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Su profesor particular (capítulo VII): Por fin solos
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Tiempo de lectura: 8 minutos

“¡Qué mala suerte, profesor!” “Parece que vas a tener que esperar. Lo siento, jijiji”. “Vas a tener que ponerte hielo o darte una ducha fría para disimular el bulto en tu pantalón. No queremos que los operarios piensen que eres un sátiro, ¿no? Jijiji. Yo me encargaré de recibirlos mientras.”

Tomás pensó que los operarios no tardarían mucho tiempo. Elena tampoco podía tener tantas cosas en su habitación de la residencia. Serían cuatro cajas mal contadas. Las subirían, las dejarían, se irían y, como mucho en quince minutos, estaría saboreando los ansiados pies de su ama.

Era verdad que Elena no tenía demasiadas cosas que trasladar. Habría podido trasladarlo todo en un par de viajes en taxi, pero contactó con una de las empresas de mudanzas con mejores referencias de la ciudad. Ellos se encargaban de embalar y desembalar todo. Era caro, pero bueno, que más daba. Era Tomás quién correría con los gastos y él no tenía problemas económicos, así que ¿por qué iba a molestarse ella?

Dos empleados subieron las cosas de Elena en un par de viajes y las fueron colocando siguiendo las instrucciones de Elena. No tardaron mucho en terminar. Cuando acabaron y llegó la hora de pagar, Elena llamó:

“¡Papá! ¡Papá! ¡Estos señores ya han acabado! ¡Sal a pagarles!”

Tomás se dio por aludido y apareció con la cartera en la mano, le dieron la factura y sacó los billetes para pagar. Sobraban 30 euros.

– ¨Voy a ver si tengo para darle el cambio”, dijo uno de los operarios.

– “No se preocupe. Puede quedarse con el cambio. ¿Verdad papá?”. Dijo Elena mirando a Tomás con una sonrisa pícara.

– “Sí, bueno, puede quedárselo, sí”, contestó Tomás con resignación.

– “No sólo tiene una hija preciosa, sino además generosa”, dijo el operario, sin poder evitar mirar de reojo las tetas de Elena, que se marcaban poderosas bajo su camiseta. “Muchas gracias”.

En cuanto los operarios se marcharon y cerraron la puerta, Tomás se arrodilló, delante de Elena, que estaba sentada en el sofá.

– “Señora. Estoy deseando poder tener el privilegio de adorar sus preciosos pies. ¿Me permite que la descalce y le dé un masaje?”

– “Mira, mejor vete a la cocina y vas preparando una buena cena, mientras yo ordeno mis cosas. Como te dije, soy un poco maniática del orden y la limpieza, y quiero tenerlo todo más o menos organizado cuanto antes”.

Tomás estaba deseando probar esos pies. No le hacía ninguna gracia la perspectiva de irse a la cocina a preparar la cena con el calentón y tener que esperar algunas horas más antes de poder lanzarse a adorar los tan deseados pies de Elena.

– “Señora, por favor. Se lo ruego. Permítame que me ocupe de aliviar esos cansados pies suyos ahora y luego le prepararé una buena cena. Se lo ruego. Debe estar cansada y le vendrá bien un masaje”. Tras decir esto, Tomás bajó la cabeza y se puso a besar las zapatillas deportivas de marca que llevaba puestas Elena, sintiendo el olor que le llegaba y excitándose aun más con él.

Elena estaba cansada y pensó que realmente, no le vendría mal un buen masaje de pies antes de ponerse a colocar sus cosas. Además, tenía que darle algo a Tomás. Ya lo había hecho esperar bastante y tenía que saber combinar los castigos con los estímulos. Tomás estaba de lo más sumiso, entregado y cumpliendo perfectamente su parte del trato.

Decidió acceder a que Tomás disfrutara ya de sus pies, aunque antes lo dejó que le rogara un poco más.

– “¿Tantas ganas tienes de disfrutar de mis pies, profesor? ¿No puedes esperar a después de la cena?”

– Mientras seguía besando los zapatos de Elena, Tomás siguió rogando: “Señora. Es usted una aunténtica diosa. El honor que me ha concedido viniendo a vivir conmigo es lo mejor que me ha pasado. Necesito sus pies. No puedo resistir más tenerlos tan cerca sin poder adorarlos como usted se merece. ¡Déjeme que me encargue de relajárselos ahora! Se lo ruego, Señora”.

– “Está bien, profesor. Te dejaré adorar mis pies ahora. Soy estricta, pero justa y creo que te lo has ganado. Eso sí, ¡esfuérzate por relajármelos bien!”.

Tras decir esto, Elena se tumbó en el sofá, dejando sus pies colgando por uno de los extremos.

“Vamos, profesor. Demuéstrame lo que puedes hacer. A ver si consigues que cada vez que llegue a casa esté deseando que te pongas a adorar mis pies para relajarme. Pero tráeme mi teléfono móvil antes. Voy a aprovechar este rato de relax para contestar mis mensajes”.

“Con su permiso señora”. Tomás se levantó y fue corriendo a la habitación de Elena a por su teléfono. Cuando volvió al salón, se arrodilló junto a ella y le dio su teléfono.

“Puedes empezar”, dijo Elena.

Aquellas palabras sonaron como música celestial en los oídos de Tomás. Lleno de deseo y emoción, fue de rodillas hasta el extremo del sofá por el que colgaban los pies de Elena. Le parecía mentira que, después de tanta espera y tanta excitación frustrada, por fin iba a poder disfrutar de esos deseados pies.

Tomás se situó de rodilla frente a los pies de Elena. Cogió su pie derecho con la delicadeza del que está manejando una delicada obra de arte. Lo admiró contemplando su forma y la perfección de su tobillo. Siempre le había excitado muchísimo ver a mujeres bonitas con zapatillas deportivas y esoss calcetines cortos que apenas asomaban por el borde del zapato y dejaban ver sus preciosos tobillos: justo lo que llevaba puesto Elena. El tobillo de Elena era precioso, fino y perfectamente dibujado, anticipando la subida a sus fabulosas piernas. Tomás no pudo evitar besar, casi de forma inconsciente ese precioso tobillo.

Luego empezó a desatar los cordones con delicadeza y, una vez que lo hubo hecho, descalzó muy despacio el pie de Elena. El olor que le llegó era muy fuerte. Como le había dicho Elena, había estado llevando varios días los mismos calcetines para que Tomás pudiera disfrutar plenamente de su aroma. Tomás se llevó el zapato a su nariz y aspiró con fuerza. Todo aquel aroma pareció concentrarse en su polla, que se puso dura como un hierro. Tanta espera había merecido la pena. Allí estaba, a punto de poder disfrutar de los pies de una belleza de mujer que, además, era inteligente, decidida y dominante.

Tomás dejó el zapato en el suelo con delicadeza y pegó su nariz al calcetín de Elena, sintiendo en su cara la humedad de la prenda. Aquello era como un delicioso néctar para él. Ahora que veía que no iba a haber interrupciones, quería disfrutar con calma de aquella delicia. Mantuvo el pie de Elena pegado a su cara unos instantes y luego se separó, para empezar a masajearlo, empleándose a fondo. Tomás tenía unos dedos largos y fuertes y a Elena le pareció una delicia el masaje que le estaba dando mientras ella respondía sus mensajes en el móvil.

Después de unos minutos de masaje, por fin se decidió a quitar el calcetín del pie de Elena. Lo hizo con total delicadeza, retirándolo milímetro a milímetro y admirando cada porción de pie que iba quedando descubierta. Elena, aunque estaba bronceada después de las recién acabadas vacaciones de verano, era de piel blanca, como le gustaba a Tomás. Por fin llegó al final del camino y desprendió totalmente el calcetín del pie de Elena.

¡Oh! ¡Aquéllo era maravilloso! Se deleitó viendo aquellos perfectos deditos, largos, rectos y bien formados, con unas uñas perfectas que, además, llevaba sin pintar, cosa que le encantaba a Tomás. No es que le disgustaran los pies con las uñas pintadas. Sobre todo, pintados de cierto color, como el negro, le atraían mucho. Sin embargo, siempre le habían gustado más con las uñas sin pintar. ¡Y los tenía allí, a su disposición!

Ya tenía en su mano el perfecto pie de Elena, con un empeine fino, con el puente justo y totalmente proporcionado. No era demasiado grande para la altura de Elena. Tomás calculó que serían de la talla 38.

Comenzó a masajear el pie descalzo de Elena y, sin poderse resistir más, se lanzó ansioso a saborearlo. Se metió su dedo pulgar en la boca, saboreándolo como si fuera un exquisito manjar. ¡Estaba en extásis!

Luego siguió con los demás delicados deditos, chupando bien cada uno de ellos y la suciedad acumulada entre ellos. ¡Cómo disfrutó con ello! Saboreó el sabor salado del sudor concentrado, casi corriéndose al hacerlo. Estaba totalmente absorto en su tarea cuando oyó a Elena decir:

“¡Eh, profesor! ¿No crees que mi otro pie se puede poner celoso al ver que centras toda tu atención en éste?”

Mientras decía esto, Elena agitó su pie izquierdo, todavía calzado, delante de la cara de Tomás.

“Tiene razón, señora. Siento mi descuido”. Entonces soltó con delicadeza el pie derecho de Elena y se dispuso a descalzar el izquierdo, siguiendo el mismo ritual delicado y preciso que había llevado a cabo con el primer pie.

Elena se abandonó a disfrutar de los cuidados de Tomás a sus pies. Tumbada en el sofá, totalmente relajada, estaba en la gloria. ¡Aquello era fantástico!

– “¡Uf!, profesor. Tú sí que sabes cómo tratar a una mujer. Tu masaje es maravilloso. Creo que vas a conseguir que me haga adicta a ellos”.

Elena estaba realmente disfrutando del masaje. Algunas de las zonas de sus pies parecerían estar conectadas directamente a su coño y las atenciones que Tomás prestaba a esas zonas, le producían una ola de excitación; por ejemplo, cuando Tomás arañaba sus plantas suavemente con sus dientes, en una especie de peeling.

Elena se dejó llevar. Se desabrochó sus pantaloncitos y metió su mano debajo de sus braguitas y se empezó a tocar. Era agradable estar acariciándose su delicado coñito mientras aquel prestigioso profesor, arrodillado a sus pies, los masajeaba y chupaba. Estuvieron así cerca de media hora, hasta que Elena finalmente se corrió con un intenso orgasmo.

“¡Ooohhh! ¡Qué bien!” Dijo Elena.

Tomás no podía más. Su polla estaba a punto de reventar. Si chupando y masajeando los pies de Elena se le había puesto como un hierro, verla a ella disfrutar con ello hasta correrse, la había convertido en una barra de iridio. Sería capaz de cascar nueces con ella. Necesitaba aliviar aquella tensión, pero no podía hacerlo sin el permiso de Elena.

“Bueno profesor. Creo que es hora de ponernos en funcionamiento, ¿no? Ven aquí antes. Besa mi mano en señal de agradecimiento por haberte dejado disfrutar de mis pies”.

Tomás, de rodillas, fue al otro extremo del sofá, donde Elena mostraba su mano para que Tomás la besara.

“Gracias, señora, por dejarme disfrutar de sus pies. Ha sido maravilloso. Espero poder tener el privilegio de dedicarme a ellos muchas otras veces”. Tras decir esto, Tomás besó la mano de Elena, que estaba llena de sus más íntimos flujos tras haberse acariciado hasta correrse.

“¿Te gusta el sabor de mi mano, profesor? Ahora sabe a mi más íntima esencia, jajaja”.

“¡Me encanta, señora!”, dijo Tomás.

“Te dejo que me la limpies con tu boca”.

“Muchas gracias, señora”, dijo Tomás, mientras se lanzaba a chupar con avidez la mano de Elena.

Elena se fijó entonces en el enorme bulto que mostraba Tomás en su pantalón.

“¡Vaya, profesor! No me puedes negar que has disfrutado de mis pies y de mi mano, ¿eh?”.

“Bájate los pantalones”.

Tomás se levantó de un salto, pensando que Elena iba a dejar que se masturbara. En menos de cinco segundos se había desnudado. Se disponía a ponerse otra vez de rodillas ante Elena, dando por hecho que le permitiría masturbase frente a ella, pero Elena lo detuvo.

“¡Espera! Quédate de pie. Quiero mirarte”.

Elena se detuvo a contemplar el cuerpo de Tomás. No estaba mal para su edad. Se veía que lo trabajaba. Fijó su mirada en su pene, tremendamente erecto e hinchado que apuntaba directamente hacia ella. No pudo evitar volver a exicitarse. Pensó que quizás, algún día, usaría esa polla para su disfrute, aprovechando además la situación para premiar a Tomás por algo.

“Tumbáte en el suelo junto a mí, Tomás”.

Tomás se tumbó a los pies de Elena, no sabiendo muy bien que esperar. Elena plantó su pie derecho en la cara de Tomás, viendo como su polla palpitaba de excitación. Comenzó a acariciar con su pie izquierdo los testículos y el pene de Tomás.

Los preciosos deditos del pie de Elena trabajaban con habilidad la polla de Tomás, presionándola y masturbándola con delicadeza, mientras Tomás había sacado la lengua para chupar la planta del pie derecho de Elena.

De pronto, Tomás echó su cabeza a un lado para poder hablar.

“Señora. No voy a aguantar mucho. Estoy a punto de correrme”.

“No te corras todavía”. Dijo Elena, aumentando el ritmo de sus caricias sobre la polla de Tomás.

Después de unos segundos de esta tortura, que a Tomás le parecieron horas, Elena le ordenó a Tomás que abriera bien la boca e introdujo todos los dedos de su pie derecho en su boca.

“Ahora te puedes correr”.

Nada más terminar de decir esto Elena, Tomás se estremeció con un orgasmo tremendo, uno de los más intensos que podía recordar. De su polla saltaron con fuerza varios chorros de semen que llegaron hasta su pecho e inundaron el pie de Elena.

Elena se quedó asombrada de la cantidad de semen que había echado Tomás.

“Vaya, profesor. ¡Cuánta leche tenías acumulada!” jajaja. “Lo único que me decepciona un poco es tu poco aguante. Aunque tu polla no está mal, con esa precocidad en la eyaculación, no puedes satisfacer a una mujer”.

“Perdóneme señora, pero usted es demasiado bella y sus pies demasiado perfectos. Había estado tanto tiempo esperando disfrutar de ellos que la tensión era ya insoportable. Trataré de mejorar”.

“Bueno”, dijo Elena. “Vamos a dejarnos de juegos y vamos a trabajar un poco: yo a ordenar y tú a cocinar. Pero antes, tienes que limpiar este desastre. Limpia mi pie y tú date una ducha antes de empezar a preparar la cena”.

“Sí, claro”. Dijo Tomás. “Voy a por unas toallitas húmedas para limpiar su perfecto pie”.

“Eso tenías que haberlo pensado antes, Tomás. Tendrías que haber traído las toallitas antes de empezar a disfrutar de mis reales pies. No pretenderás ahora tenerme aquí esperando con mi pie lleno de tu porquería mientras tú buscas las toallitas, ¿no?”

“Pero señora, ¿entonces?”

“¡Pareces tonto, Tomás!” Tendrás que usar la lengua entonces… ¿o se te ocurre otra cosa?”

“¿Mi lengua? Es que…”

“¿Te vas a poner escrupuloso ahora, cuando has estado lamiendo mis pies sudados que, además, no sabes dónde han pisado? Si es tu propia semilla, hombre, jijiji. ¡Vamos! No me hagas esperar más”.

“Tomás, a pesar del asco que le producía lamer su propio semen, bajó su cabeza y, en un nuevo acto de humillación, lamió el pie de Elena hasta dejarlo limpio”.

“Muy bien, profesor. Ahora ve a por mis chanclas, tráemelas, dúchate, lávate bien la boca y prepara la cena”.

“Lo que usted mande, señora”.

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