joven. Álvaro tragó saliva de manera más que audible, causando que una sonrisa ladina se extendiese por la cara del gigante.

–Me he dejado la mochila en el coche y tengo algo allí que nos hará falta ahora, así que mientras yo bajo a por ella quiero que seas bueno, te duches y estés preparado y limpio para cuando yo suba. Me voy a llevar la llave, así que salvo que quieras quedarte fuera en el pasillo no salgas de la habitación.

–¿Qué me duche?

–Sí. Y rápido, no creo que se retrasen mucho más. No te molestes en vestirte de nuevo.

Sin darle tiempo a decir nada más, sacó la llave de su lugar tras pulsar en el panel de control que no se apagasen las luces ni el agua y se fue sin despedirse. Ligeramente confundido Álvaro se inclinó y se desató las deportivas. Sin saber muy bien qué hacer con ellas las dejó en el suelo del armario, donde colgó también su cazadora. Ya en el baño se sacó la camiseta y los ceñidos pantalones. Les dobló sobre el lavabo impoluto y se introdujo en la ducha. El agua caliente recorrió su piel y consiguió relajarle los músculos. Haciendo uso del pequeño bote de jabón del hotel se aseguró de restregarse hasta el último rincón del cuerpo, prestando especial atención a sus nalgas, ingles, axilas y genitales. A pesar de no pretenderlo no pudo evitar tener una erección mientras se enjabonaba. Resistiendo las ganas de masturbarse se aclaró el jabón procurando no mojarse el pelo y se envolvió las caderas en una de las mullidas toallas del hotel tras secarse con ella. Estaba a punto de prender el televisor cuando la puerta se abrió de nuevo.

–Veo que me has hecho caso, muy bien –comentó Héctor a modo de único saludo.

–¿Qué te habías dejado? –preguntó el joven algo apocado, ciñéndose más la toalla en torno a las caderas.

–Oh, no te preocupes, lo descubrirás pronto. Ven aquí.

Héctor se acercó al joven que se puso de pie. La pequeña toalla no conseguía disimular su erección, pero para su sorpresa el gigante la ignoró. Agarrándole por los hombros le hizo girar y caer boca abajo en la cama. Acariciando su espalda el hombre retiró el trozo de tela húmeda y aferró las blandas nalgas del chico que soltó un gemido, dejándose manosear sin oponer resistencia. Héctor separó los glúteos y examinó detenidamente el ano del joven. Rosado, estrecho y con pequeños pliegues tenía un aspecto realmente apetecible. Pasando uno de sus grandes dedos por el ano de Álvaro le abrió ligeramente. El chico soportó el escrutinio en silencio, observándole por encima del hombro, con los ojos brillantes y el pene duro y goteando sobre la cama.

Sin dirigirle la palabra Héctor retiró una de las almohadas y sacó un antifaz con el logo del hotel estampado en él de debajo de la misma, obsequio para los huéspedes. Con una sonrisa maquiavélica le deslizó por la cabeza del chico y, colocándole sobre sus ojos, cegó su vista. Álvaro volvió a gemir y llevó una de sus manos al antifaz de tela, pero antes de que pudiese rozarle Héctor le retuvo por la muñeca y dobló el brazo del chico hacia atrás, en su espalda. Juntándole con el otro brazo les mantuvo sujetos con una sola mano, con una facilidad insultante, y sacando un juego de esposas de cuero de la mochila que había dejado a sus pies inmovilizó ambas muñecas, una contra otra.

–¿Qué haces? –preguntó Álvaro, más excitado que preocupado.

–Asegurarme de que eres una buena puta, y de que no te mueves hasta que nosotros te digamos que lo hagas. Ahora cierra la boca, no hagas preguntas y aguarda ahí quieto y tranquilo. Si no te ves capaz, siempre puedo amordazarte.

A pesar de su tono duro pudo notar que la situación le divertía. Mordiéndose el labio inferior el chico movió las piernas, buscando una postura más cómoda sobre la cama, resignado a esperar. Si bajaba las caderas podía notar como rozaba su pene contra la tela, pero consciente de que eso no le ayudaría en lo más mínimo procuró mantenerse quieto. No sabía qué hacía Héctor, pero escuchaba cómo abría y cerraba las cremalleras de la mochila y como sacaba objetos de ella, aunque no pudo precisar cuáles. Dejándole sobre la cama él también se fue a la ducha. Álvaro pudo escuchar el agua cayendo al suelo y pudo aspirar el olor del jabón, el mismo que había usado él antes. Héctor salió de la ducha y tras secarse con la toalla se acomodó a los pies de la cama. Unos golpes secos en la puerta dispararon los latidos del corazón y por instinto giró la cabeza, buscando con la vista el origen del sonido.

–Veo que no habéis empezado sin mí, se agradece. –La áspera voz de Víctor le llegó con claridad acompañada del sonido de sus pasos pesados.

–No te preocupes, no empezaríamos la fiesta a solas.

–Voy a ducharme, ¿por qué no le vas preparando mientras? Después podemos ver qué sabe hacer, aunque tú ya llevas ventaja en eso.

–Sólo con su culo, y le tiene fantástico, créeme. –Se jactó Héctor.

A sus oídos llegó la risa de Víctor y el sonido del agua cuando este se metió en la ducha. Héctor le dio dos fuertes azotes en las nalgas que le arrancaron dos gritos cortos. Procurando contenerse y no volver a gritar consiguió mantenerse en silencio, temblando de excitación. Algo frío y húmedo se extendió por su ano y no le costó reconocer el lubricante. Los gruesos dedos del hombre presionaron sobre su orificio y consiguieron entrar ligeramente, extendiendo el lubricante dentro y fuera de su ano. Mordiendo la colcha de la cama volvió a gemir y se removió ligeramente, ganándose otro azote. Algo metálico y suave pasó por sus testículos, ascendiendo hasta su ano. La punta del objeto bordeó varias veces el orificio y finalmente se detuvo presionando contra la entrada, pero sin llegar a introducirse. La larga melena de Héctor se desparramó sobre su espalda cuando el gigante se inclinó sobre él, pegando los labios a su oreja.

–No voy a decírtelo de nuevo porque ya eres mayorcito, pero te lo repetiré una vez más antes de empezar: si en algún momento quieres parar, o no quieres hacer algo, dilo y pararemos –insistió Héctor, en un susurro apenas audible.

–Por favor… por favor sigue, no sabes cómo llevo todo el día.

El hombre se retiró con una breve risa y la presión de su ano aumentó, hasta que un objeto frío, largo y cada vez más ancho entró por completo en su interior. Soltando un gemido movió las caderas. Era indudable que el objeto alojado en su ano era un plug anal de metal, de tamaño más que mediano. Héctor sacó el plug de un tirón y volvió a meterle, acariciando el pene del joven que goteaba sin parar manchando la mano del hombre y la cama. Recogiendo el líquido preseminal lo extendió por las nalgas del joven mientras movía el plug nuevamente. Álvaro gemía, sin importarle nada salvo que siguiera moviéndole. Tan concentrado estaba en las sensaciones que apabullaban su cuerpo que no se percató de cómo cesaba el ruido de la ducha.

–Es toda una puta ¿eh? Ni siquiera te has sacado la polla y ya está gimiendo como si estuviese en celo.

Ambos hombres rieron mientras el chico se sonrojaba intensamente. Mordiéndose el labio inferior intentó controlarse y no gemir, pero el plug saliendo de su ano y volviendo a entrar nuevamente bastó para acabar con su débil resistencia. Sintió hundirse la cama bajo el peso del cuerpo de alguien y como le agarraban por el cabello, sin descolocarle el antifaz. Moviendo su cabeza como si la de un muñeco se tratase Álvaro notó como le guiaban hasta quedar contra el cuerpo de alguien. Podía sentir unos músculos inmensos y cómo bajaban su cabeza hasta que un pene grueso y grande chocó contra sus mejillas.

Un azote duro, más que los anteriores, sumados a un brusco tirón de sus testículos le hizo jadear y abrir la boca. Antes de que pudiese protestar el glande del pene que estaba contra su mejilla se introdujo en su boca, llenándola por completo e inundándola de un intento sabor salado. El gruñido de placer de Víctor bastó para que comenzase a moverse por propia iniciativa, acariciando el glande con la lengua, buscando el frenillo para poder estimularle. El músico empujó la cabeza del joven hacia abajo y palmeando sus mejillas con la fuerza suficiente como para marcarle los dedos movió a la vez las caderas, clavando su pene hasta la garganta de Álvaro que tosió ligeramente, sin intentar rechazar la intrusión.

–Joder, es mejor de lo que me imaginaba– comentó Víctor haciendo fuerza sobre la cabeza del joven, que se movía cuanto se le permitía, tragando el pene del bajista–. Te gusta mi polla ¿verdad? Sí, por como tragas es obvio que sí.

Incapaz de responder el joven solo fue consciente de que retiraban nuevamente el plug de su ano, reemplazándole por los dedos de Héctor. Tres de sus gruesos dedos se abrieron camino dentro del estrecho ano del joven, alcanzando el esfínter y dilatándole sin dejar de moverse. Su cabeza bajaba y, privado del sentido de la vista como estaba, sus demás sentidos trabajaban el doble para compensarlo. A su nariz llegaba el olor a jabón que emanaba de la piel del músico, su lengua captaba todas y cada una de las gruesas venas que surcaban el pene, lo suficientemente ancho como para provocarle una ligera molestia en la mandíbula y que se sumaba al sabor salado del líquido preseminal y podía escuchar con claridad los gemidos y jadeos de ambos hombres.

Con un tirón el músico le retiró el antifaz. Parpadeando a causa de la luz su mirada recorrió como un cohete todo el cuerpo del bajista. Lo primero que resaltaban eran sus músculos, enormes, abultados, sobresaliendo en todas direcciones. Lo segundo eran los tatuajes. Cientos de pequeñas runas corrían por su piel en frases incomprensibles para él. En los deltoides de ambos brazos dos amenazadoras cabezas de lobo gruían enseñando unos inmensos colmillos, en un estilo que recordaba a los antiguos grabados vikingos. Descendiendo por los pectorales, rodeados de más y más runas, dos cuervos negros aferraban el mango de un martillo de guerra que bajaba hasta que su cabeza se definía justo antes del pubis. Por lo poco que podía ver de las piernas, la izquierda estaba igualmente cubierta de runas y escenas que no supo identificar, pero en la derecha se enroscaba un dragón de aspecto extraño.

Al percatarse de la dirección de la mirada del joven, Víctor agarró su rubia melena con fuerza y le volvió a palmear la mejilla. Obligándole a mirarle a la cara, ahora completamente desmaquillada, se arrodilló en la cama y movió con fuerza sus caderas, penetrándole la boca una y otra vez, cada vez más rápido. Ligeras arcadas cerraban la garganta de Álvaro quien sin embargo no pidió tregua en ningún momento. La saliva se le escapaba de las comisuras de los labios sin que pudiese hacer nada por evitarlo, descendiendo por su barbilla y su cuello y cayendo a la cama. Con cada empujón el glande del músico llegaba hasta su garganta y su mandíbula se abría casi hasta el límite. Con un gruñido de placer Víctor aferró su cabeza, impidiéndole casi cualquier movimiento, se movió de forma que la nariz del joven chocaba contra su pubis en cada embestida. El rizado vello oscuro del hombre le hacía ligeras cosquillas en la nariz cada vez que le empujaba contra él y cuando le dejaba el pene clavado, disfrutando de toda su profundidad, sacándole cuando empezaba a pensar que se ahogaría.

Mientras, Héctor seguía dilatando su ano, introduciendo un dedo tras otro, sacándoles, metiendo todos juntos o abriéndoles y separándoles. Trabajaba de forma metódica, buscando más abrirle y dilatarle que el que disfrutase. Aún así, la sensación en su interior era tan placentera que dudaba que pudiese aguantar mucho más. Su pene palpitaba y soltaba gotas de líquido preseminal con tanta frecuencia que una considerable mancha oscura se había formado en el cobertor azul de la cama. Procurando mantener la espalda arqueada y las nalgas hacia fuera acabó por encontrar un ritmo donde podía moverse de forma que pudiese tragar y a la vez facilitar que los robustos dedos del hombre encontrasen un mejor camino en su interior, aún así, cuando este empezó a estimularle la próstata, rotando y engarfiando los dedos en su interior, gimió y se retorció, ansiando soltar sus manos y poder tocarse.

Su reacción divirtió a ambos hombres, que se echaron a reír sin cesar en sus asaltos. Víctor se movió con más fuerza, casi con rabia, mientras le agarraba por la melena y daba ocasionales bofetadas a sus mejillas, sin hacerle daño realmente, pero sí con fuerza suficiente como para obligarle a dar un respingo y concentrar toda su atención en complacerle, olvidándose de su propio cuerpo. Héctor retiró sus dedos, pero en lugar de penetrarle, como el joven esperaba y ansiaba, introdujo un nuevo juguete en su interior. El tacto suave y más cálido le permitió saber que se trataba de un consolador esta vez, mucho más grueso que los dedos o el plug. Su bien lubricado ano se distendió y le permitió el acceso sin demasiados problemas. Héctor le empujó con fuerza hasta que el tope de silicona del final chocó contra los glúteos del joven.

El hombre aferró con fuerza el juguete y comenzó a meterlo y sacarlo del ano del chico, que se esforzaba por no perder el ritmo impuesto por Víctor y a la vez soportar los repetidos asaltos de Héctor, quien no le concedía ni un momento de relax. Inclinándose sobre él aferró sus testículos y les masajeó con su manaza mientras el consolador entraba y salía a un ritmo constante. Abrumado y llevado al límite Álvaro no pudo aguantar más. Un potente orgasmo irradió desde su pene y le forzó a arquear la espalda hacia dentro, mientras largos chorros de semen caían sobre la colcha. Ambos hombres se detuvieron, observando como terminaba sin manos. Héctor cruzó una mirada significativa con Víctor que sonrió a su vez, dando crédito a lo que ya le había contado el gigante. Violentos escalofríos recorrieron al joven que por fin terminó.

En el momento en que el placer empezaba a disiparse, Héctor le agarró del pelo, tirando bruscamente de su cabeza hacia atrás y forzándole a dejar de chupar por un momento. Víctor aprovechó el breve descanso para pasar su pene por la cara del chico, que pudo apreciar perfectamente sus diecinueve centímetros. Aunque más corto que el de Héctor, era más grueso y sus venas resaltaban muchísimo más que las del gigante que ahora acariciaba sus nalgas casi con dulzura, causándole un escalofrío de excitación al comprender que había cometido un error.

–Vamos a ver, –empezó con un tono suave y meloso– ¿Te he dado permiso para que te corras?

–No… no lo has hecho –musitó Álvaro mientras el pene de Víctor pasaba sobre sus labios, cubriéndolos de líquido preseminal.

–Ya, eso pensaba. ¿Te ha dado Víctor permiso para hacerlo?

–Tampoco lo ha hecho, pero no aguantaba más, no he podido evitarlo –gimoteó intentando mirar a Héctor.

El hombre afianzó más el puñado de cabello en su puño y sin dejarle continuar descargó su manaza en las tiernas nalgas de Álvaro, que gimió excitadísimo por el rudo trato que recibía. Agarrando el pene aún erecto del chico le apretó con fuerza y le masturbó ejerciendo más presión de la necesaria, a modo de castigo. Los húmedos gemidos del joven se intensificaron y movió las caderas sin percatarse de ello siquiera. El bajista volvió a frotarse contra los labios cubiertos de saliva y líquido preseminal y golpeó sus mejillas con el pene, sonriendo con tiranía mientras le veía retorcerse.

–No importa si no te aguantas, estúpido. Si nosotros no te damos permiso, no puedes ni siquiera moverte. –Le reprendió Víctor empleando el mismo tono impostado y meloso y sin perder la sonrisa–. No obstante, podemos ser indulgentes y suavizar un poco el castigo. No lo has hecho nada bien, pero así estarás más tranquilo el resto de la noche.

Álvaro se estremeció nuevamente. Héctor recogió toda la melena del joven en su manaza y se la tendió a Víctor, que la enroscó en torno a su puño a modo de correa. Con el corazón desbocado y latiéndole como loco contra las costillas Álvaro alcanzó a ver cómo se reacomodaba el gigante detrás de él, con ambas manos sobre sus nalgas. El bajista alcanzó la almohada y colocándola sobre su regazo enterró la cara del chico en ella, ahogando sus gemidos hasta que apenas fueron audibles. Usando su mano libre para masturbar su grueso pene se inclinó hacia delante y tras una seña rápida a Héctor para que se preparase, pegó sus labios al oído del chico.

–Puedes gritar si quieres, te damos permiso.

No había terminado de decirlo cuando el primer azote, duro y seco, impactó contra las blancas nalgas del joven, que se retorció y gritó sin poder contenerlo. Las esposas de sus muñecas le impidieron mover los brazos para cubrirse, haciendo imposible que se defendiese del siguiente azote, igual de fuerte que el primero. Héctor tenía fuerza, y empleando su peso sobre las piernas de Álvaro las inmovilizó contra la cama, mientras Víctor sostenía su melena y se masturbaba. El pecho plano del chico subía y bajaba con agitación entre cada azote, fruto de los rápidos jadeos causados por la adrenalina que ahora recorría su cuerpo. Su pene mantenía su dureza a pesar del orgasmo, traicionando el intenso placer que sentía al ser dominado por aquellos dos hombres. Aún así, el no saber cuántos azotes más le harían soportar le inquietaba, manteniéndole alerta.

La mano recia de Héctor volvió a aterrizar en su carne, enrojeciéndola y marcándola con la silueta de sus gruesos dedos. Los tiempos entre azotes se acortaban con cada uno y los dos restantes aterrizaron casi seguidos. La almohada contenía sus gritos con bastante eficacia, pero aún así tanto Víctor como Héctor apreciaron que más que gritos de dolor eran de placer. Moviendo el consolador dentro de su ano el gigante palmeó con ligereza el enrojecido trasero del joven, disfrutando de los suaves gemidos que este soltaba con cada suave golpe. Dejó que se relajase y cuando su respiración se normalizó volvió a azotarle, encadenando un azote tras otro hasta llegar a los diez.

El chico se desplomó sobre la cama con las piernas temblorosas y las nalgas de un vivo color rojo, pero los hombres, lejos de darle tregua, le ayudaron a volver a la posición original. Víctor retiró la almohada e introdujo nuevamente su pene en la boca de Álvaro, moviendo las caderas con brusquedad y buscando el orgasmo. Héctor sacó el consolador del ano del joven y tras comprobar lo dilatado que estaba volvió a introducirlo, imitando el ritmo de su amigo y forzando la flexible silicona para que se ondulase en el interior del chico, de forma que siguiese abriéndole sin tregua.

Con un gruñido de placer Víctor empujó la cabeza del chico contra su pubis, sintiendo cómo bregaba por controlar las arcadas y escuchando los húmedos ruidos que indicaban que había invadido su garganta. El orgasmo le llegó de inmediato, haciéndole jadear y moverse sin ninguna consideración, disfrutando de la boca del chico y terminando tanto en su garganta como en su boca. Al mirarle apreció los ojos enrojecidos, las lágrimas deslizándose por las mejillas y la saliva colgando de su boca. Moviéndose más despacio disfrutó de la imagen, dejando al chico tragar y limpiar toda su longitud a su ritmo. Álvaro movió la lengua con pericia, recorriendo el glande enrojecido e hinchado, las venas marcadas y la línea media del rafe, alternando el uso de la punta de la lengua y toda su totalidad.

El bajista finalmente se retiró, dándole un par de palmadas apreciativas en sus mejillas. El chico frotó la cara contra la colcha para limpiarse mínimamente y suspiró con cansancio, cerrando los ojos. A su espalda notó como Héctor se levantaba y escuchó sus pasos acercándose a su cabeza. Víctor le cedió su sitio y Héctor se sentó delante de Álvaro que abrió los ojos solo para encontrarse los veintidós centímetros de Héctor copando todo su campo visual. Levantando la vista pudo ver su ancha sonrisa en el momento en que Víctor se acomodaba detrás de él, sacando de un tirón el consolador de su ano.

–Espero que no estés pensando en irte a la cama, novato –se burló Héctor al percatarse de su cansancio–. No hemos hecho más que empezar.

–Nota de ShatteredGlassW–

Gracias a todos por haber leído este relato. Espero que os haya gustado y le hayáis disfrutado mucho. El grupo que figura en el relato es completamente ficticio y la figura de Sköll, o cualquier otro miembro de la banda, no se basa en ninguna persona real.

Antes de dejar mi email debo disculparme por la excesiva demora en subir nuevos relatos. Por desgracia me pasé casi todo enero con anginas y una desagradable faringitis que se resistió a irse hasta finales del mes, y después he tenido que emplear febrero en ponerme al día con todo lo que no pude hacer en enero, por lo que mi tiempo para escribir, no solo relatos eróticos sino cualquier cosa, se vio reducido a cero. Como compensación, estos días subiré cuatro relatos seguidos (contando el tiempo de demora que tienen en subirse), y después retomaré el horario que está puesto en mi perfil. Nuevamente pido disculpas por la demora y espero que sepáis perdonarme.

Si tenéis comentarios o sugerencias y queréis comunicaros de una forma más personal conmigo podéis hacerlo a través de mi correo electrónico: [email protected]

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