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Si me ayuda dejo que me haga cochinadas
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Maribel estaba en el monte, dormida, tomando el sol cómo las lagartas.  Yo tenía 40 años. Iba con mi perro León en su busca cuando la vi de aquella guisa, descalza, con su falda verde arremangada bien arriba de las rodillas y con las manos detrás de la nuca, lo que al estar con una camiseta blanca de tiras, dejaba ver los pelos negros de sus axilas. Estaba en posición para comerla muy despacito. La desperté tocándole con una mano en un hombro. Abrió los ojos, se sentó, bajó la falda, y muy seria, me dijo:

-¿Por qué me molesta, señor Enrique? ¿Qué quiere de mí?

-De ti no quiero nada. Te desperté…

No me dejó terminar la frase.

-Ya, ya. ¡Quién le diera pillarme aunque fuera muerta de quince días.

Todas las guapas eran igual de presumidas, todas. Le dije:

-Eso es lo que más me gusta de ti, Maribel.

Extrañada, me miró y me pregunto:

-¿Lo qué?

-Tu delicadeza al hablar.

-¡Váyase a la mierda! Esta cómo una cabra, señor Enrique.

-De tus cabras te venía a hablar.

-¿Qué le pasa a mis cabras? -miró para donde debían estar apastando-. ¡Mis cabras! -se levantó-.¡¡Me robaron las cabras!!

-No te robaron nada. Están las seis haciendo una fiesta en la huerta de maíz del Cojo.

Echó las manos a la cabeza, y exclamó:

-¡Mi padre me mata!

-No si las vas a buscar y las traes otra vez para el monte. Yo no me voy a ir de la lengua.

-Ayúdeme a traerlas de vuelta.

-Yo no me piso las manos por ti ni por nadie. Ya bastante hice con avisarte.

Maribel estaba asustada.

-Yo sola no podré. Y si ven las cabras comiendo el maíz hay que pagárselo, y no tenemos dinero. Ayúdeme.

No eran cosas mías. Le dije:

-No voy a dar mi brazo a torcer. Maribel. Y apúrate que cuanto más tardes en sacar las cabras de la huerta mayores van a ser los daños.

Era tal su desesperación que me dijo:

-Si me ayuda dejo que me haga cochinadas.

Sus palabras me dejaron perplejo. Cochinadas significaba lo que significaba, follar. La miré a los ojos, y le pregunté:

-¡¿Cochinadas?!

-Si, cochinadas.

Aún no me lo podía creer.

-¿Seguro?

-Sí, ayúdeme, por favor.

A veces un hombre tiene que cambiar de opinión. Y no fui ningún cínico, fui un hombre con sentido común, muy común. Le dije:

-No se hable más. Vamos a quitar esas cabras de la huerta.

Maribel era rarita, era de las que iba a la fiesta del pueblo para contar los músicos (no bailaba con nadie), de las que si había un entierro contaba a los acompañantes del muerto desde la puerta de su casa, pero al entierro nunca iba, de las que le gustaba escuchar chismes sin ser una chismosa, de las de… "Mírame pero no me toques", de las que se cagaban en tu madre si le decías un piropo. Era la inalcanzable del pueblo, y físicamente era un bombón, morena, delgada, de ojos oscuros y cabello negro y largo que recogía en una trenza, de estatura mediana, sus tetas se adivinaban generosas, sus piernas estaban bien moldeadas, su culo, su cintura y sus caderas eran perfectas, y de cara era preciosa. ¿Entendéis ahora lo del sentido común?

Se puso las sandalias y nos fuimos. Cuando llegamos a la huerta y quisimos sacar las cabras de allí nos dimos cuenta de que era casi misión imposible, ya que las cornudas corrían de un lado para el otro y seguían comiendo en el maíz. No hubo manera de llevarlas para el monte hasta que mi perro se cansó de que lo quisieran cornear y las sacó con amagos de mordiscos. De vuelta en el monte, y sentada sobre la hierba ella y de pie yo, me dijo:

-Le toca cobrar, señor Enrique.

Me dio corte ser tan cabrón. Se había ido mi sentido común y volviera la sensatez, le dije:

-No hay nada que cobrar.

Miró hacia arriba con cara de ofendida.

-¡¿Cómo qué nada?! Yo pago mis deudas.

-No quiero abusar.

-De mi no abusa nadie si yo no quiero que abuse.

-Te podría romper.

-Ya no será para tanto.

Era demasiada la tentación. Saqué la polla empalmada, y queriendo saber hasta dónde quería llegar, le dije:

-Chupa.

Ni corta ni perezosa, se arrodilló, cogió la polla, la metió en la boca y la chupó cómo se chupa la cabeza de un langostino. Tuve que mover yo el culo para que le cogiera el tranquillo a la cosa y empezase a menearla. Poco después lo hacía tan bien que si no me aparto de ella me corro en su boca.

Me senté a su lado, y le dije a mi perro, un cruce de pastor alemán con dóberman:

-Vigila si viene alguien, León.

El perro, levantó las orejas, y se puso a hacer guardia. Maribel, lo miró, me cogió la polla, me la volvió a menear, y me dijo:

-Es inteligente

-Lo es. Suelta la polla y ponte a tomar de nuevo el sol tal y cómo estabas.

-¿Con la falda arremangada?

-Y descalza y con los brazos detrás de la nuca.

-¿Qué me va a hacer?

-Tú descálzate, sube la falda, pon las manos detrás de la nuca y cierra los ojos.

Se colocó en la posición en que estaba cuando la encontré. Le cogí el pie derecho, le masajeé la planta, le pasé mi barba de tres días por ella, abrió los ojos, encogió la pierna, se rio con ganas, y después me dijo:

-¡Me hace cosquillas!

-De tú, que no soy tan viejo.

Le estiré la pierna y le lamí la planta del pie. Me preguntó:

-¿Quién fue la primera a la que le hizo esta cochinada?

Le masajeé la parte superior, los tobillos y los calcañares.

-Te lo digo si me dices que haces cuando tienes ganas.

-Podría mentirte.

Le masajeé el pie.

-Sabría si me mientes. ¿Qué haces?

-Me hago una paja y me quito las ganas.

-Yo, a veces, también.

-¿Y por qué te tocas si tienes mujer?

-Porque a veces no tiene ganas, y otras…

-Y otras anda de regla.

-Eso no es un obstáculo para follarla si tiene ganas.

Quedó con la boca abierta, descolocada, cuando reaccionó, me preguntó:

-¡¿Se la metes cuando está sangrando?!

-Sí, por el culo.

Aún la descoloqué más.

-Bromeas.

-Nunca hablé más en serio.

-Por el culo. Por ahí no queda preñada una mujer. Interesante…

-Y placentero.

Cerró los ojos y guardó silencio por un tiempo. Le chupé los dedos y entre ellos…. Al acabar con ese pie, Maribel, levantó la pierna izquierda y me dio el otro pie.

-¿Quién fue la primera?

-¿A la que se la metí en el culo?

-No, la primera que te enseñó a hacer cochinadas.

-No la conoces.

-Mientes.

-No, se lo hice a una inglesa. Me dijo ella que se lo hiciera.

-¿Son tan putas las inglesas cómo dicen?

-No son putas. Creen en el amor libre. Una vez me dijo una que ellas son naturales y las españolas son unas farsantes.

-¡Tenía cara la inglesita!

-Pues yo creo que tenía razón.

-¡¿Cómo puedes decir que tenía razón?!

-Pues porque me dijo que ella cuando tenía ganas follaba con alguien que les gustaba y disfrutaban los dos, y una española en vez de disfrutar ella y esa persona se hace una paja, disfruta ella sola y después va de decente, por eso lo de farsantes.

-Cómo si esa que te lo dijo no se hiciera pajas.

-Eso mismo le dije yo.

-¿Y qué te dijo?

-Que claro que las hacía, pero cuando tenía ganas y no tenía con quien follar.

-¿Era guapa?

-Sí, muy guapa, pero tanto cómo tú.

Sonrió y no dijo nada. Le cogí los dos pies, metí mi polla entre las dos plantas y se las follé… Después subí lamiendo el interior de sus muslos morenos. Maribel abrió las piernas cuando mi lengua llegó cerca de su chocho. Vi una pequeña mancha de humedad en sus bragas blancas, pero aún no era el momento de comérselo, me eché a su lado y despacito le desabotoné los botones de la blusa, al tener a la vista su sujetador blanco, le magreé las tetas muy despacito, después le subí las copas. Tenía las tetas medianas, redondas, sedosas, duras cómo piedras, con pequeñas areolas oscuras y pezones cómo lentejas. Lamí, magreé y chupé hasta que empezó a gemir. Me preguntó:

-¿Y esto quién te lo aprendió a hacer?

-También fue la inglesa

-Mientes. ¿A cuántas se lo hiciste?

-A pocas.

-Mientes.

-No, no miento.

La besé sin lengua; sacó ella la punta de la suya, se la chupé y ya nos besamos. Volvía a las tetas… Volvía a besarla… Cuando puse mi mano sobre su chocho para masturbarla noté que tenía las bragas encharcadas de jugos. No quise perderme ni una gota, le quité las bragas y vi el vello negro de su chocho todo mojado y sus rosados labios vaginales, hinchados y abiertos. Lamí su chocho de abajo a arriba y la lengua me quedó cubierta de jugos pastosos con sabor a manzana ácida. De la garganta de Maribel salió un gemido tan dulce, tan sensual, que me estremecí. Me dijo:

-Me gusta mucho, Enrique. Quiero saber quién te enseñó a hacer estas cochinadas tan ricas, y no me digas que fue una inglesa. Se comenta por la aldea que cuando eras más joven te follabas a todo lo que se movía.

-¿Quién lo comenta?

-Las viejas. ¿Quién fue la que te abrió los ojos?

-¿A ti gustaría que le contara a alguien lo que estoy haciendo contigo?

-No, pero es que me gusta tanto lo que me haces…

A mí también me gustaba ella mucho, y a mi polla ya no te digo lo que le gustaba su chocho, tanta aguadilla soltara que estaba chorreando. No sé si fueron más de treinta o si fueron más de cien las veces que le lamí el chocho, lo que sé es que comenzó a correrse cómo una fuente. Sus jugos eran densos cómo el aceite e incoloros cómo el agua. No tembló, ni se sacudió, solo cerró los ojos, se puso tensa, subió la pelvis, gimió y acarició con una mano mi cabeza.

Al acabar le di piquitos hasta que su respiración se normalizó, en ese momento la volví a besar con lengua, volví a gozar de sus tetas, y después me metí entre sus piernas y le froté el chocho con mi polla. Maribel iba a piñón fijo. Me cogió la polla con la mano derecha, y preguntó:

-¿Quién te enseño a hacer estas cochinadas?

Quería meter, y por meter, iba a cantar.

-Jura que no se lo vas a decir a nadie.

-Te lo juro.

-Fue Pilarita.

-¡¿La muda?!

-¿Hay otra Pilarita en el pueblo?

Comenzó a hacer cuentas.

-Si ahora ella tiene sesenta años… ¿Qué edad tenías cuanto te enseñó a hacer cochinadas?

-Tenía 18 años. ¿Ya saciaste tu curiosidad?

Me soltó la polla. Quise meterla, pero no entró. Me dijo:

-Frota, pero no metas, podría quedar preñada.

Froté mi polla de abajo a arriba y de arriba a abajo en su chocho encharcado y aguanté menos que ella. No sé si llegaría a frotar unas veinte veces cuando comencé a correrme en la entrada de su vagina. Al acabar su chocho estaba lleno de leche, entre los labios y por fuera. Seguía empalmado. Me volvió a coger la polla, la puso en la entrada de la vagina, y me dijo:

-Estoy muy cachonda.

Me echó las manos al culo, me tiró hacia ella y la cabeza de mi polla entró en su chocho. Había entrado muy ajustada. Besándonos la fui metiendo hasta el fondo. Con ella dentro le di la vuelta y la puse encima. Me dijo:

-No te muevas.

No me moví. Ella tampoco se movió. Se quedó pegada a mí cómo una lapa. No sé el tiempo que nos estuvimos besando. Luego comenzó a mover su duro culo muy despacito, y poco a poco fue acelerando los movimientos… Al final ya a polla se deslizaba a lo largo de la vagina con facilidad, muy apretada, sí, pero sus gemidos y sus besos me decían que estaba disfrutando, y no me mentían, poco después comenzó a correrse mientras me chupaba la lengua, y esta vez sí, está vez su cuerpo de miel tembló sobre mi cuerpo cómo sacudido por un terremoto.

No me corrí. Tenía algo que desvirgar y no quería gastar energías. Saqué la polla del chocho y se la froté en la entrada del ojete. Riendo, me dijo:

-¿Me la quieres meter en el culo?

-Si me dejas…

-Mete, a ver que se siente.

-Date la vuelta.

Maribel me dio la espalda, la cogí por la cintura, la atraje hacia mí y le lamí el chocho empapadito de jugos de la corrida. Me dijo:

-Da un gustazo sentir tu lengua en mi coño.

Después le cogí las tetas y le lamí y le follé el ojete con la punta de la lengua multitud de veces. Cuando volví a lamer su chocho ya lo tenía de nuevo encharcado de jugos. Me dijo:

-Sigue, Enrique, sigue que me corro.

Seguí lamiendo el chocho y en minutos derramó en mi boca los jugos de una inmensa corrida.

Después de correrse y limpiarle de jugos el chocho, se volvió a dar la vuelta, puso mi polla en el ojete, y metió la cabeza. Exclamó:

-¡Duele!

A ella le dolió y a mi me vino. Me corrí cómo si sufriera de eyaculación precoz. Maribel, viendo cómo me derretía, me dijo:

-Me encanta ver cómo te corres.

Después de correrme se me bajó un poco. Siguió metiendo. Mi leche fue engrasando la polla y acabó metiéndola hasta el fondo. Ya me folló con su culo… Al rato, de tanto su ano apretar y soltar mi polla, se me volvió a poner dura, pero ya no le molestaba… Pasado un tiempo en el que me besó y me dio las tetas a mamar, me dijo:

-Métela en mi coño. Quiero correrme.

Se la metí y quien se corrió fui yo, y dentro de su coño. No porque quisiera, sino porque no me dejó sacarla, ya que se apretó contra mí. Después siguió follándome para correrse ella… Cuando estaba a punto se la saqué, le puse el coño en mi boca, se frotó con mi lengua y me di un otro atracón con su corrida y con la mía. Maribel, sacudiéndose, dijo:

-¡Diosss!

Nada más acabar de correrse, León, ladró dos veces. Maribel se quitó de encima de mí, puso las bragas, levantó el vestido y se sentó. Yo guardé la polla… Al irme vi que a lo lejos, a unos quinientos metros, venía una mujer hacia el monte con una hoz en una mano y con una cuerda en la otra.

Quique.

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