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Sometida por el bully de mi hijo (Cap. 4): Final
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Hice lo posible para ir a aquella casa, sin sentirme como me sentía últimamente: una cosa, un juguete, un mero divertimento para un pendejo de dieciocho años. Después de todo, unos años atrás era una prostituta ¿Qué diferencia había ahora, más allá de que no cobraba con dinero, sino que con el silencio de Robi? No tenía motivos para sentir que mi vida estaba a la deriva. Sin embargo, el sentimiento de angustia no se me iba del todo. Aunque me mintiese a mí misma, sabía que esto era diferente. Robi no era mi cliente, era mi amo. Con sólo decidirlo podría arruinarme la vida. Mi hijo no podría soportar saber que su madre era una puta; tampoco podría tolerar ver el video entregándome al viejo Pierini; y mucho menos aguantaría saber que uno de sus compañeros de escuela, el que siempre lo trató como un pelele me sometía sexualmente a su antojo.

Hasta ahora sólo nos acostamos dos veces, es cierto, pero fueron dos encuentros muy intensos donde quedó en claro el poder que ejercía sobre mí. La primera vez me había encarado y me había poseído en mi propia casa, mientras mi hijo Leandro y sus otros compañeros habían ido a hacer unas compras; la segunda vez fue en un hotel, donde hice cosas que no hacía prácticamente por ningún hombre.

Y ahora debía ir a la dirección que me había indicado. Me puse un vestido blanco con flores rosas, bastante largo. Me maquillé prolijamente, pero de una manera no muy llamativa. Esta vez no estaría tan lejos de casa, así que no quería que algún conocido me viese disfrazada de puta. No quería llevar mi auto, ni tampoco ir en taxi. En lo posible no quería testigos de que iba a entrar en la casa. Era la hora de la siesta, así que no habría mucha gente en la calle. Además, le había dicho a Robi que le avisaría apenas llegara a la casa, de manera que no tarde ni un segundo en hacerme entrar. Le supliqué que por favor no me exponga.

Así que fui en colectivo. Sentí la mirada traviesa del colectivero, y también la de un hombre que se sentaba en el fondo. Me pregunté cómo actuarían si tuviesen en su poder la misma información que Robi. ¿Se aprovecharían como lo estaba haciendo él? ¿Me exigirían ser su esclava sexual? Sé que hay hombres buenos, pero también sé que muchos hombres se transforman en bestias cuando los domina la calentura.

Cuando faltaban dos paradas para llegar, le mandé un mensaje a Robi, avisándole que estuviese atento. Bajé del colectivo, mirando a todas partes, y caminé apresurada la cuadra que faltaba. Se trataba de una vivienda grande que estaba justo en una esquina. Me preguntaba a quién pertenecía. No llegué a tocar el timbre, la puerta de la casa se abrió inmediatamente. Robi me hiso pasar. Cerró la puerta a sus espaldas. Me agarró de la cintura y me atrajo hacia él. Se había puesto un rico perfume. Su cuerpo musculoso era puro vigor. Quiso darme un beso en los labios, pero lo esquivé. Luego me agarró de la barbilla y me miró con sus perversos ojos verdes. No pronunció palabra, pero yo imaginé en qué estaba pensando. Con todas las cosas que íbamos a hacer en unos instantes ¿qué sentido tenía negarle un beso?

Intentó de nuevo, y esta vez no me negué. Su aliento a tabaco y a menta inundó garganta, mientras su lengua se frotaba con la mía.

Me acompañó hacia una especie de living. Se notaba que en la casa no vivía nadie. Estaba bastante descuidada y había pocos muebles. Además, parecía haber sido limpiada hacía poco. El olor a limpiador de piso todavía flotaba en el aire.

-¿Querés tomar algo? Tengo cerveza -dijo Robi.

-Un vaso de agua por favor -contesté.

Robi fue a buscarlo, dejándome sola. En ese momento pensé que quizás debía irme. Quizás debía poner un punto final a esa demencial situación. Pero decidí tener paciencia. Sería suya una vez más, luego le daría vueltas cuando quisiese verme de nuevo, y para cuando terminasen las clases, arreglaría las cosas para empezar una nueva vida con mi hijo Leandro en San Luis. Ahí ya no volvería a ser la puta de nadie, ni me dejaría doblegar por ningún pendejo como Robi. Él ya no sabría de mí, no estaría a su alcance y sus amenazas ya no surtirían efecto. Debía ser paciente. Por esa tarde, debía ser su puta una vez más.

Robi volvió y me entregó el vaso. Se sentó a mi lado. Si fuese una buena persona, y si no fuese compañero de clase de mi hijo, quizás omitiría la diferencia de edad y me permitiría tener una aventura con él. Era demasiado bello. La remera negra se ceñía a su cuerpo escultural; sus brazos tenían las venas marcadas, evidenciando la fuerza física que yo ya conocía; sus ojos eran hermosos, y su sonrisa perfecta. Pero había decidido ser un maldito, y ahí estábamos.

Quería terminar cuanto antes con eso. Lo dejaría exhausto en el menor tiempo posible, y no tendría motivos para retenerme más tiempo. Me paré frente a él y me quité el vestido. Robi sonrió, contento porque yo tomaba la iniciativa.

Y entonces sucedió lo impensado. Primero escuché ruidos de pasos. Luego murmullos. Finalmente la puerta se abrió.

-Ah, es ella -dijo un joven que acababa de entrar.

Eran cuatro. Todos muy jóvenes. Los miré uno a uno, intentando comprobar si alguno era también compañero de escuela de Robi y por ende, de mi hijo. Pero eran cuatro desconocidos, además, todos parecían ser mayores que el propio Robi, entre veinte y veintitrés años.

-¿Qué es esto? ¿Quiénes son ellos? -Pregunté, asustada.

-Son amigos, no te asustes. -Contestó Robi.

Los cuatro me rodearon. Me sentí indefensa, estando en ropa interior, con cinco hombres ansiosos por poseerme.

Sentí un dedo deslizarse por mi espalda, cosa que me generó escalofríos.

-Tranquila hermosa, te vamos a tratar bien -dijo el hombre que me tocó. Era un muchacho de barba frondosa, musculoso, y con tatuajes en la espalda.

Pensé en decirle a Robi que ese no era el trato, que no era quién para entregarme a sus amigos, que yo era una mujer, y debía respetarme. Pero las palabras se atragantaron en mi boca y no encontraron salida. ¿Qué podía esperar de un delincuente como él?

-Está tan buena como prometiste -dijo otro hombre. Tenía rulos y era un poco gordo. Al decir esto se acercó a mí y pellizcó la nalga.

Me alejé de él. Me cubrí los pechos con las manos, intentando, en vano, esconder mi desnudez.

-Qué pasa Robi ¿No hablaste con ella? -Dijo un chico de gesto amable, aunque sus ojos no podían esconder su creciente lascivia.

-Como vos quieras Clara -dijo Robi con mucha paciencia. -Si no querés, ahí tenés la puerta- dijo.

Sus amigos no entendían qué significaba eso, pero yo sí: si me iba, me tenía que atener a las represalias.

El chico amable se puso delante de mí y me miró a los ojos.

-A mí me encantaría cogerte, pero necesito que me digas que está todo bien -dijo.

Miré a Robi, quien ya empezaba a sonreír.

-Está bien, hagan lo que vinieron a hacer. -contesté, resignada.

Los cuatro se me fueron al humo. Sentí sus manos en todas partes. Sin siquiera darme cuenta, me habían quitado la ropa interior. Incluso el muchacho amable se había transformado en un animal sediento de sexo. Se fueron desnudando, mientras devoraban mi cuerpo, lamiéndolo y succionándolo por todas partes. Robi se unió a ellos.

De repente, alguien me agarró de los hombros y empujó hacia abajo. Quedé de rodillas. Cinco falos totalmente erectos se arrimaron a mi rostro. Todos pretendían que me los meta a la boca. Empezaron frotarlos en mi cara, y algunos me hincaban. No me molesté en ver a quién pertenecía cada pene. Agarré el que estaba en la posición que me resultaría más cómoda, y empecé a chuparlo.

Los demás estaban desesperados porque lo hiciera acabar y siguiera con ellos. Sentí sus dedos meterse en mi sexo y en mi ano. Alguien me agarró de la mano y me la llevó hasta su propio miembro. Entendí enseguida lo que pretendía. Empecé a masturbarlo mientras seguía succionando aquel falo desconocido. Luego otro imitó a su amigo y se apoderó de mi mano. El problema era que ya no me quedaba mano con la que manipular el pene que estaba chupando, así que fue muy difícil continuar haciéndolo. Aun así, me las ingenié para coordinar los movimientos y satisfacer a la mayor cantidad de personas posible. Mientras antes acabaran, mejor para mi.

Una eyaculación alcanzó mi cara, y sin darme un respiro, ya tenía otra pija adentro de mi boca. Pensé que iba a poder hacer acabar a algunos de ellos sólo con mis manos, sin embargo tuve que chupar las cinco vergas, sin excepciones. Lo máximo que logré fue que dos de ellos acabaran en poco tiempo, sin embargo hubo otros dos que pudieron hacerme repetir felación.

Es decir que descargaron su semen siete veces en mi rostro. Nunca antes había tenido tanta leche en mi cara, y seguramente nunca la volvería a tener. Quedé arrodillada ante ellos, con el líquido viscoso chorreándose lentamente por mi piel, cayendo en varios hilos hacia el piso.

Alguien me entregó una toalla, con la que me limpié.

Robi me agarró de la mano y me llevó a otra habitación. Se trataba de un cuarto con las paredes descascaradas. Había un colchón en el suelo. Nada de camas. Habría sido muy ilusa si creía que esos hombres tan jóvenes quedarían satisfecho con un pete, aun cuando les había regalado la imagen de mi cara bañada en el semen de todos ellos.

Escuché que murmuraban entre ellos. Robi estaba en el medio de los otros cuatro, y asentía o negaba con la cabeza, con gesto de autoridad, cuando los otros se dirigían a él, aparentemente, esperando su autorización.

-Ponete en cuatro trolita – Ordenó Robi.

Me arrodillé sobre el colchón y luego me incliné, apoyando mis manos en él. Abrí las piernas. El chico que me había parecido amable me dio una fuerte nalgada. El gordito de rolos se sentó frente a mí, ofreciéndome su pene, y el hombre de tatuajes se hiso lugar e imitó a su amigo. Robi y un muchacho delgado de ojos saltones quedaron de espectadores.

Entonces sentí cómo el que me había nalgueado arrimaba su verga en mi ano. Me asusté, no estaba muy dilatado. Pero no pude decir nada, porque alguien había empujado su falo hasta meterlo adentro de mi boca.

Entonces, mientras uno me hacía el culo, yo me las arreglaba para satisfacer a los otros dos, quienes en todo momento pretendían que se la chupe. Tuve que hacerlo casi al mismo tiempo con ambos. Era una locura, y además, sumamente agotadora. Comprendí que en ese momento lo que más importaba era mi capacidad para tolerar el cansancio, así que seguí haciendo la tarea que me tocaba hacer ese día, sin chistar.

Cuando descargaron su virilidad en mi cuerpo agotado, siguieron los otros que estaban de observadores. Aunque enseguida se sumó uno de los que habían estado en el primer turno. Así, hicieron distintas combinaciones con el único objetivo de cogerme de todas las maneras que podían imaginar.

Una y otra vez se vinieron encima de mi cuerpo. Una y otra vez me penetraron por cada orificio que tenía. Si fuera por ellos, me harían uno nuevo para violarme por ahí también. El olor a sudor y sexo se tornó muy fuerte. Lo hombres disfrutaban de mi sometimiento, de mi humillación. Y pensar que algunos de ellos volverían con sus novias a decirles cosas lindas al oído.

Al final, quedé completamente agotada, tirada desnuda en el colchón. Habré quedado desmayada por el cansancio durante unos minutos, porque no me di cuenta cuando se fueron los amigos de Robi. Sólo quedaba él en la casa.

-¿Contento? -Le pregunté con ironía.

Me agarró del cabello y acercó su rostro al mío.

-Sí, estuviste muy bien -dijo.

-Tengo que irme. En cualquier momento Leandro vuelve de la escuela – le dije. Aunque las palabras parecían una afirmación, mi voz sonó a súplica.

-Ahí tenés el baño, date una ducha.

Me duché rápidamente. Dejé a Robi en esa horrible casa, y me juré que esa sería la última vez que me tendría.

Llegué a mi casa totalmente adolorida. Tuve que hacer un enorme esfuerzo para que no se note, al caminar, lo que sentía en mi esfínter anal después de haber sido sodomizada tantas veces. Leandro ya había llegado a casa, pero no había pasado mucho tiempo de eso, así que no se extrañó con mi ausencia. Habría pensado que salí de compras. De repente, no soporté más y me puse a llorar como una niña. Sin preguntar nada, Leandro me envolvió entre sus brazos y a decirme que todo iba a estar bien. Me sentí orgullosa de él. Por fin había madurado. Entonces aproveché para proponerle que nos fuéramos lejos.

-Buenos Aires es un lugar horrible -dije entre llantos.

Para mi sorpresa, convencerlo fue más fácil de lo que pensé.

Las clases duraban dos semanas más. No podía sacarlo de la escuela antes de que se recibiera, así que aguanté como pude. Esquivé, con mucha dificultad, las órdenes de Robi de vernos otra vez. Se la hice larga, y le aseguré que pronto nos veríamos.

Así que huimos hacia nuestra nueva vida, sólo diciéndoselo a las personas más cercanas. En San Luis es todo mejor. Más verde, menos prisas, más amabilidad. La gente es buena, aunque no son pocos los hombres que me comen con esa mirada que ya conozco. Esa mirada que no sólo está cargada de deseo, sino de la necesidad de doblegarme. A esos hombres los esquivo, porque sé que sería fácil caer en sus garras.

Fin.

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