Estaba arrodillado frente al sillón, desnudo, con un collar de perro en mi cuello. Mi pene ardía que pasión, dolía por la presión de querer salir de su fría prisión. Thalía, mi dueña, enjauló mi pene para que no creciera, en una jaula de castidad. Es un nuevo nivel de humillación e impotencia que tengo que soportar mientras que ella se divierte con su amigo. Están cogiendo en el sillón, frente de mí.
Me presentó a su amante, un hombre entre los treinta años, alto, de grandes manos y brazos musculosos. Su piel es medio clara, su rostro es muy fino y tiene poca barba. Me obligó a besarle los zapatos, después de indicó que lo desvistiera y que lo masturbara. Su gigantesca y gruesa verga creció entre mis manos con rapidez, lista para ser devorada por la boca y por el coño de mi dueña.
Lo hicieron como animales salvajes, inundando de gemidos y gritos el departamento. Mis órdenes era observar todo, sin tocarme (aunque era imposible con la jaula), sin participar. No sé el tiempo que pasó, pero ya me dolía la espalda, las rodillas y mi poca hombría, si es que todavía queda algo de eso. Estaba enloqueciendo por no poder tocarme, por no sentir mi erección en su totalidad.
Ellos parecían no tener fin. Sus energías eran increíbles. Thalía ya se había corrido cuatro veces y él ninguna, no paraba de cogerla de perrito, de azotarle el culo o de besarla en el cuello. Y yo no paraba de observar como esa gran verga se perdía dentro del coño de mi ama. Como las prietas nalgas de Thalía saltaban sobre ese pedazo de carne.
Pero hasta las más grandes fiestas tienen un final. Ese cabrón se vino dentro de Thalía, dejando su verga por varios minutos a la espera de haber expulsado todo. Se separaron en el sillón, exaltados y bañados en sudor, con la respiración súper agitada.
—Me llenaste toda de leche, que rico —dijo Thalía entre profundos suspiros. Se ve hermosa estando sudada, con el coño choreando semen.
—Te lo merecías, perrita. Me exprimiste los huevos bien rico.
—Gracias. —Se sonrojó la muy puta—. ¿Quieres que mi perro te limpie tu hermoso pene?
El cabrón me miró con malicia. Yo hui de su mirada, en espera de su respuesta.
—Sería bueno.
—¡Ya oíste, perro! —Me pateó la cara, tirándome al piso—. Límpiale la verga a mi querido invitado.
—Sí, mi señora —dije de prisa mientras me reincorporaba y me acercaba a ese tremendo pedazo de carne.
Estaba medio erguido, pero seguía siendo monstruosamente grande para mi boca, pero no podía fallarle a mi ama. Por la posición en que se vino tenía mucho rastro de semen que tenía que eliminar con mi lengua. Visualicé una rica paleta helada de limón, y con esa imagen en mi mente inicie a lamer ese pene, iniciando por los huevos donde hice un remolino con mi lengua que fue mucho de su agrado, por los suaves gemidos que soltaba. Después recogí todo el semen de su falo, chupando un poco la punta de su verga. Cuando termine mostré mi boca para demostrar que me había tragado todo.
—Tu perro si sabe lamer —dijo agradecido mientras se ponía de pie para vestirse.
—Eso espero, porque ahorra me tiene que limpiar a mí.
Thalía me jaló con la correa hasta su coño caliente que chorreaba de semen. Ella me agarró del cabello y me restregó todo su sucio coño en mi rostro. Tenía semen y vello por todos lados, y a ella le gustaba verme así. Se acercó a mis labios a besarme y después, con violencia, me regresó a su entrepierna mientras se despedía de su amante que se marchaba por la puerta
—Déjalo bien limpio.
Yo la obedecí, introduciendo mi lengua en esa vagina recién cogida e inundada de leche, y como si fuera un gato, bebí de esa leche, me la tragué junto con los fluidos de Thalía.
—Lo estás haciendo bien, pito chico.
Escucharla decir eso entre gemidos me hizo un sumiso bien feliz.