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Tammy, mi perrita buena
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Aquel día llegué de trabajar y como siempre ella estaba tomando el sol en topless. Los vecinos no la quitaban ojo, pero al verme salir se escondieron como ratas.

Ella se percató y entró en casa tapándose con una toalla y diciéndome que siempre llegaba en el peor momento. Era lo habitual, pero ése día no pude aguantar y reventé.

Empezamos a discutir y cada grito retumbaba en todas las paredes de la casa.

Nos íbamos acalorando cada vez más hasta que ella me dijo que ya no la hacía sentir mujer y se dio la vuelta con la intención de dejarme con la palabra en la boca, pero la agarré por la muñeca y la lancé hasta el sofá.

Ella me miraba mal y respiraba fuerte y apretando los dientes mientras yo me bajaba la cremallera del pantalón. Me acerqué de frente y ella giraba la cabeza de un lado a otro, pero la agarré del pelo y tiré hasta que ella chilló de dolor, y en ese momento metí toda mi verga en su boca. Parecía que se iba a ahogar pero cuando se la sacaba, para que respirase, no cerraba la boca. Yo tiraba de su cabeza hacia mí mientras le decía:

-Eres muy perra, pero eres mía. Te gusta el puterío? pues yo te voy a dar bien, para que luego te andes exhibiendo y te follen con la mirada. Vas a ser una buena perra pero sólo conmigo… Yo seguía tirando de su cabeza hacia mí, una y otra vez, mientras le decía semejantes barbaridades. Sus tetas botaban como locas, sus ojos inundados de ira, y alguna lágrima bajaba por su mejilla pero al final la agarré por la nuca con las dos manos y me corrí en su boca mientras exhalaba un grito de placer.

Eufórico abrí la puerta del jardín de atrás y grité

-Es miiiaaa!!!

Al escuchar mi grito algunos vecinos se metieron corriendo en sus casas y riendo me volví hacia mí esposa pero la vi salir corriendo hacia el dormitorio.

Corrí tras ella y la di alcance antes de que cerrara la puerta. De nuevo vi el miedo en sus ojos pero me daba igual. La ate las manos al cabecero de la cama con un pañuelo de seda y mientras me quitaba la camisa ella decía que no una y otra vez.

Al acercarme empezó a chillar así que le quité la braga del bañador y se la metí en la boca. Ella intentaba desatar sus manos pero yo abrí sus piernas y metí mi cabeza entre ellas. Por un momento, al sentir mi lengua entrando en ella, se quedó quieta y en tensión, pero tardó poco en volver a intentar retirarme a patadas. Yo lamía sus carnes y sabía que lo hacía bien pues noté como su respiración cambiaba. Ella apretaba las piernas y yo las sujetaba por las rodillas mientras mi lengua no paraba de jugar.

De repente ella abrió las piernas y arqueó su espalda. Yo pensé que se había desatado y levanté la cara para mirar, pero lejos de confirmar mi sospecha vi como ella se corría sobre mi rostro. Respiraba con fuerza y me chorreó con fuerza varías veces hasta quedarse completamente relajada.

Yo acerqué mi cara, aun escurriendo, y saqué la prenda de su boca para besarla, pero ella apartó su cara.

-eres un cerdo.

-y tu una perra, mi perrita!!!

-suéltame!!!

-si, si… ahora mismo

Me quedé mirándola y la verdad es que era preciosa, así que de nuevo intenté besarla pero ella se negaba hasta que finalmente la sujeté la cara y la besé con ansia. Ella se resistía al beso y me mordió el labio. Me retiré y mientras tocaba mi labio sangrando volvió a pedir que la desatara, pero yo le dije que tenía que ser una buena perrita y sin miramientos me abalancé sobre ella y se la metí arrancando de su garganta un tremendo alarido.

Yo embestía, jadeante, una u otra vez. Sus gemidos se sucedían, y mientras mi boca besaba su mejilla mi mano acariciaba su muslo. Notaba sus pechos contra mí y sus piernas me apretaban, pero no pensaba parar. Sin darme cuenta sus gemidos grotescos se habían tornado en suspiros placenteros y eso me puso aún más cachondo haciendo que embistiera con más fuerza. De repente ella giro su cara y sus labios besaron los míos volviéndome completamente loco y haciendo que en mi verga reventase un chorro de semen que la llenaría hasta rebosar.

Creo que fue la vez más rápida de toda mi vida, pero también una de las más placenteras.

Contento de haber conseguido mi beso y escurriéndome el sudor por todo el cuerpo me fui a por algo de beber, pero al regresar con una copa de vino ella se había desatado y no estaba sobre la cama. Me asomé con cautela al vestidor y la vi arreglándose el pelo. Se había puesto un vestido negro ajustado y estaba preciosa. Ella se acercó, me quitó la copa de vino y, después de darle un sorbo, me dio un beso.

– llévame a cenar fuera

– como?

– si, esto hay que celebrarlo

– cual?

– llevo años siendo tu esposa y me di cuenta de que quiero ser tu perra, tu perrita buena.

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