Durante la mayor parte del tiempo llevo una vida normal. Trabajo cinco veces a la semana. Voy al gimnasio. Me junto con las chicas casi todas las semanas. Conozco hombres, tanto en bares como en internet. Les hago la vida difícil. La tienen que remar demasiado para poder entrar en mí. La mayoría se rinde por cansancio. También comparto tiempo con mi gran amor, mi hijo Leandro. Miramos películas, le pregunto cómo le va en el colegio, y trato de saber de él. Por suerte está mejor. Tiene cada vez más amigos (Amigos de verdad), y hace poco me confesó que se está viendo con una chica.
Sólo cuando me llega un mensaje de él, de Robi, mi vida común y apacible parece temblar como si se desatara un terremoto.
Hago tal esfuerzo por olvidarme de él mientras estoy haciendo mi vida cotidiana, que cuando reaparece, todo se agolpa en mi corazón: la certeza de que me tiene en sus manos; la incertidumbre de desconocer hasta qué punto sabrá guardar silencio sobre lo que sucedió entre nosotros; la desesperación por no saber cómo librarme de su sometimiento; la culpa por disfrutar, por momentos, de su manipulación…
Decidí usar un ringtone en particular para cuando llegara un mensaje suyo. Así la ansiedad no me carcomería cada vez que llegara un mensaje de otra persona.
Cuando empieza con sus mensajes, puedo mantenerlo a raya durante un tiempo, inventando excusas para no encontrarme con él. Contentándolo con alguna foto en donde salgo semidesnuda. Prometiéndole que pronto nos veríamos. Pero cuando pierde la paciencia, recurre a la amenaza de siempre. Mi video erótico recorriendo todos los pasillos de la escuela donde asiste mi hijo; la propagación de la historia que cuenta que yo solía ser una escort; y ahora la otra historia que narraba cómo un pendejo malcriado de apenas dieciocho años había logrado acostarse conmigo. Me tenía acorralada.
Cuando repetía estas amenazas, ya era tiempo de complacerlo. La idea me trastornaba mucho. Cuando debía ir a su encuentro lo hacía con indignación e impotencia. La dominación que ejercía sobre mi persona me perturbaba más que el acto mismo que me obligaba a hacer. Nunca fui una mujer sumisa, pero con él lo estaba siendo. En el último mes estuve dos veces con él.
En la primera ocasión lo convencí de que si quería verme, deberíamos ir a Capital, lejos de las miradas indiscretas. Fuimos a un hotel alojamiento. Habrían pensado que se trataba de un muchacho con una prostituta, y a decir verdad, no estaban muy errados.
Yo me había vestido como la puta que en ese momento era. Con un maquillaje más llamativo de lo normal, un vestido corto y ceñido, zapatos de taco alto, y el pelo recogido. Robi no me dio un segundo de respiro. Me agarró de la cintura y me atrajo a él. Ya podía sentir su bulto hinchándose. Me besó en la boca, mientras sus manos se ensañaban con mi escote. Me sacó, con paciencia, prenda por prenda, hasta dejarme totalmente desnuda. Se sentó en el borde de la cama y me observó en silencio, como quien observa una obra de arte, tratando de descifrar de dónde proviene el magnetismo que lo obliga a no apartar sus ojos de ahí.
-Caminá un poco, como una modelo. -dijo.
Le di el gusto. Caminé desde la puerta de entrada hasta la ventana. El viento frío del aire acondicionado daba a mi cuerpo desnudo. Sentí, con cierta sorpresa, que me daba morbo estar en esa situación, totalmente expuesta a los caprichos de Robi. Fui y vine dos o tres veces. Luego me paré frente a él. Di una vuelta, para que no perdiera ningún detalle de mi cuerpo. Quería que entienda lo especial que era como mujer. Que comprenda la suerte que tenía, y que, en consecuencia, sea agradecido.
Robi me agarro de la muñeca, y me atrajo hacia él. Hiso un movimiento con la cabeza y yo entendí lo que quería que haga: me arrodillé a sus pies, como una plebeya ante su rey.
Entonces metió dos dedos en mi boca, y jugó con mi lengua. Empecé a salivar más y más. Él se bajó el pantalón, la verga saltó como resorte, ya estaba a media asta.
-Escupila. – dijo.
Obedecí sin chistar. Esculpí varias veces hasta que el tronco brilló por la saliva.
-¿Querés que te la chupe? – pregunté, agarrando su bello instrumento (lo único bello que tenía). Acerqué mis labios al glande y lo miré a los ojos.
-Abrí la boca y sacá la lengua. -dijo-. No la cierres hasta que yo te diga.
Me dejó en esa pose un buen rato, hasta que de mi boca empezó a chorrear saliva. Se puso de pie, me agarró del cabello con violencia y me metió la pija hasta la garganta, de un solo movimiento.
Lo empujé y me liberé enseguida de esa víbora sólida. Tosí.
-No entra todo eso en mi boca. -le dije.
-Dejá de quejarte putita.
Sin embargo, se vio persuadido de volver a intentar meterme semejante miembro entero. Aun así, lo metió en mi boca, y empezó a frotarlo en la parte interna de las mejillas. Mis cachetes se estiraban y mi piel tomaba la forma fálica de su pija. La imagen parecía divertirlo mucho.
Después de un corto tiempo, que me decepcionó, eyaculó adentro de mí.
-Tragate todo – dijo.
En los siguientes minutos, jugó con sus dedos, como si fuesen lombrices que se enterraban en un campo húmedo. Entró por todos los orificios de mi cuerpo.
Luego me dijo que abriera las piernas. Enterró su rostro entre ellas. Se encontró con mi sexo mojado. Lo olió y me miró con una sonrisa perversa.
Mi orgullo se había desvanecido mientras estuve encerrada en esa cuatros paredes con Robi. Mi sexo necesitaba ser estimulado. Mi cuerpo necesitaba expulsar todo el calor que había acumulado hasta entonces. Robi sacó su lengua filosa y lamió el clítoris. Una ráfaga fría del aire acondicionado impactó justo en mi entrepierna y entonces la deliciosa sensación de la lamida se intensificó. Robi repitió una y otra vez. No pasaron ni cinco minutos, cuando por fin mi cuerpo me demostró que librarme de ese salvaje iba a ser más difícil de lo que imaginaba, porque ahora era yo misma la que lo deseaba. Largué mi grito orgásmico sin importarme nada. Lo agarré de los pelos, con violencia, mientras frotaba frenéticamente mi sexo en su cara, ahogándolo con mis fluidos.
-Sos un avión. – dijo- Ninguna pendeja coge como vos.
Estábamos todavía agitados, abrazados. Mi rostro descansaba en su pecho, que se inflaba y desinflaba por su respiración.
-Vas a poder cogerme mientras sepas estar callado.
En el techo, un enorme espejo nos devolvía nuestra imagen. No nos veíamos nada mal. Ambos bellos, ambos con cuerpos esculturales, y a pesar de la diferencia de edad, ambos éramos muy jóvenes. Pasaron unos minutos hasta que ambos quisimos guerra otra vez.
La Verga fláccida de Robi parecía dormida. Una bestia que en cualquier momento se despertaría para devorar a su presa. La agarré, envolviéndola con mis dedos. A pesar de ser blanda, se sentía muy carnosa. Lo masajeé. Besé su pecho. Empecé a sentir cómo, lentamente, se endurecía y se agrandaba ante mis estímulos. La juventud es increíble, en cuestión de segundos, la víbora que tenía en mis manos se convirtió en un mástil de hierro.
-¿Tu tío no te pregunta por mí? – dije, sin dejar de masajearlo.
-¿Te gustó que te coja? – Me preguntó él.
-No, pero vos me gustas – le mentí, intentando que se ponga en contra de su tío en caso de que el viejo pretendiera aprovecharse nuevamente de mí. Él no me gustaba, de hecho, lo detestaba. Lo que me gustaba era su verga, y quizás sus ojos, y tal vez su cuerpo trabado, y su manera de usar la lengua. Pero lo detestaba.
-El tío Raúl se coge a una escort diferente todas las semanas. Va a quebrar de tan putañero que es el boludo. Así que no te preocupes, no es de encapricharse con una sola mujer.
-Pero vos sí. – dije. Me incliné y lamí la cabeza de su pene. Él me acarició la cabeza.
– No conozco a nadie como vos, así que no te voy a dejar hasta dentro de mucho tiempo.
Dejé de acariciarlo y lo miré a los ojos.
-¿Nunca te sentís mal por lo que haces? Andás por la vida lastimando a los demás, y pensás que no vas a recibir nada a cambio, pero no es así. Además, nunca vas a ser feliz con una mujer si las tratás como a un objeto.
Me agarró del mentón. Me apretó con fuerza. Acercó sus labios y me besó.
-No me vengas con clases de ética. Vos sos una puta. decilo. ¡Decilo!
-Soy tu puta, tu juguete, tu muñeca. ¿Eso querías escuchar?
-Así me gusta – dijo, visiblemente orgulloso por las palabras que me hizo decir.
-Si me jurás que esto es sólo entre nosotros, podés hacerme lo que quieras, cada vez que quieras. ¿Qué querés ahora?
Acerqué mi rostro a su sexo. Largaba un fuerte olor que me atraía a él. Lamí el prepucio y me deleité viendo la expresión enloquecida de su rostro, al recibir el estímulo.
Pero él me interrumpió
-Quiero tu culo – me dijo.
Faltaba poco para que nuestro turno termine, así que era entendible que quisiera aprovechar el tiempo para hacer algo diferente.
Me puse en cuatro. Robi se arrodilló y enterró, de a poco, su largo instrumento. Al principio me dolió. Pero después no pude evitar gemir.
No alcancé a acabar por segunda vez, pero disfruté mucho cómo profanaba esa cueva, de la que habían disfrutado muy pocos.
Faltaba muy poco para que terminasen las clases. Eso, quizá, me daría un respiro de Robi. A lo mejor la obsesión que siente por mí disminuiría si yo dejara de ser la mamá de uno de sus compañeros de clase. Además estaba pensando en mudarme lejos y romper todo vínculo con la ciudad. Necesitaba cambiar de vidas, no podía ser que siempre terminase sometida por algún hombre. Mi jefe ya me había recomendado con un amigo de San Luis. No sabía cómo se lo tomaría Leandro, pero haría lo necesario para llevarlo conmigo. Una vez que conociera un poco el lugar, no querría volver. Ya se encontraría otra noviecita por allá.
Sin embargo para eso todavía faltaba. Y Robi, quizás adivinando mi posible huida, tenía una nueva sorpresa para mí. Era increíble cómo ese pendejo aumentaba cada vez más su nivel de sadismo.
Esta vez nuestra cita no era en un hotel, sino en una chalet, en un barrio que queda a apenas cinco Kilómetros de casa. Me preocupé al saber esto, porque estando a solas en una vivienda, iba a ser difícil poner punto final al encuentro. Pero me dije, que, con suerte, sería nuestro último encuentro.
Toqué el timbre sin imaginar lo que me esperaba en las próximas horas.
Continuará.