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Tiempo de lectura: 52 minutos

En aquel momento fue un shock, pero un par de años después, me alegro mucho de que aquel fin de semana de diciembre mi hija y yo pasásemos unos días realmente especiales. De todo lo que ocurrió, solo puedo decir que las dos salimos ganando.

Hace un año que, fruto del aburrimiento, empecé a escribir algún que otro relato erótico con varios seudónimos, y confieso que me dio mucho morbo publicarlo, me excitaba muchísimo leer los comentarios de los lectores. Todo lo que escribía tenía cierto punto autobiográfico, pero al final, me he dado cuenta de que no podía engañarme a mí misma, la historia que realmente quería contar era la de aquel loco fin de semana en que mi vida cambió para siempre.

Pongamos que me llamo Maribel y mi hija Silvia. Yo tenía cuarenta y ocho cuando esto ocurrió y ella veintinueve. Sí, la tuve muy joven. Mi marido estudiaba arquitectura y yo una filología y un jueves loco mis curvas fueron demasiado para aquel jovencito de clase alta que llevaba meses sin descargar, la marcha atrás es lo que tiene. Nos casamos enseguida, sus padres tardaron más de diez años en dirigirme la palabra.

No he hecho nada desde entonces, dejé la universidad y me dediqué a cuidar de mi hija y de mi marido mientras este multiplicaba por diez la fortuna familiar. Si, ya sé, cualquier feminista se desmayaría solo de pensarlo. Pues… no sé, yo no soy creyente, es decir, no creo que vaya a obtener ningún premio en otra vida a base de sacrificio.

Viernes.

Nada hubiese sido igual si aquel fin de semana no hubiese hecho aquel frío atroz, con nevada incluida, que no invitaba a nada más que a quedarse en casa y no salir ni a tirar la basura. Mi marido, mi yerno y mi nieto se fueron a Canarias el viernes a mediodía para ver un partido de baloncesto. Había un largo puente del día de la constitución y no volverían hasta el martes. Tenían planeadas varias actividades, aparte del baloncesto. Silvia llegó a mi casa tras dejarlos en el aeropuerto a eso de las cinco.

-Maribel. Pasa, ¿qué tal?

-Silvia. Bueno, lo llevo lo mejor que puedo. Es la primera vez que me separo de mí pequeño.

-M. Venga, si tiene ya ocho años.

-S. Si ya lo sé, pero aun así. Tendremos que hacer algo para que estos días no se nos hagan eternos.

-M. ¿Tú te has portado bien?

-S. Llevo a sopa toda la semana.

-M. Yo también, o sea que nos lo hemos ganado.

-S. ¿Mami, pero tú crees que esto es sano?

-Maribel. Pues claro que no lo es, ¿pero cuanto hace que no lo hacemos? Por lo menos dos años. Además, dime tu que otro capricho nos damos. Si nos pasamos el día sumando calorías.

-S. Vale mamá, pero hoy cenamos algo ligerito.

-M. Pues claro, ahí está la gracia, si no estuviésemos muertas de hambre no disfrutaríamos del banquete.

-S. Está empezando a nevar, por cierto. Acércate a la ventana.

-M. No me digas, no me había dado cuenta, vamos al salón grande, desde allí se ve mejor.

-S. ¿Había nevado antes desde que os mudasteis aquí? Es el mejor día del año para vivir en un ático.

-M. No, es la primera vez. Se ve precioso. Mira, los tejados empiezan a estar blancos. Menos mal que estás tú aquí, no me gusta nada este piso, tan grande, tan frío.

-Silvia. ¿Frío?

-Maribel. No de temperatura, me refiero a esa decoración que tanto le gusta a tu padre, todo en blanco y negro, y todo cuadrado, hasta los jarrones.

Silvia sonreía, había escuchado cien veces la misma historia de lo difícil que era vivir con un arquitecto.

-M. Bueno, en realidad me paso en la cocina la mayor parte del tiempo. Solo ver mis muebles de madera y los azulejos rústicos me relaja de tanto diseño y hasta he puesto un sofá al fondo.

-S. Bueno, ¿qué? ¿Hacemos la lista de la compra para mañana?

-M. Claro que sí cariño, pero nos va a entrar hambre.

Sí, aunque muy ocasionalmente, a mi hija y a mí nos gustaba darnos un atracón y la ocasión no podía ser mejor. Siempre lo hacíamos solas, era nuestro secreto, uno de tantos. Nos llevábamos muy bien, éramos como dos gotas de agua, bueno, una gota con veinte años más que la otra. Ninguna estaba gorda, quizás un pelín rellenas, pero sí que somos dos mujeres de formas rotundas, buenas caderas y un culo jugoso y redondeado, como tan de moda están ahora. Mi hija tiene un poco más de pecho, yo he estado cien veces a punto de operarme, tengo un buen par, pero no se corresponde con el resto de mi cuerpo. Cuando me miro en el espejo y veo mis preciosas piernas y caderas, me digo que para ser la hembra que a mí me volvería loca faltan varias tallas de pecho.

De cara Silvia y yo nos parecemos, muchísimo. Somos morenas, yo tengo una melena muy larga y ella mucho más corta. Somos guapas, perdón por la vanidad. Me siento muy orgullosa de que haya heredado mi belleza, sobre todo mis ojos, mi boca, mis largas piernas y, la guinda del pastel, mi contundente trasero.

Recuerdo que cenamos pronto e hicimos la lista de la compra para el día siguiente.

-S. Acabo de cenar y sigo muerta de hambre. Mañana voy a comer como una cerda.

-M. (tras una carcajada). Me encanta cuando hablas así, con lo fina que tú eres. Te voy a contar un secreto, yo a veces me pongo un poco de licor y me lo bebo a sorbitos para matar el gusanillo.

-S. Caray mamá, cualquiera diría que tenemos un problema con la comida.

-M. Problema ninguno, pero llegar a los cincuenta con este cuerpazo conlleva un sacrificio. Por cierto, ben y te enseño mi último juguete.

Recorrimos un largo pasillo y llegamos a una habitación donde tenía mi recién estrenada máquina de rayos uva.

-S. ¡Guau! Qué maravilla.

-M. Le he prometido a tu padre no usarla más que tres horas a la semana.

-S. Si por favor, ten cuidado.

Hacía más de diez años que no nos habíamos visto desnudas.

-M. Silvia, voy a enseñarte como funciona. Me pongo el bikini y vuelvo en un segundo.

-S. Mamá, si te da apuro yo espero en el salón.

-M. ¿Apuro? ¿Pero qué apuro podría darme que me vieses desnuda?

-S. ¿Entonces?

-M. Es tu padre, que le encanta que lleve la marca del bikini. Le pone que esté bien morena pero el pecho y el coño blanquitos.

-S. Caray con papá, ¿y a ti no te importa?

-M. Silvia, tu padre es guapo y joven todavía, y encima rico. Cuantas mujeres crees que se le acercan cada semana dispuestas a ocupar mi sitio. Yo tengo que jugar mis cartas para mantenerlo a mi lado.

-S. Mami, papa está contigo por amor no por tu cuerpo y nunca se separaría de ti.

-M. Hija, vas para los treinta, espabila, las cosas no funcionan así. Lo del amor está bien, es muy bonito, pero el mundo lo mueven culos como el tuyo y el mío.

Nuestra conversación era medio en broma medio en serio y Silvia se reía con mis ocurrencias. Éramos tan similares físicamente pero tan distintas en todo lo demás. Pasamos de los rayos uva y volvimos a la cocina para sentarnos en el sofá y tomar un licor, que al final fueron varios. Yo seguía empeñada en que el sexo movía el mundo y mi hija apostaba por el amor.

-M. Silvia, tienes razón, el amor es muy importante pero la belleza y el morbo de un bonito cuerpo desnudo arrasa con todo. ¿Quieres que te cuente un secreto?

-S. Haber… mamá, tú con tal de tener razón.

-M. Es la primera vez que comento esto con alguien y me da mucha vergüenza. ¿Te puedes creer que hace un par de años acompañé a tu tía a la costurera esa en la que se hace algún vestido…? Hija, te vas a caer del sofá del susto. Solo te pido que no me juzgues, pero o yo soy una pervertida y solo me ocurre a mi o…

-S. (con los ojos abiertos de par en par) Me estás asustando. Pero me puede la curiosidad.

-M. Pues… que me excité muchísimo al ver a tu tía medio desnuda mientras aquella mujer la vestía y desvestía. La costurera es una chica jovencita, rubia, de Bulgaria me parece.

-S. ¿Pero te excito la tía o la costurera?

-M. Supongo que las dos, solo a tu tía se le ocurre ir a probar con un tanga que no pesaba ni veinte gramos y la chica llevaba unas mallas que le marcaban muchísimo la vulva. El vestido era muy ceñido y de raso, cada vez que se lo ponía hacía un ruido al rozar su piel que…

-S. ¿Pero a ti te gustan las mujeres o fue solo aquel día?

-M. Silvia, las mujeres nos gustan a todas y yo siempre he tenido curiosidad por saber lo que se siente con una. Lo que no es normal es que me pusiese así viendo a mi hermana.

-S. (recuperando la sonrisa) Joder mamá, menudo cuadro. No me asusto, la mente humana es así de enrevesada, hasta lo encuentro curioso e interesante pero no todas somos lesbianas.

-M. Yo no he dicho eso. Digo que al contrario que a los hombres, a nosotras no nos molesta ver a otra persona de nuestro sexo desnuda o incluso fantasear con acostarnos con ella. Y a la mayor parte incluso nos gusta incluso.

Mi hija me miró con una sonrisa que leí al instante.

-M. No, tranquila, se lo que estás pensando. Nunca me he acostado con otra mujer.

-S. ¿Y cómo acabó lo de la tía?

-M. ¡Te lo estás pasando en grande eh! No sé si contártelo.

-S. Venga, no seas así. Perdona. Es que, bueno, eres mi madre, no es fácil hablar de estas cosas. Reconozco que me muero de curiosidad.

-M. Vale, pues es bien simple, acabo con que llegué a casa y me hice la paja de mi vida.

-S. ( incrédula) No sería para tanto…

-M. Te lo juro. En mi vida he disfrutado tanto yo sola.

-S. (riéndose burlona) ¿Sola? en tu cerebro tenías montado un trio.

-M. (riéndome también) Es que encima tu tía, cuando la llevaba en mi coche de vuelta a casa llevaba una faldita que con esos muslos que tiene… Pero lo que quería explicarte con esto es que un buen culo o un cuerpo bonito es algo superior a cualquier ser humano . ¿Quieres que hagamos la prueba?

-S. ¿Qué quieres decir?

-M. ¿Nos apostamos un mágnum de chocolate? Hai uno escondido al fondo del congelador.

El alcohol ayudó bastante. Juro que todo fue surgiendo sobre la marcha, nada fue premeditado. Dejé a Silvia en la cocina y entré en mi habitación. Me quité el chándal que llevaba puesto y me puse un camisoncito negro muy ceñido y muy transparente hecho del mismo tejido que los pantis. Me marcaba tanto el culo que, en realidad, nunca lo había usado para dormir, me lo ponía para mí y para mi marido. Dudé si ponerme algo debajo y cogí un tanga también negro que solo tenía un hilo por detrás y dejaba entrever mi coño casi totalmente depilado por delante. Entré triunfal en la cocina mientras Silvia me esperaba viendo nevar a través de la ventana del techo. Lanzó una exclamación y me silbo como hacen los albañiles.

-S. ¡Madre mía! Lo reconozco estás impresionante. Tu ganas, pero de eso a excitarme…

-M. Hija pon algo de tu parte.

-S. Pero es que eres mi madre.

-M. Dame cinco minutos y si no te hago efecto el mágnum es tuyo.

-S. Vale… si yo me lo estoy pasando de miedo.

Mi cocina es enorme, sobre todo a lo largo. Empecé a pasearme acercándome a mi hija y alejándome. Veía a Silvia relajada y divertida, si la hubiese notado tensa lo habría dejado. A la tercera vuelta me levanté el camisón hasta ponérmelo en la cintura y mostrar mi melocotón dorado por el sol del verano y el solárium, con la marca del minúsculo bikini con que tomaba el sol. Me fui acercando lentamente hacia ella para que poco a poco fuese vislumbrando mi coño depilado y blanco como la leche bajo el tanga negro, con solo un poco de pelo sobre los labios. Me di cuenta de que Silvia tenía la misma debilidad que yo, me miraba el coño, pero también bajaba la mirada cuando ya estaba frente a ella, y no lo hacía por vergüenza, lo hacía para comerse mis rodillas y mis muslos con sus ojos. Estuvimos un rato en silencio. Silvia sonreía y continuaba relajada.

-Silvia. Que orgullosa estoy mamá. Estás increíble, creo que es la primera vez que te veo el culo y es como el mío.

-Maribel. Me habías visto en topless y con bikinis muy atrevidos.

-S. Ya, pero no es lo mismo. ¿Sabes? Me alegro de ver que, a poco que me cuide, teniendo tus genes, llegaré a tu edad estando buenísima.

-M. Bueno que, ¿hago la tontería completa y acabo el striptease?

-S. Ya puestos.

No me atreví a quitarme el tanga, pero me saqué el camisón y se lo lancé. Obtuve un gran aplauso.

-M. ¿Que? ¿Qué me dices?

-S. Que estoy impresionada. Al principio me daba un poco de corte, pero reconozco que tengo la madre más atractiva del mundo.

-M. ¿Pero te has excitado o no?

-S. Pues claro que no. Eres mi madre y además a mí me gustan los hombres.

-M. Si tan segura estás déjame que lo compruebe.

-S. ¡Mama!!!

-M. Hay un mágnum en juego.

-S. Creo que hemos bebido demasiado, pero por un mágnum…

Silvia llevaba una falda escocesa muy bonita, no era mini, pero si bastante corta y unos leotardos negros para el tremendo frío que había hecho todo el día. Se quitó los leotardos y vi que no llevaba nada debajo y que se depilaba al mismo estilo que yo, se giró hacia mí en el sofá y se subió la falda para que viese su coñito ligeramente abierto.

-S. ¿Contenta?

-M. Yo por un mágnum también estoy dispuesta a todo.

-S. Pues adelante.

-M. Déjame que eche un vistazo. Hija mía, pero si estás empapada, mira, si incluso los leotardos rezuman.

-S. Ya mamá, si es que hace meses que Pedro no se me acerca, créeme. No te niego que la conversación contigo me excitase un poquito, y me gusta incluso, pero créeme que puedo ver un culo goloso como el tuyo sin que me haga efecto.

-M. Lo siento cariño, porque no me lo has contado antes, ¿tenéis problemas?

-S. No sé, es algo muy íntimo. Lo siento, con lo que nos estábamos divirtiendo…

-M. Ten, el único mágnum que hay en la nevera.

-S. No seas tonta, podemos compartirlo.

Nos abrazamos y nos fuimos pasando el helado y bromeando sobre cuál de las dos lo chupaba con más ahínco. Yo no podía evitar la excitación de charlar, casi completamente desnuda, sentada en el sofá con mi hija. El olor mezclado en el ambiente de nuestros coños me mareaba, aunque Silvia llevaba su faldita, la postura, con una pierna flexionada sobre el sofá, favorecía que aquella delicia llegase a mi nariz y me producía angustia y bienestar a la vez.

-S. ¿Mamá, tu como llevas lo de hacer mamadas?

-M. (sorprendida) Caray, te he desinhibido con mi striptease. Bien, tu padre no se ha quejado nunca.

-S. Es que yo creo que todos nuestros problemas vienen de ahí, Pedro solo quiere ese tipo de sexo y a mí me cuesta bastante.

-M. Ya, los hombres son así, les gusta meterla, pero a la hora de la verdad buscan siempre la boca. ¿Cuál es el problema? ¿No te gusta el sabor del semen?

-S. No, no es eso, bueno no es un sabor agradable, pero lo que más me cuesta es tragármelo. Pero qué más da, si últimamente ya no hacemos nada.

-M. ¿Pero él te pide que te lo tragues?

-S. No, pero eso es lo que esperan todos, ¿no?

-M. ¡Qué va! ¿Creo que te equivocas, lo que… quieres que te dé mi opinión?

-S. Me da vergüenza, pero no tengo nadie más con quien hablar.

-M. No te preocupes, es tarde, vamos a lavarnos los dientes y a meternos en cama, hoy dormimos juntas, y te doy mi opinión.

Nos fuimos a mi habitación y yo me puse un camisón, también transparente pero menos atrevido que el negro, Silvia protestó.

-S. De eso nada, ponte el negro, te queda genial.

-M. Que zalamera eres. ¿Y tú?

-S. Déjame algo, no he traído pijama. O sino deja, me pongo yo el negro.

-M. Si total te lo vas a quitar, es muy sexy, pero nada cómodo.

-S. Es como ponerse unos pantis por todo el cuerpo. Me gusta.

-M. Porque no me ayudas a cepillarme el pelo y así enseguida nos metemos en cama.

Silvia me ayudó con la rutina de cada noche. Primero cepillármelo y luego atármelo.

-S. ¿No te da pereza? Estás muy guapa pero, ¿no estarías más cómoda con media melena como la mía?

-M. ¿No te imaginas porque lo llevo así?

-S. Pues no.

-M. A los hombres les encanta y por supuesto a tu padre también. Cada día se acuestan con una mujer distinta. A veces me lo dejo suelto con que me cubra los pechos por delante, a veces me hago unas trenzas o me lo recojo si veo que le apetece que se la coma para que pueda ver bien como lo hago. Ya sabes que me lo tiñó de rubio por lo menos un par de meses cada año para variar…

-S. ¡Jo mamá! No dejas nada al azar.

-M. Silvia, mantener el fuego encendido durante décadas cuesta lo suyo.

-S. Ya, pero… y ellos, ¿qué hacen?

-M. En mi caso tenerme como una reina.

-S. Ya, pero yo ni eso.

-M. ¿Por qué no dejáis que os ayudemos? Al menos podríais mudaros a un sitio un poco mejor.

-S. Si ya sabes que Pedro nunca aceptaría.

Silvia acabó con mi pelo y nos metimos en cama. No pude evitar fijarme en su cuerpo rodeado por el nylon de mi camisón. Me resultaba tan extraño verla como a una mujer, y no solo mi hija. Y aún peor, ella era yo misma, con mi cara, mis muslos, mis caderas y mi delicioso culo, incluso el mismo "corte de pelo" entre sus piernas. Solo el color de su piel, tan blanca, y aquellas dos tallas más de pecho, que yo tanto envidiaba, me recordaban que no estaba frente a un espejo.

-M. Claro que aceptaría esa ayuda si tú supieses manejarlo, para eso la naturaleza te ha dado ese cuerpazo.

-S. Pero si te estoy diciendo que ya casi ni me mira.

-M. Mira, volviendo a lo de antes, lo que a los hombres les gusta de verdad, es que juegues con el semen, que lo dejes caer de vuelta sobre su polla, que lo lamas de nuevo, lo mezcles con tu saliva…

-S. ¡Caray mamá!

-M. Ya sé que nunca me has oído hablar así, pero somos mayorcitas las dos, si quieres haré un esfuerzo por decir pene y no polla.

-S. Si no es eso, es que… no sé, da igual.

-M. Hija, ¿tú de verdad quieres seguir adelante con tu matrimonio?

-S. Sí, sí que quiero, por lo menos mientras mi peque no sea un poco mayor, por nada del mundo quiero que crezca con sus padres separados. Tendré que esforzarme, creo que en los últimos años me he ido volviendo casi asexual. Quiero decir, que de no hacerlo casi llegas a olvidarte que el sexo existe.

Silvia acostó su cabeza en mi hombro y me abrazó, estaba casi llorando.

-S. Qué bonita la nieve cayendo sobre la velux y como refleja la luz de la calle. Sigue porfa, tampoco será tan complicado hacer una mamada.

-M. ¿Sabes lo más importante? que no tengas prisa, no te la metas en la boca desde el principio, juega con ella como si tu objetivo no fuese que se corriese. Quiero decir, que la mejor corrida, es aquella que tú no buscas, sino que aparece ella. No se la agarres fuerte todo el tiempo, cógela solo con las yemas de tus dedos por debajo del glande y masajeas un poco, de vez en cuando pasas tu lengua por el glande, pero siempre sin prisa. ¿Sabes lo que le hago siempre a tu padre cuando va a estar unos días fuera?

-S. Joder mamá, deberías dar clases de esto.

-M. Primero le hago una paja, más o menos normal o le pido que me folle y se corra dentro de mí, normalmente antes de cenar, y un par de horas más tarde, le hago mi especial para dejarlo vacío para un par de días y que no caiga en ninguna tentación. Se la meneo solo con las yemas del índice y el pulgar, no me importa lo que tarde, al final se corre de un modo totalmente distinto, la leche no sale a impulsos ni a borbotones, se corre como si estuviese meando semen, pero sale una cantidad formidable, a veces eyacula siete u ocho segundos sin parar, lo bueno es que se queda vacío, sin un gramo de energía. En ese momento te aseguro que le da igual si me trago el semen o no, lo único que hago es metérmela en la boca, ya flácida, chupársela un poco y tragarme un poco de leche como si fuese un manjar y me aseguro de que está bien muerta y no va a levantar cabeza en un par de días. Si el eyacula en tu boca y te lo tragas directamente ni siquiera se va a enterar, los hombres necesitan ver. Es mejor que te tragues la gotita que queda en la puntita después de correrse, y que el crea que te está dando la mejor golosina del mundo, a que te comas directamente toda la corrida.

Inconscientemente empezamos a hablar más bajito y notaba como Silvia tragaba saliva de vez en cuando.

-S. Ostras mama, menuda loba estas hecha. Me alegro por papá que a sus años sea capaz de repetir en sólo un par de horas.

-M. Y si no es capaz se le ayuda…

-S. No te entiendo.

-M. Lo caliento yo, le hablo de otras mujeres, por ejemplo.

-S. ¿¡Como!?

-M. Nada excita más a un hombre que creerse que es único en el mundo.

-S. Habla claro, no te entiendo, no decías que somos dos mujeres hechas y derechas.

-M. Mira, tu padre, básicamente, sabe lo mucho que me excitan las mujeres, y se cree que salvo por él, no tengo interés alguno en otros hombres.

-S. ¿Le has engañado alguna vez?

-M. Por supuesto que no, pero bueno, por gustar me gusta ver otros hombres también. Si al final de lo que se trata es de que sea feliz, se lo pase bien y rechace a tanta golfa como tiene a su alrededor, sobre todo en el estudio.

-S. ¿Y de que mujeres le hablas?

-M. De muchas, su favorita es tu tía.

-S. ¡Mamaaaa!

-M. Le encanta, es normal, no te asustes, las cuñadas tienen mucho morbo para los hombres, no por eso va a enamorarse de ella. Ella es como yo, pero con diez kilos más. A los hombres les gusta la carne, para todos los días prefieren algo como nosotras, macizas o solo algo rellenitas, pero de vez en cuando un buen culo grande como el de mi hermana los pone a cien.

-S. ¿Y no te corta que sea tu hermana? Bueno no, ahora recuerdo lo que me contaste antes, evidentemente no.

-M. Es que precisamente por eso me excité tanto aquel día en la modista, después de tantos años formando parte de nuestras fantasías… Pero no, no me corta, la quiero mucho, si ella lo supiese creo que estaría orgullosa de servirme de ayuda en mi matrimonio.

-S. Seguro, pero se caería de culo con el susto. Pero cuéntame algo más concreto. ¿Qué le cuentas de ella?

-M. ¡Eh! ¿No está usted ya preguntando demasiado señorita?

-S. Porfa mamá, no me hables como si fuese una niña que me cortas el rollo. Hemos quedado en que somos dos mujeres.

Tenía razón y me disculpé. Se hizo el silencio por un par de minutos. Seguía nevando y la ventana del techo, encima de la cama, empezaba a cubrirse totalmente. Luego Silvia empezó a empujarme y pellizcarme para que entendiese que no estaba enfadada.

-S. Bueno, ¿qué? ¿Vas a contármelo o no?

-M. ¿Estas preparada para escucharlo?

-S. Por supuesto, hoy no creo que puedas sorprenderme ya más.

-M. Suelo hablarle de su cuerpo, sea verdad o no, le cuento que nos hemos ayudado a depilarnos el coño la una a la otra, le digo que acabamos las dos húmedas y un poco excitadas, o que le he puesto alguna crema en las nalgas o en los pechos. Lo más fuerte que le he contado fue hace poco, yo me moría de ganas de que me la metiese por detrás y a él no se le ponía lo bastante dura, así que le dije que tenía la fantasía de que hacíamos un trío con ella y él se corría sobre su chocho y lo llenaba todo de leche. Luego yo me comía toda la leche del coño de mi hermana y ella se corría muerta de placer. Se le puso la polla tan tiesa que me folló el culo como nunca.

Esta vez el silencio fue más largo. Creí que me había pasado.

-S. Maribel

-M. Dime, ¿por qué me llamas por mi nombre? Me hace gracia.

-S. Es que… necesito hacerme una paja.

No pude evitar lanzar una carcajada y buscar su mejilla para darle un beso.

-M. No te enfades cariño, me ha hecho gracia la manera como lo has dicho.

-S. Será mejor que vaya al baño.

-M. De eso nada, ¿te da vergüenza hacértela aquí?

-S. ¿A ti no te importa?

-M. Por supuesto que no. Es que sino no vas a poder dormir.

Se separó un poco de mí y noté como se subía el nylon del camisón. Silvia es zurda y estaba a mi lado izquierdo. Noté como abría sus piernas. Con su mano derecha agarró mi izquierda y me la apretó fuerte. Esto me excitó más de lo que ya estaba, pero no me atrevía a tocarme yo también, más bien estaba paralizada escuchando el casi imperceptible sonido de su otra mano entrando entre los labios de su vagina como una cucharilla se hunde hasta el fondo en un tarro de mermelada. Creí que nuestra conversación se había acabado, por aquella noche al menos, pero me equivocaba. Silvia ralentizaba su masturbación y que dudaba si contarme algo.

-M. ¿Te ocurre algo cariño? ¿No estarías más cómoda sin el camisón?

-S. Si, tenías razón, no es demasiado cómodo para dormir.

Le ayudé a quitarse el camisón y su mano izquierda pasó cerca de mí cara. El aroma de su coño llegó de sus dedos a mi nariz y eso fue demasiado para mí. Discretamente, al tumbarnos de nuevo, abrí un poco mis piernas y llevé mi mano a mi coño y empecé a juguetear con él.

-S. ¿Puedo contarte algo que me ha disgustado durante años y que aún a veces se me viene a la cabeza mientras estoy con Pedro?

-M. ¿Por supuesto, pero, algo malo?

-S. No mamá, no te asustes, algo que simplemente me excitaba, pero a la vez luego me hacía sentir mal.

-M. ¿Te sentías culpable?

-S. Exacto. Verás, en la despedida de soltera de la gilipollas de Marta, nos envió a todas las amigas una invitación por email y debajo puso algo así como que se casaba muy enamorada, pero, por si acaso, ya había localizado un amante si su marido no daba la talla.

A partir de aquí Silvia empezó a hablar, o mejor dicho, a susurrar muy despacio.

-S. La muy tonta nos envió el mensaje a todas y le añadió un video. Yo abrí el video, duraba unos diez minutos, era una chica rubia, muy guapa, con aspecto nórdico, sueca quizás, eso es lo de menos. El caso es que aparecía cabalgando un purasangre negro precioso, totalmente desnuda. Me gustó, me recordó cuando yo iba al club de pequeña y montaba a caballo.

-M. Pero era algo, digamos artístico, ¿o era vulgar?

-S. Espera y verás, a los dos minutos o así, aparece la chica bajo el caballo, tú ya sabes cómo es la polla de un caballo, pues la de éste todavía era más grande y parecía dura como de piedra. La chica se metió la punta en la boca y empezó a hacerle una especie de mamada al caballo de rodillas debajo de él. Yo cerré el video, pero acabé abriéndolo de nuevo. Me moría de vergüenza, pero me daba mucho morbo también. Luego aparece la rubia de nuevo, pero sentada en una especie de artilugio para que el caballo la folle, la chica es preciosa, tiene una melena lisa larguísima que le llega casi hasta el suelo y, o es la mejor actriz del mundo, o realmente goza una barbaridad con la punta de la polla del caballo en su coño. ¿Te estas tocando?

-M. ¡La madre que te parió! Sigue por favor, no pares.

Yo ya no traté de disimular más y empecé a masturbarme sin contemplaciones, era la primera vez que yo era la que gozaba de las fantasías que alguien me contaba. Ahora comprendía lo bien que se lo pasaba mi marido conmigo.

-S. ¿Pero entiendes que luego me sienta mal porque me excite un video así?

-M. Sígueme contando por favor y tu continúa masturbándote o no conseguirás dormirte. Dame la mano.

-S. Pues el caballo la folla sin parar, la embiste tan fuerte que si ella no estuviese suspendida en una especie de columpio la destrozaría. Luego mueven el caballo para que le quede la polla al alcance de su boca. La polla le llega desde la altura de su cintura hasta la boca y se las apaña para masturbar al caballo y conseguir que se esté quieto. Ella tumbada en el columpio bajo el vientre del animal y no para hasta que el purasangre le descarga, dios mamá, en mi vida había visto correrse a un caballo, pero mamá, le llena la boca, la cara, el pecho, luego apartan al caballo y se ve que la chica tiene leche hasta en el vientre y ella se la lleva hasta el coño para lubricarse y hacerse una paja. Luego repiten, a cámara lenta, el momento en que el caballo empieza a correrse y se ve que por lo menos le entra un cuarto litro de leche en la boca. Y la cara de placer de la chica…

La voz de Silvia fue entrecortándose, siguió hablando mientras se corría, pero no pude entender lo que decía, me apretaba mi mano con la suya hasta hacerme daño, yo tenía mi orgasmo a punto, pero estaba más pendiente de que ella se corriese que de mí misma. Cada vez abría más sus piernas y acabó casi tirándome de la cama. Era la primera vez que veía correrse a otra mujer y tuve la sensación de que se lo había pasado muy bien. Yo sentía la tentación de besarla, me apetecía muchísimo pero no me atrevía, quise retrasar mi orgasmo y ver como reaccionaba ella al recuperarse y enfrentarse al hecho de que su madre estaba a punto de correrse a su lado. No fui capaz, vi que era ya inevitable y me froté con fuerza hasta que la electricidad del orgasmo recorrió todo mi cuerpo. Me corrí imaginándome que era mi hija la que bajo aquel caballo recibía toda aquella descarga de semen y yo la besaba y lamia de arriba a abajo hasta limpiarla toda. Ya éramos dos las que viviríamos traumatizadas por el dichoso video.

Aquel orgasmo era algo distinto a todo lo que había sentido hasta ese día. Me di cuenta que a partir de ese momento había algo llamado placer, con mayúsculas, que era lo que acababa de experimentar y luego estaba el sexo, que estaba bien, pero era otra cosa. Estuvimos un rato en silencio. Yo no sabía que decir y pensé que lo mejor era dormirnos. Pero Silvia acabó abrazándome y susurrando en mi oído.

-S. ¿Entiendes lo que quería decirte? Es terrible, algo que te atrae y a la vez te hace sentir mal.

-M. Yo no le daría importancia cariño. Me ha encantado oírte. No hay nada de qué avergonzarte. A mí también me parece excitante. Supongo que te hace sentir mal porque fantaseas con que tú eres la chica del video. Yo también me he imaginado siendo follada por el caballo mientras me hablabas y ya está, es una fantasía y punto.

Hubo otro largo silencio, quizás quince o veinte minutos. No conseguíamos dormirnos.

-S. Mami

-M. Dime.

-S. Gracias.

-M. ¿Por qué?

-S. Por todo, por ser como eres. Me siento muy bien aquí contigo. Me lo he pasado muy bien esta noche.

-M. Pues espera a mañana, verás cómo nos vamos a poner. Olvida la lista de la compra que hemos hecho, ¿sabes lo que me apetece?

-S. Dime.

-M. Camarones, un par de kilos de camarones, gallegos, y mucho cava, cava rosado.

-G. Oh, Mami qué hambre, por favor no hables de comida.

-M. Perdona. Yo sí que me lo paso bien contigo cariño.

-G. Mamá, ¿te ha gustado correrte conmigo aquí a tu lado?

-M. Me ha encantado, y te juro que no tengo ningún tipo de remordimiento. ¿Y tú?

-G. Yo tampoco, con lo del caballo ya tengo suficiente trauma.

Nos reímos y yo me alarme al ver que el reloj de mi mesita marcaba las tres.

-M. ¿A qué hora vamos a levantarnos mañana?

-G. Voy a darme la vuelta y me abrazas a ver si conseguimos dormirnos.

La abracé y apoyé mis tetas sobre su espalda con solo la fina tela de mi camisón en medio, ella seguía desnuda.

-S. Mami, antes, en la cocina, me porté muy mal contigo.

-M. ¿Por qué lo dices?

-S. Te mentí, te mentí y si no me disculpo no voy a dormir bien. Si que me excitó verte contoneándote cocina arriba y abajo. Lo siento, pero me faltó valor para reconocerlo, pero me pasaría horas viendo cómo te paseas. Me gustaría tener la mitad de personalidad que tú tienes.

-M. No tienes por qué disculparte. Yo también me porté mal contigo. En el fondo quería que te quitases los leotardos y ver esas preciosas piernas que tienes… Mejor dicho, ves como no tengo tanta personalidad, quería verte algo más que las piernas, tú ya me entiendes. Y no me preguntes por qué por favor. Vamos a dormir.

-G. Mamá, está mañana me parecería una locura, pero en este momento creo que me gustaría ayudarte.

-M. ¿De qué hablas?

-S. De tu trauma por no haber podido acostarte con una chica.

-M. Yo tampoco lo llamaría trauma. Simplemente me hubiese gustado probar.

Los derroteros que tomaba nuestra conversación me dieron vértigo. Tapé con mi mano la boca de Silvia sin darme cuenta de que la tenía recién sacada de mi vagina.

-M. Te parece que durmamos y mañana, tranquilamente, y sin tanto alcohol ya hablaremos.

-G. ¿Te incómodo? ¿No quieres aceptar mi ayuda? ¿No quieres decirme que no directamente y me das largas?

-M. Te juro que no. Pero no son cosas que se puedan tomar a la ligera. No me hace sentir incómoda ni me da miedo, pero ya hablaremos.

Mentía, pero que iba a hacer, no quería que mi hija se metiese en algo tan serio estando, sino borracha, si con alguna copa de más. Ella se durmió, pero yo tardé horas pensando en que momento mi hija había empezado a atraerme, temía tener que enfrentarme al ofrecimiento que me había hecho, pero también lo deseaba. Sus palabras ofreciéndome su ayuda para iniciarme en mi asignatura pendiente del lesbianismo sonaba en mi cerebro como música celestial.

Sábado.

Me despertó un pequeño mordisco en la oreja

-S. Dormilona millonaria.

-M. Uff, ¿qué hora es?

-S. Las doce y media, me muero de hambre.

-M. ¿Desayunamos en el centro comercial?

-S. Vale, tu marido, tu yerno y tu nieto te mandan muchos besos.

-M. ¿Has hablado con ellos?

-S. Si hace un rato. Tienes que mirar por el balcón, ya verás que bonito.

Me puse mi bata y me acerqué al salón, que era la única estancia con ventanas sin terraza, la ciudad se veía preciosa. Había caído una gran nevada y la calle estaba casi desierta a pesar de ser mediodía. Si no tuviésemos nuestros planes para una gran cena no hubiésemos salido, pero yo apenas tengo comida en casa, para evitar tentaciones. Llevamos el 4×4 de mi marido y en apenas dos kilómetros teníamos nuestro hipermercado favorito. Estaba casi vacío. Encontramos todo lo que necesitábamos, por suerte había camarones, Silvia se empeñó en comprar una docena de esos langostinos enormes, a mí no me gustan demasiado, son un poco secos, también compró mayonesa.

-M. No por favor, mayonesa no. Sabes que es mi debilidad y además esa barata de bote es mi favorita.

-S. Venga, la que no necesitemos la tiramos.

Nos pasamos por la zona de platos preparados y compramos varias raciones de carne asada con unas patatas deliciosas y un salmón preparado para meter directamente al horno que traía un pequeño bol de salsa rosa para acompañarlo. También unos bombones, cava rosado y mucha fruta para disimular. Antes, mientras desayunábamos en la cafetería casi vacía del centro comercial mi hija hizo la primera referencia a lo que había ocurrido la noche pasada.

-S. Mamá, me lo pasé muy bien anoche.

-M. Yo también. Pero lo dices como sintiéndolo.

-S. No, en absoluto. Sólo que no es normal que la mejor noche de mis últimos años la haya pasado contigo.

-M. No levantes mucho la voz que alguien podría escucharnos.

-S. No hay nadie cerca, no te preocupes.

-M. Yo tampoco me había divertido tanto en mucho tiempo.

-S. Gracias, lo dices para que no me sienta mal.

-M. No ¿por qué iba a mentirte?

-S. Pero tú te lo pasas en grande con papá.

-M. ¿Te he dicho yo eso? Yo te he contado que tú padre se lo pasa en grande conmigo.

-S. Pero tú te lo pasas bien también, ¿o no?

-M. Me lo paso bien y punto, pero lo de ayer fue distinto, fue… raro, no sé, no encuentro las palabras.

-S. Pero, ¿mejor o peor?

-M. Mejor, mejor.

-S. ¿No lo dices para adularme?

-M. Que te digo que mejor, ¿tú sabes cómo me pusiste con lo del caballo?

-S. ¿Quieres que te pase el video?

-M. No, lo que me puso así fue que tú me lo contases. Tu voz a mi lado vale mil veces más que el mejor video del mundo.

-G. ¿Mami, por qué nunca te lanzaste a cumplir tu fantasía lésbica?

-M. Silvia, este no es el lugar.

En cuanto bajamos al parking y entramos en el coche Silvia volvió a la carga.

-S. Supongo que al casarte tan joven no tuviste tiempo para ese tipo de cosas. Si es que eras una niña cuando aparecí yo.

-M. Tu fuiste una bendición. No seas tonta. Oportunidades tuve. Si incluso tu padre me ofreció más de una vez contratar a una chica para acostarse conmigo.

-S. ¡Que! ¿te estás quedando conmigo?

-M. Claro que no. Para él eso no sería una infidelidad. Silvia, tu padre es un gran hombre, ni siquiera pretendía quedarse a mirar, la última vez que me lo propuso tu aun vivías con nosotros y estaba dispuesto a irse un fin de semana contigo a casa de tus abuelos para dejarnos solas. Lo único que esperaba a cambio era que yo se lo contase todo en los días siguientes.

-S. ¿Y?

-M. Pues no me atreví. Aunque se hubiese gastado un dineral en una chica de alto standing no dejaba de ser una profesional y.… no sé, tenía miedo a no atreverme y hacer el ridículo. Es el coño de una chica que se habrá acostado con cientos de hombres y además yo soy muy exigente, no me gusta cualquiera.

-S. Venga, seguro que papá hubiese elegido una belleza.

-M. Ves, es que es eso, a mí no me van las modelos, me gusta otra cosa.

-S. ¿Y cuál es tu tipo?

-M. Pues para empezar me gustan maduras, a partir de treinta o así, y luego, depende, pero no todas son especialmente guapas. Me gustan con un buen pecho y un buen culo, lo opuesto a una modelo de veinte.

-S. ¿Y cómo te gusta que vistan?

-M. Nada especial, las mallas quizás y que lleven tanga y se note. Pero bueno, me estás haciendo el tercer grado.

-S. ¿Y no prefieres una bonita minifalda antes que unas mallas?

-M. Uf, no sé, por gustar me gustan ambas.

-S. ¿Ya, pero si tuvieses que elegir entre minifalda o mallas que preferirías?

-M. Si la chica tiene un buen culo, unas mallas de esas que marcan todo y que no sean muy oscuras son lo más, pero una bonita minifalda… Es que tu madre es así, lo quiere todo.

Dejamos el centro comercial y Silvia insistió en que pasásemos por su casa. El termómetro del coche marcaba tres bajo cero en la calle, nos desviamos unos cinco kilómetros y Silvia subió a su casa para bajar con una bolsa, no quiso decirme lo que contenía. La sensación de frio, solo con abrir la puerta del coche era tremenda.

-S. Vámonos para casa y ya no salimos en todo el fin de semana.

-M. Te parece que pasemos de comer, son ya más de las tres, y cenamos a eso de las seis.

-S. Me parece perfecto, pero picamos algo mientras preparas la cena.

Metimos el 4×4 de mi marido en el garaje y llenamos el ascensor con todas las bolsas de la compra. El primer ascensor en bajar era uno de los pequeños y yo coloqué como pude mis pies en un par de huecos entre las bolsas. Me quedé con las piernas bastantes abiertas porque no quería pisar nada de lo que habíamos comprado. Llevaba pantis y una falda que me llegaba casi hasta la rodilla. En cuanto la puerta se cerró Silvia metió su mano entre mis piernas y la fue subiendo, acariciándome el interior de un muslo, hasta llegar a mi coño, lo presiono fuerte, como intentando agarrarlo, lo hizo mirándome a los ojos. Yo me quede paralizada, me gustó, en su mirada había algo que me impactaba tanto o más que su mano entre mis piernas.

-S. Y no estoy bebida mama, no lo hago porque haya tomado un par de copas, lo hago porque me apetece.

Se abrió la puerta del ascensor y Silvia se llevó la palma de su mano a la nariz, evidentemente se había impregnado de mi olor. Metimos la compra en casa y Silvia no dejaba de sonreír.

-M. ¿Te hace gracia el haberme sorprendido?

-S. Me gusta, tu para mí, desde ayer, eres una maestra y a toda alumna le gusta sorprender a su maestra.

-M. ¿Te sentiste rechazada ayer cuando te di largas y te dije que ya hablaríamos cuando no estuviésemos bebidas?

-S. No, claro que no. Solo quiero que sepas que no me hice una paja contigo delante porque estuviese un poco piripi, lo hice porque me apetecía, igual que lo del ascensor. Estaba tan a gusto, tan cómoda contigo, tan… en paz.

-M. Bueno, será mejor que nos ocupemos de la compra.

-S. ¿Qué te vas a poner?

-M. ¿Por qué? ¿Quieres que te deje algo?

-S. Ayer, por tonta, me quede con las ganas de verte mejor mientras te paseabas por la cocina.

-M. No te preocupes, hoy te puedes hartar de verme. ¿Quieres que me ponga el camisón de ayer?

-S. No, hoy quiero que te vistas de señorona.

-M. (carcajada) ¿Y eso como es?

-S. ¿Me dejas que elija yo la ropa en tu habitación?

-M. Por supuesto.

Me quedé sola en la cocina y mi cabeza echaba humo intentando organizar un poco todas las imágenes que iban y venían a la velocidad de la luz. A los diez minutos, Silvia me llamó desde mi habitación y al entrar vi lo que había ido a buscar a su casa. Se había cambiado y llevaba unas mallas blancas que casi parecían pantis de lo delgadas que eran. Era una micra de lycra que marcaba hasta el más mínimo pliegue de su piel, se dio la vuelta para que la viese bien por detrás, había cogido algo más de culo desde que en verano la había visto en bikini, el melocotón que las mallas cubrían tan tenuemente era de los que los hombres y muchas mujeres se dan la vuelta en la calle para admirar. Dolía dejar de mirarlo, pero llevaba un top también blanco y de licra, que le hacia un escote espectacular, no llevaba sujetador ni falta que le hacía.

-M. No sé qué decir, madre mía, tendré que subir la calefacción para que no cojas frio. Lo que se está perdiendo tu marido.

-S. Ya ves. Este modelito era para Pedro, pero ni siquiera lo había estrenado. Necesito un tanga, se me salen los pocos pelillos que tengo en el chochito por la licra. ¿Me dejas el tuyo?

-M. Si coge el que quieras.

-S. No, el que llevas puesto.

-M. ¿Pero, imagínate como esta?

-S. Quítatelo en el baño por favor y me lo pasas, te dejo la ropa que me gustaría que te pusieses, no quiero verte desnuda aún.

-M. ¿Aún?

-S. No me puedes negar un striptease como el de ayer. Me merezco una segunda oportunidad.

Entré en el baño y me quité los pantis y vi que el tanga estaba empapado. Tengo el coño tan depilado y los labios mayores bastante separados por lo que normalmente siempre los mojo un poco, pero es que llevaba segregando jugo sin parar desde la noche anterior.

Abrí la puerta y se lo entregué a mi hija, ella se lo puso sobre la cara inmediatamente y respiro profundamente. Me miraba a los ojos mientras lo hacía y cuando me di cuenta su boca venia hacia la mía para besarme. Fue el beso más excitante de mi vida, no sentía nada parecido desde que era una adolescente, pero aquello era otra cosa, estuvimos un rato besándonos en los labios y metiendo un poco de lengua, pero yo perdí el control y empecé a tirar de su lengua hasta metérmela toda en mi boca, estoy seguro que hasta le hice daño. No sé de dónde salía tanta saliva tan dulce y tan gelatinosa. No sé cuánto tiempo estuvimos así, en el umbral de la puerta del baño de mi habitación. Al final fue Silvia la que comenzó a hablar, como podía, mientras no dejábamos de morrearnos.

-S. Mami, está decidido. Quiero follar contigo. Creo que me va a encantar… Quiero que cenemos, como si fuese una cita y después follar hasta el lunes sin parar. Solo te pido que si al final no soy capaz no te enfades por favor.

-M. Silvia, no te preocupes, te quiero demasiado para hacerte esto. Me encanta besarte, no tenemos por qué pasar de aquí, si luego te apetece, nos masturbamos en cama como ayer, y sino ya está, yo me doy por satisfecha con lo bien que ya nos lo hemos pasado.

-S. Bueno, ya veremos, pero me apetece cada vez más que follemos mama. No me importa si a partir de ahora dejamos de vernos como madre e hija. Ya te he disfrutado como madre muchos años, ahora me gustaría disfrutarte como mujer.

Conseguimos dejar de besarnos y Silvia se fue con mi tanga, me puse la ropa que había elegido para mí. Ni siquiera me acuerdo muy bien de lo que me puse, estaba en shock. Me decía que tenía que parar aquello, pero al mismo tiempo me vestía rápidamente porque el separarme cinco minutos de ella ya me parecía demasiado. Lo que si recuerdo es que mi hija había encontrado en uno de mis cajones un ligero blanco de nylon y unas medias del mismo color. Me había dejado un sujetador también blanco, muy bonito, pero no bragas o tanga. La falda no tenía nada de especial, no era especialmente corta y tampoco recuerdo nada en particular de la blusa que me puse, solo era ligeramente transparente. Salvo el liguero era la ropa que una señora de mi edad o incluso algo mayor se hubiese puesto para salir cualquier día de casa. Decidí recogerme el pelo y atármelo en una especie de moño en mi nuca, si cambiaba de opinión me lo podía soltar muy fácilmente.

Me encontré a Silvia en el salón mirando por la ventana. Estaba tan tranquila que me intimidaba. Veinticuatro horas antes parecía una mosquita muerta y de repente parecía otra. Yo hice lo que pude para relajarme y calmar los nervios, pero el corazón me golpeaba el pecho.

-S. Caray mama, a mi es que esta casa me pone cachonda.

-M. ¿Porque lo dices?

-S. No sé, esta soledad, la nieve, el lujo. Las sabanas de tu cama, por ejemplo, ¿no te ponen cachonda? ¿Son de seda?

-M. Creo que sí. ¿Preparamos la cena?

-S. Si por favor, tu boca me ha encantado, pero no alimenta.

-M. Zalamera.

Nos encerramos en la cocina y yo me puse a cocer los camarones y preparar el resto de la cena, aunque la carne solo necesitaba calentarse y el salmón venía ya listo para ir al horno. Menos mal, porque mi cabeza volaba.

-M. ¿Puedo ponerme delantal?

-G. Te lo pongo yo. Dame otro beso por favor.

Nos besamos un rato y cada vez nos iba costando menos, nos sorprendieron nuestros teléfonos que sonaron casi al unísono. Eran nuestros hombres que iban a entrar al baloncesto y se despidieron ya hasta el día siguiente que llamarían de nuevo. Nos tranquilizamos un poco y por fin pude avanzar un poco con la cena. Silvia se subió la encimera para ver la calle por unas pequeñas ventanas en la parte superior de la pared, ya había puesto la mesa. Llamó mi atención sobre lo mucho que había empeorado el día, volvía a nevar muchísimo, pero ahora acompañado de una tremenda ventisca. Miré hacia la ventana del techo, casi sobre mí, y vi que la cosa se estaba poniendo realmente fea.

-S. Toda la nieve que hay en los tejados está volando con el viento. En la calle no hay nadie ya, sólo algún coche de policía de vez en cuando.

-M. Te fijas que luz más rara entra por la ventana.

-S. A mí me gusta, de todos modos, pronto será ya de noche.

-M. ¿Como preparo los gambones estos?

-S. No te compliques, así como están, al horno con sal y un poquito de aceite.

-M. Pero son gordísimos, van a quedar muy secos.

-S. Mejor, así les ponemos más mayonesa.

-M. De acuerdo, ¿quieres un poco de cava o vino blanco?

-S. Eso no se pregunta, cava por favor. ¿Quieres que lo sirva yo?

-M. No ya te lo paso yo, tú estás muy bien ahí arriba haciendo de vigía.

-S. ¿Como conseguiste que papa te dejase decorar así la cocina?

-M. ¿No te gusta?

-S. Me encanta, es cómo una cabaña, con la madera en la pared y parte del techo, los muebles así de madera real, la mesa enorme de pino. Me encanta, si le unes uno de los baños es ya más grande que mi piso.

-M. Hija, ¿por qué no aceptas el trabajo que siempre te está ofreciendo tu padre? Yo ya no sé cómo pedírtelo.

-S. Es igual mamá, si sabes que eso traería más problemas que soluciones. Además, no me apetece ser la hija del dueño.

-M. Pues lo de la cocina no fue tan difícil, tu padre sabe que es mi refugio.

-S. Mami, ¿tu conoces algún caso, así como el nuestro?

-M. ¿Y eso a que viene?

-S. No sé, tú has vivido mucho, no te enfades, no estoy diciendo que seas mayor.

-M. No me enfado, pero la gente no va contando esas cosas. De momento solo nos hemos besado. Eso no creo que sea tan extraño. Quiero decir que en un momento de debilidad.

-S. Y que bien besas mamá, nunca me había fijado en tu lengua, es deliciosa y enorme.

-M. Quizás no te habías fijado por que la llevo dentro de la boca.

-S. Vale, no me vaciles.

-M. Gracias de todos modos por el cumplido.

-S. El cava está buenísimo. Pero conoces algún caso o no.

-M. No sé, recuerdas aquel matrimonio que trabajaban los dos para papá, hace unos… diez o doce años, ella era rubia, guapísima, se llamaba Eva y él… Andrés me parece.

-S. ¿Él era aparejador y ella trabajaba en contabilidad?

-M. Exacto, ¿los recuerdas?

-S. Si, es cierto que ella era una tremenda hembra.

-M. ¿Tremenda hembra? ¿Pero desde cuando hablas así?

-S. Desde ayer. Pero sigue.

-M. Pues decía que se divorciaron de un día para otro y se comentó que él la había sorprendido con el hijo en la cama, pero vete tú a saber. La verdad solo ellos la saben. A la gente le encanta lanzar ese tipo de bulos.

-S. Caray, es que con una madre así, cualquiera cae en el incesto, pobre chaval, me solidarizo con él.

-M. Silvia, no bromees con eso, el chaval era muy joven y una cosa es que ocurra entre adultos y otra cosa…

-S. ¿Era menor el chico?

-M. No, creo que no, pero a los veinte o veintiuno hay todavía muchas cosas por asentar en la personalidad de un chico, que, además, sabes que los hombres maduran mucho más tarde.

-S. ¿Y madre e hija?

-M. Ay, yo que sé, conozco a dos que ayer se lo pasaron muy bien…

-S. Venga, porfa.

-M. Ahora que lo dices, hace unos años, en la playa, estuve un rato observando a una madre y a su hija, recuerdo que me llamó mucho la atención la manera en que se ponían crema, y me pareció que se daban un piquito en los labios. La playa estaba casi vacía y probablemente a mí ni me veían. Estaban las dos en topless, solas y….

-S. A lo mejor eran amigas.

-M. No, luego las vi de cerca y se parecían demasiado. Quizás fue mi imaginación. En fin, a cenar, no tenías tanta hambre.

-S. Mami, me he traído también una minifalda.

-M. Pues cámbiate y así me sorprendes con la novedad.

Silvia estaba desatada, me entraron dudas, mientras comenzamos nuestro banquete y ella no era capaz de dejar de hablar de sexo un par de minutos, yo me preguntaba si la pobre tenía tanta falta de disfrutar un poco de su cuerpo y de que alguien la tocase, la besase, la mirase con deseo que, simplemente, el azar hizo que me tocase a mi ser esa persona. Quiero decir que, si se hubiese quedado encerrada con un o una desconocida en el ascensor y éste tuviese un poco de sensibilidad para escucharla y darle un poco de cariño, acabarían follando.

La minifalda que había traído era una pasada, le sentaba tan bien. Era ligeramente elástica y le hacía un culo increíble. El top que llevaba parecía encoger por momentos, cada vez veía sus pechos más marcados, sus pezones parecía que iban a agujerear la tela y una fuerza misteriosa parecía juntar con más y más fuerza aquellas dos tetas que marcaban un canalillo al que yo ya miraba sin disimulo. El viento fue arreciando cada vez más y poco a poco fuimos dando cuenta de los camarones. Silvia se iba poniendo más cachonda a cada sorbo de cava.

-S. Mami, ¿cuántas botellas has puesto a enfriar?

-M. Dos de cava y una de vino blanco, pero espero que sobren. Imagínate que llama tu padre y estamos las dos borrachas.

-S. ¿Qué te parece si jugamos a las prendas? Una copa, una prenda.

-M. Entonces tú debes ya dos.

-S. Y tú una, pero no es justo, yo no tengo sujetador.

-M. Y yo bragas…

-S. Bueno, da igual, si al final lo que quiero es verte en pelotas y lo que no te quites tú te lo voy a quitar yo.

-M. Hija, dale un poco de suspense.

-S. Si en el fondo te encanta que hable así.

-M. ¿Cuántas prendas tienes tu?

-S. Sin contar las zapatillas, solo tres, falda, tu tanga y el top.

-M. Yo llevo las medias y el ligero, la blusa y el sujetador y estos zapatos de tacon que elegiste para mi. Cinco.

-S. No, los zapatos no cuentan, además me encanta como te quedan, cuatro.

-M. Vale, pues cuatro. Elije una prenda, me la quito y empezamos de cero.

-S. Pues… no sé, por un lado, me gustaría elegir el sujetador, porque esa blusa transparenta un poquito, pero si me pido la falda podré verte ese culazo morenito cuando sirvas la carne o saques el salmón del horno.

-M. ¡Como me estás poniendo Silvia! No te conocía yo esta faceta.

Definitivamente estábamos totalmente desinhibidas y empezábamos a comer, beber, reír y hablar desenfrenadamente.

-S. Tengo una idea, elijo el sujetador.

Me quite el sujetador con su ayuda, sin quitarme la blusa, y en cuanto había acabado Silvia agarró la botella de cava y empapo la camisa sobre mis pechos. Era azul claro y evidentemente grité por lo frío que estaba el cava. Silvia se sentó en silencio y ya no quitó sus ojos de mis pechos en un buen rato. Mis pezones se empalmaron bajo la tela que transparentaba completamente.

Continuamos saciando nuestra hambre, tras los camarones nos comimos el salmón. Para entonces yo había perdido mi falda y mi hija su top. Después de todo lo que había ocurrido ya entre nosotras, sentí vergüenza al sacar la carne del horno. Silvia esperaba el momento impaciente.

-M. ¿Qué te apetece más, comerte la carne o verme el culo?

-S. ¿Como consigues tenerlo así de bronceado? Yo, por mucho que lo intente, nunca consigo que coja un poco de color.

-M. Es que la piel de los glúteos no se broncea como el resto del cuerpo. Yo tengo tiempo y vivo en un ático. Lo que tienes que hacer es tomar a veces el sol solo en él sino las piernas y la espalda siempre estarán más bronceadas. Cuando me apetece, a eso de las tres, que Luísa termina y se va, tomo el sol un rato, salvo en pleno invierno, siempre da el sol en alguna zona.

-S. Estoy segura de que cuando estás sola, te paseas desnuda por toda la casa…

-M. ¡Eh! ¿No sé nos olvida algo? Los gambones que tanto te apetecían.

-S. No, son para el final.

-M. ¿Marisco otra vez después de la carne?

-S. ¿Y por qué no?

Tenía razón mi hija el viernes cuando dijo que comeríamos como cerdas. El banquete duró más de dos horas y todavía nos faltaban los gambones y el postre. Hicimos un alto y yo, que ya estaba con las tetas al aire, me puse a recoger un poco y meter platos en el lavavajillas mientras Silvia pelaba los gambones. Ella ya solo llevaba el minúsculo tanga con el que yo había ido al supermercado y que le había entregado empapado tras nuestro beso en mi habitación. Notaba su mirada clavada en mi espalda, mi culo y mis piernas. Pasó por mi lado para coger la mayonesa de la nevera y me besó y abrazó la espalda, me tocó uno de los pechos, apretándolo suavemente con su mano izquierda.

-S. Acabo de ver tu silla y la has humedecido.

Yo no dije nada, ya no podía más, el calentón que tenía superaba ya todo lo imaginable. Si al final no pasaba nada más entre nosotras, necesitaría un ejército de geishas para apagar el fuego que me quemaba y me hacía estremecer.

En ese momento me di cuenta que Silvia se subía a la mesa, la vi por el rabillo del ojo y me quedé paralizada. Me di cuenta de que mi hija estaba decidida a que su madre se quitase ese capricho de señora rica y aburrida, que era lo que en ese momento me parecía todo aquello. Me temblaban las piernas, me pregunté por qué demonios había empezado yo todo aquel juego, si ahora, me moría de miedo y era mi hija la que parecía lanzada y podía hacerle más daño rechazándola que consumando el incesto.

Oí su voz reclamando que me diese la vuelta. Estaba sentada sobre la mesa, ya sin tanga, completamente desnuda, con las piernas abiertas, un brazo extendido sujetaba el peso de su cuerpo y con la otra mano jugaba con uno de los gambones en la entrada de su coño, el silencio en mi cocina solo lo rompía el ruido del viento. Silvia se metió fácilmente el langostino pelado dentro de su vagina y lo sacó embadurnado en sus jugos, lo olió con deleite y se aseguró girándolo de que su coño lo había dejado suficientemente cremoso. Extendió su mano hacia mí nariz y yo respiré profundamente. Mi cerebro separó al momento el olor del crustáceo del aroma del tesoro de mi hija. Luego lo puso sobre mis labios, yo abrí la boca y empecé a masticarlo.

Mi amante lo tenía todo previsto, se metió en la entrada del coño la boquilla del bote de mayonesa y se rellenó la vagina con la salsa.

-S. Siéntate Mami, que vas a saborear el plato más especial de tu vida. Dame a mí el primero.

-M. Tengo miedo de hacerte daño.

-S. Que va… ponte cómoda y métemelo hasta que salga llenito de mayonesa. Ves que fácil, estoy tan caliente que me cabría una langosta. Perfecto, métemelo en la boca y prepárate uno para ti.

-M. Cada vez que coma langostinos o gambas el resto de mi vida me acordaré de esto.

Nos comimos todo el marisco, hubo que meter más mayonesa en el coñito de mi Silvia y…

-S. Bueno, mama, ahora hay que lamer el plato y dejarlo limpio.

No hizo falta que me lo repitiese, me temblaba todo el cuerpo, pero empecé a limpiar con mi lengua sus ingles y en unos segundos me lancé a por el chocho de mi hija. Lo lamí bien para quitar los restos de mayonesa, Silvia se estremeció de placer, metí mi lengua hacia adentro y sorbí la poca salsa que había sobrado. Enseguida el sabor a mayonesa desapareció y note que la salsa que empezaba a alimentarme era el resultado de la tremenda excitación que mi hija había soportado durante horas.

-S. Comételo bien porfa Mami, no te guardes nada, no tengas miedo, méteme algún dedo, por favor. Me estás volviendo loca. Yo ya no voy a poder vivir sin tu lengua, dime que te gusta por favor.

-M. Me encanta, es lo mejor que me ha pasado en mi vida. Túmbate hacia atrás y relájate.

-S. Mami, para un momento y ven a darme un morreo.

Las dos perdimos el control, nos faltaban manos y bocas para todo lo que queríamos hacer. Ella me quería en su boca, pero también en sus pechos y en su coño. Yo quería regalarle un orgasmo sin clítoris, metiéndole un par de dedos en su coñito y lamiéndole la entrada cada cierto tiempo, pero era imposible. Cada vez que me imagino el panorama de mi cocina aquella noche, con mi hija sentada en la mesa completamente desnuda con las piernas abiertas y yo, con solo mis zapatos de tacón rojos y mis medias y ligero y mi cabeza metida entre sus piernas, tengo que buscar un momento para ir al baño y correrme recordándolo.

-S. Ya, mami, ya, quiero correrme ya, comete mi pollita, porfa, pásale la lengua, porfa. Que guarra eres, pero como me gustas, en cuanto me corra voy a ir a por ti y te voy a comer enterita.

-M. Sabes lo que voy a hacerte más tarde, cuando estés más tranquila, voy a comerme tu culito, ¿me dejas que lo saboree un momento para que se me vaya haciendo la boca agua?

-S. Si, guarra, pero rapidito. Oh Mami, quédate ahí un momento, me encanta, pero masajéame la pollita con el dedo gordo.

Silvia se refería a su clítoris como su pollita, eso era echar todavía más leña en mi fuego, a mí me gustaba, me animaba con sus comentarios, bastante soeces algunos, pero es que las dos habíamos perdido el control.

No me asusté porque sé lo que es correrse abusando del clítoris, pero Silvia tuvo uno de esos orgasmos en que ese cosquilleo sale como un rayo de entre tus piernas y alcanza a todo tu cuerpo y te deja paralizada, se quedó rígida sobre la mesa y luego se hizo un ovillo. No conseguía entender lo que decía, solo entendía que se sentía flotando.

Se quedó rota, yo me senté en el sofá a un par de metros de la mesa después de taparla un poco con mi falda y mi blusa. Yo estaba tan cachonda que empecé a sobarme las tetas y llevarme los pezones a la boca, no me atrevía a meter mi mano entre mis piernas para no hacerle el feo a mi hija. Ella se dio la vuelta en la mesa para poder verme.

-S. Me has destrozado. Dame un minuto y estoy contigo.

-M. Tómate el tiempo que necesites.

Como pudo bajó de la mesa y se me acercó. Yo estaba sentada y me empujó suavemente hacia un lado para que me tumbase. Me dio una palmada en el culo…

-S. Madre mía mami, que culo tienes, eres como las colas de gamba, se puede comer todo.

Empezó a besarme los muslos y las nalgas, pero no se anduvo con demasiados rodeos, con las manos separó mis glúteos y se fue directa a por el ojo de mi culo. Con todo lo que había vivido con mi marido y era la primera vez que me comían el culo. Me puse de rodillas en el sofá, con el culo en pompa. Silvia lo agradeció y poco a poco, abriendo mis piernas, fue llegando también al coño. Se tragó todo mi flujo, probablemente medio seco ya, que se había acumulado en la parte inferior de mi vagina. Tenía la habilidad de hablar y comerse mi sexo al mismo tiempo. Me clavaba las uñas en los muslos y las nalgas.

-S. Mama, date la vuelta y siéntate que te la voy a comer bien por delante. Me voy a tranquilizar porque te voy a dejar los muslos ensangrentados. Pero tienes que ayudarme, veme diciendo lo que te apetece.

-M. Déjate llevar, hazme lo que te gustaría que te hiciese a ti.

-S. Pero tengo miedo de no hacerlo bien.

-M. Silvia, lo estás haciendo de miedo y somos mujeres, tenemos toda la noche para repetir.

Eso a mí me erotizaba muchísimo, por primera vez no estaba con un hombre, nuestra noche no se acababa con una eyaculación, cuántas veces las mujeres nos quedamos con las ganas de ocuparnos de nosotras mismas en cuanto ellos se corren, unas veces por pereza, otras ya fingimos el orgasmo directamente. Creo que, hasta que mi hija se acostó conmigo tuvo muchas de esas noches y yo alguna también.

Aunque no lo hubiese hecho muy bien, sentir sus labios y su lengua trabajar sin descanso mi almeja, y sus manos mis muslos, era más que suficiente. El morbo de ver, lo que tantas veces me había imaginado, una mujer de rodillas en el suelo lamiéndome y levantando su vista de vez en cuando para mirarme, se multiplicaba por diez al tratarse de mi pequeña.

-S. ¿Como vas, ¿qué tal?

-M. Bien, bien.

-S. ¿Como sabré cuando estás a punto?

– M. No te preocupes de eso ahora. Lo estás haciendo de miedo. Me gusta que mires hacia arriba mientras me lo comes. Me encanta.

-S. Quiero ver tus ojos y tu cara, especialmente cuando te corras. ¿Pero por qué no me miras a los ojos?

-M. Es que me gusta pero que me da vergüenza.

-S. Mírame por favor.

-M. Estoy a punto de llegar. Pero no hagas nada. Sigue así.

-S. Mami, me he tragado todo el jugo, cuando te corras me voy a quedar un rato aquí hasta que se llene todo el coñito de nuevo para tomármelo de postre.

-M. La madre que te parió. Que puta eres, no hay mujer en el mundo que con solo una frase pueda llevarme al paraíso como tú.

Nuestra conversación era lenta y atropellada a la vez, mi respiración era ya la del orgasmo que llegaba inevitable y a mi hija se le acumulaba el trabajo entre hablar, respirar y regalarme la corrida de mi vida. Su voz, hacía tanto o más que su lengua, esa última frase, anunciándome su impaciencia porque mi coño se mojase de nuevo, me rompió. Me di cuenta de que aquello solo era el primero de muchos momentos que nos regalaríamos mutuamente.

Me corrí acariciando su pelo y con sus ojos curiosos en mi grabando en su memoria cada detalle de mi cara. Silvia no me dio ni un minuto para cerrar mis piernas, enseguida tuve que abrirlas.

-S. Tranquila, no voy a tocártelo aún, solo quiero verlo. Es grande, unas mallas bien apretadas te quedarían de miedo, porque abulta muchísimo. Me gusta mucho verlo así, tan cerca, los labios de fuera son como una golosina, ¿nunca has llegado a depilártelos del todo?

-M. Si, pero necesito ayuda. ¿Cuento contigo?

-S. Solo a cambio de que esté siempre a mi disposición. ¿Mami, como vamos a hacer para ser amantes?

-M. No te agobies ahora con eso. Déjame que coja aire. Vamos a disfrutar el fin de semana.

-S. La entrada empieza a estar blanquecina.

-M. Si aguantas un rato más tendrás premio. Déjame que la cierre unos minutos. Ven a darme un beso. ¿No te interesan mis tetas?

-S. Me interesas de pies a cabeza, pero lo que más me gusta de ti es tu culo y tus caderas. Ahora entiendo a papá, ese bronceado con la marca del bikini es demasiado.

Nos besamos un rato y jugamos cada una con las tetas de la otra hasta que note que mi coño era pura gelatina. Silvia dio buena cuenta de ella, se la comió todita. Nos prometimos darnos una hora de descanso.

-S. ¿Cuántos orgasmos más crees que seremos capaces de tener hasta el lunes?

-M. ¿Tú qué prefieres, cantidad o calidad?

-S. Yo las dos cosas.

-M. Ya, pero eso no puede ser.

-S. Entonces cantidad sin duda. Me encanta esta sensación de estar satisfecha, vamos que tengo el coño que no puedo ni tocarlo.

-M. Ay mi mujercita que vulgar empieza a hablar ¿Tomamos el postre?

-S. Si venga, más vicio, sexo, nata y chocolate.

-M. Tengo una idea, te va a encantar.

El ático en que vivimos es enorme, ocupa toda la planta superior de un edificio diseñado por mi marido. Tiene varias terrazas, pero, aparte de la cocina, mi lugar favorito es el salón, que no tiene terraza, pero si un ventanal precioso que recuerda mucho a las galerías de muchas zonas del norte de España. Movimos una enorme butaca hasta acercarla al ventanal, y Silvia sirvió dos trozos enormes de tarta. Yo acerqué también un vino dulce delicioso de Málaga y nos acomodamos juntitas en la butaca, puse mis piernas sobre las de mi hija. Ella desnuda y yo todavía con mis medias blancas y mi ligero de licra. La vista era increíble, la luz de la calle iluminaba las nubes desde abajo y parecían estar apenas cien metros sobre nosotras, el viento había amainado bastante pero todavía nevaba. Teníamos todas las luces apagadas.

-S. Ostras mamá, con el frío que hace fuera y el calorcito aquí dentro y los cristales no tienen nada de condensación. En mi casa estarían chorreando agua. En invierno me paso un rato secándolos cada día.

-M. Solo faltaría, tu padre se pasó más de seis meses trabajando exclusivamente en este edificio, y luego supervisó él mismo la obra, que sabes que eso no lo hace nunca. Recuerdo que nunca llegaba a casa antes de las once.

-S. ¿Y ahora qué tal? A mí me dice que trabaja muy pocas horas

-M. Bueno, depende, lo que si hace es desconectar completamente el fin de semana, incluso los viernes llega a eso de las cinco, pero entre semana está llegando muy tarde.

-S. ¿Y cómo consigues entretenerte?

-M. Bueno… por la mañana le echo una mano a Luisa con la casa, me da conversación, se me pasa rápido, y luego, por la tarde, cuando se va, pues un poco de ejercicio, lectura, alguna visita y bueno, supongo que puedo confesarte que algo de sexo solitario también.

-S. ¿Me dejas que te quite las medias para acariciarte las rodillas?

-M. A cambio de que me sirvas vino.

-S. ¡Qué bueno! Tanto el vino como los muslos. Caray, con lo que me excitaron ayer y hoy casi me olvido de ellos. Es que estás tan buena que no doy abasto mamá.

-M. Es que estábamos las dos muy aceleradas. Mañana disfrutaremos todavía más que hoy.

-S. Mañana o dentro de un rato.

-M. ¿Te ves con fuerzas?

-S. Por supuesto ¿y tú?

-M. Claro que sí, yo estoy muy entrenada.

-S. ¿Y qué te gusta hacerte cuando te quedas sola?

-M. Pues una época me aficione bastante a internet y raro era el día que no me pasaba un par de horas viendo vídeos.

-S. ¿Qué tipo de videos?

-M. ¡Hija! Menuda pregunta.

-S. ¡Ya! Me refiero a si eran de lesbianismo, o no sé… modelos, chicos, orgias…

-M. Uf, de todo un poco. Si, la mayoría de chicas, lésbicos quiero decir, pero con el tiempo, fui siguiendo a chicas en concreto. La tarta está riquísima, ¿nos comemos la otra mitad o la dejamos para mañana?

-S. Mira lo que tengo aquí.

-M. ¡Los bombones que compramos esta mañana! Oh vaya, son con licor. No nos hemos dado cuenta.

-S. Lo siento Mami, los cogí yo y ni me fijé. ¿Te traigo más tarta para ti?

-M. No, da igual.

Silvia se quedó en silencio un rato mientras saboreaba un bombón. La conozco tan bien que supe que dudaba si decir o preguntar algo.

-M. ¿Estás bien? ¿Quieres que vaya a buscar una manta para taparnos?

-S. ¿Crees que alguien podría vernos desde otro edificio?

-M. No, estamos a oscuras y los cristales no dejan ver desde fuera. Lo digo por el frío.

-S. No, estoy bien.

-M. ¿Entonces, que te pasa? Te has quedado muy callada.

-S. Me apetece algo, pero, es de esas cosas que me gustan mucho, pero me avergüenzan.

-M. ¿Qué puede avergonzarte después de lo que ha ocurrido aquí hoy?

-S. Una vez lo intenté con Pedro y me avergonzó, me dijo que era una guarrada. Pasé un rato horrible.

-M. Pero, ¿qué es?

Silvia se quedó callada, se metió un bombón en la boca y empezó a masticarlo, hizo como una bola con el chocolate y se acercó para pasarlo de su boca a la mía.

-S. Ahora ya no tiene licor.

Me supo a gloria, todavía sabía a licor, pero estaba calentito y venía con la saliva de mi amor.

-M. Que rico, el mejor chocolate de mi vida. Dame otro.

Nos comimos todos los bombones mezclados con largos morreos. Seguimos acomodadas en la butaca. Sólo estar desnudas viendo el espectáculo que la naturaleza nos ofrecía aquella noche nos mantenía muy excitadas.

-M. Dime ya lo que te ocurrió con tu marido. ¿Qué es lo qué pasó?

-S. ¡Mami! Pues esto.

-M. ¿El qué?

-S. Lo de pasarle chocolate un poco masticado a su boca.

-M. ¡Pero Silvia!, ¿ese marido tuyo es imbécil?

-S. Lo sé, ¿qué quieres que le haga?

-M. Cuanto más se de tu vida matrimonial más me preocupa. Joder hija, es que yo no le dejaba tocarme en seis meses… Bueno, si tampoco lo hace por lo que me cuentas, no sería un gran castigo para él. Si no me mirase las piernas cada vez que nos vemos pensaría que es gay.

-S. ¿Te mira las piernas el muy cabronazo?

-M. ¡Eh, para el carro! Es lo más normal del mundo. ¿No dices que estoy muy buena? No le des importancia.

-S. Si me mirase a mí también no se la daría. Es que yo haría como tu mamá que sabes cómo calentar a papá, pero con reacciones así, como con el chocolate, ni me lo planteo.

-M. Te entiendo cariño.

-S. Mira, hace tiempo que apenas me masturbo, pero cuando los astros se alinean y estoy sola, tengo un poco de tiempo y estoy relajada me gusta desnudarme poco a poco frente al espejo del armario de mi habitación. Cogí el vicio de besar el espejo para excitarme aún más, me gusta ver mi cara acercándose a darme un morreo y pasar la lengua sobre el espejo. Luego me hago una paja viéndome reflejada en él. De hecho, por eso llevo el coño tan bien depilado no por Pedro.

Tuve que tragar saliva varias veces.

-S. Lo que quiero decir es que me gustaría hacerlo con él, pero no me atrevo, es que, si me dice que soy una pervertida, o algo así, me muero de vergüenza.

-M. A él no, pero a mi puedes hacérmelo.

-S. Mamá, esto es serio.

-M. Si ya lo sé, pero es que no sé qué decirte. ¿Pero ha sido siempre así?

-S. Creo que sí, al tener el niño tan pronto, casi no tuvimos noviazgo. Luego, mientras estaba embarazada yo tenía ganas a todas horas pero él no quería hacerlo y, en vez de insistirle, empecé a masturbarme sola. Luego al dar a luz a mí se me fueron las ganas y poco a poco ya te digo que, al menos yo, me he vuelto casi asexual. Mamá, ayer contigo fue la primera vez en ocho años que realmente mi cuerpo me pedía una buena corrida, sino no hubiese podido dormir.

-M. Y al menos, ¿masturbándote disfrutas?

-S. Yo creía que sí, hasta que ayer me hiciste el striptease en la cocina.

Como me gustaba oírla hablar así, ni siquiera intenté engañarme a mí misma y me lo creí.

-M. Que egoísta soy. En el fondo me gustaría que siguieses viniendo a mí a buscar esos orgasmos.

-S. ¿Tienes miedo que la semana que viene me lo piense dos veces y crea que esto es una aberración y no vuelva por aquí?

-M. Que esto es una aberración lo pensaremos las dos en algún momento. En mi caso, lo mucho que me atraes pesará más que cualquier remordimiento.

-S. En el mío también. Sabes de que me doy cuenta ahora. Quizás hace tiempo que siento algún tipo de atracción por ti. No digas nada, déjame que te cuente. Recuerdas el verano que estuvimos en el chalet todo el mes de agosto porque papá y Pedro tenían trabajo. Pues, ahora que lo pienso, me encantaba ponerme tu ropa y con una camiseta de tirantes rosa, que tenías, se me ponían los pezones como piedras cuando me la ponía sin lavar y aún tenía tu olor. Además, me encantaba ponerte crema, esperaba ese momento toda la mañana. Yo creía que era orgullo de ser tu hija y tú mi madre. Hasta recuerdo que me masturbaba todas las tardes en el baño aquel del piso de arriba por el que casi entraban las ramas de aquel limonero. Creo que fue de las ultimas veces que realmente disfruté mi cuerpo, el olor aquel de las hojas del árbol mezclado con el cloro de la piscina en mi piel y el calor me gustaban mucho, solía desnudarme y solo con estar allí un rato de pie me quedaba a punto para tocarme y correrme en cinco minutos.

-M. Caramba hija, que piquito tienes. Sabes cómo decir las cosas.

-S. Me apetece otra vez, pero aquí se está tan bien. Mami, tu no sientes como una voz en tu cerebro te dice: que putas sois, que putas sois….

Nos reímos a carcajada limpia con la ayuda de los viticultores de Málaga.

-M. ¿Y, siempre te corres a base de clítoris?

-S. Es que, con el tiempo de que dispongo… Yo nunca lo he conseguido de otra manera. ¿Tu sí?

-M. En lo del tiempo tienes razón. Pero, aun así, las mujeres tenemos mucha suerte.

-S. ¿Suerte?

-M. ¿Nunca te has corrido metiéndote algo por el culo?

-S. Alguna vez me he metido un dedo o un lápiz y me gusta, pero luego continuo por delante.

-M. Yo también, pero cuando llego al orgasmo solo por detrás me encanta. Ponte un poco de lado.

Silvia se acurrucó de medio lado en el sofá, casi dándome la espalda, con las piernas juntas pero poniendo a mi disposición su abundante trasero, blanco como la leche.

-M. ¡Qué maravilla! No tienes ni un granito, ni estrías, ni celulitis ni nada. Es como un lienzo en blanco.

-S. Mójate bien el dedo con saliva porfa.

-M. No te preocupes, lo más importante es masajearlo por fuera un buen rato, antes de nada. Pero si no hace falta saliva, lo tienes lleno de jugo de tu tesoro que se resbala.

-S. Me encantó antes cuando le di unas lamidas al tuyo.

-M. La primera vez que una lengua se pasa por ahí

-S. ¡No! No me lo creo.

-M. Créetelo.

-S. Papa, nunca…

-M. Tampoco se lo pedí. Venga, concéntrate, a ver si conseguimos un buen orgasmo.

Corrí desnuda a por una manta y en menos de un minuto volvíamos a estar en la misma posición, pero tapadas, me acomodé a su espalda, donde podía besar su nuca y encondí varios consoladores de cristal detrás de mí.

-S. Joder mamá, pocas pajas se habrán hecho con un panorama como este. Ahora se puede ver mucho más lejos.

-M. Apenas nieva ahora. Que pasada, está todo blanco.

Volví a la carga y me concentré en que mi hija aprendiese a disfrutar de su cuerpo. Al final fue ella la que me rogó que le metiese el dedo de una vez. Me excitó tanto, todo era nuevo para mí, experimentar con el cuerpo de otra mujer era algo con lo que había soñado toda mi vida. Hubiese sido más fácil hacerlo con una desconocida, pero no tan excitante como con Silvia.

-S. Joder mamá, me encanta. No es como si me metiese yo mi dedo. Ahora comprendo porque llevas las uñas siempre cortitas.

-M. Relájate y disfruta.

-S. Mamá.

-M. ¿Qué?

-S. ¿Crees que llegaré a correrme así, solo con un dedo?

-M. Tengo un juguete preparado aquí para cuando llegue el momento.

-S. Ya estoy, lo quiero ya…

-M. De eso nada, ya te diré yo cuando estás. Además, yo también tengo que disfrutar, me encanta jugar con mi dedo en tu ojete.

-S. Joder mamá que zorra eres.

Me excitaba tanto cuando mi Silvia, que había recibido una educación profundamente religiosa, siempre supervisada por sus abuelos paternos, olvidaba todos esos modales y me soltaba un "zorra" o un “puta". Era como una victoria sobre ellos que se habían dedicado casi veinte años a amargarme la vida.

Respondí al insulto cambiando el dedo pulgar por el medio y clavándoselo hasta el fondo. Su ano estaba tan bien lubricado que comencé a masajear las paredes del recto con la yema del dedo, al hacerlo movía también su vagina, que hacía un ruido muy excitante al estar completamente rellena de jugo, era como chapotear en el agua. A Silvia se le puso esa voz que tanto me gusta. Hablando muy bajito y suspirando e hiperventilándose. En aquel momento creí que exageraba, pero ahora sé que no, es algo natural en ella.

-S. Joder, lo haces tan bien que me das placer en el culo y el coño al mismo tiempo. Mami, ¿por qué no me das conversación como a papá?

-M. De momento voy a meterte el juguete. Es de cristal y lleva un rato en mi chocho para que esté calentito.

-S. Entonces métemelo antes en mi boca para saborearlo.

Me encanta ese juego de consoladores de vidrio, son tan pesados y tan lisos que solo con tenerlos en la mano me excitan. Se lo introduje con cuidado, pero no hacía falta.

-S. ¡Ostia mamá! Que gusto. Mételo todo sin miedo.

-M. Lo tienes todo dentro ya.

-S. ¡Joder que gusto! Lo que me he estado perdiendo. Háblame porfa como haces con papá.

-M. ¿De qué te apetece?

-S. De la tía. Cuéntame lo que sea, que ahora a mí también me excita.

-M. ¿Y eso?

-S. Yo que sé. Pues si me gustas tú no es tan raro que me guste ella. Pero no me engañes, cuéntame solo cosas que realmente han ocurrido o fantasías que tengas realmente. Yo no soy papá, no me engañes por favor.

-M. Te juro que no.

Cada vez que el consolador salía y regresaba a su culo estaba más claro que podría haber escogido uno algo más grueso, pero decidí continuar con aquel hasta que ella me pidiese cambiarlo.

-M. Vale, voy a contarte como empezó todo. La primera vez que empecé a hablarle a tu padre de otras chicas fue ya con tu tía, pero fue fruto de la casualidad. Tú eras aún pequeña, pero vivíamos ya en el chalet. Tu tía nos visitaba muy de cuando en cuando, ya estaba de novia con tu tío. Tu padre solía llegar a casa a eso de las tres y luego trabajaba toda la tarde en su despacho. Como tú dormías la siesta entraba con su llave sin hacer ruido.

-S. No me digas que os sorprendió juntas.

-M. Que no, que ya te he dicho que nunca he probado con otra mujer, bueno, ahora ya puedo decir que tú eres la primera.

-S. Perdón, sigue sigue. Pero dame un poco más fuerte.

-M. Si quieres morirte de gusto tiene que ser despacio. Bueno, pues un día en verano al llegar a casa, tu padre entró en silencio, como siempre. Vio a tu tía en la entrada del salón, con un bikini naranja mío, que le encantaba. Había venido a visitarme porque se aburría y de paso darse un chapuzón. Por lo visto tu tía estaba con el culo en pompa, quitándose las zapatillas, y tu padre creyó que era yo.

-S. Uf, ya sé.

-M. Pues claro, tu padre la agarró del culo con las dos manos y no se sacó la polla de milagro. Oí un grito y cuando llegué al salón estaban los dos rojos como tomates.

-S. Quiero algo más fuerte mami porfa.

-M. ¿Un vidrio más gordo?

-S. No, que me cuentes algo más fuerte. Pero ahora que lo dices…

-M. Tengo varios aquí atrás. Te meto el siguiente en tamaño.

-S. Está frío, pero éste es mi talla, como me gusta cuando entra. Ahora sigue.

Besé un momento su nuca y su oreja derecha y noté que la recorrió un escalofrío.

-M. Pues la cosa continuó toda la tarde porque al ver lo que se había excitado tu padre, yo me excite también y creo que tu tía estaba también, digamos…. orgullosa. Nos tumbamos al sol en la piscina y tu padre nos estuvo espiando.

-S. ¿La tía ya tenía el culo que tiene ahora en aquella época?

-M. No tanto, pero ya lucía un buen pandero.

-S. Y, ¿cómo sabes que os estuvo espiando?

-M. Primero porque era muy difícil resistirse a ver dos hembras, en lo mejor de la vida, tumbadas en topless en el jardín, y segundo, porque por la noche tuvo que confesarme que se había hecho dos pajas por la tarde y no era capaz de empalmarse en condiciones.

-S. Joder con papá. ¿Y te quedaste con las ganas?

-M. Yo llevaba toda la tarde aguantándome las ganas y recuerdo además que, por primera vez, me ponía a cien imaginarme a mi marido follando con otra.

-S. ¿Con la tía?

-M. Si, estuve toda la tarde en el jardín imaginándome a tu padre clavándosela a tu tía por detrás, follándola en plan salvaje, agarrándola por las dos nalgas y dándole por los dos agujeros. Me puse tan cachonda que, en cuanto tú tía se fue, me fui a por tu padre.

-S. ¿Pero te quedaste con las ganas o no?

-M. No, claro que no. Le conté a tu padre la fantasía que tenía de sentarme al lado de la cama y masturbarme mientras él destrozaba a su cuñada y se empalmó. Cumplió, no con nota, pero cumplió. ¿Como vas tú?

-S. Es que estoy tan a gusto que me quedaría así una semana. Me estás dando mucho placer, con la conversación y con el consolador. Por primera vez no tengo ninguna ansiedad por correrme. Pero, realmente te hubiese gustado que se la hubiese tirado delante de ti.

-M. Sí, sin duda, aquel día sí, hoy quizás no, pero aquel día lo recuerdo por lo caliente que estaba. Sería el verano o el saber que él nos estaba espiando, porque estaba segura que lo haría o el estar toda la tarde tumbada en la piscina con mi hermana, medio desnudas. Me hubiese, incluso, sentido orgullosa de que ella probase la polla de mi marido y viese lo bueno que me había salido.

-S. Hay que tenerlo muy claro para no temer que se enamorase de ella y te dejase.

-M. Hija, yo hablo de follar, no de que pasasen una noche romántica. Tu padre solo se hubiese enamorado todavía más de mi tras un regalo así. Además, que debo ser un poco ninfómana o puta o pervertida, no sé. Dime tú, sino que hacemos las dos aquí follando a todo trapo, madre e hija. Te imaginas la reacción de, no sé, alguna de tus amigas pijas si lo supiesen.

-S. Bueno, no te creas, que alguna quizás haya probado también. Yo no creo que sea tan poco habitual mama, un completo no sé, pero algo como lo de ayer en cama…

-M. Da igual, a lo hecho pecho, solo quiero que sepas que si fueses más joven esto nunca habría ocurrido. Ya te he dicho antes que solo me gustan las maduritas.

-S. ¡Eh! Que todavía no soy madurita.

-M. Por desgracia, porque en cinco o seis años más estarás mucho mejor.

-S. Mami, quiero intentar correrme solo por el culo como tú.

Silvia se giró y nos dimos un morreo eterno mientras ella sentaba su culo y lo removía en el sofá para que el vidrio no parase de masajearle el culo.

-S. Déjame ver que más tienes ahí. Caray, yo quiero ese, él más grande.

-M. ¿Seguro?, ese está hecho para el coño, es demasiado gordo.

-S. Porfa Mami, lo intentamos….

Cambiamos de postura, yo me senté a los pies del sofá y Silvia se sentó y abrió las piernas agarrándoselas con las manos por detrás de las rodillas.

Con cuidado saqué el consolador que tenía puesto y me di cuenta de lo cachonda que estaba porque su culo no se cerró, continuó abierto esperando la porra de cristal que mi hija insistía en que le metiese dentro. Me asusté, por como chilló cuando llevaba ya unos centímetros metidos, pero no era de dolor, Silvia protestó y me pidió, por dios, que se lo clavase todo. Comenzó a hiperventilar aún más, a hablar atropelladamente.

-S. Fuerte, fuerte, fuerte, dame fuerte. Fóllame bien mami. Fóllame bien que luego te compensaré. Dame fuerte. Mami, me voy a correr imaginándome a papá follando contigo y con la tía, follándoos a las dos, como dos putas.

Yo hacía un esfuerzo por darle con el consolador lo mejor que podía, me daba cuenta de que estaba a punto de subir al paraíso, pero ya me dolía el brazo, me temía hacerle daño, pero por suerte veía su coño totalmente blanco, lleno de su líquido y un hilillo de este que caía hacia abajo y lubricaba algo el cristal. Fue al ponerme de rodillas y cambiar el modo en que agarraba el chisme, sujetándolo como si fuese a clavarlo en el suelo, cuando me tranquilicé y vi que ya casi estaba, mi hija iba a tener el orgasmo de su vida. Lancé un par de escupitajos sobre el vidrio y comencé un mete saca que solo paré cuando ella, llorando, y estremeciéndose por las contracciones del orgasmo, comenzó a gritar dios sabe qué. Me relajé y me alegré mucho de verla, por primera vez, disfrutar de verdad de su cuerpo. Conozco bien esa sensación de sentirte flotando por treinta o cuarenta segundos, aunque acabes mareada, sudada y con el culo medio destrozado, no hay nada comparable en el universo.

En cuanto Silvia volvió del paraíso y recuperó cierto control sobre su cuerpo, no paraba de agradecerme todo aquello. Repetía una y otra vez, como un mantra, que ella no creía que tal cosa existiese. Se refería a aquel tipo de orgasmo que ella experimentaba por primera vez. Metió sus dedos entre su coño y los sacó como si acabase de meterlos en queso fundido. Me los ofreció y yo, que ardía en deseo, los rechacé y metí mis labios entre los labios de su coño. Era pura gelatina, me la hubiese podido tomar toda con una cucharilla.

-S. Ayúdame a ducharme porfa Mami, estoy empapada. ¿Cómo voy a agradecerte esto mamá? No hay dinero en el mundo que pague esto. Pídeme lo que quieras, por favor. ¿Sabes qué?, al final, cuando me corría, no fui capaz de pensar en nada, solo pensaba en mi cuerpo y era como si flotase sobre nosotras viendo cómo me masturbabas.

En vez de ducharla llené la bañera grande de mi habitación, una de esas redondas, con agua caliente y nos metimos en ella. Silvia solo tardó veinte minutos en volver a la carga. Se sentó sobre mí y jugó un rato a rozar sus pechos con los míos, llenos de gel, no resistí su ofrecimiento de acariciárselos y los estuve sobando mientras, a pesar de estar en la bañera, notaba como mi vagina seguía lubricando imparable.

-S. ¿Sabes lo que estoy pensando?

-M. Dime.

-S. Mamá, nos falta práctica. Si, práctica. Como lesbianas digo. En realidad, salvo besarnos, no hemos follado realmente.

-M. Caray, entonces, ¿que hemos hecho?

-S. Pues básicamente masturbarnos la una a la otra.

-M. Ayer estuve a punto de abalanzarme sobre ti en la cama.

-S. Hoy si no lo haces tú lo haré yo.

-M. Por cierto, señorita, tendremos que recoger un poco la casa, ¿tú sabes cómo hemos dejado la cocina?

-S. Me da pereza, pero no quiero levantarme mañana y ponerme a recoger. Además, podemos hacerlo desnudas y eso me gusta.

Cuando entramos en la cocina y vimos el panorama, solo nos consoló lo mucho que nos ponía hacer la tarea en pelotas, y la excitante charla.

-S. Mami, esta mañana pensaba que si me dejaba llevar por mis instintos ya no te vería más como a mi madre.

-M. ¿Y?

-S. Pues no, para mí sigues siendo la de antes, te quiero y te respeto, quizás más que antes. ¿Y tú, habías fantaseado conmigo muchas veces o tenías todo esto planeado?

-M. No, no lo tenía planeado, te lo juro. Pero hace tiempo que me temía que en el momento que pasásemos algún tiempo solas iba a hacer alguna tontería.

-S. ¿Como qué?

-M. Pues como lo de ayer, intentar calentarte enseñándote mi culo. Pero dame un tiempo, por favor, para aclararme yo misma. No estoy segura aún de que fuese premeditado o no.

-S. Pero, ¿te habías masturbado pensando en mí o no?

-M. Es que no lo sé. Sabes que soy una mujer, digamos caliente, me gusta el sexo casi a diario, y disfruto mucho de mi propio cuerpo. Y resulta que tú eres mi viva imagen, con dos décadas menos y dos tallas más de pecho.

-S. Quieres decir que a veces, cuando te excitabas con tu propio cuerpo no podías, digamos…. evitar mezclarlo con el mío.

-M. Exacto, gracias, yo no lo habría dicho mejor.

-S. Bueno pues a partir de ahora, este cuerpo es tuyo y el tuyo mío. Te lo juro.

Sellamos la promesa con un largo beso.

-M. De todos modos, tienes que intentar reconducir lo de tu marido. Si seguís así no vais a durar mucho.

-S. Eso no tiene arreglo mamá.

-M. Si de verdad quieres seguir con él tienes que intentarlo.

-S. Ya veremos. Después de gozar como he gozado contigo… Además, ¿no tendrás celos si sabes que me acuesto con él?

-M. ¿Los tendrás tú de papá?

-S. Supongo que no, pero prométeme que no le contarás nada de esto.

-M. Por supuesto que no, no estoy loca.

-S. ¿Y de otras mujeres?

-M. ¿Quieres decir si tú te acostases con otra chica?

-S. Sí, has despertado a la bestia que llevo dentro.

-M. Hija, no hagas como yo, si tienes oportunidad no te quedes con las ganas.

-S. Pero lo dices muy seria.

-M. No lo digo sería, lo digo en serio. Solo me gustaría que me lo contases. ¿Pero tienes alguna candidata?

-S. No, bueno no se… es que cuando salga de aquí el lunes creo que seré otra mujer. Ni yo misma sé cómo reaccionaré. Es que, por ejemplo, a la tía la he visto muchas veces ligera de ropa, incluso en bikini, y en ese momento no me produjo más allá que curiosidad, pero ahora que ha pasado todo esto, recuerdo esos momentos y me pongo muy cachonda.

Decidimos dejar la charla, terminar de una vez con la cocina y nos metimos en cama. Esa noche no hubo dudas sobre qué camisones ponernos, dormimos desnudas. Yo estaba muy excitada y en cuanto nos acostamos comenzamos a besarnos y meternos mano, pero también tenía mucha curiosidad por la conversación que habíamos comenzado en la cocina.

-S. Mamá, te debo una, déjame que te coma el chocho o que te folle el culo como tú a mí.

-M. No seas tonta, no me debes nada. No te bajes aún, te quiero aquí a mi lado. Tócame con la mano si quieres.

-S. Madre mía. Lo tienes empapado. Somos insaciables.

-M. ¿Qué ibas a decir de tu tía?

-S. Pues que tengo curiosidad por saber cómo reaccionaré cuando la vea de nuevo.

-M. Ahora me vas a decir que te pone. Madre mía, ¡qué familia!

-S. Jo mamá, antes me gustó cuando me contaste la anécdota del bikini, y te juro que me excité por ella y por ti, no por papá.

-M. Vale, te creo, pero la has visto cientos de veces.

-S. Ya, pero quiero saber cómo la miraré a partir de ahora. Uf mamá, como tienes este chochazo, tendré que tener cuidado o te vas a correr muy rápido.

-M. Juega un poco con la entrada del culo.

-S. ¿Así?

-M. Perfecto, cuando quieras me metes un poco el dedo, y sigue hablando así bajito que me gusta mucho.

-S. Pues…. que sí, que tienes razón, la he visto cientos de veces, pero, aunque en ese momento no le di importancia, ahora lo recuerdo y me excita.

-M. Te refieres a verla en topless.

-S. Sí, pero lo que más me excita es recordar un día, en su casa, ya se había separado del tío y creo que fuimos a llevarle algo que necesitaba y estaba sin coche. Vosotras os sentasteis juntas en un sofá y yo enfrente. Llevaba una falda por encima de la rodilla, pero al sentarse sin cuidado yo se lo veía todo.

-M. ¿El coño?

-S. El coño y los muslos. Bueno el coño no, llevaba bragas, probablemente tanga, pero yo solo le veía el triangulito.

-M. Méteme el dedo ya y de vez en cuando subes al coño y me lo trabajas un poco.

-S. ¿Así?

-M. Joder si, así. Sigue contándome.

-S. Pues ese día, no podía evitar la tentación de mirar, pero por curiosidad. Las bragas o tanga, lo que fuese, era color burdeos, de las baratas, y transparentaba, pero no le veía vello ninguno, ni debajo ni saliendo por los lados. No sé, me hacía gracia, pensaba, mira la tía que coqueta, con sus años y todavía se depila. Pero ahora, primero me da vergüenza pensar así, porque solo te lleva cuatro años y seguro que es una tremenda hembra, como tú, y segundo porque ahora sí que me pongo cachonda recordando aquello. Es que después de saborear tu coño me doy cuenta de que debajo de ese trocito de tela había una golosina que no supe apreciar y que ahora me comería de buena gana.

-M. Me encanta oírte, me gusta… lo tiene como nosotras, le ayudo yo a hacérselo. Casi todo depilado menos los labios. Bueno, un par de veces nos lo hicimos completo por curiosidad.

-S. Joder mamá. ¿Porque no lo has dicho antes?

-M. Te dije que a veces le hablaba a tu padre de cosas así.

-S. Ya, pero creía que eso te lo inventabas. Menudo calentón debes pillar cada vez. Como me gustaría veros a las dos con un depilado total, os parecéis tanto, tú la versión maciza y ella la versión rellena.

Paramos y nos besamos con tranquilidad. Silvia continuó su masaje en mi ojete y vagina y yo no me resistí a hacer lo mismo con la suya.

-S. ¿Y no te pones a cien?

-M. Imagínate, siempre creí que sí alguna vez tenía algo con una mujer sería con ella y mira por donde… ha sido contigo.

-S. Pero nunca te lanzaste.

-M. Es que imagínate si ella se espanta.

Estábamos las dos tumbadas frente a frente, destapadas y desnudas sobre la cama. Una pierna flexionada y mi mano derecha y la suya izquierda trabajándonos mutuamente los coños. Si una movía sus dedos entre los labios de la otra, ésta respondía haciendo lo mismo, no nos masturbábamos como lo haríamos normalmente, nuestros coños estaban tan lubricados que simplemente los recorríamos de arriba abajo o de derecha a izquierda con las cinco yemas de nuestros dedos. Yo intentaba coger sus labios internos y tirar de ellos, pero se me escurrían como si estuviesen llenos de aceite. Cuando la conversación subía de tono acelerábamos las dos. De todos modos, todo transcurría muy despacio.

-S. Quizás ella se excitaba también.

-M. Claro que sí, con las piernas abiertas veinte minutos eso no se puede disimular.

-S. ¿Entonces?

-M. Es que no es fácil. Yo siempre tuve la fantasía de que ella se lanzase, pero con el paso de los años… Luego lo planee cien veces, no acostarnos, pero masturbarnos juntas o algo así. Estuve a punto de ponerle una peli porno para ver como reaccionaba, pero no fui capaz.

-S. Me alegro de que no te quitases las ganas con ella, sino no estaríamos aquí ahora.

-M. Eres una aduladora.

-S. Joder mamá, me moriría de gusto viéndoos a las dos en acción. Es que soy tonta, con la de oportunidades que he tenido de verla ligera de ropa.

-M. Pues te aseguro que tiene un cuerpo muy muy morboso.

-S. ¿Qué es lo que te gusta más?

-M. Uf, no te lo creerás, pero…. bueno es evidente que esos muslazos y el pandero son una pasada, he visto muchas veces a chavales quedarse atontados mirándola, pero a mí me encanta su barriga, no tiene demasiada, tu tía está gorda de culo pero no de barriga, pero la poca que tiene parece la de una niña de veinte, no la de una señora de cincuenta.

-S. Mamá yo estoy a punto, en cuanto aceleres un poquito más me corro. ¿Y alguna vez estuviste cerca de lanzarte?

-M. Hace poco, cuando ya se había separado, vino una tarde aquí, traía un vestido delgadito, de verano, rosa con un poquito de vuelo y muy largo casi hasta los tobillos. Yo fui un momento al baño y cuando volvía al salón ella estaba, de espaldas a mí, colocándose bien el tanga, tenía todo el vestido subido hasta la cintura y verla así, con el culo al aire a cierta distancia fue tremendo, en menos de un segundo toda la sangre de mi cuerpo salió disparada hacia mi coño.

-S. ¿Era la primera vez que le veías el culo?

-M. No pero aquel día fue distinto, me impresionó la diferencia de tamaño entre su cintura y su culo, y no sé, verla así, vestida pero medio desnuda a la vez, con el pelo suelto cayendo sobre su espalda y sobre todo, que no estaba a mi lado, como otras veces, estaba a cuatro o cinco metros, y veía por primera vez lo buena que está por detrás, ese culazo blanco pero tan bien hecho como el tuyo, sin apenas celulitis ni estrías ni nada y las piernas larguísimas que tiene. No era como en la playa, que el celoso de su marido no la dejaba ponerse un bañador un poco estilizado, era como un cuadro, su culo y los ventanales con la ciudad al fondo. Caray hija, es que hoy el ideal de belleza es una adolescente enclenque haciendo posturitas frente al móvil, pero, para disfrutar de verdad mi hermana seria la bomba.

-S. Pero, ¿pasó algo?

-M. No, pero estuvo a punto, me lancé hacia ella desde el otro extremo del salón, iba a agarrarme a sus nalgas y comérmela entera, pero me faltó valor, a medio camino me arrepentí, le lancé un piropo y ahí se quedó todo.

Nos fundimos en un largo morreo que solo interrumpimos para rematarnos la una a la otra, yo caí primero y Silvia un minuto más tarde. Notar como la electricidad fluía desde las yemas de mis dedos hasta sus labios y su “pollita” y se extendía a través de todo su cuerpo hasta quitarle el aire a sus pulmones y dejarla rendida en mis brazos es algo que no querría que me faltase el resto de mi vida.

Apagamos la luz, nos tapamos y abrazamos. Estuvimos un rato disfrutando de nuestros orgasmos y acariciándonos. Las dos teníamos la sensación de que llevábamos siglos siendo amantes, pero solo habían pasado veinticuatro horas.

-S. Mami, mañana nos depilamos, pero total, ¿cómo se llama?, brasileño o neoyorquino, no sé. Tú me entiendes, y después, en la bañera me tiras una botella de aceite por encima y me follas a la vez por el coño y el culo con dos consoladores.

-M. Te haría daño, uno de cristal y uno de látex todavía, pero dos de cristal.

-S. Vale, ¿pero tienes de látex?

-M. Yo tengo de todo.

-S. Pues eso. Joder mamá, ¡qué familia! Me he corrido pensando en vosotras comiéndoos los coños en el salón.

-M. ¿Te sientes culpable?

-S. No, no, que va… pero, ¿qué crees que hará la tía mañana?

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