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Tanto tiraste de la cuerda que al fin se cortó
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Tiempo de lectura: 14 minutos

Me llamo Raúl, estoy en pareja con Rita y convivo con ella desde hace un año y medio. Soy un solterón de cuarenta años y ella, hoy con treinta y siete, se había divorciado a los treinta y tres. Nos conocimos en una reunión de amigos comunes y a partir de allí empezamos a frecuentarnos hasta que decidimos vivir juntos. Trabajo en un estudio jurídico de prestigio, del que soy socio minoritario, y tengo buenos ingresos. Soy un tanto retraído y me mantengo físicamente aceptable porque practico un arte marcial desde los dieciséis años, naturalmente ahora con menos intensidad. Rita hace cinco meses quedó sin trabajo por cierre de la empresa en la que era empleada. Es muy linda, con un cuerpo apetecible que sabe resaltar con la vestimenta adecuada. Agradablemente extrovertida, no hay reunión aburrida si ella está presente.

Más o menos un año atrás conocimos un matrimonio más desparejo que el nuestro, Pablo de treinta y ocho y Rocío de treinta, él extrovertido, bromista y, según sus dichos, mujeriego con mucho éxito, alto y con un físico de gimnasio. Ciertamente tenía una posición económica muy buena, pues su padre le había dejado en herencia una empresa que funcionaba bien sin su presencia, además de varias propiedades. Intelectualmente es muy básico y le gusta hacer alarde de su riqueza. Rocío es psicóloga, delgada pero bien proporcionada, viste con muy buen gusto pero con si tratara de disimular su anatomía. Con el correr del tiempo me di cuenta que tiene un cuerpo deseable. Llevan casados cinco años.

Dada la afinidad de los matrimonios era frecuente que nos reuniéramos a cenar los sábados, sea en la casa de ellos o en la nuestra, y según las ganas termináramos entretenidos con algún juego de mesa o viendo una película.

Cuando nos reuníamos eran muy comunes entre Pablo y Rita las bromas subidas de tono, las frases con doble sentido y algunas cercanías que rozaban el límite de lo aceptable. Son esas situaciones que uno da por seguro son previas a algo más serio, pero que no son base suficiente para algún reclamo, pues inmediatamente el reproche se vuelve en contra con frases, “estás viendo fantasmas”, “te estás enfermando de celos”, tenés poco sentido del humor”, etc.

Al comienzo esa conducta me incomodaba y no siendo razonable mantener una relación de amistad en esas condiciones, me detuve a pensar qué convenía hacer. La conclusión fue dejar que obraran sin ningún tipo de presión. Si todo obedecía a una manera desenfadada de relacionarse, la cuestión carecía de importancia. Por el contrario, si ambos estaban decididos a intimar, cualquier obstáculo que les pusiera sería sencillamente dilatar en el tiempo un desenlace inevitable. Así que dejé de preocuparme sin por ello desentenderme del tema, porque una cosa es vivir amargado por la posibilidad de ser cornudo y otra cosa es lucir los cuernos.

A poco de conocernos mi relación con Rocío se transformó en muy buena y placentera. Las charlas con ella versaban sobre variadísimos temas que podían ser superficiales o serios pero tocados con profundidad y sentido crítico. En esas conversaciones de larga duración, sin haberlo hablado o puesto de acuerdo, ambos éramos conscientes del juego que se desarrollaba entre Pablo y Rita y los dos observábamos de soslayo su lento y perseverante progreso. Los simples roces se fueron convirtiendo en caricias, brazos que se despegan del cuerpo indicando que la mano se dirige a la falda de quien está sentado al lado, súbitas desapariciones de uno o dos minutos de duración.

Un sábado atrás fuimos a cenar a la casa de ellos y lo que sucedió era previsible. La costumbre hace que bajen las precauciones y se tense la cuerda más de lo aconsejable. Tres factores confluyeron para que las simples sospechas se transformaran en casi certeza.

El indicador de alerta se activó cuando las súbitas desapariciones aumentaron en cantidad y duración.

Al llegar a casa ella entró directa y rápidamente al dormitorio mientras yo desconectaba la alarma y controlaba las aberturas. Cuando fui a nuestra habitación la puerta del baño estaba cerrada por lo cual me imaginé que quizá estaba con alguna urgencia intestinal, pues ella en verano, ni para bañarse la cierra. Salió ya vestida con camisón y ahí entré yo, y lo primero que vi fue su bikini recién lavada colgada de una llave de la ducha. Era parte del conjunto que había dejado sobre la cama para vestirse después del baño y antes de salir para la cena. Ante eso el indicador de alerta se puso amarillo.

Lo usual después de las reuniones de los sábados era que ella llegara a la cama con un notable estado de excitación. Yo intuía que se debía al acoso de Pablo en esas cortas desapariciones y cuyo beneficiario era yo, pues se corría hasta tres veces antes de mi eyaculación. Esa noche, cuando salí del baño, Rita estaba vuelta hacia su mesa de luz y con el velador apagado como si estuviera durmiendo. Decidido a despejar la espantosa duda me arrimé abrazándola, comenzando las caricias sobre las tetas y la conchita que preanunciaban mi deseo. Cuando me dijo que la dejara, pues no tenía ganas, el indicador se puso en rojo y activó la alarma.

Con el entendimiento nublado por la bronca la puse boca abajo, con la mano izquierda le aplasté la cabeza contra la almohada y en el momento en que, espantada, me preguntaba si estaba loco, clavé con fuerza mi rodilla entre los muslos que mantenía juntos y apretados. Sin hacer caso al grito de dolor me puse entre las piernas, y de un solo golpe le metí tres dedos en la vagina reseca y el pulgar en el recto, diciéndole que lubricara rápido porque de lo contrario iba a quedar en carne viva. El violento movimiento de entrada y salida lo detuve después de un buen rato, cuando sus gritos de dolor dieron paso a un llanto convulso.

La dejé llorando en posición fetal y como el sueño iba a tardar en llegar por el odio que me dominaba, encendí la luz de mi lado y el televisor. Luego de buscar en la cocina algo fresco que tomar estuve cambiando canales sin lograr concentrarme en ninguno hasta que me dormí.

Me desperté a media mañana y mirando a mi lado vi a Rita casi en la misma posición en que la había dejado, de costado dándome la espalda. Preparé mi desayuno y lo tomé mirando un partido que terminó al mediodía. Al ver que no se levantaba me fui a comer a un restaurant cercano.

Al volver ella estaba tomando un té en el comedor. Si mirarla pasé de largo en dirección al dormitorio cuando me dijo si podíamos hablar. Regresé sentándome al frente.

– “Te escucho”

– “¿Por qué me hiciste eso?”

– “Por la sencilla razón de que tu rechazo, después de una semana sin sexo, me provocó un bronca monumental. Sobre todo luego de haberte visto vivaz, sugerente, bromista y hasta diría lanzada durante la cena. Cuando entraste a casa pareció que te hubieras apagado de golpe. Al revés de casi todas las ocasiones anteriores en que nos reunimos.”

“No te lo perdono”.

– “Ni pretendo que lo hagas. Ahora sabés a qué atenerte si en el futuro aparece otra negativa”

Al anochecer, ambos distantes, sentados en el sillón del comedor viendo televisión recibió una llamada en su teléfono y luego de ver quién era se fue a otro lado a atender. Al rato vino con mensaje de Pablo, que nos invitaba a pasar cuatro días en el chalet que tiene en la playa, en total seríamos cuatro parejas. Además, Rocío me mandaba decir que si yo iba ella también lo hacía.

– “Por favor dame el teléfono de Rocío”

Cuando lo tuve llamé desde mi aparato y al ser atendido hice lo mismo que antes había hecho Rita, me fui a mi escritorio y cerré la puerta para después hablar. La conversación, intrascendente, duró poquísimo porque el objeto era acordar una reunión para el día siguiente, lunes, en algún lugar tranquilo. Cuando salí y volví al comedor me preguntó qué me había dicho Rocío. Fiel a mi propósito de hacerle sentir mi malestar le contesté.

– “Nada que te importe”

Al día siguiente me encontré con Rocío en un café, saludándonos con el habitual afecto.

– “Raúl, sácame de la intriga, qué es eso que no deseabas tratar por teléfono.”

– “Quería escuchar de tu propia boca que vas a ir a la reunión de fin de semana y además hacerte conocer mi situación, pues me apenaría causarte algún inconveniente.”

– “Contame, sabés que podés confiar en mí.”

– “La relación con Rita va empeorando paulatinamente, estoy convencido que está jugando a dos bandas, y una de las bandas es tu marido.”

– “Y entonces por qué vas?”

– “Porque me gustaría que esta situación confusa se defina de una vez. Y en esa reunión confluirían tres circunstancias favorables. Primero que vamos a estar en un ambiente más que apropiado para que se liberen las pocas ataduras que quedan. En segundo lugar, esa definición desagradable, al ser esperada tendrá en mí un impacto más suave que si fuera algo sorpresivo. Y en tercer término el trago será menos amargo si estoy acompañado por vos.”

– “Comparto totalmente tu postura, también estoy harta de Pablo y su vida de casanova. Yo sistemáticamente me negué a participar de esas reuniones por eso, si a vos te resulta grata mi compañía, voy encantada pues me siento muy bien a tu lado”.

El viaje ya lo hicimos con las parejas cambiadas por sugerencia de Pablo con el pretexto de facilitar la conversación entre Rocío y yo. La tarde pasó sin nada importante que contar.

Esa primera noche salimos a cenar. En la distribución de lugares quedamos Rocío y yo juntos, flanqueados por otro matrimonio, Omar al lado de mi pareja y Sara, su esposa, a mi derecha. Justo enfrente nuestro estaban Pablo y Rita que parecían novios impedidos de disimular su calentura. De pronto Rita dio un salto en su silla y soltó un “ay”. Luego me miró fijamente y con odio. Por supuesto que en seguida me di cuenta de lo sucedido. Los otros matrimonios no hicieron caso o no se apercibieron pero Rocío sí, por lo cual le dije

– “Eso se llama dedo en vagina irritada”

Ahora de los ojos que reflejaban odio se desprendieron dos lágrimas, no sé si de dolor o de bronca contenida. De todos modos poco me importaba su sufrimiento. El postre y la sobremesa siguió por los carriles comunes con un pequeño ingrediente no previsto, Omar charlaba con Rocío con evidente deseo de agradarle, cosa que ella, cuando salimos para ir a la discoteca, me lo confirmó.

– “Francamente pesado y aburrido Omar”

– “Entonces es probable que lo tengas de candidato para bailar”

– “Espero que no, pero si me invita lo haré una sola pieza por no despreciarlo, pero nada más”

Ni que hubiera sido adivino. Estábamos todos en la pista, cada uno con su pareja, cuando al lado nuestro aparecieron Omar y Sara. Él le pidió bailar a Rocío y Sara dijo que se encargaba de mí. Poco tardó esta nueva compañera en abrazarme el cuello y pegar su pelvis a la mía. Ante esto me retiré un poco y, sonriendo, le agradecí su buena intención de hacerme pasar un rato placentero pero hacía pocas horas había cambiado pareja y no pensaba variar en lo más mínimo. Su respuesta me sorprendió y además me dio indicio que detrás de esto había varios implicados con la intención de forzar la participación de Rocío.

– “No te preocupés por ella que seguro la tienen apretada contra alguna pared con las piernas abiertas y una mano en la concha.”

– “Entonces, por lo que me decís, debo suponer que tu marido es un conquistador relámpago y Rocío demasiado fácil”.

Con mi última palabra sentí que alguien se tomaba de mi brazo y apoyaba su cara en mi hombro. No necesité mirar para saber quién era, por lo cual de nuevo me dirigí a Sara.

– “Algún fallo en el pronóstico?”

La curiosidad de Rocío la llevó a preguntarme de qué hablábamos. Mi respuesta fue contarle fielmente lo sucedido. Su mirada de interrogación a Omar fue respondida.

– “Yo nada dije”, siendo Sara la que habló mirándolo con desprecio.

– “Sos una basura y encima me dejás a mí como una puta”

Cuando el conquistador fracasado dio media vuelta y se fue, recibí una sorpresa que me paralizó algunos segundos. Mi nueva pareja había puesto sus brazos alrededor de mi cuello y mirando a Sara me dijo.

– “No arruinemos el pronóstico que Omar no pudo cumplir”

Se levantó el vestido y tomando mi mano la puso sobre su bombacha para luego cubrir mis labios con los suyos, saboreando ambos nuestras bocas. Desde ya que mi mano se deslizaba suave y lentamente acariciando su conchita sobre la prenda hasta que terminamos el beso. Su pregunta me volvió a la tierra.

– “¿Te parece que los habremos escarmentado?”

– “Estimo que sí, pero habiendo disfrutado tanto me gustaría que escarmentáramos a todos los presentes.”

Bailamos un rato más hasta que Pablo y Omar dijeron de ir pasear por la playa aprovechando la hermosa noche pero el otro matrimonio y nosotros preferimos irnos a dormir.

Teníamos asignado un dormitorio con dos camas, lo que no nos significó contratiempo alguno y descansamos bien. Al otro día fuimos a la playa a media mañana pensando regresar cuando se pusiera el sol. En algún momento de la tarde, yo tirado sobre la toalla, la siento a Rocío decirme.

– “Quizá quieras ver una nueva forma de entretenimiento.”

Incorporándome un poco pude apreciar que Pablo a tenía a Rita tomada por debajo de los brazos besándola, mientras Omar la agarraba de la cintura y, haciéndole poner las piernas sobre los hombros masculinos, la envestía con regularidad. Su insolencia era manifiesta, pues ambos miraban en nuestra dirección y ella saludaba con la mano. Después nuevamente me acosté.

– “No te duele verlos así?”

– “Dolerme no porque era lo esperado. Lo que me molesta es esa burla encubierta. De todos modos no es algo significativo. La única persona verdaderamente importante sos vos, y a vos te tengo a mi lado.”

Mi corazón triplicó su ritmo cuando, inclinándose, puso sus labios sobre los míos mientras sus palabras me acariciaban.

– “Te amo.”

Después de cenar propusieron algunos juegos que no duraron mucho. Parecía que el deseo general era pasar a actividades más íntimas en una especie de todos contra todos. Desde ya que no contaban con nosotros. Cuando vi el rápido progreso del nuevo entretenimiento le comenté a mi amiga.

– “Que te parece si les hacemos una broma a los presentes.”

– “Haciendo qué”

– “Simulando que estamos teniendo sexo.”

– “Cómo lo hacemos.”

– “Sentada en mi falda, vas diciendo lo que pasa en una progresión. Primero negando, luego aceptando un poco y por último gozando.”

– “Me parece que, disimuladamente, querés meterme mano.”

– “Por supuesto.”

– “A mí, siendo tu amiga?”

– “Querida amiga, un hombre que tiene a su lado una hermosa mujer, educada, culta, con rectas y curvas armónicamente distribuidas, si no quiere meterle mano es porque padece un serio problema mental y fisiológico. Yo con toda suerte estoy sano.”

– “Me estás envolviendo, no sigas hablando y comencemos la representación.”

Iniciamos la farsa, aunque ambos nos salimos un poco del libreto. Mis manos algo acariciaron al margen de la broma y ella ubicó y movió sus nalgas muy en serio. En eso estábamos cuando nos llamó la atención el diálogo en voz alta de Rita y Pablo.

– “Que pasa que te has desinflado”

– “Es que no me puedo concentrar culpa de esa hija de puta de mi mujer. Hace más de un año que no me deja tocarla, mirá se mueve gozando como una burra, escuchá lo que le dice a tu marido, ‘Te amo, te quiero más adentro, lléname la panza de leche, me estás haciendo correr de nuevo’.

– “Yo tengo el remedio, mis labios hacen maravillas.”

Cuando se descabalgó quedó a la vista una pequeña, arrugada y caída porción de carne. En eso pudimos sentir la voz de Omar, con su habitual brutalidad.

– “Pablo, la tenés tan muerta como mi bisabuela”

Mostrando su enojo ambos se levantaron y salieron. Habiéndose roto el encanto de la reunión también nosotros nos despedimos yendo al dormitorio que teníamos asignado. Por supuesto que intercambiamos opiniones sobre el resultado de la broma, ya que ninguno esperaba la reacción de Pablo. Evidentemente nunca había imaginado ver a su mujer con otro pues la consideraba exclusivamente suya aunque fuera inconscientemente.

Cuando salí del baño Rocío estaba en su cama tapada con la sábana hasta los hombros.

– “Por favor acércate, quiero decirte algo, pero al oído”

Para eso me arrodillé y pegué mi oreja a sus labios.”

– “Me darías un gusto muy grande?”

– “Encantado.”

– “Meteme mano, pero mucho, mucho.”

Al deslizar mi brazo por bajo la sábana, la palma encontró un cuerpo desnudo. El recorrido siguió bajando más allá del ombligo enredando los dedos en el vello del pubis. Mientras mi boca saboreaba alternadamente labios y tetas, con índice y pulgar abracé los labios vaginales moviéndolos, hacia arriba apretando y hacia abajo abriendo. El nivel de excitación hizo que la caricia durara poco tiempo. Cuando abrió las piernas permitiendo que anular y medio hicieran círculos en su entrada, sus manos tomaron la mía provocando que los dedos ingresaran de golpe al encuentro de su entrepierna. Las convulsiones dieron paso al cuerpo tensado en arco, apoyada sobre hombros y pies para luego desplomarse.

El momento de recuperación lo hicimos abrazados, ella con la cabeza sobre mi hombro y yo con mis labios sobre su frente. El contacto corporal suplía con holgura cualquier palabra que pretendiera expresar lo bien que nos sentíamos. Su voz me devolvió a la conciencia.

– “Haceme tuya.”

Tomé la almohada y la puse a lo largo debajo de su cuerpo. Sentado sobre mis talones, con los muslos abrazando sus nalgas pude ver que su conchita y mi pija quedaban a la misma altura. Era lo deseado, pues pretendía penetrarla erguido, viendo en su cara el efecto de cada centímetro de carne ingresado en la vagina. El placer visual fue superior al deleite de contacto. Tres partes en movimientos coordinados provocaron el gozo máximo. Mi glande en la entrada fue correspondido con la bajada de párpados, luego la apertura de ojos y boca respondió al deslizarme hacia adentro, y mi tope con el fondo fue acompañado por la cabeza tirada hacia atrás con el cuello tendido, los ojos cerrados y emitiendo un rugido. Unos cuantos golpes cortos de pelvis fueron suficientes para que los músculos de la vagina forzaran al cilindro invasor a cabecear y soltar chorros de líquido grumoso, que ella recibió cruzando sus piernas en mi espalda y arañándome las nalgas.

Al día siguiente nos levantamos tarde y fuimos al pueblo cercano, que yo no conocía. Después de recorrer la parte céntrica llegamos a una plaza con jardines preciosos y un monumento en el medio de la manzana. Tenía una escalinata de acceso y, el paseo alrededor de la estatua, rodeado por un muro bajo desde el cual se podía observar el predio. Rocío, sin premeditación, acodada en el antepecho, me permitía disfrutar mirando sus nalgas enfundadas en una bombacha blanca como su vestido, apenas traslúcido.

– “Qué te parece la vista?”

– “Maravillosa.”

Como se dio cuenta que estaba atrás, y no a su lado, giró y percibió hacia dónde estaba dirigida mi vista. Sonriendo me recriminó

– “Me refiero a los jardines de la plaza.”

– “Y yo hablo de algo que está en la plaza aunque no forma parte de ella, y con una gran diferencia, su belleza es totalmente natural.”

– “Me estás envolviendo de nuevo, lo cual muestra tus intenciones.”

– “Por favor, seguí observando tranquila y permitime que cumpla un deseo que acaba de nacer.”

No me contestó, pero verla girar su cabeza mirando nuevamente a los jardines lo tomé como asentimiento. Me acerqué y, metiendo las manos por debajo del vestido, le bajé y saqué la bombacha mientras ella permanecía quieta y callada. Haciendo que separara las piernas me puse entre medio, pero sentado de espaldas al muro. Que ella bajara un poco y yo subiera apenas mi boca fue suficiente para que su conchita se juntara con mis labios. La primera tarea lingual fue recorrer la hendidura subiendo y bajando sin separar los labios. Lo que al comienzo fue leve humedad y silencio, con el andar de la caricia el flujo aumentó su caudal y los aparecieron los gemidos. El preanuncio de la corrida fue una mano apretándome contra ella, mi boca saboreando y tragando abundante líquido, y la leve queja mutando a un rugido que trató de acallar poniendo la boca sobre el brazo. Repuesta del esfuerzo retiró el vuelo del vestido que me cubría para mirarme.

– “Ahora dispongo yo. Por favor sacala que quiero clavarme sola, y no te muevas.”

Poniendo sus manos sobre mis hombros empezó a bajar en cámara lenta. Tras una pequeña detención para ubicar mi glande en su entrada, siguió descendiendo con los ojos cerrados, sus dedos como garras en mis hombros y su boca que iba abriéndose en sincronía con el avance de la penetración. Ambas pelvis pegadas y su cabeza en mi hombro hicieron parar el movimiento para dar lugar a su voz susurrante en mi oído.

– “Así mi amor, así, ahora lléname de pija y después que me rebalse la leche. Te voy a ordeñar contra la ley de gravedad, mi conchita exprimidora te va a obligar a la fabricación de esperma contra reloj para los próximos días. Sí mi vida ya te siento, uno, dos, tres, cuatro disparos en el centro del blanco y me cooorro”

Tal como habíamos programado, el sábado al mediodía comimos asado que yo me encargué de hacer y lo disfrutamos con buen vino. Terminada comida y sobremesa me dediqué a ordenar y limpiar la parrilla para facilitar su uso futuro. Luego de eso, traspirado y con olor a humo, decidí darme un baño y descansar un rato mientras las tres parejas y Rocío iban a la playa. Dormía profundamente cuando siento un cuerpo que se acuesta a mi lado pegándose bien por lo estrecho de la cama. Por supuesto sabía quien era, y dándome vuelta hacia ella le pregunté a qué se debía su rápido regreso.

– “Me volví porque mi marido y sus amigos son una porquería. Cuando llegamos tendí mi toalla y estuve tomando sol un rato hasta que el calor me hizo meterme al agua, donde ya estaban jugando y toqueteándose todos con todos. Al ir llegando a la orilla vi que los tres hombres, después de decirse algo, se dispersaron, mientras yo llegaba a la profundidad de mi cintura. Entonces caí en cuenta de estar rodeada y acercándose ellos decían que ahora les tocaba jugar conmigo. Sabiendo en qué consistía el juego al que pretendían sumarme les grité que no me tocaran pero ya era tarde, sintiendo que me pasaban del uno al otro, aprovechando para recorrer con sus manos todo mi cuerpo con la complacencia de mi marido que participaba alegremente, sin que le interesaran mis gritos y negativas. Ya llorando sentí que Pablo, a mi espalda, me tomaba de la cintura y Omar me sacaba el bikini, después de lo cual se fueron riendo y dejándome desnuda de la cintura para abajo. Menos mal que siendo una playa nudista pasé desapercibida al salir para tomar mis cosas y venirme.”

Cuando regresaron al atardecer las caras nada decían del mal rato que le habían hecho pasar a Rocío, al contrario, le hicieron bromas diciendo que la felicitaban por practicar nudismo. Entonces vi mi oportunidad para sacarme las ganas de vengarme de los tres en la persona de quien se había quedado con la prenda, por lo cual me acerqué a él.

– “Omar, me das el bikini de Rocío, que mañana no va a tener qué ponerse?”

– “Y por qué no me lo pide ella”

– “Porque está enojada con vos y no quiere hablarte”

– “No me acuerdo qué lo hice, creo que lo dejé en la playa”

– “Tendrías que buscarlo y devolverlo, sobre todo porque se lo sacaste contra su voluntad”

– “Ahora no tengo ganas”

Cuando mi puño en el abdomen lo hizo doblarse y caer al suelo lo tomé del cuello y aplasté su cabeza contra el piso reanudando el diálogo.

– “Vamos a ver si este tratamiento te hace recuperar la memoria y te devuelve las ganas. Mi sugerencia es que me avises cuando recuerdes dónde está. Voy a esperar que se te pase el dolor y recuperes la respiración. Luego irá un puñetazo al hígado y, si eso no surte efecto, seguiré con patadas al tórax para ir quebrando costillas”.

Sara, en un ruego lastimoso me hizo volver la vista hacia ella.

– “Por favor no lo golpees más, tomá acá está”.

– “Agradecele a la memoria de tu mujer que te hayas salvado de ir al hospital. Ahora, vos que lo sacaste, me lo vas a entregar en mano”.

Cumplida la exigencia, y para que no hubiera confusiones futuras, le advertí.

– “Tratá de no acercarte a menos de un metro de Rocío o de estar a mis espaldas. Si eso sucede, ésto te va a parecer una caricia.

Al día siguiente, mientras desayunábamos solos, mi deliciosa pareja tocó el tema que ocupaba el pensamiento de ambos, el futuro de nuestra relación. Mi opinión fue que convenía esperar como mínimo dos semanas para tocar con cierta ecuanimidad el asunto, porque ahora cualquier decisión iba a estar fuertemente influenciada por la pasión y la novedad. Ella estuvo de acuerdo y, cuando nos despedimos al regreso, el abrazo tierno, sentido, por encima del deseo, cargado de afecto, me dio la casi certeza de que algo duradero se avecinaba.

Ya en casa entré directamente al dormitorio, escuchando a Rita.

– “¿Querés tomar un café?”

– “Sí, por favor.”

– “¿Qué estás haciendo?”

– “Estoy sacando la ropa de cama que usé con mi ex pareja”

– “Pero si ahí dormimos la noche antes de irnos al chalet de Juan”

– “Totalmente de acuerdo, a vos me estoy refiriendo cuando digo mi ex pareja”

– “Estás loco, decime qué pasa”

– “Simplemente pasó lo que el miércoles te dije que podía pasar. Cuando vos, entusiasmada, me contaste la invitación de Juan y el tipo de reunión que sería, yo te contesté que no me parecía conveniente porque siempre sale afectada la relación de pareja. A veces de manera casi imperceptible, y otras fracturándola totalmente. Acepto que a vos te parezca algo sin importancia, pero a mí me resultó traumático y muy desagradable.”

– “¿No podemos olvidarlo? te juro que solo te quiero a vos”.

– “No nena, y te voy a decir por qué. Cuando te veía teniendo sexo con cualquiera de los tres, cuando escuchaba tus alaridos de placer, no sentía celos, y si no sentía celos es porque no te consideraba mía, y si no te sentía mía es porque simplemente no te quiero lo suficiente como para tenerte a mi lado. Además no encuentro una razón valedera para tener de pareja a una mujer que no encuentra en su casa lo que ella desea, obligándola a tener dos vidas para estar satisfecha. No pretendo que te vayas ahora mismo, pero cuanto antes lo hagas mejor”

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