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Te tengo miedo, pero también te tengo ganas (3)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

El tiempo transcurre sin mayores dificultades debo admitir que nunca pensé en vivir algo así a pesar de vivir en una pocilga de un barrio de mala muerte me considero una mujer normal, no soy ninfómana ni celosa, mucho menos problemática, morbosa o tóxica, mi esposo me busca y yo le correspondo como normalmente pasa en nuestra relación.

Sin embargo, después de haber estado con el dragón y haber sido estrenada en la boca y ano, como que las cosas son diferentes, siempre quedo con esa sensación de que algo falta y aunado a eso son casi ya tres meses de que no se nada de él, aunque a veces veo a su hermana, no se me hace correcto preguntar ni levantar sospechas en ella o mi hijo.

–¿a poco no sabe lo del hijo de don Rosendo?

Sin querer escucho a una señora cuando voy pasando rumbo al mercado del barrio y es que llama poderosamente mi atención porque don Rosendo, el brujo, es el papá del dragón.

–¿quién? ¿el dragón? Responde otra

–si pues quien más, otra vez este detenido, pero esta vez por golpear a su mujer

–cuando no, si él siempre las golpea a las pobrecitas

–perdón, intervengo, ¿a poco el chavo es casado? –Pregunto ingenuamente

–¿A poco no sabias? Si tiene como a doce viejas y ocho niños y de ninguno se encarga y cuando se la hacen de emoción termina golpeándolas o golpeando a las familias, nombre, si es bien cabrón el hijo de la chingada.

En pleno chisme descubro algunas o la mayoría de sus delitos o fechorías, incluso que se llama José pero que no le gusta que lo llamen así porque el nombre se lo puso su mamá la cual lo abandonó cuando estaba pequeño por irse con otro y que le pusieron dragón por sus tatuajes y por ser el líder de la bandita de maleantes de varias colonias.

–Toda una fichita, dicen una y otra vez

No sé que decir, ahora estoy mas intrigada, una y otra vez me repito que estuvo mal el haber propiciado lo nuestro, que me costaba ignorarlo o repudiarlo, incluso pienso que es mejor que esté en la cárcel, así todos estamos tranquilos.

Pasa el tiempo y ahora la pregunta es ¿pensará en mí?

–¿A ver si entendí quieres que vaya a ver a tu hermano a la cárcel porque tu papá esta fichado? ¿y por qué yo?

Le recrimino a la novia de mi hijo quien me dice que ya casi es medio año y no saben nada de su hermano.

–Si, pero ¿por qué yo?

–Ándale mamá haznos el paro, me suplica mi hijo

–Está bien, respondo de mala gana

Me visto con mis clásicos pantalones de mezclilla ajustados, mi blusita blanca de manga larga y una chaqueta gruesa de color negro, pues hace frio, con mis clásicos tenis blancos de a diario, en fin sin nada existente que diera paso al morbo,

Tomo lo que me pide que le lleve y me dirijo a la cárcel.

Al llegar, me revisan a la entrada y luego me permiten entrar, no sin antes prohibirme el abrigo y el brasier ya que están prohibidos, haciendo que les rentara una camiseta moradita ya usada y mal oliente.

–Vengo a ver a José Pérez, le digo al guardia que me recibe

–Pase, celda 18 me dice malhumorado

El tiempo se hace eterno entre murmullos, gritos, conversaciones y malos olores de repente aparece, con el torso descubierto, viene golpeado sangrando de la cabeza y de la nariz, sus tatuajes cubiertos de sangre lo hacen ver mas amenazador.

–¿Qué hace aquí señora? Me dice entre molesto y sarcástico

Mi instinto materno quiere abrazarlo, limpiarle las heridas, pero me contengo pensando en que soy la mujer no su madre.

–Tu hermana te envía estas cosas

–¿Mi hermana? o ¿usted quería verme?

No sé qué decir, se acerca sacándose la verga del pantalón, me la muestra, la empieza a masturbar frente a mí.

–¿se acuerda de ella? No me diga que no se acuerda

Algunos se empiezan a asomar por entre las rejas, de repente entra uno, me parece reconocerlo, empiezan a hacerse de palabras, José con toda la saña del mundo empieza a golpearlo así con la verga de fuera lo patea, lo golpea sin piedad, yo no sé qué hacer, si gritar o echarme a correr, solo admiro la situación.

Después de un rato, mi defensor sale limpiándose el rostro sin voltear a verme, ahora de nuevo se pone de frente cerrando la puerta violentamente comienza a masturbarse, comienzo a sentir miedo, el sin decir palabra se va acercando poco a poco, algo nerviosa me siento en la única silla que hay, el se para frente a mí, su verga ya está completamente parada, desafiante, esperando por las caricias que iba a recibir.

A cualquier mujer le parecería una pesadilla, nadie hace nada, solo observan.

–¡Apriétemela! Obedezco

–Perfecto, ah, así me gusta, ah

–No se aguante más señora ¡chúpemela!

Me ordena mientras baja sorpresivamente sus manos y aprieta mis pechos por encima de la camiseta.

–Sus tetas me fascinan, ah, son tetas de vaca en celo

Toma mi cabeza con sus manos y la empuja hacia su tieso pene, mis manos se quedan en la base de su miembro, instintivamente abro la boca y bruscamente me mete su verga, sin saber porque colaboro enrollando mi lengua en su monstruo sobándole sus testículos cauterizados.

Sin ningún pudor mamo su curtido pene, saboreándolo, nunca tuve ni tendré algo parecido en mi boca, me la saco de la garganta y le paso mi lengua desde el borde del escroto hasta la punta, viendo a los ojos a mi violento amante, y luego, de golpe, me la trago como digna hembra en celo.

–¡Ah, señora, que rico!

Me dice visiblemente satisfecho, los reos y policías que nos observan ríen y echan apuestas, yo solo soy una hembra complaciendo a su hombre, me digo a mi misma, sé que necesito esta espléndida “mazacuata” bien clavada en mí, ya nada me importa, estoy dispuesta a darles un buen espectáculo a nuestros mirones, me la saco de la boca y me froto la cara con ella, quien iba a decir que terminaría como la puta de este bastardo que supo aprovecharse de mí.

–Se le acabó el veinte señora, me dice mientras se retira metiéndose el pito al pantalón, afuera cobra lo que al parecer es una apuesta.

–¿Qué? ¿Cómo?

Salgo furiosa llena de vergüenza limpiando mis lágrimas en medio de las risas de todos en especial la risa burlona del dragón, no sin antes decirle hasta de lo que se iba a morir el hijo de perra.

–¿si supiste que ya desafanaron al dragón verdad? Me dice mi hijo varias semanas después.

–¿y a mí que chingados me importa que lo hayan liberado?

–Digo, porque te mandó a dar las gracias por aquella vez que lo visitaste.

No me inquieta, pues mi marido aun a pesar de ser un mantenido igual tiene cierta fama y respeto en el barrio.

–Mira quien vino a visitarnos, me dice mi marido casi con emoción

–¿Es neta? Le digo mientras observo a José mirándome, lanzándome una sonrisita el muy cabrón.

–pásale, no le hagas caso le dice mi marido visiblemente borracho

–Disculpe señora, se emborrachó y lo traje, ¿dónde se lo pongo?

Fúrica lo dejo pasar con mi marido a cuestas al cual acomoda en el viejo sillón que tenemos.

–¿Que chingados haces aquí? ¡lárgate!

Le digo lo mas bajo que puedo pues no quiero despertar al pendejo de mi marido.

–pues, quiero pedirle perdón doña Silvia

–¿perdón? ¿de qué? Si ni te conozco, órale, a chingar a tu madre

Por momentos la situación se pone tensa, discutimos como un par de amantes heridos sin importar que alguien nos escuche, hasta que le propino un par de cachetadas, el no responde, se queda quieto apretando los puños, intuyo que quiere golpearme como a sus mujeres, pero no lo hace solo me mira.

–¡Lárgate!

–está bien doña Silvia, le prometo que no la voy a volver a molestar, neta

Su voz seria me para en seco, no sé qué decir, lo observo despedirse de mi marido y salir.

–Adiós, me dice colocándose su gorra

Mi hijo llega y acomodamos a su padre en la cama, él se va a dormir pero yo no puedo hacerlo, por un lado está mi marido roncando como un cerdo y por el otro me digo a mí misma que estuvo bien lo que hice, pero aun así algo me pasa, algo me falta.

Salgo a caminar, aún hay gente en la calle, camino sin rumbo tratando a arreglar mis ideas, pero inconsciente o conscientemente llego a la casa del brujo, ¿Qué haces aquí chingada madre? Me digo a mí misma, vete a tu casa me ordeno.

–Buenas noches, señora, me dice don Rosendo, ¿quiere una consulta?

–no gracias, solo caminaba

–Ándele, pásele, ahorita voy a hacerle una limpia a la mujer del panadero, pero no me tardo, hey tu, cabrón, pasa a la señora y ofrécele algo

Le dice a su hijo, quien me mira extrañado, no hacen falta palabras, solo esperamos a que don Rosendo salga para abrazarnos fuertemente, quedamos frente a frente a la luz de la luna, en medio de sus altares y fetiches, mirándonos fijamente a los ojos, me toma la cabeza con ambas manos y me atrae hacia sus labios, nos besamos tomados de las manos con besos largos y pausados.

Los chasquidos de nuestros besos se escuchan con claridad, las manos del dragón recorren mi maduro y curvilíneo cuerpo, estrujan mis redondos senos, me carga en vilo con sus fuertes brazos, aprisiono su cintura con mis piernas, toma mis caderas sin dejar de besarme, llevándome al cuartucho donde tuvimos nuestro primer encuentro.

Me coloca suavemente sobre la desvalijada cama sin dejar de besarme, me desnuda lentamente y después él lo hace, se posa sobre mí, me besa, empieza a bajar lentamente, separando mis muslos, hunde su cara en mi sexo, arqueo la espalda al sentir la boca de mi amante en mi vagina, mete un dedo en mi boca y lo chupo con delicia como una bebé golosa, lo muerdo mientras me pellizco los pezones con cada lametón.

Después de un rato él se tumba a mi lado, dejando ver su erecta herramienta lista, gorda, dura, tiesa, me acerco a él haciendo mi cabello a un lado con mi manita al fin tomo su verga en mis manos, acerco mi boca y le paso la lengua por el glande lamiendo en movimientos lentos, el coloca su mano en mi nuca invitándome a tragármela, obediente la cubro de besos, de lamidas.

El empieza a metérmela en la boca en empujones lentos, hasta que emprende un frenético mete y saca de mi cavidad bucal, tomo aire con dificultad y el disminuye la velocidad para dejarme respirar y retomar de nuevo, me saca su gruesa boa de la boca varias veces para macanearme los labios, la cara, el pecho.

–Me gusta doña Silvia, siempre me ha gustado, me gusta como se la come, ha, ha, desde chavito la deseaba

Detengo mi frenética mamada, me recuesto junto a él tomando su poderosa reata en mi manita, lo masturbo mirándolo a los ojos

–¿Por qué me hiciste eso? Pasando mi pulgar por su hongo

–por pendejo, me responde, pensaba que usted era igual que las demás, ¿me perdona?

–¿Y no soy igual a las demás?

–No, usted es diferente

No le digo nada, por toda respuesta sostengo su poderosa verga y la empiezo a devorar con ansias, sobándolo y retorciéndolo en mi boca, enrollando mi lengua en su tronco y sobándole los huevos con fuerza.

–¡Ah, así, ah

Me dice sujetándome fuertemente de la cabeza, hasta casi sofocarme con su admirable pedazo de carne que bien estoy saboreando, pudiendo notar sus palpitaciones en las paredes de mis mejillas.

Me pide que cierre bien la puerta mientas él se sienta en la cama, la luz color violeta y sus altares a la muerte le dan un aspecto electrizante y tenebroso al momento, me siento junto a él en la cama, me toma de la barbilla y acerca sus labios a los míos, nos besamos ruidosamente, a base de chupetones ricos y largos, sus ardientes manos no permanecen ociosas, se dedican a manosearme descaradamente hasta mi última curva, me mete dos dedos en la vagina, estimulándome el clítoris con su voluminoso pulgar.

–ha, dragón, hum

Le rodeo el cuello con mis esbeltos brazos, necesito agarrarme de algún lado, mi lujurioso dragón sabe lo que hace y un primer orgasmo es inminente, sólo con sus dedos

–¡Me vengo! le digo al oído, el acelera el movimiento de sus gruesos dedos, arrancándome un alarido cuando me vengo de forma delirante, José recibe mis jugos sobre su mano derecha y me los unta sobre mis redondos y firmes senos, dejándomelos brillantes y pegajosos.

Ahora usa su peso para acostarme, quedando él sobre mí, me abre bien las piernas, sujetándomelas, doblándomelas, con mis brazos lo mantengo pegado a mí, y no dejo de besarlo, me introduce su lengua en mi delicada boca.

Me penetra, mi vagina húmeda recibe su falo grueso y tieso, no le cuesta metérmela toda, ya está acostumbrada a él, empieza a cogerme golpeándome el vientre con el suyo.

–¡Ah, dragón, quiero ser tu mujer!

Al parecer lo pone a mil esa última frase, ya que me penetra más fuerte; siento que me parte en dos.

–¿Neta Silvita ¿quiere ser mi mujer? me pregunta, mientras me cabalga manoseándome mis indefensos pechos

–¡Si! Quiero ser tu mujer, me encantas mi rey, mi amor, ¡mi todo! Le grito fuera de mi

Así, excitadísima, soy yo ahora la que cabalgo en contra de sus embestidas aumentando nuestro ritmo y lo hago bien porque pronto le cambia la cara a mi fornicador, me toma de mis caderas, gime al igual que yo, lo tengo en el cielo, y él a mí, los dos nos quejamos muy ruidosamente, le abrazo el cuello y lo atraigo hacia mí, para besarlo con desenfrenada lascivia.

–¡Oh, José mi amor!, Grito como loca sintiendo mi cuerpo aferrado en sus fuertes y curtidos brazos, estremeciéndome en un orgasmo avasallador y el segundo viene como una marejada cuando mi joven amante quema mi vientre con sus semillas.

–Ah, si, mi amor, ha, ha, que delicia

–Pepe, pepe, ¿estas bien?, Pregunta don Rosendo tocando a la puerta.

–No estés chingando jefe, si estoy bien, contesta haciendo un mega esfuerzo ya que se está viniendo en mi

Se desprende lentamente de mí, con decisión, me da vuelta colocándome a cuatro en posición de a perrita, se coloca detrás de mi y se acomoda, abro la boca al sentir su cabezota empujando el hoyito de mi culo, presiona con fuerza, pero esta vez al contrario de la anterior me duele, me duele mucho.

–Auch, gimo lastimosamente

José la retira y de repente siento algo húmedo y cálido en mi anito, José está obsequiándome una rica comida de ano, me transporta al paraíso, alterna su lengua y dedos para ensanchármelo, así como en las pelis porno, me tiene en la gloria, recuesto mi cabecita en la sucia y roída colcha de la cama, me dedico a gemir y a alabarlo, a decirle cómo lo amo, que soy su hembra y el mi macho.

Se acomoda otra vez y lo intenta.

–¡Ah! grito, esta vez, sintiendo avanzar su oruga de ardiente carne en mis entrañas.

–¡Oh, auch, José, me partes! ¡me revientas!

–¿Quién le dijo que me llamo José?

Me gruñe y al parecer lo enerva ya que me aferra de la cintura y me sodomiza sin piedad, me aferra con la mano izquierda y con la derecha mete sus dedos en mi vagina, retorciéndolos adentro, logrando que los bañe con mis jugos, clavo mis uñas donde puedo mientras mi macho me sodomiza sin piedad.

–Órale cabrón, ¿Qué chingados estás haciendo? Le dice don Rosendo tocando la puerta.

Visiblemente molesto, se desprende de mi y sale a despedirlo a algún asunto, apenas escuchamos la puerta cerrarse de nuevo me la mete toda, siento estallar mis nalgas, tan separadas las siento la una de la otra, mis jadeos dejan de ser por el dolor y más por el gusto, no tarda en explotar en un manantial de interminable leche tibia que inunda mis entrañas hasta repletarme por completo.

Quedamos exhaustos, me introduce en las sucias cobijas mientras el hace sus ruegos a cada una de las figuras de la santa muerte que tiene en su cuarto, yo lo miro complacida y poniendo atención a lo que hace observando sus tatuajes, después él se mete a las cobijas y me abraza, entre besos y palabras tiernas que le digo nos quedamos dormidos.

–¿Doña Silvia? Toc, toc, ¿doña Silvia?

Ya va a amanecer, dice don Rosendo

–llévala a su casa, le dice a su hijo, quien me mira y me besa.

–Si jefe. Le dice mientras nos levantamos decididos a seguir con nuestras vidas.

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