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Tiempo de lectura: 4 minutos

Hoy os traigo una fantasía y como tal me voy a inventar el nombre aunque si lo lee algún día sabrá perfectamente quien es.

Eran las 09:30 de la mañana, y yo yacía tendido en mi cama en un sueño profundo; raro en mi pues normalmente se despierta a las 08:00 de la madrugada, pero ese día en especial, me había propuesto dormir hasta derrotar al cansancio acumulado. Sabía programar mi cuerpo para esos días especiales en los cuales "desconectaba el despertador biológico" que tan perfectamente funcionaba; estaba soñando algo muy placentero.

Una mujer cuyo rostro no podía identificar (cosa muy común en lo sueños) pero si recuerdo su espesa melena morena, sus labios carnosos, unos pechos de una talla 100 más o menos, unas caderas sinuosas y un culo redondo de esos que dan ganas de morder. No recuerdo cómo llegamos a esta situación pero tenía mi miembro envuelto con sus labios que me había puesto en un nivel de excitación insuperable; podía sentir la fuerte succión que ejercía aquella deliciosa boca en mi rígida virilidad y el accionar de una lengua sabia, experimentada en esas lides; sentía las manos de Rosario acariciar mis testículos y recorrer mi falo en toda su longitud masturbándolo con maestría para luego acariciar los alrededores de su sexo con roces precisos que me hacían ponerme más y más caliente.

Alargue mis manos buscando la cabeza de aquella hembra de mis sueños y, cosa extraña, alcanzó a tocar su melena húmeda justo en el momento cuando un gota de agua caía sobre uno de mis testículos; la sensación, lejos de sorprenderme me excitó todavía más pues en medio del sueño pude visualizar a Rosario saliendo de la ducha, todavía cubierta por algunas gotas de agua sobre su piel y el cabello mojado aun, venía excitada, con ganas, la escena se repitió como si de un video se tratara, volví a verme dormido mientras asomaba el voluptuoso cuerpo de aquella ardiente Venus envuelto apenas por una toalla, venía descalza y de sus cabellos chorreaba agua; se paró justo al lado del dormido y desnudo su cuerpo, se arrodilló con mucho cuidado al lado de la cama y con delicadeza fue succionando mi miembro que estaba en estado de reposo hasta hacerlo reaccionar de nuevo; por la expresión de su rostro le encantaba hacer aquello; se notaba la excitación que la embargaba segundo a segundo.

Yo termine por abrir mis ojos y encontró que aquello no había sido un sueño, la mujer lo miró desde su posición, dejó unos segundos la deliciosa labor que estaba realizando y le dijo en un susurro: "no hagas nada, déjame disfrutar de esto que hace tiempo que no hacía, hoy voy a gozar como la leona que soy…"

Dejó caer la toalla al suelo con un leve movimiento, sacudió su cabellera de forma que una pequeña lluvia de diminutas gotas se estrellaron contra mi pecho y rostro, pasó sus manos a lo largo del abdomen de su excitado semental y como quien monta en una cabalgadura, se sentó a horcajadas cubriendo mi erección con su sexo dejándolo envuelto entre sus labios vaginales que para ese momento estaban muy dilatados y suficientemente húmedos, producto de la excitación; buscó mi boca que la esperaba ansiosa y la penetre con mi lengua ávida de sensaciones mientras que, con un movimiento que denotaba una pericia digna de elogio, sin usar sus manos para nada, logró acoplar la entrada de su vagina con el hinchado glande de mi deseada verga; movió su pelvis hacia atrás y en dos segundos la engulló toda en su ardiente cavidad.

Ella sabía cómo lograr el máximo placer y prolongarlo al máximo; se movía de cualquier forma pero disfrutando cada milímetro de mi carne, cada roce obtenido de sus sabios movimientos y cada sensación que obtenía de saberse dueña de la situación; en resumidas cuentas, Rosario era la dueña y señora de mi cuerpo y lo gozaba como se le daba la gana; bien pudo ser al contrario, que yo la sorprendiera en medio del sueño y la poseyera como tantas veces hacía o quizás pudieron haberlo hecho después de alguna insinuación por parte de cualquiera de los dos, pero esta vez la iniciativa había sido de ella y eso hacía que su placer fuera mayor; estuvo cabalgando en mi mástil por casi veinte minutos en los cuales logró no menos de dos orgasmos, me mantenía las manos sujetas para dedicarse a sentir solo lo que ella deseaba sentir; de pronto me habló con tono autoritario; "no te muevas, hoy te voy a hacer acabar sin que tengas que moverte, si lo haces, me bajo y no tendrás tu premio…"

Yo cerré los ojos y me dispuse a gozar de aquel dominio tan exquisito que aquella hermosa, madura y experimentada mujer ejercía sobre mí; podía sentir cada pliegue de su intimidad acariciando mi erección, las experimentadas manos recorriendo mi pecho o aferrándome a su cintura para moverla mejor y con mayor ímpetu sobre su cuerpo; de vez en cuando, una de aquellas manos acariciaban mis testículos amasándolos o apretando controladamente hasta hacerme experimentar cierto dolor que no por eso dejaba de ser placentero.

Rosario sintió como su cuerpo comenzaba a experimentar la tensión previa al orgasmo y apuró el paso: "quiero ordeñarte diablo mío!, te voy a sacar hasta la última gota de leche que tengas en el cuerpo, dejarte seco!", aquello aceleró el proceso que ya había comenzado escasos segundos antes; sentí las palpitaciones del glande, notó como el tronco se hinchaba rítmicamente en su interior estimulando las paredes de su vagina y se entregó al orgasmo simultáneo: "vamos, dámela toda!, lléname con tu leche!, acaba para mí, para tu leona!, así, dáselo a tu ama!"

Los espasmos se sucedieron con una intensidad y cadencia indescriptible, fue una explosión incontrolable, bestial, divinamente agotadora; aquella mujer se tumbó sobre mi pecho que tanto placer le acababa de brindar y se quedó inmóvil tratando de recobrar la respiración mientras yo la rodeaba con los brazos y le daba un pequeño mordisco en el lóbulo de la oreja; estuvimos así por varios minutos, sin hablar, sin más comunicación que el contacto de nuestros cuerpos exhaustos.

De pronto yo la sorprendió con un azote y cuando ella quiso replicarme con algún pellizco o cosa similar, le susurre al oído: "levántate cielo, debemos de despertarnos…"; ella me miró con cara de sorprendida y me replicó: "casi lo olvido amor, es que cuando sueño contigo, se me olvida el resto del mundo, parece que no lleváramos casi 18 años conociéndonos”

Gracias, amada mía, porque en 18 años me has ayudado a vencer la rutina que tanto daño me hace, definitivamente eres única…

Muchas gracias a mis lectores y lectoras por tener 5 minutos para leerme y espero que les guste.

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