Antes que nada, mi nombre es Anahí, tengo 45 años y lo que voy a relatar no me enorgullece, pero quizá a otra persona le haga bien leerlo. A mis 40 años, mi hija Raquel, tenía sólo 18 años, rubia, muy blanca, 1,65 de altura, delgada, unos ojos verdes herencia de su difunto padre y a su corta edad ya tenía unos senos que realmente llaman la atención. Yo por mi parte, misma estatura que ella en aquel entonces, para mis 4 décadas aun tenía unas tetas bastante firmes, un gran trasero, cabello castaño y ojos cafés muy claros.
Todo este lío inició un lunes por la tarde cuando Raquel llegaba a casa.
-Hola, voy a mi cuarto.
Decía llegando con un gesto extraño, sabía que algo estaba mal pero no quería presionarla. Espere por un gran momento y luego tome la iniciativa, fui hasta su cuarto para charlar y pues extraña sorpresa, la puerta estaba entre abierta y ella estaba tumbada boca abajo con las piernas cruzadas moviéndose un tanto extraño, de inmediato creí que algo andaba mal, algún dolor de estómago o cosas de chicas ya que era toda una señorita.
-Pasa algo cariño?
Dije entrando bruscamente a lo que espantada se incorporó y estaba sonrojada. Me acerqué y traté de conversar con ella y preguntar si le dolía algo, pero fue totalmente lo opuesto.
-Mamá siento extraño en mi
Al inicio no la entendí pero insistió con su deseo de contarme lo que pasaba.
-Aquí mamá, siento extraño aquí…
Me dijo al fin señalando su parte intima a lo que me asusté al principio pero luego de consultarle cosas llegue a la conclusión de que no era algo malo. Tomé por decisión tratar de verificar qué estaba mal en ella y le pedí que se subiera la falda. Con toda la confianza que nos tenemos ella bajó sus bragas rosas y levantó su falda de colegio religioso mientras se sentaba.
-Abre un poco las piernas cariño, veremos qué pasa.
Al abrir sus jóvenes piernas logro notar lo húmedo de su vagina, era extraño a lo que proseguí a examinar con cuidado. Prestaba tanta atención a su parte y si había algo raro que no puse atención en su rostro, toqué sus labios vaginales, examiné su entrada, labios inferiores, revise nuevamente pero no pasaba nada. Ella insistía que siga revisando porque algo le molestaba ahí, sorpresa para mi, estaba aún más húmeda y quedé en blanco. Estaba excitada por el examen rápido que le estaba haciendo a su parte.
Como toda madre procedí a detenerme y le pregunté.
-Raquel, te masturbas?
Ella pálida y avergonzada me dice que no sabe qué es eso y que ella no hace cosas raras. Fue muy extraño, la masturbación siempre lo descubrimos por instinto pero ella al parecer era demasiado inocente para entender que podía darse pequeños mimos para calmar a su vagina. Le expliqué qué era eso y qué debía hacer para quitarse esa sensación. Insistí mucho pero no había forma de que comprendiera a buenas cómo debía hacer aquello pero me imploraba que la ayude. Sin más remedio yo creyendo ayudar pues tomé la iniciativa, me senté en su cama y le pedí se sentarse entre mis piernas levantando nuevamente su falda y así lo hizo de obediente. Abrí sus lindas piernas de colegiala pero esta sensación era distinta, no era el de una madre preocupada, todo lo contrario, mi corazón palpitaba fuerte y la idea de masturbar a mi hija se me hizo morbo, incluso me empezaba a mojar.
Fingía explicarle el proceso, humedecía mis dedos medio y anular en mi boca deleitando ese jugo juvenil y la tocaba suavemente para que no terminara la diversión muy pronto. Le dije que normalmente debía quitarse toda la ropa para eso y le ordené que se quitara el uniforme entero. Retomó la posición y esta vez mi mano izquierda la sorprendió pasándose en su seno izquierdo, era un deleite. En mi juventud jamás me atrajeron las mujeres a pesar de que había dado un beso de broma a una amiga en aquellos años. Seguí masturbando a mi hija en lo que disfrutaba de sus pechos. Sentí al fin sus fuertes respiraciones indicando que estaba cerca de su primer orgasmo. Quería tanto oírla gemir que apresuré el paso y apretaba más fuerte ese hermoso cuerpo.
-Mamá… me siento… ahhh
Gemía delicioso y finalmente en una especie de convulsión mostraba deleite y su cuerpo empezaba a relajarse.
-Gracias mamá…
Decía enteramente feliz de tremenda sesión que le había dado. Le ordené que no dijera nada de eso a nadie porque era algo que está mal y luego le dije que fuera a ducharse. Feliz y risueña fue a lo suyo sin poner peros, la semana entera transcurrió muy calmada y no se habló del tema porque ya le había enseñado a darse un poco de amor.
La semana siguiente su rostro estaba ocultando algo y era así, tuve que encararla para saber qué pasaba. Tras pregunta y pregunta logré al fin una respuesta real.
-No me sale, lo hice como me enseñaste, pero no funciona.
Decía en lo que su rostro se ponía muy triste, le dije que no se preocupe y la lleve a su cuarto nuevamente. Estaba tan feliz al saber que podía sobar a mi hija nuevamente y quería más que eso. Le ordené que hiciera lo mismo pero esta vez le dije que la ayudaría de forma diferente, le pedí que se recostara y que hiciera lo que le enseñé para ver qué fallaba. Ella estaba desnuda y jugaba con su vagina de manera muy inexperimentada, ya sabía porqué no podía sola, era muy torpe. Traté de guiarle con mi mano pero no parecía cooperar.
-Deja pruebo de otra manera.
Le indiqué y procedí a aprovechar la ocasión, posando mis manos en sus muslos acerque mi boca a lo que ella miraba sorprendida. Comencé a darle las primeras lamidas y ella enloquecía, sentía como se estremecía, le encantaba lo que estaba recibiendo. Se movía, disfrutaba, estaba encantada con mi lengua. Usé mis dedos y lengua para darle lo que mi bebé necesitaba, mi hija, mi perra, era una niña que casi cumplía 19, pero era lo más exquisito que había probado. No entiendo como una mujer que estuvo en mi vientre hoy, 18 años después, podía prender fuego en mi. Y no pensaba quedarme con las ganas. Paré por un momento y ya me dejé llevar. Me quité la ropa y ella estaba impactada, sin mediar palabras tomé su rostro joven y la llevé a mis pechos haciéndola chupar como lo hacía de bebé, fue breve y lo hacía lo mejor que podía, le di una bofetada bastante dura y la muy puta en lugar de sufrir estaba sonriéndome, la tomé de sus rubios cabellos y la hice probar la vagina de mamá.
-De aquí saliste bebé, ahora dame placer.
Le decía a lo que ella sólo obediente hacía su mejor intento, feliz, caliente y muy orgullosa de regresar a mami el buen trato que recibió. Siguió lamiendo y chupando por un largo rato pero no bastaba, la empujé y la puse de rodillas y le dije que así se hace. Comencé a masturbarme vorazmente frente a ella y por su parte ella solo miraba feliz. Proseguí a masturbarla a ella en la primera posición de la otra vez hasta hacerla gritar y pedir más. Terminado el acto hicimos un acuerdo en el cual ninguna debía contar absolutamente nada, y así fue, seguí teniendo sexo con ella cada vez que una estaba necesitada de placer por 5 años más, hoy, seguimos viviendo así, está mal… lo sé, pero que se supone que deba hacer?