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Sin esperar
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Tiempo de lectura: 3 minutos

El sol paseaba por el umbral del día buscando refugio donde descansar y así dar el relevo a su hermana la luna.

Blanca volvía fatigada, hacía tiempo que no corría tanto, necesitaba soltar todo, la impotencia, la rabia… gota a gota se desbordaba por su cuerpo en forma de sudor, se sentía mejor, tremendamente fatigada, pero mejor.

Según iba recuperando la respiración se iba acercando a su casa, no pensaba en otra cosa que llegar y ducharse para terminar el día con una copa de vino, silencio y un libro.

Abrió la puerta del portal subió las tres escaleras del rellano, según tocó el ascensor notó como alguien entraba por el portal, antes de que se diera la vuelta para saludar, notó un aroma familiar, esa mezcla de perfume, a cuero, esa sensualidad, ese olor a violeta que hace estremecerla solo con olerlo.

Antes de poder verle, noto como la empujaba con fuerza contra la puerta del ascensor, como una boca ansiosa buscaba sus labios, como una lengua con pasión conseguía abrir las puertas de su boca, ella amaba ese fuego, pero hoy le había pillado desprevenida, pero ella sabía que no podía resistirse a él.

La fuerte coraza que con los años había construido, era un castillo de papel frente a un océano furioso, no tenía escapatoria, ni la quería.

Los tersos dedos de sus manos se colaban dentro de su camiseta pegada al cuerpo por el sudor, buscaban sin miramientos poder agarrar sus pechos, lo deseaban y eso se notaba en la poca sutileza de unas manos que lo único que quieren es el contacto de la piel tersa, de notar como se endurece ante las bruscas caricias.

Se abrieron las puertas del ascensor y sin dejarla darse la vuelta la metió dentro, sus lenguas jugaban a enredarse, mientras ella notaba en su espalda la excitación de esa furia descontrolada. En el breve trascurso de subida al octavo, las manos de su furtivo amante se colaron en su short, de una manera como solo él sabía paso sus dedos por encima de sus braguitas, era capaz de hacerla humedecer solo con rozarla así que ante este vendaval de fuego en tan solo unos segundos su ropa interior estaba totalmente mojada.

La presa consiguió desprenderse un poco de su cazador, lo justo para poder abrir la puerta de casa, sin darle tiempo a cerrar la puerta volvió a ser una paloma ante un halcón. La empujó contra la pared y de un tirón rasgó su short deportivo, la misma piedad le ofreció a sus braguitas y sin mostrar la más mínima compasión y antes de dejarla mencionar una sola palabra, la dio la vuelta apoyándola contra el frio mármol del mueble de la entrada que hizo que sus pezones se pusieran aún más duros, de un solo golpe como un torero enfila al toro en el fin del lance, él se deslizó con maestría dentro de ella, entre la humedad de ambos, consiguió penetrarla sin ninguna dificultad. Ella notó de golpe la fuerza, sus ojos se cerraron mientras él la agarraba de las manos y se las estiraba para atrás, haciendo que se encorvara, obligándola a mirarle, quería ver cómo sus ojos le decían que era suya.

Ella se desvanecía ante la avalancha de golpes de cintura que él de manera fuerte y repetitiva hacía, si a eso le sumas que una de las manos de él se estaba encargando de estimular su clítoris, hizo que antes de lo que ella esperaba, sucumbiera, su cuerpo empezó a convulsionar y los suspiros y gemidos se escapaban por su boca, mientras un descontrolado e intenso orgasmo la hacía temblar.

Sin que sus cuerpos se separen la obligó a levantarse del mueble para poder besarla mientras seguía follándola, le agarró del cuello y comenzó a besarla con lujuria mientras su cintura golpeaba su culo, ambos sudados ambos ansiosos, él incrementó el ritmo de sus movimientos hasta que no pudo aguantar más y ante un fuerte grito se corrió dentro de ella. Sin separase de ella, con menos fuerza siguió entrando y saliendo de su húmeda entrepierna dejando cada gota de su éxtasis en su cuerpo hasta que el final se separaron y cayeron ambos jadeando al suelo como dos estrellas fugaces ante un infinito océano de oscuridad.

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