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Solo por probar
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Después de trabajar con dedicación por varios meses, de repente y para vencer la rutina, decidimos pasar un fin de semana en una ciudad costera. Nos alojamos en un hotel cinco estrellas y nos propusimos estar lo más relajados que se pudiera. El día que llegamos, un jueves, sin embargo, estuvimos merodeando por allí y vimos que había varias parejas alojadas, de manera que supusimos que las atracciones del lugar podrían capturar nuestra atención y que podíamos pasarla bien.

El viernes nos fuimos de turismo hacia un acuario y un balneario, playa blanca, donde pasamos casi todo el día. La jornada estuvo entretenida y no habíamos albergado la idea de hacer algo diferente a disfrutar del lugar y literalmente descansar. Al volver al hotel, en la noche, sin embargo, después de la cena, nos dio por curiosear en la discoteca.

El sitio estaba bien y la mayoría de parejas departía alegremente y había uno que otro grupo de personas que hacían alboroto al bailar y daban ambiente al lugar. Estuvimos bailando hasta la madrugada y no dejamos de observar una que otra parejita enamorada que, después de cortejarse y bailar muy próximos por largo rato, abandonaba el lugar, supuestamente en dirección a las habitaciones, lo cual era normal tratándose de parejas ya establecidas.

Pregunté al camarero que nos atendía detalles del ambiente. Nos comentó que la discoteca del hotel estaba bien acreditada en la ciudad y que muchas personas, que no estaban alojadas, acudían allí los fines de semana. Que, por lo general, las parejas ya venían organizadas y que era muy raro que la gente se enganchara allí, aunque, creía él, había la posibilidad de que algunos huéspedes coincidieran, se conocieran y entablaran amistad de una noche, pero que no era la idea. Dijo, eso sí, que muchas parejas se hospedaban para el fin de semana, como era nuestro caso, visitaban la discoteca y amanecían en el hotel. Y uno suponía cuál era el propósito.

Indagué si había posibilidad de enganchar hombres o mujeres solas, pero nos dijo que difícilmente, aunque no descartaba que eso pudiera pasar en algún momento. Que en la ciudad había sitios donde ese era el propósito, más tratándose de una ciudad turística, y que allí muchachas y muchachos de la ciudad iban a enganchar uno que otro extranjero o turista en busca de aventuras. Ustedes me entienden, verdad, nos decía. Sí, claro, respondíamos. En fin, entre tanda y tanda de baile, y visitas del camarero a nuestra mesa, nos hicimos una idea de cómo funcionaba el lugar.

Al día siguiente, sábado, nos embarcamos en un “city tour” y nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad. En la tarde, nos fuimos a asolear un rato en la playa y a beber unos tragos antes de la cena. Más tarde subimos a la habitación, nos bañamos y nos arreglamos para ir a cenar y, entre una y otra posibilidad para hacer en la noche, se mencionó la posibilidad de ir nuevamente a la discoteca del hotel, de modo que ella se arregló con ese propósito, usando un vestido de fiesta.

Después de la cena, como habíamos convenido, descansamos un rato y fuimos a visitar la discoteca. Esta vez nos sentamos en la barra y pedimos cocteles para pasar el rato, ir a bailar, y entretenernos un rato. Sin embargo, vimos algunos caballeros en la barra, aparentemente solos y sin pareja, tomándose unos tragos y, tal vez de manera ociosa, surgió en nuestra conversación el hablar sobre lo que aquellos estarían haciendo allí. Pues, seguramente, dije yo, están ahí viendo la posibilidad de enganchar a alguna mujer, porque para qué iría uno a discoteca si no es para eso. Habría que preguntarles.

Uno de esos caballeros, delgado, alto, cabello negro, incipiente barba y físico promedio, nos miraba con bastante regularidad. Bueno, mencioné, aquel está que te echa el ojo, pero tal vez no se atreve porque yo estoy aquí. ¿Cómo lo ves?, pregunté por curiosidad. Se ve bien, contestó ella. Se ve elegante. Hmmm… Esa es la manera discreta que tienes para decir que el tipo te gusta, comenté. No, dijo ella, simplemente que la primera impresión es buena. Habría que relacionarse con él para saber si se respalda esa primera impresión. Porque así, a distancia, ¿cómo se va a saber?

Seguimos allí un buen rato, bailando y volviendo a la barra a beber nuestros cocteles. Y, en una de esas tandas de baile, observando que ella miraba hacia donde estaba aquel sujeto, que insistentemente nos miraba, se me ocurrió la gran idea de preguntar. Oye, ¿quisieras hablar con ese señor? ¿Por qué preguntas?, dijo ella. Porque veo que miras insistentemente hacia donde él está y supongo que algo te llama la atención. Pues, lo pensó un momento, no está mala la idea. No es una persona cualquiera. Se le ve clase.

Bueno, dije yo, sólo que hay un problema. ¿Cuál?, dijo ella. Que mientras yo esté allí él tipo no se nos va a acercar, y si no le acercamos los dos, la conversación de pronto coge otro rumbo. Ya tú sabes, el hombre va a lo que va y si ve obstáculos en la situación, posiblemente no se arriesgue. Y ¿entonces?, dijo. Pues, siendo la hora que es, no sé si te llame la atención, quedarte sola en la barra un rato a ver si el tipo te cae. Y, si es así, conversas con él y ya. Y, si se te refuerza la primera impresión, pues ya depende de ti lo que siga, como siempre.

A mi me da pereza salir del hotel. Y ¿salir para qué?, pregunté. ¿Y si me propone salir para conversar, sin tanto ruido, a otro sitio? Si estás pensando en que el tipo te proponga estar contigo, que es lo más probable, está en tus manos aceptar o no. Bueno, y si ese fuera el caso, ¿qué digo? Pues, ¿qué dirías tú si te lo propusieran? Es que yo no conozco la ciudad, dijo. Y si no quieres salir, ¿qué opción te queda? Nuestra habitación, dijo.

Y ¿no te molestaría?, preguntó. ¿Por qué?, pregunté. Estamos hablando de posibilidades. Puede que eso suceda. Y si es así, ya tienes opción para resolver la situación. Y si no pasa nada, pues nada ha sucedido y de todos modos tendrás que volver a la habitación, o es que ¿piensas arrancar para otro lado? No, dijo riendo. Y ¿cómo haríamos?, preguntó con curiosidad. Pues, se me ocurre, que, igual que cuando estuvimos en Punta Cana, yo me quedo en el balcón mientras tú realizas tu show. Eso sí, una vez termines lo despachas, porque no me voy a quedar a dormir allí, ¿verdad? Claro que no, respondió ella, además estamos hablando de una posibilidad. No se puede anticipar nada. Hay que probar…

Bueno, pero te veo como muy interesadita en el tipo ese. ¿Es que se te despertó la calentura? No, dijo. La verdad, a simple vista me ha parecido una persona interesante y tal vez me llama la atención saber un poco más de él. Quizá sea esta la oportunidad, porque no se sabe si está alojado en el hotel y si hubiera chance de volverlo a encontrar. Pues, si es sólo para eso, yo lo puedo invitar a que nos acompañe a tomarnos unos tragos. No cambiemos las cosas, dijo ella. Bueno, comenté, entonces sigue el plan. Voy a darme una vuelta, por ahí una media hora, antes de subir. Y si, cuando abras la puerta de la habitación, el televisor está apagado, quiere decir que la habitación es de ustedes, y, como siempre, trataré de no intervenir. Bueno, amor, te lo agradezco, respondió.

Salí de allí y la dejé sola en la barra, bebiendo un cóctel. Me di una vuelta por el bar, me tomé vodka con jugo de naranja y, pensando que ya era tiempo, emprendí mi camino hacia la habitación, pasando de nuevo por la discoteca. Me asomé, como quien no quiere la cosa, y pude comprobar que el caballero ya le hacía compañía. Él estaba sentado al lado de ella, en el mismo lugar que yo ocupaba hacía un rato, y parecían charlar animadamente. Y, mientras subía a al ercer piso, habitación 306, me quedé pensando en cuánto tiempo habría tardado aquel en caerle a mi mujer al verla sola, o cómo habría sido la cosa.

Cuando llegué, bajé la intensidad de las luces, cerré las cortinas de la ventana y me instalé en las pequeñas sillas dispuestas en el balcón. Las cortinas eran muy livianas y transparentes. La habitación se oscurecía totalmente si se usaban los “black outs”, pero no era esa mi intención, de modo que supuse que, al entrar y dirigir ellos la mirada hacia allí, fácilmente se notaría mi presencia. Una parte de mí estaba convencida de que nada iba a pasar aquella madrugada, pero otra imaginaba a mi mujer llegando con este hombre para tener su aventura sexual, allí mismo, en frente de mí, y eso, de solo imaginarlo, me excitaba.

Mientras esperaba me dediqué a observar la vista que había desde allí hacia la piscina del hotel, el tránsito de varias personas que circulaban de un lugar a otro, parejas que permanecían sentadas alrededor de la piscina, charlando y tomándose unos tragos. Todo normal. Cuando, de repente, pasadas tal vez unas dos horas desde que los dejé, se sintió el ruido de la puerta al abrir. El pulso se me aceleró y quedé a la expectativa…

Ella abrió la puerta y fue entrando a la habitación, seguida por él, quien tenía sus manos puestas en sus caderas, como guiándola en sus movimientos. Fue él quien se encargó de cerrar la puerta, pues ella continuó avanzando hacia el interior de la habitación, chequeando que yo no estuviera por ahí, pero mirando de reojo al balcón. Aquel, la estrechó entre sus brazos, desde atrás, besuqueando su cuello y arrimando su cuerpo al de ella. Supongo que le estaba haciendo sentir su miembro, empujando las nalgas de mi mujer.

Ella se zafó de su abrazo, se situó de espaldas a la cama quedando frente a él. Luego se sentó, abrió la bragueta de su pantalón y expuso su miembro, procediendo a meterlo en su boca y empezar a mamarlo con asiduidad. El caballero, sintiendo ese gesto, sólo atinaba a echar su cabeza hacia atrás, diciéndole que sentía muy rica su boca. Ella, muy excitada, seguía lamiendo aquel pene arriba y abajo, poniendo especial cuidado en pasar su lengua por la punta, con delicadeza. Aquello pareció efectivo, porque su miembro estaba totalmente erecto y el cuerpo de aquel se balanceaba con cada mamada que ella le proporcionaba.

De un momento a otro, ella se retiró. El, de inmediato, se agachó para besarla, permaneciendo así por un largo instante. Ella, mientras tanto, soltaba el cinturón del pantalón y le invitaba a desnudarse. El, sin dejar de besarla, dejó caer su pantalón y pantaloncillos hasta el suelo y, utilizando sus pies, se descalzó y apartó las prendas, quedando desnudo de la cintura para abajo, dejando ver un enorme y erecto miembro. Con razón ella no dudó en llevarlo a la habitación. Supongo que haber sentido ese gran miembro entre sus manos alborotó su deseo. Ella, entonces, se puso de pie para ayudarle a retirar su camisa, y él, igualmente, se dispuso a retirar su blusa y falda, dejándola tan sólo vestida con su brasier y bragas.

En frente uno del otro, él se apresuró a retirarle a ella su brasier, exponiendo sus pechos y sus pezones endurecidos de excitación, que empezó a acariciar y a lamer. Ella, por su parte, seguía acariciando con sus manos aquel miembro. Y, en instantes, se dejó caer sobre la cama, sin soltarle. El, excitado como estaba, retiró sus bragas y, cuando lo hizo, mi mujer, instintivamente, abrió sus piernas. El hombre no dudó un segundo y, sin reparo alguno, se disponía a hundir su miembro en la vagina ya humedecida de mi mujer. Sin embargo, ella le pidió que se pusiera el preservativo. Él lo sacó de su pantalón y se lo colocó, rápidamente, mientras ella se acomodaba en la cama. Aquel miembro entró profundo dentro de ella, quien, apenas lo sintió penetrar, lanzó una especie de alarido. Eso envalentonó al macho, quien empezó a empujar su miembro dentro de ella con gran vigor.

Ella agarró sus nalgas, alentándolo a que siguiera con sus movimientos, más y más rápido, algo que él hacia naturalmente. Y así siguieron por bastante rato, gimiendo ella con más y más intensidad a cada instante. De pronto soltó las nalgas de aquel y, estirando sus brazos por encima de su cabeza, empezó a mover su cabeza a un lado y al otro, y contorsionando su cuerpo debajo del cuerpo de aquel macho que machucaba y machacaba sin cesar, hasta que, fue inevitable que ella alcanzara el clímax y lanzara un profundo ahhh…

Es una delicia ver a mi esposa disfrutando de tales sensaciones de esa manera. En esas circunstancias se desinhibe totalmente y se deja llevar del momento, sacando el máximo provecho del placer que experimenta. En esos instantes se olvida de todo lo que le rodea y sólo se concentra en las emociones que le producen esos instantes de inmensa satisfacción y excitación. Me hubiera gustado tener una cámara para fotografiarles en esos momentos, pero la discreción y el supuesto anonimato llamaban a la cordura. Lo cierto es que yo andaba excitadísimo presenciando la escena.

Nuestro hombre siguió empujando, pero al poco rato se detuvo y se retiró, dejando ver el contenido de semen en el condón, el cual se retiró y dejó caer sobre el piso. Ella se quedó acostada en la cama, con sus brazos extendidos, y sus piernas abiertas, y este señor se dedicó a besar sus pechos, su vientre y poco a poco a bajar hasta llegar a la vagina, que empezó a lamer con gran insistencia. No sé si ella habrá sentido algo en ese momento, porque acababa de experimentar un profundo orgasmo, pero no articuló palabra y permitió que aquel siguiera jugando con su sexo.

Un rato después, y sin dejar de atender la vagina de mi mujer, el miembro de este hombre empezó a crecer de nuevo. Ella lo percibió y le pidió que se pusiera otra vez el condón, y él así lo hizo. Y, una vez listo, él, sin tapujos, le dijo que la quería penetrar por detrás. Y ella, entendiendo lo que vendría, se acomodó en cuatro patas, para que él hiciera lo que quería. El hombre tomo su miembro entre las manos, lo acomodó a la entrada de la vagina de mi esposa y la penetró. Y de inmediato empezó a mover su miembro dentro y fuera de su vagina, sin dejar de acariciar sus senos desde atrás, ya que está posición se lo permitía. Y así, empujando duro, él volvió a llegar a eyacular y, sin pasar mucho tiempo, se volvió a retirar. El condón y su contenido una vez más fue al piso, pero esta vez su pene salió flácido, lo cual auguraba el fin de la aventura.

Ella, en esta ocasión, se volvió hacia él y, mirándole, le dijo; ¿terminaste? Si, dijo él. ¿Te gustó? Fue una maravilla, replicó. Bueno, no te podrás quejar. Pero, la verdad, ya estoy muy cansada. Me exprimiste. La que me exprimiste fuiste tú, repuso. Ya es tarde, dijo ella. Entiendo, dijo él. No te preocupes, ya me voy. Quizá mañana nos podamos despedir. Yo iré a almorzar al restaurante del hotel y, si estás por ahí, nos podemos charlar un rato. ¿Te parece? Si, dijo ella. Creo que debemos descansar. Y, diciendo y haciendo, aquel se vistió, se despidió y se fue. Mi esposa, desnuda como estaba, tan solo vestida con sus zapatos de tacón alto, lo acompañó hasta la puerta y permitió que él se despidiera con un último beso. Después de eso, cerró la puerta y se dirigió al baño.

Yo entré a la habitación y me acomodé en la cama, esperando que ella volviera, pero se demoró mucho en la ducha y, somnoliento como estaba, me quedé dormido. Y no me di cuenta a qué hora se acostó, si lo hizo o no. Lo cierto es que nos despertamos tarde, casi a las 11:00 am. Yo me levanté, fui al baño y, al volver, la encontré despierta. Me quedé mirándola y pregunté, ¿Y…? Bien, contestó. ¿Sólo eso? Es que es diferente, respondió. Pues no te vi tan excitada y activa como con tus negros, dije. Estuvo bien, no lo niego, pero es diferente, replicó.

Bueno, y a todas estas, finalmente ¿cómo llegó hasta ti? Apenas te fuiste el tipo se quedó mirándome, pero no tomaba la iniciativa, así que yo le hice la seña para que se acercara y llegó. Bueno, ¿y para qué resultaran aquí? ¿Cómo fue? Pues fue demoradito. Estuvimos hablando. El tipo trabaja en la industria petrolera, estaba aquí asistiendo a un congreso y básicamente estaba desprogramado. Hablamos de su trabajo, de él, de su familia. Lo de siempre. Me dijo que quería mucho a su esposa y sus hijos. Y que yo le recordaba mucho a ella, que por eso me miraba.

Y después de un rato, lo de siempre, me invitó a bailar. Y, ya tu sabes, el hombre andaba ilusionado. El tipo la tiene grande y, de verdad, me excité y todo se fue dando. ¿Cómo así? Pues, me decía que mi cabello negro y largo le hacía recordar a su esposa, que mi cuerpo era muy parecido al de su esposa, que bailaba muy parecido a su esposa, así que le dije si era por ella que andaba prendido. Y, entonces, me dijo, no, eso si es por ti. Y bueno, ¿cómo le haces el amor a tu esposa?, le pregunté. ¿Quieres saberlo?, preguntó. Si, le dije. Y, ¿qué propones? Vamos a mi habitación, le dije, pero tiene que ser ya, porque ya está amaneciendo. Y aquí llegamos.

¿Y no preguntó con quién estabas? ¡Claro! Y cuando supo que tú me habías dejado sola para que yo pudiera hablar con él, le pareció raro, súper civilizado y entonces, se interesó más. Pero, entonces, ¿él sabía que yo estaba ahí?, pregunté. Yo nunca le dije, pero imagino que lo habrá imaginado. Pues el tipo nunca miró para la ventana, dije.

Bajamos a almorzar como a la 1 pm. Y al poco rato de estar allí, el tipo apareció. El la miró desde lejos y ella agitó la mano para saludarlo. Estuvo dubitativo unos momentos, pero finalmente resolvió acercarse. Hola, ¿cómo estás? Te presento a mi marido. Hola, mucho gusto, dijo él, Jorge. ¿Descansaste?, le preguntó ella. Si, dijo él. ¿Hubo mucho ajetreo ayer, pregunté? Y él, mirándome, como sorprendido, respondió, sí. Y ¿valió la pena el esfuerzo? Si, dijo él, había que probar. Ante lo cual mi esposa y yo soltamos una sonora carcajada. Creo que aquel no entendía qué estaba pasando, así que muy respetuosamente se despidió de nosotros y se fue. Y después de eso, ya nos dispusimos a salir del hotel y regresar de vuelta a casa. Y si, era una nueva aventura y había que probar.

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