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SI tú te dejaras
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Tiempo de lectura: 14 minutos

Sonó el telefonillo y salí de la cocina para abrir. Descolgué el auricular y escuché su voz responder al otro lado. 

Dejé la puerta abierta y volví a la cocina a terminar de preparar el café.

-¡Hola! –asomó la cabeza por la puerta de la cocina mientras cerraba la puerta de la entrada.

-¡Hey! -giré la cabeza y ahí estaba. Moreno, alto con el pelo alborotado y una barbita de un par de días. Llevaba unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta blanca que se ajustaba bastante bien a su cuerpo.

Le hice un repaso rápido mientras dejaba la mochila que cargaba en el suelo junto al sofá, fijándome sobre todo en los calzoncillos que se asomaban por encima de la cintura del vaquero y en sus gemelos descubiertos. Por alguna razón siempre me han dado mucho morbo los pantalones cortos. Debe ser algún fetiche, igual que a los que les molan los pies y cosas así.

Se enderezó y se giró cuando me acercaba a la mesa con las dos tazas de café. Las dejé y lo estreché en un fuerte abrazo antes de sentarnos a la mesa.

-¿Qué tal estas? ¿Cómo te va?

-Bien, bien. Pronto empiezo en la piscina que ya estoy acabando de ponerla a punto.

-¿Estas en el mismo sitio? ¿La de los pijos?

-Sí. A ver si no dan mucho por saco este año.

-Jajajaja. Oye, ¿quieres un colacao o algo?

-No gracias, desayuné en casa.

Me contestó riendo. Sus dientes eran blanquísimos y me encantaba como los ojos se le achinaban al reír. Esgrimí un croissant sonriendo.

-¿Y un croissant? Son de mantequilla.

-No, no, de verdad –seguía riendo-. Pero gracias.

Me encogí de hombros y me metí medio croissant en la boca.

-Por uno que te comas no vas a perder ese cuerpo que tienes.

No podía evitarlo, siempre que podía meterle alguna ficha lo hacía. Él siempre se reía como respuesta.

-Holaaa –la puerta del baño se abrió y se escuchó la voz de mi novio por el pasillo. Entró en el salón con el pelo mojado y saludó a su hermano con otro abrazo–. ¿Qué tal estás A****? Has llegado pronto.

-Sí, te he llamado, pero no me lo cogías. Como siempre –añadió riendo mientras mi novio me daba un beso.

-¡Ay! Lo tengo en silencio y no me entero.

-Como si teniéndolo con sonido te enterases –dije yo, más acido de lo que pretendía. Esa mañana ya habíamos discutido a pesar de ser poco más de las nueve. Y a mí madrugar siempre me sentaba mal. Así que madrugar y discutir podéis imaginar lo que me gustaba.

-Jo, no digas eso –me dio otro beso antes de sentarse frente a mí en la mesa-. Gracias por el café, cariño. ¿Tú no quieres nada?

-No, le estaba diciendo a I**** que ya he desayunado antes de venir.

Mi novio engulló el café casi sin respirar, cosa que me ponía enfermo, mientras A**** y yo hablábamos de cosas sin importancia. Había empezado a coger color en la piscina aunque todavía no había cogido su característico color tostado/negro de todos los veranos.

En un momento dado bostezó estirando los brazos por encima de la cabeza con lo cual, aun estando sentado, su camiseta se subió dejando ver parte de su abdomen marcado. Devoré con los ojos esos centímetros de piel durante los escasos segundos que estuvieron a la vista, tratando de no ser demasiado cantoso aunque A**** tenía los ojos cerrados y mi novio estaba ensimismado jugando con el móvil.

Durante toda mi vida me había tenido que conformar con esas pequeñas visiones de zonas prohibidas y ocultas. Llevo años fuera del armario y aun así me sigo emocionando el echar esos vistazos de soslayo hacia partes que, a mí, se me antojan más eróticas que ninguna.

Reconozco que esos años de instituto, con las hormonas revolucionadas y manando de cada poro del cuerpo, en los que en clase de ed. Física veía a mis compañeros secarse el sudor con la parte baja de la camiseta, dejando el abdomen al aire durante un segundo, me marcaron profundamente en cuanto a mi sexualidad. Y sobre todo en mi concepto de erotismo.

Y aquello que tenía delante cumplía todos mis extraños requisitos erótico-festivos.

-¿Al final hasta cuándo te quedas?

-Pues depende del caso que me haga mi hermano –dijo en referencia al ensimismamiento de mi novio con el móvil. Esperamos un instante a ver si contestaba pero, para variar, eso no sucedió.

-Pues entonces puedes irte ya porque… –a veces tenía que ser así de borde para obtener algún resultado.

-¡Oye! No seas malo. Sí que os hago caso.

Lo dijo sin levantar la vista del móvil. Eso era todo lo que iba a conseguir.

Solté un suspiro, más bien un bufido, y me levanté llevándome mi taza y la caja de croissant a la cocina. A**** no tardó en unírseme tras escuchar un audio de su novia más reciente.

-¿Qué tal con tu chica? ¿Será chica del mes o es algo más serio?

-¡Qué cabrón! –dijo riendo–. No, no esto es más serio.

–Eso me dijiste la última vez que hablamos por Whatsapp. Pero a mí lo que me gusta son los detalles –dije poniendo mi famosa pose de maruja.

Obviaré los detalles del ligue de A**** ya que no vienen al caso. Pero la conversación se prolongó unos minutos mientras yo fregaba el cazo de la leche y recogía la cocina. Me gustaba A**** porque podía hablar con el de cosas serias mientras bromeábamos.

No todo iba a ser tener 20 años y estar tremendo, ¿no? Bueno, viéndole apoyado en la nevera con los brazos cruzados quizás un poco sí que lo era.

En un punto de la conversación apareció mi novio en la cocina para dejar su taza en el fregadero. Nos dimos un pico y nos dijimos que nos queríamos.

-Bueno me voy a ir. Que llego tarde.

-¿Irte? ¿Dónde vas? –preguntó A****. Como de costumbre no había informado de las cosas. Volví a suspirar.

-A acabar un trabajo con los de la uni. Te lo había dicho, ¿no?

-Creo que es obvio que no. Como siempre –dije mientras salía de la cocina y me tiraba en el sofá. Cogí el móvil y me puse a mirar Twitter.

-Amor, tengo que ir.

-Sí. Ya me lo has dicho. ¿No pasaban a recogerte?

-Se ha dormido. Le escribo y no le llegan los mensajes.

-¿A qué hora habíais quedado con los demás? ¿A las diez? –el reloj de la pared marcaba las diez menos diez.

–Lo siento –dijo acercándose al sofá. Yo ya no veía ni la pantalla del móvil, simplemente deslizaba el dedo por ella. Estaba tratando de contener todo lo que se me pasaba por la cabeza.

–Sí. Claro. Vale.

–¿Me das un beso? –puso una rodilla en el sofá y acercó su cara. Yo giré la mía y le di un pico sin quitar la mirada del móvil.

Mi novio se quedó en la misma postura un momento. Sabía que esperaba algo más, pero no le iba a dar nada más. No con el cabreo que tenía.

A**** estaba de pie en el marco de la puerta con el móvil en las manos, pero nos miraba. No era la primera vez que nos veía así.

Finalmente mi novio se alejó y cogió la cartera y las llaves del recibidor.

-Adiós.

-Hasta luego –respondió A****.

La puerta se cerró y los dos nos quedamos en silencio. Dejé el móvil y eche la cabeza hacia atrás cerrando los ojos. Sabía que A**** me estaba mirando, baje la cabeza y le sonreí.

-No tiene remedio –dijo acercándose y tirándose en el sofá a mi lado.

Aunque había más espacio al otro lado, se sentó en el sitio en el que quedábamos más apretujados. A mí me encantaba sentir su calor y su cuerpo pegado al mío y no me habría movido, pero por desgracia tenía que hacerlo para dejarle hueco.

-Da igual. ¿Quieres ver alguna peli o algo? También podemos sacar algún juego de mesa.

-Pon Netflix a ver qué encontramos.

Encendí la tele y entré a la cuenta de la compañera de piso de mi novio. La tele era suya así que siempre estaba conectada.

Pasamos la mañana viendo un par de películas de esas chinas absurdas que a él le encantaban y a mí me parecían horriblemente malas. Llegó un momento en el que me tumbé apoyando la cabeza en sus piernas para estar más cómodo, no era la primera vez que lo hacía y él no ponía ninguna pega. Por raro que parezca lo hacía sin ningún tipo de segunda intención.

Estábamos terminando el segunda peli cuando sonó la puerta de la calle y entró la compañera de piso. Pausamos la película y A**** se levantó para saludarla, estuvieron hablando un rato entre ellos mientras yo veía en el móvil que mi novio no podría venir a comer.

–¿Qué hacéis aquí? ¿No ibais a pasar el día fuera los tres?

–Mi hermano tenía que ir a la uni.

–Y por lo visto tampoco va a poder venir a comer –dije yo tirando el móvil al sofá después de contestar con un simple “vale amor”. Me incorporé del sofá y vi cómo L**** me miraba, sabía que había pensado en hacer algo especial aprovechando el día libre sorpresa que me habían dado en el trabajo–. ¿Qué tal el curro?

–Bien, sin demasiado lío. Te he dejado un par de cosas para el lunes –la miré con una ceja alzada y cara seria.

–Aprovecha ahora antes de que me cambien y pongan a una de las viejas glorias en mi lugar. A ver qué haces entonces –lo dije con voz seria aunque no en serio, trabajábamos bien juntos pero me encantaba chincharla con el tema.

Seguimos hablando de otras cosas mientras decidíamos qué comer. Cuando encargamos las pizzas ella se fue a su habitación a terminar la maleta y nosotros aprovechamos para terminar la peli.

Después estuvimos preparando la mesa y comenzamos a chincharnos. Yo siempre buscaba guerra pinchándole en el costado con un dedo y, aunque siempre salgo perdiendo porque tengo muchas cosquillas, me gustaban esas pequeñas peleas donde acabábamos riendo tirados en el sofá. Bueno yo también acabo medio llorando por las cosquillas y un poco excitado.

Mientras nos comíamos las pizzas, hay que ver cómo le gusta comer pizza para estar tan bueno, L**** nos dijo que su padre vendría a recogerla en breve para irse el finde a su finca. Apenas nos dio tiempo a recoger los cartones cuando el telefonillo sonó y ella salió escopetada dejándonos solos de nuevo.

Entre que habíamos hecho el pedido tarde y lo que nos habíamos entretenido comiendo nos habían dado ya las cinco de la tarde, nada raro un viernes.

–¿Quieres que demos una vuelta? No hace demasiado calor. O podemos ver si hay algo en el cine.

–Vale. Creo que estrenan una de miedo que tiene buena pinta.

–Pues podemos ir al centro comercial y ver si la tienen.

–¡Guay! Me lavo los dientes y salimos.

Cogió la pasta y el cepillo de su mochila y fue al baño mientras yo me dirigía hacia el cuarto a ponerme ropa de calle. Me quité el bañador que tenía para estar por casa y me puse unos pantalones cortos, cuando me deshice de la camiseta y fui a echar mano al desodorante vi que no estaba. Miré en la cama y en el interior del armario, pero no estaba.

–¿Está ahí el desodorante? –grité a A**** que me respondió con un gorgoteo que parecía afirmativo. Supuse que aún no había acabado de lavarse los dientes.

Me fui hacia el baño y vi que A**** estaba delante del espejo con el móvil en una mano mientras que con la otra manejaba el cepillo. El baño es bastante estrecho y apenas hay espacio entre el lavabo y la pared por lo que para llegar hasta el armario donde estaba el desodorante tenía que pasar pegado a él.

–Perdona.

Él se hizo un poco para delante, pegándose al lavabo, intentando dejarme un poco más de hueco. Pasé de perfil, notando el frío de los azulejos en la espalda, haciendo equilibrios para dar la sensación de que no quería acercarme demasiado y a la vez apretarme contra él lo máximo posible.

Noté lentamente cómo su culo fuerte se apretaba contra mi muslo y mi paquete y su espalda rozaba contra mi pecho desnudo. Desprendía un calor muy agradable y el olor a colonia me llenó las fosas nasales.

Son esas situaciones las que desde adolescente han llenado mi vida y de las cuales he aprendido a sacar el máximo provecho sin llamar la atención. Un roce pasajero, ir en el bus o el coche apretados en los asientos y aprovechar para juntar piernas y brazos desnudos.

Podrán parecer una estupidez si lo comparas con cosas más sexuales pero la corriente que corría por mi cuerpo en esas ocasiones me excitaba de una forma asombrosa.

Estaba terminando de pasar por detrás de él cuando miré de soslayo la pantalla del móvil. Vi que estaba abierta la conversación de su novia y que le había mandado una foto sin camiseta, a lo que ella había contestado con el emoji que babea varias veces.

Llegué al otro lado y mientras cogía el desodorante no pude callarme.

–Bonita foto –dije mirándole a través del espejo mientras me rociaba. Su reflejo me miró. Noté como se avergonzaba antes de reírse.

–Joder –entiendo que dijo pues seguía con el cepillo en la boca. Se inclinó a escupir–. Qué cotilla eres.

–Bueno no la estabas escondiendo –dije riendo–. Tranquilo, entiendo que hay que mantener a la novia contenta.

Ambos nos reímos con fuerza y yo me dispuse a pasar detrás de él.

Pero un error de cálculo, o quizás la suerte, hizo que él se volviera a encorvar para enjuagarse antes de que yo me hubiera alejado del todo.

Así que de pronto su culo firme chocó contra mi paquete con algo de fuerza. Yo me quedé quieto mirándole en el espejo y él se paralizó también. Seguro que fue solo un segundo, pero a mí se me hizo larguísimo.

–Hostias perdona –dijo haciendo ademán de enderezarse.

En ese momento mis manos fueron hacia sus caderas. Le agarré fuerte y me coloqué detrás de él, con la espalda pegada a la fría pared y mi pecho contra su espalda.

Sus ojos se abrieron del todo y me miraron fijamente en el espejo, tenía la boca abierta pero no articuló ninguna palabra.

Mi polla estaba cobrando vida colocada entre sus nalgas aunque con dos telas vaqueras de por medio no creía que el notara nada. Tenía la percepción embotada, el tiempo se distorsionaba y los sonidos de la ventana estaban amortiguados. Solo escuchaba su respiración, la mía y mis latidos.

Fui poco a poco, tentando, probando. Un paso en falso y el sueño se rompería.

Moví mis manos desde sus caderas hacia su abdomen, por encima de la camiseta. Primero las posé suavemente, luego hice más fuerza, notando a través de la tela cada uno de los surcos de su tableta.

Subí una mano hacia el pecho, sin dejar de tocar cada uno de sus abdominales con la otra. Sus pectorales se abombaban bajo la tela, no demasiado A**** estaba bueno pero no era un matado que vivía para el gym. Su pecho estaba trabajado, duro, su simple tacto a través de la camisa me ponía los pelos de punta.

Estuve un rato acariciando ambas zonas, haciendo especial hincapié en la zona donde adivinaba estarían sus pezones. Había entornado los ojos y tenía la boca medio abierta, su respiración se hacía más rápida poco a poco, igual que la mía.

Decidí ir un poco más allá y bajé la mano de los abdominales hacia su entrepierna. Lo hice lentamente, sin prisa pero sin pausa, observando cada cambio en su rostro preparado para una retirada rápida. Vi como sus ojos, todavía entornados, seguían el camino de mi mano en el espejo. Llegué a su entrepierna y comprobé que había un bulto bajo el vaquero, no estaba todavía dura del todo pero me sorprendió que se le hubiera puesto morcillona.

Recorrí el contorno que se marcaba y finalmente apreté con fuerza a la vez el pecho y la polla, atrayéndole hacia mí. Él soltó un gemido que hizo palpitar mi polla: era la señal de que no había vuelta atrás.

Llevé las dos manos al pantalón y desabroché el cinturón y fila de botones. Introduje las dos manos y comencé a jugar con su rabo sobre la tela del calzoncillo amarillo que llevaba. Una de ellas se movía por la parte del capullo y la otra por el bulto de sus huevos.

El trabajo comenzó a hacer efecto y noté como aquella herramienta comenzaba a coger turgencia y a marcarse a través del algodón. Los dos respirábamos ahora agitadamente, él había comenzado a morderse el labio; ninguno quitábamos la vista del reflejo.

Liberé su polla de la presión y vi que el bulto era enorme bajo la tela amarilla: llegaba casi hasta el final de la pernera del bóxer, quedando el capullo a escasos milímetros de asomar por el borde. Mis manos subieron y agarraron el borde de la camiseta, tiré de ella para sacársela por la cabeza y su cuerpo quedó desnudo.

Solo lo había visto así fugazmente un día que estuvo de visita y se fue a la ducha, y aunque me sirvió para hacerme una idea, ahora sabía que no le había hecho justicia.

Sus hombros anchos daban paso a unos brazos fuertes, con los bíceps bien marcados aun en reposo. Su pecho estaba perfectamente contorneado, con una sombra de vello en el medio y unos pezones oscuros no muy grandes ahora que estaban de punta. El vientre se abombaba en cada uno de sus abdominales, marcados pero no demasiado, y tenía un ombligo no muy profundo desde el cual partía una fina línea de vello que se perdía bajo la tela amarilla. Las costillas y los oblicuos se marcaban en los costados que estaban rematados por unos sobacos con el pelo justo, suave y moreno.

Cuando le saqué la camiseta de los brazos él hizo ademán de bajarlos, pero yo le detuve. Le cogí de los codos y le acomodé los brazos de forma que las manos estuvieran detrás de su cabeza. Me deleité con esa vista unos momentos antes de meter mi cabeza debajo de su sobaco.

Aspiré su aroma, olía a Axe y algo de sudor. Mi polla volvió a palpitar y mis brazos le agarraron para apretarle bien contra mí, sabía que ahora mi bulto era más palpable al haberle quitado sus pantalones.

Dejé de hacer fuerza y vi que él se pegaba a mí por voluntad propia. Moví mis manos por sus costados, acariciándoselos con las uñas suavemente. Noté como toda su piel se le ponía de gallina y se le escaba un gemidito. En ese momento, tras esnifar profundamente su aroma, saqué la lengua y comencé a lamerle el sobaco.

No paré de acariciarle su suave piel mientras me afanaba con la lengua en cada rincón de su axila. Alternaba lamidas profundas, haciendo fuerza con la lengua, con otras más cortas y suaves, enrollaba sus pelos con la lengua y luego hundía la cara hasta casi quedarme sin aire. Cuando estaba ya bien mojado comencé a dar lametones hasta casi el codo. Una, dos, tres veces. Luego cambié de dirección y di una que le llegó hasta el cuello pasando por su trapecio. Fui dándole besos por la parte trasera del cuello hasta llegar al otro lado, ahí volví a darle un lametón que me llevó hasta el otro sobaco, donde repetí la faena.

Pero esta vez una de mis manos alcanzó uno de sus pezones mientras que la otra bajaba magreando su abdomen hasta posarse de nuevo en su rabo. Apreté con fuerza atrapando con mis dedos la forma gruesa de su polla sobre los calzoncillos. Mientras le lamia la axila y le pellizcaba suavemente el pezón comencé a frotar con dos dedos la zona del capullo que se adivinaba en sus calzoncillos.

Todo esto lo hacía a tientas ya que con la cabeza en el sobaco no podía ver nada.

Estuve trabajando con ganas los tres frentes, arrancándole más suspiros y cada vez más fuertes.

Cuando no pude contenerme más me retorcí y separé la cabeza de su sobaco, sacándola por delante y acercando mi boca a su pezón. Era una postura complicada, tanto él como yo estábamos incomodos y forzados, pero en el momento en el que me metí su pezón duro en la boca y lo sentí estremecerse bajo mi lengua supe que había merecido la pena.

Di un par de lamidas cortas, luego hice succión con los labios y finalmente mordí con la fuerza justa a la vez que introducía mis manos en sus calzoncillos, agarrando todo su enorme rabo y liberándolo de la tela.

Como respuesta escuché un gemido que se convirtió en un bufido que a mis oídos fue como música celestial.

Continué pajeándole con las dos manos mientras volvíamos a la postura anterior, mucho más cómoda. Notaba como las babas que había soltado su capullo se iban extendiendo por todo su falo, lubricándolo bien. El calor que desprendía ese falo me quemaba las manos, sentía como palpitaba entre ellas y era capaz de notar cada una de las venas en mis palmas.

Jugué con mi índice y el pulgar en su capullo dándole suaves pellizcos mientras que la otra mano se dirigía a sus huevos, los cuales liberé del calzoncillo también. Lo último que hice fue recoger todo el precum que pude de su capullo y me lo llevé a la boca.

Saboreé lamiendo con ganas las puntas de mis dedos mientras le miraba fijamente a los ojos a través del espejo. Cuando terminé de chuparme los dedos llevé también esa mano a sus huevos y bajé los ojos hacia su rabo, lo hice despacio recorriendo el reflejo de su cuerpo, creándome una foto mental que seguro me acompañaría muchos días.

Por fin tras cuatro años deseándolo ahí estaba.

Una vara de carne gruesa y venosa, morena como todo él, se le curvaba hacia la derecha como a su hermano aunque era más grande que la suya. Estaba totalmente descapullada y el glande era de color rosado oscuro. Tenía el vello recortado en el pubis y el escroto, que era suave y colgaba lleno de unos huevos gordos, seguramente cargados de leche. Unos huevos que, mientras observaba esa enorme polla, seguía acariciando y que cada vez estaban más retraídos y con la piel de gallina.

Quise observar el pack completo y retiré mis manos para acariciar sus muslos fuertes y caderas. Él se echó para atrás, atrapándome contra la pared y haciendo presión con su culo sobre mi polla, que ya notaba completamente mojada de babas. Tenía suerte de llevar vaqueros porque con otra tela se notaría la mancha.

Hice fuerza con la barbilla en su hombro para que bajase el brazo y poder acceder a su cuello, que comencé a lamer y besar. Subí una mano para sobarle el pecho y jugar con su pezón mientras con la otra comenzaba a pajearle. Él me respondió llevando el brazo que había bajado al otro pecho para pellizcarse a sí mismo y comenzando un tímido movimiento de sube baja con su culo contra mi rabo.

Creía que estaba en la gloria viendo esa escena a través del espejo pero descubrí que me equivocaba cuando, sin previo aviso, adelantó la cabeza y dejó caer un lapo en dirección a su polla. Debido a la situación su puntería falló, pero me hice cargo y el siguiente fue directo a su capullo. Lo restregué con la palma de la mano y le indiqué con la mirada que lo repitiera.

Tres, cuatro veces cayeron sus babas sobre su polla. Yo me encargué de repartirlas bien y mezclarlas con el precum ya seco que la cubría.

Continué la paja que ahora hacía ese ruido de chapoteo que creo a todos nos vuelve locos, como pude comprobar al sentir que A**** movía su culo con más energía, gemía más alto y más rápido. Sus pezones se pusieron aún más duros y yo no pude aguantar más.

Empecé a pajearle con furia. A comerle el cuello dejándoselo lleno de babas. A pellizcarle con más fuerza el pezón.

El respondió echando la cabeza hacia atrás, poniendo su mano sobre la mía y obligándome a apretar más sobre su pezón. Sus caderas cogieron un ritmo frenético y llegó el punto que se estaba follando mi mano.

Normal que nunca le faltaran novias, con esa potencia las debía dejar rotas.

Sus gemidos se convirtieron en gritos. Los gritos en síes.

Noté como su cuerpo se tensaba y su rabo se inflaba. Lo coloqué en vertical, con el glande mirando hacia su cuerpo y disfrute de lo que vino.

Seis. Siete. Ocho chorros de lefa espesa y blanca surgieron de su capullo rojo, cada uno acompañado de un estertor extático, y se esparcieron por su cuerpo, ahora perlado de sudor, alguno de los cuales le llegaron hasta el pecho.

El esfuerzo le dejó sin fuerzas y noté como su peso caía sobre mí. Yo le sostuve mientras le admiraba en el espejo, viendo como la leche corría dejando surcos brillantes en su piel, sin soltar su polla morcillona y pringosa.

Se mantuvo con los ojos cerrados mientras su respiración se calmaba. Cuando sus jadeos se suavizaron y me miró en el espejo, jugué mi última carta.

Quité mi mano de su polla, recogí parte de la lefa de su abdomen y me la llevé a la boca. Saqué la lengua y le recogí toda de tal forma que él no se perdiera nada. Sus ojos brillaron de morbo y sorpresa.

Estaba acabando de lamerme la mano cuando noté una presión diferente en mi polla. Su mano se había deslizado hasta ahí y me apretaba con fuerza. Sin darme tiempo a responder, y con su leche todavía en mi boca, se giró me desabrochó el pantalón y me sacó el rabo.

Pasó la mano por su cuerpo recogiendo los restos de su lefa y me los extendió en la polla antes de comenzar a pajearme con frenesí, agarrándome con la otra mano los huevos. No necesité muchas sacudidas para empezar a correrme como pocas veces había hecho.

Él, en un alarde de cerdeo, apuntó hacia su cuerpo y recibió los trallazos con la boca abierta, relamiéndose. No sé los chorros que solté sobre su abdomen pues estaba perdido en sus brillantes ojos marrones, pero cada uno iba acompañado por un gutural gemido.

Estuvimos frente a frente, mirándonos mientras mi respiración se calmaba. Él seguía meneándome la polla que ya menguaba de tamaño, produciéndome un calambre de placer cada vez que rozaba mi capullo. Cuando acabó se limpió los restos que colgaban de su mano en su pecho extendiéndolos hasta sus pezones y siguiendo con los chorros que le había echado encima.

Vi como su cuerpo se quedaba pringoso con ese masaje cerdo y no pude remediarlo, mi respiración no se había calmado pero me dio igual, me incliné hacia él y relamía los restos de leche que había en su pecho. Recorrí su pecho duro hacia todos lados, terminando en sus pezones con sendos mordiscos suaves que le arrancaron pequeños gemidos.

Cuando terminé volví a mirarle a los ojos, él me devolvió la mirada con una sonrisa y soltó un suspiro largo, de esos de alivio que sueltas cuando has acabado una tarea ardua. Ambos reímos.

Nos separamos y yo me dirigí hacia la puerta, acariciando su pecho de paso.

-Dúchate y luego si quieres vamos al cine.

-Sí, creo que lo necesito -dijo riéndose. Salí al pasillo y comencé a cerrar la puerta cuando oí su voz-. ¡I****!

Me giré y vi que me lanzaba algo. Lo cogí al vuelo y vi que eran sus calzoncillos amarillos. Los cogí al vuelo y me los llevé a la nariz, esnifando su esencia. Él rio antes de cerrar la puerta.

Me fui hacia la habitación pensando en lo guapo que era cuando se reía. Cogí el móvil y vi que eran las seis y media. Casi hora y media de paja y cerdeo.

Me tiré en la cama y suspiré extasiado; me centré en disfrutar las sensaciones que sentía en ese momento. El móvil vibró y vi que mi novio me había escrito. Me llevé de nuevo los calzoncillos a la nariz y los esnifé, ya habría tiempo de pensar en lo que había pasado.

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