Eran las dos de la madrugada y todo estaba en calma. Sólo el sonido de los grillos escoltaba a un silencio absoluto. Pablo se despertó de un sueño inconcluso, consecuencia del bochorno de la noche, con una erección propia de un caballo.
Sabía que el único modo de conciliar de nuevo el sueño era masturbándose y lo hizo intentando retomar el guion de una fantasía que había ido tomando forma los últimos días.
Desde que su tía Ángela estaba en casa, las hormonas las tenía más revueltas que de costumbre. Siempre la había encontrado atractiva, pero ahora que llevaba dos semanas viviendo en casa, su imaginación rebasaba los límites de lo éticamente correcto.
Ángela era la hermana pequeña de su madre. A sus cuarenta y cinco años (diez menos que su madre), su atractivo levantaba pasiones, e incluso con la madurez, sus encantos resultaban todavía más seductores para cualquier hombre, ni qué decir para un muchacho de veinte años en plena efervescencia sexual.
Ángela estaba casada. Su marido se encontraba en Dubái dirigiendo un proyecto urbanístico e iba a estar varias semanas ausente. Era por eso que las dos hermanas decidieron que mientras permaneciese en el extranjero conviviría con ellos. Por su parte, Pablo estaba más que encantado ante las posibilidades de verla en situaciones más íntimas. Le gustaba contemplarla recién levantada y en pijama, momento en el que se advertían los pezones a través de la fina tela de la prenda, por tanto, después de deleitarse ante tan sugerente manjar, Pablo tenía que acudir con urgencia a descargar toda la euforia acumulada.
Después de dos semanas de matarse a pajas imaginando las delicias que tan celosamente su tía atesoraba, y a las que él solo podía aspirar a deleitarse imaginándose en cientos de situaciones eróticas, Pablo quería ir un paso más allá. Utilizó sus ahorros para hacerse con una diminuta cámara que podía controlar desde su teléfono móvil, de tal modo que la activaba cuando su tía se iba a su habitación, de manera que el número de pajas aumentó sustancialmente. Ahora podía disfrutar en tiempo real cada vez que ella se desnudaba. Si su imaginación (ya de por sí fecunda), lo llevaba a soñar despierto, verla desnuda superaba con creces todo lo imaginado.
A los tres días de disfrutar en asientos de primera fila de las vistas que la cámara le brindaba de su tía, constató que ella, como mujer, también tenía necesidades, y para satisfacerlas disponía de una diversa gama de juguetes sexuales que utilizaba sin el menor recato.
Su sexo depilado en su zona inferior y adornado en la zona del pubis con una estrecha franja pelillos, engullía un falo de un tamaño que cualquier hombre hubiera deseado para él. Y no es que Pablo anduviera cojo en ese sentido, dado que su polla era de buen tamaño, en ocasiones excesivamente grande para las remilgadas niñatas con las que se relacionaba. Pero al ver el consolador que su querida tía manejaba, reconoció que era de las que no se conformaba con nimiedades.
De vez en cuando se sacaba la polla de látex para repasar toda su raja y detenerse en el pequeño botón queriendo disfrutar de las vibraciones que el juguete le brindaba en esa zona. Después llevó la verga a su boca y la repasó con la lengua reiteradas veces para, a continuación, introducírsela en la boca una y otra vez. Tras unos minutos lengüeteando y engullendo el consolador, volvió a metérselo en el coño y un gemido escapó de su boca. El dedo corazón de la otra mano se ocupaba de atender el anhelante clítoris, mientras la polla desaparecía en la cavidad y volvía a reaparecer en movimientos contundentes cada vez más rápidos. Poco a poco el dildo iba impregnándose del flujo blanquecino que segregaba su vagina, prueba evidente de su excitación. Ángela levantó las caderas y movió la pelvis repetidas veces, anunciando así un maravilloso orgasmo que Pablo pudo escuchar, no sólo mediante el teléfono, sino también a través de las puertas. Como si el artífice de la corrida de su tía hubiese sido él, consideró que ya podía correrse y se abandonó a su placer dejando escapar el líquido a presión, y como si de un aspersor se tratase, se desparramó sin contención por la habitación. Después de quince segundos expulsando leche se desplomó encima de la cama reconociendo que había sido la mejor paja que recordaba.
Volvió a mirar el teléfono móvil comprobando que su tía se colocaba el pijama, se tapaba, apagaba la luz y caía rápidamente en un merecido sueño tras la descarga de endorfinas. Pablo hizo, lo mismo, limpió el suelo, se puso el pijama e intentó conciliar un sueño que se resistía a aparecer después de todo lo que había visto. Todo aquello era demasiado para un joven de veinte años, de modo que tras dos pajas más sosegadas, el sueño le ganó la batalla, durmiendo esta vez de un tirón.
Pasó una semana y Pablo no volvió a observar la morbosa conducta de su tía. Eso sí, disfrutó de los momentos fugaces en los cuales ella se desnudaba para cambiarse de ropa, siempre a la espera de regocijarse de nuevo contemplando el espectáculo grabado a fuego en su cerebro, hasta que un lunes, después de suspenderse las clases en la facultad, regresó a casa, en vista de que no tenía otros planes. Se suponía que un lunes por la mañana todo el mundo estaba trabajando y en casa no tendría por qué haber nadie, por lo que aprovecharía para ver la escena en su móvil una y otra vez hasta que sus reservas de leche se vaciaran.
Cuando entró en casa escuchó gemidos provenientes de la habitación de Ángela y se acercó con sigilo agradeciendo el hecho de disfrutar de otra situación morbosa, por lo que entró en silencio en su habitación y cerró la puerta para explayarse.
Al encender el móvil y activar la cámara vio como Ángela estaba montada encima de un amante y saltaba alegremente sobre un enhiesto falo de notable tamaño. Reconoció entonces que su tía no se conformaba con cualquier menudencia. Fue cuando abandonó la cabalgada para cambiar de posición, cuando reconoció que era su padre el suertudo que se la estaba beneficiando. Lo odió por ser un adúltero y engañar a su madre, pero lo odió todavía más por robarle a la diosa a la que deseaba con todas sus fuerzas.
Ambos amantes se reposicionaron y Ángela apoyó sus codos en la cama ofreciéndole a su cuñado un trasero por el que muchos hombres matarían. Un coño en forma de hucha asomaba por debajo pidiendo a gritos rellenarlo. El padre del muchacho se cogió la verga y con un golpe de cadera se la metió hasta los higadillos haciéndola gritar de placer en cada una de las embestidas que le daba.
Pablo se preguntó por qué una mujer como ella se dejaba follar por su cuñado diez años mayor que ella, con un cuerpo deteriorado por la edad y por la poca actividad física, pero pronto cayó en la cuenta de que al parecer, más que la edad y su atractivo, lo que tentaba a su tía eran las grandes pollas, y viendo el tamaño que calzaba su padre, agradeció el hecho de haber heredado de él sus atributos.
Ángela culeaba mientras su cuñado babeaba y se aferraba a su culo embistiendo como un toro en celo. Unos sonoros azotes en las nalgas armonizaban la sinfonía de gritos y jadeos que los dos amantes liberaban.
Seguidamente, el amante le dio la vuelta a su cuñada, le abrió las piernas todo lo que daban de sí y se la volvió a ensartar acelerando el ritmo en cada embate. La mujer se asió a las nalgas de su cuñado y se dejó follar por él con la ferocidad propia de un animal salvaje, llevándola a un portentoso orgasmo en el que los cimientos de la casa se vieron comprometidos al dar rienda suelta a su placer, pensando que no había nadie en la casa. Segundos después, Pablo vio como la verga de su padre abandonaba el orificio rociando las tetas y el cuello de la hermana de su mujer. Al mismo tiempo soltaba lastre Pablo, eyaculando en todas direcciones, al tiempo que contemplaba a través del móvil la pornográfica escena en la que sus familiares eran los protagonistas.
Los dos amantes se quedaron extenuados en la cama. Pablo limpió el pringue provocado por su gayola y salió de casa sigilosamente para no delatar su presencia.
La idea de que su padre era un adúltero no ensombreció el hecho de que su obsesión era ahora follarse a su tía a cualquier precio, y para ello buscó y rebuscó una y otra vez la manera idónea, aunque sin éxito. El único modo viable que se le ocurrió fue la extorsión a través del chantaje, si con ello conseguía llevar a cabo su objetivo, sin embargo, después de largas horas de reflexión, no creyó tener el valor suficiente para trazar tan maquiavélico plan, pues eso lo calificaría como un abyecto e infame sinvergüenza.
Fue ella la que acudió en su ayuda allanándole el camino cuando le preguntó si le apetecía que fuesen juntos a la playa, por lo que Pablo abandonó el descabellado plan y decidió gozar del momento y disfrutar de la visión de las exquisiteces de su tía más de cerca.
A las nueve de la mañana era buena hora porque no había mucha gente y los rayos del sol todavía no calentaban con tanta intensidad, por lo que a esa hora ya estaban tía y sobrino desplegando las toallas para tomar el sol, no sin antes ponerse la crema protectora. Pablo no perdía detalle de las caricias que se daba su tía aplicándose la crema en su piel. El bikini de Ángela era amarillo y lo suficientemente claro que trasparentaba sus tesoros dejando poco margen a la imaginación. Parecía que los pezones quisieran perforar la tela de la pequeña prenda y Pablo no pudo evitar una erección que a su tía no le pasó desapercibida, pero rápidamente se dio la vuelta y le instó a ponerle crema por la espalda. Se tumbó boca abajo para que le aplicara el protector, permitiendo que su sobrino se deleitase, aunque él ya sabía lo que escondía el pequeño bikini. Pablo esparcía la crema por la espalda con friegas que deberían haber sido enérgicas para que la piel la absorbiera, sin embargo ella lo percibió como caricias que iban más allá de lo que podía permitir, con lo cual, se dio la vuelta para evitarlo, y al voltearse advirtió una erección imposible de disimular en un bañador que parecía que no daba más de sí. Ambos se miraron sin saber qué decir y fue Ángela quien rompió el incómodo silencio.
—¡Anda, ve y date un baño que vas a reventar el bañador! —le instó Ángela.
—Un baño no va a solucionar esto— le advirtió él señalando la hinchazón.
Ángela lo miró a los ojos y luego deslizó su mirada al inflamado bulto que se le marcaba. Pablo cogió la goma del apretado slip, la bajó y una enorme y rígida verga saltó como un resorte, saludándola y provocando que a su tía se le abriera la boca involuntariamente ante su virilidad.
—¡Pablo, por el amor de Dios! ¿Qué haces? ¿Estás loco? —dijo cuando salió de su asombro.
—Está así por ti. ¿No te gusta?
—No seas gamberro, y… ¡tápate, que puede verte alguien! —le ordenó mientras la polla la apuntaba amenazante.
—Te deseo, —le manifestó el joven.
—No seas imbécil Pablo. Eres mi sobrino.
—Y mi padre es tu cuñado y bien que te lo follas, —declaró sin pensar.
Tras semejante afirmación, Ángela se quedó en shock sin saber qué decir, ni qué reacción adoptar. Estaba claro que su sobrino sabía lo suyo con su padre. Eso ya era un hecho irrefutable.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó.
—Lo sé y con eso basta, —reafirmó sin querer dar explicaciones, pues el hecho de hacerlo comportaba delatar su ilícita y pervertida maniobra.
—¿Vas a decírselo a tu madre? —preguntó cabizbaja y completamente avergonzada.
—No, —contestó él, y su tía esbozó una forzada sonrisa que no aliviaba su desasosiego ante su impúdica conducta, al saberse que se había follado a su padre.
—Quiero follarte, —le dijo sin tapujos, utilizando su proposición como pretexto.
—Por Dios, Pablo…
—No me digas que no te ha gustado ponerme cachondo mientras te ponía la crema. ¿Y el bikini que te has puesto no era para ponerme caliente? Pues lo has logrado. ¿No es lo que querías?
—No exageres.
—No lo hago. No me digas que tú no lo deseas.
—Eres mi sobrino. Si tu madre se entera nos mata.
—¿Y si se entera que te has follado a mi padre no?
—Sí, también, —tuvo que reconocer,
—¡Vamos detrás de aquellas dunas! —le ordenó mientras plegaba la sombrilla y recogía sus cosas. Su tía recogió las suyas y se dirigieron a las dunas donde había una pareja haciéndose mimos. Avanzaron unas dunas más y bajaron a una hondonada formada por las dunas, de modo que desde el emplazamiento no los veía nadie a no ser que subieran el montículo. Existía esa posibilidad, pero Pablo estaba demasiado caliente para ser juicioso. Lo único que deseaba era follarse a su tía que tan caliente lo había puesto las últimas semanas.
Pablo extendió las dos toallas y las unió para crear una especie de cama, después colocó la sombrilla con el fin de ocultarlos de miradas indiscretas. Seguidamente se sentó en la toalla y animó a su tía a hacer lo mismo. Se quitó el bañador mostrando de nuevo una verga que en ningún momento había perdido su firmeza. El muchacho cogió la mano de su tía y la posó sobre su miembro, después la besó y Ángela reaccionó al húmedo beso de su sobrino sin soltar el madero al que seguía aferrada.
Pablo le soltó el sujetador y liberó los turgentes pechos adornados con unos pezones completamente erectos que no tardaron en ser atendidos por la lengua del apasionado muchacho. El cuerpo de Ángela respondió a las caricias de su sobrino, reconociendo que sabía lo que se hacía. Sus labios vaginales se abrieron como dos pétalos y la mano del chaval se adentró por la diminuta braguita hasta alcanzar la gruta mojada. Su tía respondió con un suspiro ante el dedo que se paseaba por la babosa raja, después abrió la boca y echó la cabeza hacia atrás cuando sintió avanzar la extremidad hacia su interior. El dedo resbaló con facilidad en la cavidad y Ángela movió su pelvis intentando acompasar con el movimiento percutor de la pequeña extremidad. Mientras tanto, su mano se deslizaba arriba y abajo por la erecta polla en un incesante movimiento masturbatorio.
Pablo se tumbó en la toalla y se acopló el culo de su tía en la boca, de tal modo que su polla quedó al alcance de la boca de su tía. La cogió del tallo, paseó su lengua por el labio superior y después se mordió el inferior para, a continuación repasar todo el cipote con la lengua. Al otro lado, la lengua de su sobrino se adentraba en su coño, del que iban resbalando los caldos del placer. Notó un dedo adentrándose en el pequeño orificio y dio un respingo, pero pronto la sensación empezó a ser gratificante y el placer anal condimentó el vaginal. La boca de Ángela se abrió para abrazar el pollón de su sobrino y su cabeza inició un movimiento oscilante mamando el pilón de carne. El placer de la lengua adentrándose en su coño le hacía perder la concentración de la mamada, por lo que decidió masturbarlo mientras gozaba de la lengua juguetona y del dedo invasor. Cuando la excitación de Ángela estaba en su punto álgido, decidió darse la vuelta y montarse en la soberbia verga del muchacho, dejando por un momento de lado los prejuicios y las preocupaciones iniciales. Se dejó caer sobre el garrote y se sintió completamente llena.
—Menuda tranca tienes, Pablo, —dijo mientras la estaca se le hundía en lo más hondo de su ser.
—¿Te gusta más que la de mi padre?
—Sí, —respondió con la mirada perdida mientras empezaba a cabalgar como una amazona.
El muchacho se cogió a las dos tetas bamboleantes y las amasó como si pretendiese reventarlas. Al mismo tiempo, mordía los pezones y parecía querer arrancarlos con los dientes. Por su parte, su tía jadeaba gozando del joven semental que percutía en su babosa raja. Mientras saltaba volvió a notar la presencia del dedo invadiendo su ano, añadiendo más placer a un coño que explotó en un descomunal clímax que parecía no terminar. Cuando por fin remitió el placer, su sobrino le dio la vuelta, la puso a cuatro patas y volvió a ensartársela en el coño, de tal manera que el orgasmo parecía querer retornar, pero no lo hacía, sin embargo, no por ello dejó de gozar.
Las embestidas del joven eran cada vez más enérgicas y contundentes, obligando a Ángela a gritar con cada embate del potro desbocado que parecía pretender romperla por dentro ante el ímpetu de su sobrino. Su tía empezó a percibir como un nuevo orgasmo intentaba asomar, paseándose por todas las terminaciones nerviosas de su interior. Ángela se ayudó de su dedo y se aplicó movimientos circulares en el clítoris con cierta presión para que no escapase, y en cuestión de segundos el orgasmo golpeó sus entrañas forzándola a sacarse la polla de su interior para explotar en un desmesurado squirting que la hizo temblar de gusto, y mientras remataba su clímax con los dedos, Pablo eyaculó entre gruñidos y sonidos guturales, al tiempo que su leche golpeaba a presión una y otra vez en su coño, en su ano, en sus nalgas y en su espalda. Su cabello tampoco se libró de la desmesurada corrida de su sobrino. Cuando se aplacó la euforia, se limpiaron, se colocaron el bañador, se tumbaron en la toalla y un incómodo silencio invadió el momento.
—¿Te ha gustado? —preguntó Pablo.
—Te mentiría si te dijera que no, —respondió.
—¿Más que con mi padre? —quiso saber.
—¿Para ti es una competición?
—No, pero es importante. Quiero pensar que te he dado el mismo placer que tú me has dado a mí y que me deseas tanto como yo a ti.
—He gozado mucho, pero esto no puede volver a repetirse.
—¿Y con mi padre?
—Con tu padre tampoco. Aquello fue un desliz y también un error. Nunca tendría que haber pasado.
—Pero pasó. No me importa que sigas follando con él, siempre que lo hagas también conmigo.
—No quiero follar con él.
—¿Y conmigo? —le preguntó mientras balanceaba su polla en completa erección, acompañando al meneo con una pícara e insinuante sonrisa que le fue devuelta.