La época: mediados del 2008, son días monótonos de trabajo en la oficina sin novedad especial. Estructuramos proyectos inmobiliarios en un medio cada día más costoso, sube el precio de la tierra, la ciudad se queda sin espacio. Una reunión con un posible inversionista y su esposa parecen animar la mañana, una pareja particular, el hombre muy mayor, cuerpo grueso de baja estatura con presentación impecable. La mujer mucho menor, ojos miel, voz sonora, personalidad atractiva, sabe que los hombres caemos fácil con ella. Es una mujer segura de sí misma, incluso pasa por arrogante, es alta, bonita, presencia imponente que llena el espacio donde entra. No es una experta en finanzas, pero pone límites y lleva el ritmo a quien enfrente en el juego de sus negocios. Mi perfil es más técnico, discreto, de modo que mi actitud fue distante comparada con la de todos los hombres que quieren untarla con halagos y apuntes ridículos para hacerse notar.
El trabajo en equipo nos permitió compartir tiempo, así como tener conversaciones simples en las que me di por tarea no alimentar su ego subido. Pasadas varias semanas en las que la comunicación y los temas comunes de trabajo nos unían, me animé a decirle que saliéramos a tomar café, demostrando mi intención de acercamiento, dijo que no, acepté mi derrota y seguí los días sin volver a tocar el tema, aunque me encendía el alma cuando me sostenía la mirada.
Un martes temprano, me dice que no puede reunirse a trabajar por cosas urgentes que debe resolver y que en la tarde irá a masaje y baño turco; dijo algo como… “a las tres salgo de masaje y me meto al turco, si quiere vaya y allá revisamos números”… su comentario fue una despedida diplomática para ponerme en sitio como empleado de una compañía asociada de su esposo. Pues allá llegué, a los baños turcos. Al no llevar vestido de baño me dieron una pantaloneta desechable, me veía como jugador de futbol de los años cincuenta, me sentía ridículo, decidí devolverme para no exponerme a hacer el oso, pero camino al vestier me la encuentro de frente, viene con un vestido de baño azul enterizo, parecía una nadadora olímpica. El mesero detrás le trae las toallas y la bebida, cuando me ve de frente abre esos ojos miel gigantescos y me saluda con un cariñoso… “y usted? que hace aquí ¿?” muerta de la risa, no podía creer que me le colé con la invitación. Sobreponiéndome al miedo le dije “Usted me dijo que viniera, yo vengo a trabajar”. La noté nerviosa, porque frecuentaba el lugar con su esposo, pero igual seguimos hablando y poco a poco con tono menos prevenido.
Buscamos una mesa, acomodó sus cosas, me miraba, se reía, hablamos cosas sin importancia y por supuesto no faltaron los sarcasmos de parte y parte. Me parecía paradójico ver sus piernas largas, blancas, en chanclas, la vi humana, mujer, divertida, sencilla, cómplice. Ya por ese momento la vi nerviosa, intimidada, nos encontramos mirando a los ojos, bajando la mirada a los labios. Al mirarme sonreía y miraba para otra parte.
Para ese momento olvidamos el supuesto trabajo motivo de mi aparición y entramos al turco, el vapor muy denso, las demás personas sofocadas, el calor no da espera, las bebidas pierden el hielo y el sudor trae consigo un baño de feromonas que le daña la cabeza a cualquiera.
Nos recostamos en silencio con las cabezas casi juntas, pero los con cuerpos estirados en sentido opuesto en las escaleras de cuadritos de porcelana blanca. Quedamos solos por un momento y el roce de las mejillas nos llevó al beso más suave y sensual que sentí en mucho tiempo, despacio, lento, húmedo. A partir de ese momento la complicidad, los nervios, las ganas se dispararon. Nos besamos con la lengua enredada, con ganas. Se sentó a mi lado recostada en mis piernas. Ocasionalmente se acomodaba el vestido con una insinuante muestra accidental de sus pezones rosados, aún dormidos por efecto del calor. En ese turco las divisiones son de vidrio y la luz exterior muestra en medio del vapor cuando una persona se aproxima, tomábamos bebidas para soportar el calor, salíamos a hacer pausas, entre besos, caricias, roces, toquecitos.
Éramos un par de mocosos esperando un momento de soledad. Llegaron los besos melcochudos, de esos que uno critica cuando son ajenos y el instante intenso llega con mis manos recorriendo su vestido de baño, el pubis caliente, empapado, las caderas, la cintura, los besos de lenguas enredadas; ella separó las piernas, metí la mano por el borde de la pelvis y sentí una vagina suave, lisa, con una pepa enorme que brotaba palpitando, resbalosa, la froté con mucho placer y ella se dejó llevar con gemiditos que parecían quejas de dolor, los ojos cerrados, movía su pelvis con mis dedos encharcados entre los pliegues de la cuca más rica, la más caliente, el ritmo subió y sentí su mano empujar la mía hacia adentro para meterle los dedos de la forma más descarada, dos, tres, rápido, fuerte, al fondo, llegó el chasquido de sus jugos resbaloso mientras se venía retorciendo las piernas como una loca y yo miraba que nadie se acercara. Apretó las piernas con mis dedos aún atrapados, rígida, completamente ida. Un momento de muerte lenta, tomó aire, se acomodó de una forma más decente y tomó agua, tomó aire de nuevo, nos besamos.
Por momentos ella me acariciaba sobre la pantaloneta, sentía mi pene embriagado por el calor, la lujuria, el susto del sitio prohibido, la felicidad de descarar lo que descubrimos por fuera del trabajo. Mi sangre corría empujada por el corazón acelerado, mi pene sensible se convertía en verga excitada. En un momento, nuevamente solos, fuimos a la ducha a refrescar la piel, metió la mano y me cogía las huevas y la verga de una forma tan rica, con esa mirada de ganas que me mataba.
En los momentos de contacto no hablábamos, solo gestos, gemidos, nos mirábamos. El calor, el desgaste de energía por la deshidratación y la tensión del público que nos pudiera sorprender no eran los mejores aliados de mi erección, de modo que cuando se arrodilló a buscar mi pene, yo la miraba y esperaba un juego de lamiditas compasivas, sensuales, la sorpresa enorme fue un sorbo de agua helada que escupió sobre mi verga medio parada, para llevársela al fondo de la garganta, la devoró, la chupó, me la puso dura, la sangre me hervía y la cogí duro de la moña en que había enredado su pelo, con las manos me agarro del culo y se la metió toda al fondo, completamente idos de la realidad exterior; fueron segundos, pero los sentí eternos y así lo recuerdo siempre.
En un momento de lucidez, se la sacó, nos asustamos, la miró aún arrodillada y me dejo congelado diciendo “lléname!”. Esa palabra fue determinante para el futuro de lo que empezó ese día, a partir de ahí descaramos y liberamos la expresión lasciva de todo lo que nos gustaba. El tiempo apremiaba, con su cara en frente de mi sexo hizo una paja deliciosa, con presión lubricada que me hizo derramar en su mano todo lo que tenía acumulado, yo temblaba. Ella se incorporó y puso cara de aquí no ha pasado nada.
No había tiempo para más… así que salimos sorprendidos por todo lo que pasó, y ese fue el comienzo de una experiencia de varios meses después de los cuales que no sé qué he extrañado más, si la risa de sus humor fino, agudo, inteligente o los orgasmos más intensos, diabólicos y celestiales que sentí en ésa época de mi vida.
Al otro día en la oficina, como si nada hubiera pasado, la misma distancia, el mismo saludo cordial con el esposo, que casualmente por primera vez elogió la propuesta del modelo financiero. Agradecí el elogio y le di el correspondiente crédito a su esposa.