-¿Y vos en serio pensabas que esto iba a quedar así? –me pregunto mientras con su mano me sujetaba todo el paquete, aún tibio, aun creciendo por encima del jean.
-No me imagine… es que no es tan común –respondí con una sonrisa nerviosa mientras su respiración se mezclaba con la mía.
La distancia se iba acortando ella me miraba. Tenía el pelo rubio tenido, como muchas señoras de más de cincuenta, los pechos operados y sin corpiño lo cual dejaba a la vista sus dos enormes pezones. Delicias que, en algún momento, imagino, alimentaron a mi media hermana.
-Quédate tranquilo, Manu –me dijo mientras me acariciaba el pelo con el temple de un domador de leones- tu padre (que en paz descanse) sabía y disfrutaba tanto del sexo como yo. Mira si va a tener problemas en que su sangre vuelva a entrar en mi cuerpo.
Mi cabeza explotaba, no podía creer que tenía a mi madrastra para mí, después de tanto tiempo de masturbarme con ella, ahí estaba, acercando mi mano a su entrepierna, solo cubierta por un vestidito floreado de verano que de a poco lo iba levantando.
-Sos como una madre, para mí –dije como un idiota. Si bien mi verga quería mi cabeza se bloqueaba en acto de sabotaje, parecía que no quería alcanzar la erección.
-Tu mama se fue cuando eras muy chiquito, yo te voy a dar la teta ahora bebote mío.
Así fue como desprendió mi bragueta para tomar con sus dos manos mi verga peluda. Ella la miro con ternura, se dio cuenta que tenía el vello de un niñato de 18. La miraba, la masajeaba y me volvía a mirar. Por dentro sentía un volcán que empezaba a erupcionar.
-No me vayas a dar todavía la lechita que nos falta -me dijo mientras se ponía de rodillas y se hacía rápido un rodete en el pelo.
Dios, ¿cómo explicarles colegas la sensación que sentí? Una experta en la materia, que hacía de su boca un círculo perfecto para que mi verga se hunda en ese oyó de lengua y saliva, a veces solo la cabeza, y a veces hasta el final del tronco. En un momento comencé a ponerme rígido y frenó. Supongo que supuso que si seguía la eyaculación era inminente.
-Ay me olvide –dijo haciéndose la tonta y volviéndose de frente a mí- no nos dimos ningún besito.
Ahí me agarro la boca y me la comió, mientras nos besábamos tomo mis dos manos y las llevo a su pecho. ¡Yo como ingenuo las tocaba despacio! Por supuesto mi profesora y madrastra me obligo a tomarlos fuertes, a apretar. Al correr su boca me dijo al oído “cuando se garcha un hombre a una mujer, lo que más nos gusta es sentirnos que somos de él”.
-Entonces quiero bajarte la bombacha –le dije rápido.
Ella se rio, me tomo de los hombros y me puso de rodillas frente a ella. Poco a poco fue levantándose el vestido. Vi sus piernas de mujer madura, pero también de mujer entrenada, de esas que le da lucha a la vida y no se entrega.
-Acá está para vos ¿la conoces? –me pregunto mientras se la tomaba por los costados.
Por supuesto –le conteste embobado. Esa bombachita yo siempre la tomaba de su cesto de ropa sucia cada vez que iba a dormir a lo de mi padre. Era una tanguita violeta, chiquita, que tenía pequeños orificios en su frente y en la zona de la vulva. Recuerdo pasándome noches enteras masturbándome con ella, sintiendo el olor, metiéndomela en la boca.
– ¿Cómo supiste? –pregunte de rodillas.
-Las respuestas al final caballero –siga su trabajo que una dama no puede esperar.
La tomé y la bajé, allí me esperaba el cielo, mi paraíso. Una vagina hermosa, con su olor clásico pero esta vez potenciado por el flujo que salía de su santo grial. Acerqué mi lengua y el tacto pude percibir ínfimos pelitos. Arranqué despacio, aunque de a poco fui ganando ritmo. Estuve por más de diez minutos allí abajado, sintiendo su viscosidad y su aroma. Mi pelo termino siendo un torbellino ya que ella me dirigía desde allí como si yo fuera su marioneta.
Al pararme me beso, haciendo que nuestros sabores se mezclen en nuestras bocas. La saliva rebalsaba al tiempo que nuestras manos se perdían en nuestras partes.
-Ahora te toca a vos, lucite hijito mío –me dijo mientras se ponía de espaldas, con su mano en cada una de las hornallas apagadas.
Fue ahí que miré el cielo a través de la ventana de la cocina, no recuerdo si agradecí a una entidad, o simplemente le pedí disculpas a mi padre. Mientras estaba en ese trance me abría un preservativo que siempre llevo conmigo en la billetera, aunque esta vez no hizo falta.
-A mí los Perutti (apellido de mi padre) me cogen sin forro –me dijo mientras me lo quitaba de la mano para arrojarlo por la misma ventana.
Fue entonces que la penetre, no duró mucho, no voy a mentirles, pero sentí su humedad y el salir de su flujo en cada una de las bombeadas. Mientras lo hacía como un animal, le abría los cachetes del culo, haciendo que también de su ano salga un aroma tan tentador como sabroso. Cuando sentía la leche en la verga me decidí, y me anime: la tome de las muñecas para que no pueda moverse y la penetre con fuerza sobre su culo. Ella intentó zafarse, aunque después me pidió que no la saque. Que por favor no se la quite. Al retirarle, sobre mi pene tenía parte de mi leche mezclado con su olor y algo de sangre.
Ella ahí me miró y me dijo:
-Tu padre nunca me quiso hacer la cola, hoy me desvirgaste bebe –mientras con su mano y una sonrisa dibujada, pasaba una servilleta sobre mi pija y yo otra sobre su cola.
-¿Quién es la beba? le pregunté sobre el final entre risas mientras desnudos nos limpiábamos.