Siempre la primera vez de cualquier hecho que nos ocurra es inolvidable, ya sea agradable o desagradable, eso no le quita el gusto de la primera vez.
Estaba en el último año del colegio secundario con 18 años, era solo para varones y había en el salón un chico, de apellido Dávila, que era algo afeminado y muy delicado en su manera de ser. Los más osados le metían la mano y él les daba unos tremendos cocachos o lapos que valía la pena soportar porque tenía un culito exuberante, bien paradito que no dejaba de llamar la atención a pesar del uniforme escolar.
Yo también tuve el privilegio de soportar uno de sus cocachos por unas palmadas que le di en sus nalgas.
Ya era cerca del fin de año, estábamos en la clase de educación física, para lo cual teníamos un estadio que tenía unas duchas en un pasadizo muy largo. Habría como unas 20 duchas siquiera y era costumbre bañarse allí después de los ejercicios, lo cual me disponía a hacer ese día ya que me retrasé y pensé que ya había nadie en esas duchas.
Ya me había desnudado, cuando siento ruido de agua al fondo, era la última ducha, por lo que me acerco sigilosamente y veo a un compañero, desnudo y duchándose. Estaba de espaldas, pero lo pude reconocer a pesar de eso, ya que nadie más tendría ese culo tan hermoso, sí, era Dávila.
Me quedé maravillado un rato observando aquellas líneas perfectas de sus nalgas, hasta que me acerqué con mi verga totalmente dura y a punto de estallar.
El me miró de reojo pero no volteó y siguió duchándose despreocupadamente, lo cual era una forma implícita de aceptarme, así que me puse a su espalda y comencé a acariciar todo su cuerpo, especialmente ese culito divino, que mostraba una firmeza propia de la juventud.
Me agaché y comencé a meterle mi lengua, saboreando cada centímetro de su piel, hasta que enjaboné mi verga y comencé a tratar de penetrarlo, mientras él se inclinaba para ayudarme. Después de 2 o 3 minutos lo logré y comencé a penetrarlo cada vez con más fuerza, mientras Dávila daba gemidos cual hembra. No duré mucho por la excitación y terminé dándole toda mi leche que resbalaba por sus nalgas haciendo contraste con su piel morena.
Solo volteó y me hizo una señal con el dedo en los labios como diciendo silencio, se secó y se fue.
Estuve soñando con ese momento divino mucho tiempo, el cual no se repitió, y al poco tiempo salimos del colegio y nunca más lo vi, ni sé que será de su vida. A quienes más habrá hecho feliz? No lo sé. Pero estoy seguro que nunca olvidaré ese pequeño momento en que toqué las puertas del paraíso.