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Han pasado dos meses desde el primer encuentro con el primo de mi novio y aún sigo alucinada.

Juan, mi novio desde hace algo más de nueve meses, tiene buena parte de su familia materna viviendo en Galicia, su madre se mudó a Sevilla siendo muy joven y sin comerlo ni beberlo, se enredó con un sevillano con el que se casó y tuvo dos hijos. Juan es el pequeño y Roberto le supera en edad por tres años.

Desde que comenzamos a salir lleva hablando sin parar de su primo Jaime, de su talento y de su hermandad con él, pues durante su infancia, en cada período vacacional las familias se reunían, a veces en Sevilla y otras en tierras gallegas.

Hace ya algunos años que esa frecuencia disminuyó y por eso Juan se pone tan intenso hablándome de su primo querido. Esta vez, me tocaba a mí recogerlo de la estación de tren de Santa Justa, porque mi novio esa tarde trabajaba y era imposible ir a recibirlo. Llegué pronto y lo esperé tranquilamente aunque algo intrigada por saber cómo era realmente su personalidad, pues ya sabía cuál era su físico y sí, era bastante mono, pero a mí me gusta conocer a la persona para tener algo más, así que nunca le he dado mucha importancia al aspecto físico.

Su tren llegó puntual y vi cómo se bajaba de él a lo lejos, con una mochila y una pequeña maleta a rastras. Le hice gestos cuando estaba más cerca para que me reconociera sin problemas, pues él también sabía que aspecto tenía yo. Me sorprendió de entrada su cálido saludo, dándome dos besos mientras me tocaba suavemente el brazo con una mano, me gusta la gente que no invade mi espacio y sabe respetarlo. Lo siguiente que me sorprendió fue lo buenísimo que estaba, vale, sé que el físico no era lo más importante y bla bla bla, pero es que en persona ganaba como cuatros veces más que en foto… Disimulé muy bien (o eso creo) para que no se me notara el micro latido de chichi que había tenido, porque ese gallego de cerca impactaba bastante.

Vi en Jaime a un hombre que no llegaría al metro ochenta, tenía pelo corto, castaño muy oscuro y una barba de varios días, pero bien cuidada que vestía muy bien toda la zona inferior de su rostro. Mentón marcado, pero no muy prominente y de su ancho cuello colgaba una punta de amatista que le quedaba muy bien colocada entre su notable y abultado pectoral.

Su indumentaria aquel día daba a entender que era una persona sencilla en gustos pero muy práctica, pues los vaqueros azul marino y la camiseta marrón algo desgastada, le quedaban súper bien, además de tener buen aseo personal porque al besarme desprendía un olor a limpio que me encantó. No es que lo considerara un modelo en cuanto a belleza, pero es de esos hombres que tiene ese famoso “sé qué, que qué se yo, que yo qué sé”…

Llegamos al coche y una vez cargado el equipaje, nos dirigimos a casa donde unas horas más tardes llegaría su primo sevillano para acapararlo por completo.

Le enseñé nuestra casa y le llevé a la planta de arriba donde tenemos la habitación de invitados.

Fui a la planta de abajo a preparar algo para picar, me gusta ser buena anfitriona y ofrecer mi casa como un sitio acogedor. Le dije que se instalara y se aseara si lo consideraba conveniente, me dijo que bajaría en breve para darse una ducha si no me importaba. –Para nada, estás en tu casa Jaime- le contesté yo.

Descolocada me quedé cuando ese gallego con cara de no haber roto un plato, baja con un pantalón de chándal gris como atuendo, sí, sólo un pantalón gris y sí, llevaba más ropa, pero solo en la mano… No pude mirarle a los ojos mientras me pedía muy amablemente si le prestaba una toalla, aunque reaccioné rápido y creo que no se percató al estar mirando su móvil mientras me hablaba. Se dio una ducha rápida y salió vestido para la tranquilidad de mi clítoris, que ya me estaba susurrando desde que lo vi aparecer con el torso desnudo. Le invité a ponerse cómodo en el sofá y a comer algo, teníamos queso, algo de fruta y vino, el cual jugó un papel importante en todo esto.

Tras un buen rato de conversación puede comprender que Jaime no sólo era guapo y apuesto sino que, era un tío que hablaba muy bien, conocía muchos temas de conversación que me resultaban muy interesantes y sobre todo se mostraba como alguien muy sensible, amante de los animales y de la naturaleza, de hecho su profesión era veterinario, otro punto más a favor del primito.

Entre sus maravillosas sonrisas al contarle mis cosas y las copitas de vino que se acumulaban, Jaime empezó a ponerme pero que muy cachonda. El clítoris no me susurraba, me gritaba a voces que me rozara con él como una posesa. Mi apariencia y mi intención siempre era la de ocupar el sitio que me correspondía, la novia de su primo. – No puedo follarme al primo querido de Juan- me decía una y otra vez hacia mis adentros, pero Jaime colocó fugazmente su mano en mi rodilla mientras me hablaba de un tema que ni recuerdo, porque al puntito gracioso que me estaba dando el vino, se unía lo caliente que me estaba poniendo ese hombre tan interesante. –Venga primo Jaime, no me lo pongas más difícil- me repetía intentando convencerme de lo inevitable. Dejé de contenerme y decidí aprovechar el rato que aún nos quedaba antes de que llegara Juan. Haciéndome la tonta fui acercándome más a él y fui yo la que entre risas le puso mi mano en su pierna, pero no en la rodilla, ni hablar, en la mitad del muslo. Quería subirla hasta su entrepierna a toda costa. Jaime reaccionó encantado del contacto y me puso su mano encima de la mía, el corazón me iba a explotar, quería besarlo y cada vez me ponía más burra el olorcito a hombre que desprendía el famoso primo gallego. Con su otra mano me colocó el pelo por detrás de la oreja y con ese gesto me puse tan nerviosa que solo pude mirar sus labios unos segundos antes de que él besara los míos con una intensidad tremenda.

Nos enrollamos mientras mi mano ya agarraba su polla por fuera de los pantalones, tan fuerte que parecía que me la iban a robar. Jaime mientras tanto, me colocaba una mano en el lateral del cuello y la otra se introducía por debajo de mis holgados shorts hasta llegar a mis bragas, que ya estaban mojadas desde hacía rato. Sus manos eran grandes y suaves, podía abarcar casi todo mi cuello por completo con una sólo. Metí mi mano dentro del chándal buscando desesperadamente su polla, que estaba libre de ropa interior y muy dura.

Me sorprendió el tamaño, pues estaba acostumbrada al miembro de mi novio, que dota bastante alegre, pero el de Jaime era bastante más corto aunque mucho más grueso. –¡Joder con el primo! -pensé al agarrar como pude esa lata de cerveza que tenía por polla. Sus manos iban y venían por todas partes, agarrando con fuerza mis pechos, pellizcando suavemente mis pezones y manoseándome como un vicioso toda mi ardiente y húmeda raja. Mientras más fuerte le pajeaba, más primitivo se ponía ese gallego con aspecto amoroso. Nos quitamos la ropa al completo como en una carrera a contrarreloj y Jaime me abrió de piernas para zamparse todos los jugos que le ofrecía mi coño, que no eran pocos. Aún recuerdo esos movimientos de lengua tan extraños y me pongo tonta…

Me incorporé y me coloqué de rodillas frente a él para comerme ese cipote como pude porque era como una pequeña barra de mortadela, mientras me ayudaba de las manos para acariciarle los huevos al potro de las Rías Baixas. El goce era máximo, disfrutando como nunca la limpieza de una buena verga.

No tomaba anticonceptivos por entonces y no tenía condones, así que para evitar cualquier susto futuro que me hiciera estar pendiente de un test de embarazo, le pedí a Jaime que me follara el culo, sin ser consciente en ese momento de la cosa tan gruesa que me iba a perforar, supongo que sería fruto del calentón del momento. Me subió a la mesa con ímpetu apartando todo lo que había en ella con el único propósito de romperme por la mitad, sus ojos me lo decían más que de sobra.

Reconozco que al principio me dolió, estoy acostumbrada al sexo anal pero no con algo tan gordo, aunque pasados pocos segundos, mi ano se amoldó perfectamente a su polla, que tenía totalmente metida mientras yo me rozaba alocadamente para el frenesí de mis clítoris, que se lo estaba pasando como nunca.

Por momentos cobraba consciencia de lo que estaba haciendo, la culpa y el remordimiento aparecían, aunque rápidamente eran disipados por la lujuria que se estaba viviendo en esa mesa.

Me corrí dos veces casi seguidas con ese bruto follándome sin parar y le pedí que hiciera lo mismo, pues mi novio no tardaría en llegar –quiero toda tu leche- le grité al oído mientras me dejaba las uñas en su espalda. Sacó su verga de mis adentros y con una sensible brutalidad me bañó casi entera con todo su jugo varonil, salpicándome incluso en alguna zona de la cara. Ver a ese macho sacudirse el rabo para venerarme con toda su esencia fue el culmen de todo el acto casi incestuoso que acabábamos de cometer.

Cuando terminamos, nos vestimos rápidamente como dos puritanos que no habían hecho nada malo para recomponernos de aquello tan sucio pero tan memorable que habíamos puesto en práctica.

En plena recomposición para que todo pareciese formal, llegó Juan y entre primos se dieron su ansiado abrazo de alegría, aunque no sé si Jaime estaría muy contento sabiendo que había profanado con lujuriosa pujanza el culo de su novia…

Me sentí culpable al ver la escena, pero al mismo tiempo sentí la imperiosa necesidad de follarme a esos dos parientes varones al mismo tiempo, algo que tiene mi mente ocupada hasta el día de hoy. Cuando me propongo algo lo consigo, así que ya veremos…

De momento, bienvenido Jaime, ha sido un placer conocerte.

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