Ese día decidí salir temprano de mi trabajo, ir a mi hogar, sorprender a mi esposa y pasar la tarde juntos. Para esto pedí permiso a mi jefe. Con la excusa de tener que realizar un trámite bancario impostergable, conseguí mi cometido. Apenas pasado en medio día ya me encontraba tomando la autopista de vuelta hacia mi domicilio. El día era perfecto, soleado y sin nubes a la vista. La ruta semivacía hacía que el viaje fuera perfecto.
Completamente entusiasmado por el plan, decidí llamar por teléfono a mi esposa Romina. Efectué dos llamadas, pero en ninguna pude dar con ella. Imaginé que debía estar bañándose o quizá durmiendo una siesta. Algo que era normal en ella durante esas horas del día. Para no levantar sospecha dejé el auto a unos metros de nuestro hogar y así hacer el último tramo a pie. Sigilosamente, abrí la puerta para no delatarme. Ya dentro de mi hogar, descubro que mi esposa no se encontraba en la planta baja. Seguramente estaba en nuestra habitación en el primer piso.
Cuidadosamente, subí las escaleras, casi en puntas de pie, para causar el menor ruido posible. Al llegar a los últimos escalones comencé a percibir unos ruidos muy extraños. Parecían golpes de martillo sobre la pared. Los cuales iban aumentando su intensidad y frecuencia. Adentrándome en el pasillo pude ver la ropa que usa mi esposa usualmente en la casa desperdigada a lo largo del mismo. Unos calcetines y sus pantalones yacían desparramados en el suelo. Mis pasos se dirigían a nuestra habitación de donde parecían provenir esos incesantes estruendos. La puerta de la habitación estaba entreabierta. La misma parecía ser el final de este tendal de ropa desparramada donde extrañamente había un bóxer y un pantalón de hombre que no era de mi propiedad.
La sorpresa me tenía de rehén. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo pensando lo peor. Miles de ideas locas y preguntas sin respuesta circulaban por mi mente. El asombro y el descreimiento de lo que había detrás de esa puerta perturbaba mi psiquis terriblemente. Parado inmóvil frente a esta puerta, los segundos se me hacían eternos.
–¡No! ¡No pares! ¡No pares, mi amor! ¡Eres muy rudo con tu putita! Oí afirmar a mi esposa.
–¿Te gusta que te pegue? ¿Te gusta así? ¡Plaf! ¡Plof! ¡Plum! ¡Por ser una mujerzuela! Decía una voz masculina la cual descargaba una ráfaga de violentos chirlos que impactaban de lleno sobre las nalgas de Romina.
–¡Sí, así! ¡Sí, por favor! ¡Soy tuya, toda tuya! Exclamaba la infiel mujer. Romina mantenía relaciones sexuales con otro hombre a escasos centímetros de mí. Parecía calentarle de sobremanera que este la denigre y le falte el respeto. Comencé a sentir que mi matrimonio y toda mi vida se venían a pique, pero por alguna razón seguía oyendo esos tan humillantes diálogos.
–¡Ponte de perrito, te voy a dar por el culo! Ordenó el viril amante.
–¿por mi colita? ¿Decís que todo eso me va a caber? ¿No me vas a hacer doler? Preguntó Romina de forma inocente pero muy sumisa.
–¡No te va a pasar nada, zorrita! ¡Quédate tranquila! Respondió entre risas este hombre. Con la punta de mi pie empujé la puerta para tener una mejor visual de como este hombre iba a propinarle sexo anal a mi mujer. Romina estaba en la posición de perrito sobre la cama, completamente desnuda. Con sus dos manos se aferraba de la cabecera de la cama. Su hombre trabajaba desde atrás para poco a poco ir introduciendo su largo rabo dentro de su pequeño culo.
–¡Para por favor, me arde! ¡Me arde mucho! ¡Despacio! ¡Más despacio, por favor! Suplicaba. Sonidos parecidos a flatulencias provenientes de la apertura del culo de Romina se mezclaban con sus gemidos asmáticos adornando la escena. Mientras esté hombre, hurgaba en lo profundo de la cola de mi mujer.
–¡Uf!, ¡ay! ¡Uf! ¡Me estás rompiendo la cola! ¡Con esa verga hermosa! Este fulano sobre mi cama matrimonial, propinaba duro sexo anal a mi esposa como si esta fuera una golfa de las más baratas.
–¡Tranquila putita! ¡Ya entro toda, bebé! Decía mientras se balanceaba rápidamente ensañado con el pequeño agujero de mi mujer.
–¡Sí, mi hombre! ¡Sí, así! ¡No me lo saques! ¡Me estás rompiendo en trasero y me encanta! ¡La tenéis como un burro! Confesaba Romina.
–¿Así de fácil le entregas el culo a tu marido? Pregunto el macho de mi mujer. Cada empujón de este hacía gozar a Romina como nunca.
–¡No, él cree que soy una señora y me respeta!, ¡No me coge como una cualquiera!, ¡No me coge como vos! ¡No me coge como un macho! Decía mi mujer. El recto de Romina se estiraba por completo por este varón, el cual no la perdonaba ni por un segundo, enterrándose más y más en ella.
–¡Es tonto, la tiene corta y chiquita! Fogoneaba el corneador entre risas. Cada impulso monumental de este potro salvaje hacía chocar la cama contra la pared y trinar el somier de forma única.
–¡Sí! ¡Así! ¡Más! ¡Hazme cagar para adentro! ¡Dámela toda! Gritaba Romina a viva voz.
–¡Muévete! ¡Puta muévete! ¡Gana tu dinero! Ordenaba imperiosamente el dueño del culo de mi mujer.
–¡Me estás haciendo comer carne por la cola! ¡Soy tuya! ¡Soy tu puta dame más duro! Rogaba la muy zorra.
Estos dichos hirieron mi orgullo de manera certera. Enojándome de forma desmedida, no podía tolerar tanta infamia y faltas de respeto en mi propio hogar. Así que de una patada violenta termine de abrir la puerta, entre a mi habitación donde estaban haciendo gozar por el culo a mi mujer al grito de:
–¿Qué dijiste puta de mierda? ¿Quién es este imbécil? Pregunté. Increpando a Romina.
–¡Pará! ¡Mi amor! ¡Tranquilízate! ¡Te lo puedo explicar! Dijo ella. Intentando explicar algo.
–¡Cerra el culo, puta de mierda, algo que a esta altura va a ser difícil! Contraataqué sin vueltas.
Gritaba y los insultaba, mientras ambos buscaban su ropa. Lejos de calmarme, comencé una pelea con el amante de mi mujer, el cual estaba desnudo. Cruzamos empujones, patadas y golpes de puño de los cuales pude acertar algunos. Pero él era muy ágil, luego de un round de batalla termino noqueándome de un golpe certero en el mentón. El cual me dejó desmayado. Cuando desperté no estaba mi mujer, ni su ropa, ni nuestro auto, ni nuestros ahorros…