Tomás fue rápidamente a su casa. No quería que llegara Elena y no estar allí. Mientras esperaba, estaba nervioso como un colegial. ¡Él! ¡Un hombre tan seguro en su trabajo!
Cuando llamaron a la puerta deseó que Elena apareciera sola. Así fue. Allí estaba ella. Estaba preciosa, como siempre. Llevaba una preciosa blusa, una falda y unas alpargatas de esparto. Tenía el pelo recogido y su cara le pareció más bonita que nunca. Afortunadamente, no venía acompañada.
-“Pase, por favor”.
-“Bueno, solo vengo a recoger mi mochila. Gracias por molestarse en guardármela”.
Tomás enrojeció mientras decía “no ha sido ninguna molestia”, mientras recordaba todas las veces que se había masturbado oliendo y lamiendo aquella ropa.
– “Elena, ¿no hay ninguna posibilidad de que reconsidere la posibilidad de retomar el pacto que me propuso?”.
– “No. No es buena idea. Además, usted mismo me echó de su despacho. No sabe lo humillada que me hizo sentir”
– “Le pido perdón. Si hay algo que yo pueda hacer para que reconsidere su idea…”
Elena quedó en silencio durante unos largos segundos mirando a Tomás a los ojos. Podía ver la súplica y el deseo en ellos. Sabía que haría cualquier cosa por que se quedara. Eso no hacía más que aumentar su confianza y su posición de fuerza.
-“Bueno”, empezó Elena. “Podría empezar por pedirme perdón de manera sincera. ¿Puedo pasar?”.
-“Por supuesto, entre”.
Elena pasó y Tomás cerró la puerta.
-Siéntese. ¿Quiere tomar algo?”.
-“Sí, gracias. Tráigame un refresco, por favor”.
Tomás le llevó el refresco a Elena y se sentó frente a ella.
-“Señor profesor, voy a ser clara. Después de la humillación que sufrí en su despacho, me siento incómoda ante usted. No estoy acostumbrada a eso. Así que, si quiere que lo perdone, tendrá que humillarse un poco ante mí, para compensar la humillación que me hizo pasar a mí”.
-“¿Cómo podría…?”
-“De momento, lo primero que quiero es que no se siente en mi presencia a menos que yo le dé permiso. Póngase de rodillas para mostrarme respeto”.
Tomás, dejando a un lado su dignidad, se puso inmediatamente de rodillas e intentó besar los pies de Elena, pero Elena no lo permitió.
-“No le he dado permiso para besar mis pies. Todavía no tenemos un trato. Antes quiero que me escuche con atención.”
Tomás se retiró, pero se mantuvo de rodillas frente a Elena, que siguió hablando:
-“Bueno, si finalmente aceptara venir con usted, tendría que ser en una posición de sumisión hacia mí. No he practicado nunca relaciones de sadomasoquismo, ni me atrae esa estética, pero sí que soy una persona dominante y con capacidad de liderazgo. Soy caprichosa y comodona, me gusta que me sirvan, así que, si vengo a vivir aquí, tendrá que estar a mi servicio, pendiente continuamente de mis necesidades. Es decir, no me conformaría solo con mi matrícula de honor en su asignatura y con el alojamiento, sino que quiero encontrármelo todo hecho en la casa: mi ropa lavada, la casa limpia, la comida por delante…
Por otra parte, el beneficio económico no debería limitarse solo al alojamiento y a los gastos de alimentación, sino que quiero que incluyan ciertos caprichos: que me dé una cantidad periódicamente para compras, que me sorprenda con regalos de vez en cuando. Por ejemplo, cada vez que salga en uno de sus viajes de trabajo, esperaré un buen regalo a la vuelta. Sé que le pagan bien las conferencias y los cursos que imparte… En definitiva, este curso quiero estar como una reina. Creo que con este cuerpo y con estos pies me lo merezco, ¿no piensa usted lo mismo?”
“Si está de acuerdo, no diga nada, simplemente, arrástrese hasta mi y bese mis zapatos. Esa será su aceptación”.
Tomás, totalmente humillado, pero poseído por un incontrolable deseo, se tiró al suelo y avanzó arrastrándose hasta Elena hasta que alcanzó a besar sus zapatos. Una parte de él se resistía a degradarse de esa manera, pero ya no había vuelta atrás, no desde que había olido y saboreado su ropa íntima. El pensamiento de poder besar sus pies anulaba cualquier reticencia.
“Muy bien, tenemos un trato. Ahora quítame el zapato.”, dijo Elena cruzando sus piernas, de modo que su pie derecho se balanceaba por encima de la cabeza de Tomás.
Tomás se volvió a poner de rodillas y, con enorme delicadeza, como si estuviera manejando una valiosa y delicada obra de arte, retiró el zapato del pie de Elena. Al hacerlo, sintió un ligero olor, nada que ver con el de sus zapatillas de deporte y sus calcetines usados, pero el calor que hacía y el esparto de las alpargatas, había hecho sudar un poco sus pies y éstos desprendían un ligero aroma. ¡Oh! ¡Cómo le gustaban esos pies tan perfectos! ¡Cómo deseaba poder lamerlos!
Tomás colocó el zapato en el suelo y se inclinó para besar el pie descalzo por primera vez, su corazón palpitaba y él temblaba de emoción. Cuando sus labios casi rozaban el pie, Elena lo retiró.
“No recuerdo haberle dado permiso para besar mi pie”. Cruzó ahora la pierna izquierda sobre la derecha.
“Quíteme el otro zapato. ¡Nada de besar mis pies!”.
Tomás le retiró el otro zapato y lo colocó en el suelo.
“Ahora trae mi mochila. Al fin y al cabo, para eso vine, ¿no?”. Tomás fue a buscar la mochila y se la fue a entregar a Elena”.
“¿Ya has olvidado lo que te dije sobre que me gusta ser dominante? Cuando te dirijas a mi, espero algo de respeto, arrodíllate, por favor”.
Tomás se arrodilló rápidamente y avanzó de rodillas hasta Elena, entregándole su mochila.
“Aquí tienes tu mochila”.
Una bofetada retumbó en la cara de Tomás.
“Tomás, no me gusta la violencia, pero a veces, hay que dejar las cosas claras: no recuerdo haberte dado permiso para tutearme. Recuerda que, desde ahora, nuestra relación se basa en la jerarquía y yo, por supuesto, estoy por encima de ti”
“¿Queda claro?”.
-“Sí, señora”. Respondió Tomás mientras acariciaba su dolorida cara.
-“¡Ja, ja, ja!”, río Elena. “Eso está mejor. Veo que aprendes con rapidez. Mejor para ti. También mejor para mí, pues ya te he dicho que no me gusta tener recurrir al castigo físico”.
“Se me están quedando fríos los pies. Túmbate delante de mí, para que pueda usarte de alfombra. Boca abajo. Mientras te permitiré que huelas mis zapatos.”
Tomás se tumbó a los pies de Elena, de forma que ella podía apoyarlos en su espalda y colocó los zapatos bajo su cara, metiendo la nariz en ellos.
Mientras Elena, abrió la mochila y empezó a examinar el contenido”.
“¡Uy! Creo que alguien ha estado jugando con mis cosas. Está todo revuelto y diría que lleno de babas. ¿Lo has pasado bien con mi ropa, profesor?”.
“No sé a qué se refiere, señora”, mintió Tomás.
“Esto no ayuda”. “Estoy realmente enfadada: me humillaste en tu despacho., Has usado mi ropa, sin mi consentimiento; supongo que para satisfacer tus deseos y, tienes la desfachatez de negármelo”
Tomás permaneció callado, tumbado delante de Elena. Con sus pies sobre su espalda y su nariz metida en su zapato… Estaba avergonzado pero muy excitado por la situación. No sabía que contestar a sus reproches, que, además, consideraba razonables”.
-“Lo siento, pero me marcho. Póngame mis zapatos, que me voy. No soporto la mentira” Dijo Elena retirando sus pies de la espalda de Tomás para que éste pudiera levantarse.
-“No, señora, se lo ruego. Tiene toda la razón. Usé sus cosas para masturbarme. Su aroma de mujer me volvió loco y no pude evitarlo. No me había masturbado tanto desde que era un adolescente. Pero era inevitable para un fetichista como yo: es usted demasiado bella“.
Por supuesto, Elena nunca tuvo ni la más mínima intención de marcharse, pero cada vez que amagaba con hacerlo se veía más segura en su posición.
“Bueno, tendrás que rogarme que te perdone”.
“Por favor, Elena, se lo ruego. Haré lo que me pida”.
“No me parece demasiado convincente. Quiero que hagas algo más. Recuerdo que, en tu presentación el primer día de clase, dijiste que no soportabas a los pelotas. ¿Te acuerdas? Pues bien, quiero que te conviertas para mí en eso que no soportas. Vas a hacerme la pelota. Es más, vas a ser un súper pelota, vas a ser un lameculos. Eso es precisamente lo que quiero que hagas, que lamas mi culo”. Entonces, se dio la vuelta y se colocó de rodillas en el sofá, con su espalda hacia él. Levantó su falda y bajó sus bragas, ofreciendo su culo a Tomás.
“Pídeme que me quede lamiendo mi culo. Ruégame que venga a vivir contigo. Tienes que compensarme por la humillación que me hiciste pasar.”
Tomás dudaba. Era fetichista de pies y fantaseaba con ser dominado por una bella mujer, pero nunca había lamido el culo de ninguna. Era un profesor de gran prestigio, más acostumbrado a dar órdenes que a recibirlas y, por supuesto, acostumbrado a ser tratado con respeto.
“Vamos”. Urgió Elena. “Tu titubeo me ofende. ¿Es que acaso te da asco mi precioso trasero? ¿Sabes cuántos hombres darían lo que fuera por estar en tu lugar? Eres un afortunado, ¡te ha tocado a la lotería! ¿O es que prefieres que me vaya?”
Tomás se acercó y comenzó a besar los glúteos de Elena.
“¡Espera! ¡Te he dicho que antes me tienes que rogar que te deje lamer mi culo!”
“Por favor, perdóneme, Elena. De verdad siento como la traté en mi despacho. Perdóneme y acepte venir a vivir conmigo. La atenderé como una reina. Necesito su presencia, sus pies, su olor. Necesito someterme a usted, señora. No cambiaría eso por nada. En su presencia, no soy más que su humilde servidor, su perro. Le suplico que me deje lamer su culo. Se lo ruego”.
Elena separó sus nalgas mostrando su orificio.
“Eso está mucho mejor… Vamos, profesor, déjate de tanta cháchara. Muéstrame tu arrepentimiento y tu sumisión lamiendo bien mi ano. ¡Ah! ¡Una cosa! Ni se te ocurra pasar tu lengua por otra parte que no sea mi trasero”.
A pesar de lo excitado que estaba y de sus fantasías de sumisión, la idea de arrodillarse y lamer un ano de verdad era algo difícil de asumir. Hacerlo sería degradarse del todo ante su alumna, perdiendo su dignidad. Sin embargo, no podía quitarse de la cabeza sus preciosos pies. Lo cerca que había estado de ellos sin poder llegar a besarlos todavía. Sabía que, si no tenía más remedio, iba a acabar lamiendo aquel trasero, precioso por otra parte.
-“Señora”, protestó sin mucha convicción. “¿Es necesario esto?”.
-”No me lo puedo creer””, exclamó Elena. “¡Me voy!”
Entonces sintió la lengua de Tomás lamiendo su culo. Al principio, eran suaves lametones a lo largo de toda su raja. Tomás pensó que no era tan terrible como se había imaginado. De hecho, al momento, se excitó tanto haciéndolo que usó sus manos para abrir más las nalgas de Elena, y comenzó a lamer con total entrega. En ese momento ya no existía nada más en el mundo que poder servir y someterse a aquella diosa. De ahí venía su excitación, no tanto de lamer su culo sino de la dulce sumisión y servicio a su preciosa alumna: un sueño que había tenido desde niño y que nunca se había atrevido a cumplir. Se sumió en la situación con un dulce abandono.
Mientras Tomás lamía y lamía, introduciendo ahora la lengua en su esfínter, Elena disfrutaba de la situación de tener a uno de los catedráticos más reconocidos en su especialidad, totalmente sometido, lamiendo su culo como si le fuera la vida en ello y dispuesto a hacer todo lo que ella quisiera. Se había excitado mucho con esa sensación de poder. Estuvo a punto de pedir a Tomás que dejara su culo y empezara a chupar su sexo ya mojado, pero no, no era conveniente entregar ya todo desde el primer momento. Tenía que ir dosificando a Tomás.