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Singin’ in the rain
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Tiempo de lectura: 5 minutos

"Pero ¡qué te has creído, Mario!"; "Tía, Lita, no te pongas así"; "En mi cuerpo yo decido, yo soy la que digo quién entra en mi coño y quién no, y tú, desde luego, ¡ni se te ocurra!"; "Lita, tía, si follas con otros, ¿por qué no conmigo?, ¿qué más te da?, ¡total, un cuarto de hora de nada!, ¿qué te estoy pidiendo?, ¡tía, lo necesito!…"; "¡Te he dicho que no, y es no, follo con quien me da la gana, y tú no estás en mi lista, así que… aire!".

Mientras esta discusión tenía lugar en el barrio, frente al portal de un bloque de viviendas, otra escena se desarrollaba unos pisos más arriba:

"Ahh, ohh, ahh"; "Ough, ough, uff". Rechinar de muelles. "Ahh, Jorge, Jorgito, vamos, có-rre-te, no puedo más". El cabecero de la cama va a hacer que la pared se derrumbe… "Ough, voy, vo-y, ya, ya, Dunia, te quiero-ooohhh". El semen de Jorge bañó la vagina de Dunia; los espermatozoides, raudos, partieron en pos del óvulo. "Ah, Jorge, ansío tanto que me preñes"; "Sí, Dunia, tenemos el día entero para nosotros…"; "Sí". Dunia, salió de debajo de Jorge, empujándole con suavidad, y se levantó de la cama. Jorge, ya recostado, la miró: su cuerpo ancho le gustaba; fijó los ojos, ahora que iba de espaldas hacia la puerta del dormitorio completamente desnuda, en el culo de Dunia, provisto de nalgas carnosas que vibraban a cada paso que daba, en la hendidura oscura como un estrecho desfiladero entre dos montañas: ahí querría estar él todo el día, con la polla metida dentro, caliente, humedecida del sudor de Dunia, y, de vez en cuando, cuando la naturaleza se lo pidiese, progresar en el interior, penetrar, sentir el gustillo en el prepucio y seguir, y llegar, y correrse oyendo las exhalaciones de placer de su mujer.

"¡Jorge!", llamó Dunia desde algún lugar de la casa; "¡Dime, amor!"; "¡Que voy a salir a la calle, voy a comprar cervezas, casi no nos quedan, y con este calor…, no tardaré!"; "¡Muy bien, amor, aquí te espero, en la cama!". Jorge oyó el chancleteo inconfundible de los pasos de Dunia y el portazo.

Mario volvía de mal humor a su casa, pero antes quiso entrar en la tienda de chinos: tenía sed, la mañana se iba volviendo cada vez más calurosa conforme se iban acercando las horas centrales del día; además el viento terral que soplaba no ayudaba: era un viento tan caluroso que abrasaba hasta a los pajarillos. Estaba cerca de la tienda cuando la vio. Ella iba vestida con un ancho vestido de verano con tirantes y calzaba con brío unas chanclas playeras; las tetas, grandes, se le movían tanto con sus contoneos, arriba abajo, a derecha a izquierda, que Mario se excitó muchísimo. Así que se acercó, la mujer pasó por su lado y él se desplomó.

"¡Eh, muchacho, qué te pasa!", dijo Dunia inclinándose sobre Mario que estaba tumbado sobre la acera; "Oh, creo que nada, es el calor, gracias, señora"; "No me llames señora, que todavía soy joven, oye, ¿te ayudo?, ¿dónde vives?"; "Cerca, no, ya puedo yo…". Mario, tras hacer un gesto de que se iba a incorporar, volvió a tumbarse. "Que va, no puedes chaval, deja que te ayude". Y así fue como Mario se vio agarrado por la cintura por una exuberante mujer que le acompañaba hasta su casa, y que al cabo, después de quedarse a solas con ella, convenció para que follaran juntos. Más o menos sucedió de esta manera:

Cerraron la puerta. "Oy, chico, qué estudio tan molón tienes, espera, ve al sofá, te llevo agua…, toma…, sí, hace calor…, vaya, hijo, cuerpazo tienes…, ¿que me quite la ropa yo?, ¡qué cara tienes!…, bueno…, sólo un ratito, las tetas…, Oy, sí, sigue chupando, oy…, me estás poniendo, jijiji…, ¡follar!, ¿quieres follarme?, debes estar loco…, sí, entiendo que lo necesites pero…, estoy casada…, eso es…, ¿es tu polla?…, chupmm, chupmm, chupmm…, espera…, ahh, ahh, qué bien, ahí, sí, sigue, sigue…, espera…, métemela ya, tengo el coño supermojado…, ahh, ahh, más, más, ahh, ahhh, ¡ahhhh!".

Entretanto Jorge, esperando a Dunia, se había dormido.

Sonó el timbre como un disparo a bocajarro en los oídos de Jorge; despertó sobresaltado; se levantó protestando: "Voy, voy, Dunia, otra vez, las llaves, qué mujer olvidadiza, voy". Se puso lo primero que encontró: una camisola de su mujer que le tapaba hasta la mitad de los muslos, nada debajo. Mientras abría la puerta, con los ojos cerrados, todavía protestaba: "Dunia, siempre lo mismo…"; "Hola, Jorge". Esa no era la voz de su mujer; abrió los ojos: "Ah, hola, Lita". Lita y Dunia se conocían porque habían trabajado en el mismo restaurante, hasta que éste cerró; Lita era más joven que su mujer, muy delgada, rasgos orientales, pues, según ella decía, era adoptada, aunque sin papeles que lo demostraran; tenía Lita unos atributos femeninos difíciles de valorar a simple vista, es decir, era complicado decidir si estaba buena o no según los dictados de la moda, pero, si uno se fijaba bien, era hermosísima: figura esbelta, un tono de piel tostado, diríase que dorado; unos rasgos faciales finos: ojos rasgados, nariz pequeña, boca ancha, con labios remarcado y dientes muy blancos y pequeños; verdaderamente resultaba muy atractiva; tenía Lita unas piernas bonitas, bien formadas, diríase que sus piernas eran atléticas; tenía el culo marcado, sin sobresalir, y las tetas las tenía pequeñas, firmes, diríase que cabían dentro de una boca bien abierta. "Hola, Lita", saludó Jorge; "Oye, Dunia… ¿no está?, habíamos quedado para ir a la playa". Jorge se fijó en el pareo que vestía Lita, anudado a la altura de sus menudas tetas, dejando desnudos los hombros y el cuello. "Dunia ha bajado a comprar cervezas, ¿dices que había quedado contigo?, ¡qué raro!"; "¿Raro, por?"; "Porque habíamos planeado quedarnos hoy todo el día en casa"; "Ah, bueno, me habré confundido de día, ¿ibais a estar follando todo el día?", preguntó Lita, picarona; "Pues sí, más o menos", soltó Jorge. Y Jorge se empalmó, de pronto. Puede que a causa del recuerdo de Dunia y él follando hace escasos minutos, puede que a causa de que Lita avanzara una pierna y ésta quedara totalmente expuesta a la mirada de Jorge: una pierna terminada por abajo en unos dedos con las uñas pintadas de rojo sobre unas chanclas playeras, y por arriba en la telita de la braga del bikini, en el pliegue de la ingle que anunciaba el cálido y sabroso tesoro que se ocultaba.

"Oye, ¿eso?", dijo Lita señalando el bulto; "Eso, ¿qué?", reaccionó Jorge; "Debemos bajar la inflamación", rio Lita. Jorge, de sopetón, la agarró del antebrazo, tiró de ella hacia dentro y cerró la puerta. La condujo así agarrada hasta el cuarto de invitados; Lita se dejaba. Una vez ahí, desnudó a Lita tirando del lazo del pareo, se desnudó él sacándose la camisola por la cabeza, y entonces la besó en los labios. Se besaron largamente, juntando las lenguas. El cuarto de invitados apenas tenía muebles, y una cama pegada a una pared, un colchón a secas, sin sábanas ni almohada, les sirvió para aliviarse. Jorge metió la cabeza entre los escurridos muslos de Lita, le metió la lengua en el coño sin depilar, y lamió y lamió sintiendo el cosquilleo del rizado vello púbico en la barbilla. Lita ya respiraba agitadamente a los pocos minutos; Jorge la oyó, sacó la lengua y hurgó con dos dedos en la rajita: los sacó mojados y olorosos, era el momento. Montó sobre Lita y le metió la polla profundamente; Lita gimió sensualmente. Entonces llegó el momento de mover el culo; adelante atrás, con fuerza, porque ver a Lita debajo suya jadeando de gusto le animaba a seguir, más, y más, porque ver el rostro de Lita contorsionado de placer era lo mejor que le había sucedido últimamente, porque correrse él y Lita, juntos, a la vez, no ocurría todos los días.

"¿Cómo follas tan bien?", preguntó Lita en voz baja, acurrucada en los brazos de Jorge; "¿Te ha gustado?"; "Mucho"; "Supongo que es la experiencia…, la vida en pareja tiene inconvenientes, pero siempre se arreglan follando, y, a base de muchos inconvenientes y de muchos arreglos", Jorge guiñó un ojo, "se adquiere mucha práctica"; "Se folla bien en pareja…"; "Ni lo dudes, Lita, y ahora vete, en cualquier momento llegará Dunia, aunque supongo que jamás sospecharía que nosotros…"; "Sí, me voy, Jorge, gracias".

Dunia volvió. Jorge dormía. Dunia le despertó: "Jorge, Jorge, ya he llegado". Jorge se levantó. Fue a la cocina. Dunia, en ropa interior, estaba abriendo dos latas de cerveza. Se besaron. Bebieron y calmaron la sed. "Jorge", dijo Dunia, "hace demasiado calor, ¿qué te parece si dejamos lo de que yo me preñe para otro día?, además, puede que con el de esta mañana ya…"; "Sí, está bien, lo dejamos…, comemos algo fuera y… no sé, vamos al cine, que se está fresquito, no está mal el plan, a comer y al cine con mi hermosa mujer", bromeó Jorge; "Dan singin' in the rain en el Albéniz", propuso Dunia; "I'm singing in the rain…", cantó Jorge.

En el barrio anochecía. El calor se iba retirando y la brisa procedente del mar refrescaba las calles. Lita salió de su casa a sentarse en un banco de la placita a fumar tranquila. Mario pasó frente a ella, y ya pasaba de largo cuando ella le llamó: "¡Mario!". ¿Qué le pasaba a Mario, ya no quería nada de ella? "Es que hoy he follado". ¿Ah, si, y quién era ella? "Bueno, me he liado con una mujer casada, y quiere repetir". Pero ¿qué le sucedía, eran celos o quizá…, qué había cambiado para que ahora Mario le atrajese tanto? "No, no quiero estar en ninguna lista". Pero ¡no comprendía que…! "Mario, te ofrezco mi amor exclusivo".

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