Esto sucedió durante un verano. Llevaba tiempo chateando en una app con varias chicas, escribiendo las guarradas que les haría en persona como forma de romper el hielo. Muchas me bloqueaban o no me contestaban, pero algunas respondían excitadas y contestaban para hacer sexting.
Ana no. Ella contestó con un sencillo "cuando quieras aquí estoy". Eso me llamó la atención. Chateamos más, pero en resumen no parecía interesada en sexting, solo en quedar y que la follase duro, la azotase y la usase a mi antojo.
Lo malo es que no vivía en mi ciudad, así que tendría que darme un paseo y reservar un hotel para poder vernos.
Me la jugué y quedamos en que ese sábado por la tarde la recogería en coche. Y que viniera en vestido o minifalda, que saldría de mi coche sin bragas.
El día antes, sin embargo, me dijo que tenía que decirme que le había bajado la regla. Le dije que si a ella no le importaba a mi tampoco, que así estaría más cachonda.
Así que me planté en el hotel, hice el check in, y le escribí. Me dijo que vivía cerca de una calle que hacía esquina con la avenida donde estaba mi hotel.
"Perfecto, te recojo en la esquina en 20 minutos". Me gustaba la idea de hacerla esperar en la esquina con minifalda y top, y que se subiera al coche de un desconocido. Se sentiría como una puta antes de empezar siquiera.
Cuando llegué con el coche, allí estaba, bien sexy, demasiado para esa hora de la tarde. Paré a su lado, se acercó a mi puerta y por un momento sentí que dudaba si subirse. Normal. Pero se subió. Hola qué tal. Bajo la minifalda, unos ligueros verdes.
Le puse la mano en la pierna mientras le preguntaba si estaba nerviosa. "No, tu sí?" fue lo que me dijo. Me reí un poco, y contesté que no. Era muy guapa, aunque con las gafas de sol que llevaba aun no sabía cuanto.
Solo estábamos a 3 minutos del hotel, pero empecé ahí mismo a deslizar mi mano por sus muslos. Definitivamente no estaba nerviosa. La oía gemir y suspirar con cada roce. "Si que estas cachonda" le dije. Ella solo me sonrió con lascivia.
Le retiré la falda hacia su cintura para ver bien sus braguitas semi transparentes. Rocé por encima de ellas un poco y luego las aparté para ver bien su joven chochito depilado. Y empecé a hurgar con mis dedos en él.
Recuerdo que se agarró al sujeta manos del techo mientras soltaba jadeos cortos.
Nos detuvimos en un semáforo, y yo seguí tocándola mientras un joven en motocicleta, en sentido contrario, casi de frente a nosotros, no perdía detalle. Noté que eso a ella le ponía aún más.
No quise quitarle las bragas por si me manchaba de sangre la tapicería. Habría tiempo en el hotel.
Bajó con las piernas temblonas, y yo deseando llegar a la habitación para usar con ella todos mis juguetes y cumplir mis pervertidos deseos en su carne. Pronto descubriría que su deseo y gusto por el dolor no tenían límites…