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Si los hombres lo hacen ¿por qué nosotras no? (1)
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1. Tenemos derecho a obtener placer tanto como ellos

—No insistas. Tu marido seguro ya anda de parranda —me dijo Nila al notar que Sergio no me contestaba el teléfono.

—Ay, ni me importa. Total —le respondí a Nila, pero sin soltar el auricular del teléfono.

Pero por supuesto que me molestaba no localizarlo. Sergio sí me exigía avisarle si saldría con alguna amiga (y justo por eso le llamaba, quería comunicarle que estaba en el departamento de Nila. No quería tener una discusión con él por no haberme “reportado”.), mientras que él ni se molestaba en avisarme si no estaría en casa o si llegaría tarde.

—Para qué le hablas. Diviértete sin pensar en él.

—Es que si no le aviso luego me echa la bronca. Disque porque se preocupa, según dice.

—Sergio sólo te quiere tener controlada.

—Pues sí pero…

—Aprende a vivir sin ataduras —me insistió ella.

Siempre que salíamos juntas Nila me animaba a vivir sin preocuparme por lo que diría mi marido. A divertirme sin angustiarme. Pero conociéndola, la verdad, siempre temía hasta dónde llegarían sus planes, pues Nila es la mujer más libidinosa que he conocido.

—Y ahora, ¿qué locura tienes en mente? —le pregunté mientras colgaba el teléfono.

Ella, retocando su peinado frente a un espejo, sonrió de una forma que sin decir nada ya me hacía una idea.

—Hoy le ponemos, eso seguro —dijo, y volteó a verme.

Era evidente que Nila estaba totalmente decidida y me arrastraría a otra de sus impetuosas aventuras sexuales.

Y así Nila me llevó a una sex shop ubicada en la Zona Rosa. En esos años (principios de los noventa) no eran tan comunes, de hecho esa fue la primera vez que yo entré en un lugar así.

Las vitrinas y estantes estaban colmados de distintos objetos fálicos; revistas pornográficas; videos; prendas íntimas; disfraces y demás artículos por el estilo. Nila me mostró la calidad y el calibre de unos penes de silicón que tomó de una repisa. Me sorprendió el increíble detalle en ellos. Incluso tenían una textura bastante realista con todo y venosidades. Tomé uno, aunque con cierta vergüenza. Temí las miradas de las personas a nuestro alrededor, sobre todo porque éramos las únicas mujeres que estábamos allí en ese momento. Como ya he dicho eran otros tiempos. Aunque luego me dio risa su largo tamaño y extremo grosor.

—¿Te imaginas si hubiera hombres con este tamaño de…? —le comenté, mientras comparaba el tamaño y grosor de aquel miembro fálico con los de mi propio brazo, que era casi tan largo pero notablemente más delgado que aquel juguete.

—Pero sí que los hay —afirmó Nila.

Me sentí como una tonta. Yo nunca había…

—Mira. Ahí está lo que vinimos a buscar —me dijo de pronto.

Al principio creí que se refería a algún artículo de la tienda. No podía imaginar qué tipo de objeto, y con qué propósito, había venido a buscar. Tardé en comprender que los “juguetes sexuales” a los que se refería eran muy distintos a lo que yo podía suponer. Nila me señalaba a tres chicos que estaban a unos metros de nosotras.

—¿Cómo ves…? ¿Nos los llevamos?

—¡¿Qué?! ¡No! ¡¿Cómo… cómo crees?! —dije, sorprendida ante tal proposición. Y es que aquellos tres eran muy jóvenes, unos chamacos. Se les notaba no sólo en su apariencia sino en su comportamiento, pues se la pasaban riendo y vacilando de cualquier objeto que observaban.

No podía creer que aquello cruzara por su mente. Ella era una mujer casada, ambas lo éramos. Estábamos casadas con exitosos empresarios; de hecho por eso nos habíamos conocido. ¡¿Para qué arriesgar nuestros matrimonios por un disparate?! Aquellos muchachos eran unos chiquillos comparados con nosotras… bueno, en ese entonces aún éramos jóvenes, pero…

—Mira —me dijo ella sin embargo—, ¿cuándo has vivido algo así? Te apuesto a que nunca te has atrevido a siquiera pensar en hacerlo con un hombre menor que tú. Y no me digas que no te pica la curiosidad la simple idea de hacerlo.

—¡Pero Nila, estos son unos chamacos! ¡¿Qué tal si nos metemos en problemas?! ¡Podrían acusarnos de…!

—Ay Feli. De seguro son mayores de edad, digo, deben de serlo para que los hayan dejado entrar en una tienda como ésta. En la entrada les debieron exigir sus identificaciones. Vente, vamos.

Y caminó hacia ellos. Yo me quedé ahí parada, aterrorizada de las posibles consecuencias de los actos de mi compañera. Llegué a pensar en irme, dejarla ahí mismo.

—Hola, mi amiga y yo nos preguntábamos si alguno de ustedes estaría interesado en mostrarnos el funcionamiento de uno de estos aparatos —pude escuchar que eso les dijo, a la vez que tomaba una de las cajas que los jóvenes habían estado curioseando.

Contenían unos cilindros transparentes con una perita de hule, semejante a la de los aparatos con los que toman la presión arterial.

Los tres chicos se quedaron boquiabiertos ante el abordaje de mi amiga.

—Disculpe, pero nosotros no trabajamos aquí —contestó el más correcto (o el más ingenuo) de los tres.

—Claro que no. Sé que ustedes únicamente están viendo la mercancía como nosotras. Es sólo que pienso regalarle una bomba de vacío a mi marido, pero antes quisiera ver cómo funciona. Miren, qué les parece si vienen a mi departamento y les invito unas copas a cambio de que me permitan probar una de éstas en ustedes. ¿Eh? ¿Qué les parece?

No puedo describirles la expresión en sus rostros sin quedarme corta. Era evidente que aquellos tres no podían creer su buena suerte. Seguramente habían entrado allí sólo para vacilar y andar de calenturientos, y jamás se habrían imaginado que iban a toparse con una mujer que les ofreciera una oportunidad así. Y siendo una mujer tan atractiva como mi amiga pues…

Mientras Nila pagaba el producto los tres chicos no dejaban de observarle su trasero, era evidente lo que los motivaba para irse con dos desconocidas. Luego, mientras ellos recogieron sus mochilas que habían dejado en paquetería, me aproximé a Nila para hablarle en privado.

—¿Cómo puedes hacer algo así? ¿Cómo pones en riesgo tu matrimonio sólo por una aventura? ¡¿Qué tal si Heraclio se entera?! ¡Alguien podría decirle! —le dije.

—¿Te preocupas por mi esposo? Mira, es obvio que Heraclio hace este tipo de cosas todo el tiempo. No dudo que él se lleve a tres jovencillas a la cama si ve la oportunidad. ¿Y qué, las mujeres no tenemos derecho a satisfacernos de la misma manera?

Yo no opinaba igual que ella en aquel momento. Después de todo, la educación que me habían inculcado mis padres pesaba. Aún recuerdo los consejos que mi madre me dio el día de mi boda: “El matrimonio es sagrado, recuérdalo bien. Nunca le vayas a faltar a tu hombre. Acuérdate Feli, primero Dios y luego el hombre”. Hoy eso se consideraría puro machismo (machismo viniendo de una mujer, ¡imagínense!), pero en esos días las propias madres daban ese tipo de consejos, o más bien mandatos.

Aquellos muchachos se nos acercaron. En sus rostros se notaba entusiasmo exacerbado. También a mí me miraban con avidez y morbo. Nunca antes había sentido unas miradas tan intensas, tan deseosas. Seguro que aquellos muchachillos vislumbraban lo que harían con nosotras.

Nila me miró como cuestionándome si me decidía a acompañarla en la juerga.

—Bien, vamos —le dije, y al escucharme me sentí como si la que hubiese hablado fuera otra. Pero creo que el ser apreciada, el ser vista de aquella manera me había alentado el orgullo.

‘Ora sí que decidí “aventarme al ruedo”, como diría mi padre. Caray, mi Padre. El pobre se hubiera ido de espaldas si me hubiese visto en ese momento. A él le fascinaban los toros y hacía alusiones a la fiesta brava todo el tiempo, como alentando a vivir sin temor. Por eso algo que usualmente decía era: “en la vida no hay que tenerle miedo a nada, hay que aventarse al ruedo cuando es necesario”. Y eso estaba por hacer esa noche. Pareciera que sus mismas palabras me hubieran alentado, aunque ya me imagino cómo hubiese reaccionado si me viese en esa situación, Nila y yo estábamos por tener “tremenda faena”, jaja. Claro que en ese momento ni siquiera me imaginaba hasta dónde llegarían las cosas.

Cuando regresamos al departamento de Nila, ésta les invitó a los muchachos diversas bebidas alcohólicas al gusto de cada quien. Allí, entonados y relajados, comenzó a charlar con ellos. Yo guardaba silencio no sabiendo qué decir, pero, a decir verdad, me mantenía expectante, atenta.

Sin tapujos, Nila les preguntó si ya habían tenido experiencias sexuales antes. Esto tomó a los tres jóvenes por sorpresa. No podían dar crédito a lo directa que en el ámbito sexual podía ser su anfitriona.

Gracias a sus respuestas pude darme cuenta que el más extrovertido era Pepe, un muchacho varonil y el más guapo de los tres, quien evidentemente no era ningún inexperto en el tema. Domingo, un joven moreno, chaparrón y fornido, era el “cómico” del grupo, diciendo cualquier graciosada, y burlándose a la menor oportunidad sin miedo al ridículo. Por último, Tomás era el chico más callado y, supuse, el más inocente. Pude notar que éste, además de sonrojarse, evadía mi mirada.

«Éste ni siquiera ha besado en su vida», me dije.

—Vamos a jugar a la botella —propuso Nila espontáneamente—, y a quien le toque va a tener que contar una experiencia sexual real. Quiero saber si de verdad son tan machitos.

Noté que Tomás estaba nervioso, probablemente temiendo que le tocara a él. De seguro no tenía nada qué contar. Para su fortuna fueron sus compañeros los primeros en salir escogidos. Cada uno narró su historia con notoria fanfarronería y exageración.

Para buena suerte de Tomás (y mía, puedo decir) la siguiente seleccionada fue Nila.

—Bueno, hace unos días acompañé a mi esposo a una cena con unos socios suyos, en un restaurant de la ciudad. Mientras él conversaba airadamente con uno de ellos, yo mantuve un juego de miradas con otro quien me pareció bastante atractivo. Nos estuvimos comiendo con los ojos prácticamente. Logramos entendernos muy bien sólo con las miradas. Así que, luego de decirle a mi marido que iría al sanitario, le indiqué que me acompañara. Aquél asintió y me siguió poco después, disimuladamente. Ambos nos metimos al baño de mujeres dentro del cual nos encerramos. Ahí me lo cogí de lo más rico —mientras Nila describía esta última parte, sus caderas se movían como representando lo narrado. Los muchachos, quienes no perdían detalle, parecían totalmente embobados.

—Y el güey de tu esposo, ¿qué no se dio cuenta? —preguntó, sin ningún recato, Domingo.

Nila rio y noté que tal pregunta la satisfacía pues inmediatamente contestó:

—Cuando salí y regresé con él, el muy pendejo ni notó que se me habían venido en plena boca a pesar de que lo besé.

—Órale, ¿llevabas la boca llena del esperma del otro? —comentó Pepe.

Nila asintió riéndose. Todos reímos imaginando tal escena.

Domingo notó que a Tomás se le había establecido una perceptible erección bajo su pantalón. Inmediatamente realizó comentarios burlones sobre él.

Nila, sin embargo, se le acercó al muchacho y le palpó el bulto.

—Bueno, por lo que se puede observar, tú serás el primer voluntario para mostrarme qué tal funciona el artículo que compré —le dijo Nila, quien luego ordenó—. Muy bien, bájate el pantalón y sácate la verga. Es momento de probar esa bomba de vacío que compré.

Hubo sorpresa y risas nerviosas. Como que a los chicos aún les costaba creer que aquello estuviese pasando. A Tomás le temblaban las manos mientras procedía a liberar su erección. Nila sacó el producto de su caja y armó sus piezas. Tomás seguía temblando y tenía las mejillas tan coloradas que me hizo recordar a la pequeña Heidi, una caricatura que veía de chiquilla.

—Bueno, vamos a ver —y con aquel cilindro transparente en una mano, Nila lo guio hacia el pene de Tomás, el cual tomó con su otra mano y, con el propósito de que entrara fácilmente en la abertura propicia para ello, le lengüeteó la punta del miembro.

Sin embargo, Tomás no pudo soportar el roce lingual en su área íntima y eyaculó sin poder contenerse. Nila no tardó en regañarlo.

—¡¿Cómo no pudiste aguantarte?! ¡¿Qué… eres un crío?!

El pobre chico resintió aquella reprimenda (de seguro así se sentía frente a sus camaradas) y yo sentí pena por él.

—Oye, Nila, ¿por qué no pruebas con Pepe? —sugerí y me sorprendí de mi atrevimiento. Pero no quería ver sufrir más vergüenza al pobre de Tomás frente a sus amigos.

Nila aceptó mi propuesta y, tras descubrirse el sexo, Pepe mostró que éste era particularmente largo. Sólo que aún lo tenía flácido. Nila, sin pensárselo, lo tomó y con mano y boca experta lo provocó para que se erectara. Viendo esto los chicos estaban sorprendidos y entusiasmados.

—Eso, así —dijo Nila mientras introducía aquel largo falo en la cámara propicia para ello—, ahora muéstrame qué tal funciona la bomba que compré —y comenzó a oprimir la perita de hule bombeando el aire que contenía el cilindro hacia el exterior.

Yo estaba maravillada, el pene, que de por sí era de considerable largueza, se inflamó aún más de lo que estaba tras la manipulación de mi amiga. Conforme la mano de Nila bombeaba aquella perita de hule, en el interior del recipiente el pene se abultaba. La transparencia del tubo nos permitió atestiguar el incremento de tamaño en el miembro de Pepe. Él mismo estaba sorprendido, sus amigos igual. Todos estábamos asombrados. Supongo que Nila era la única acostumbrada a ver algo así, pues procedía de la forma más natural. Era increíble ver cómo el ya de por sí erecto miembro de aquel chico crecía aún más, hinchando el glande hasta el punto de amenazar con estallar. Por la expresión de malestar en el rostro del chico, los demás nos dimos cuenta que la presión sanguínea en su pene ya era excesiva, e incluso dolorosa.

—Ya Nila, por favor para ya, ¿qué no ves que le haces daño? —le pedí suplicante, temiendo que le hiciera algún daño permanente al pobre muchacho.

Temía que, como película de horror, terminara explotando la sangre ante la vista de todos nosotros.

Nila por fin se detuvo y abrió una válvula permitiendo la entrada de aire nuevamente. Cuando por fin retiró el cilindro, todos pudimos atestiguar el tremendo tamaño del falo de Pepe. Hasta él mismo se veía impresionado por la inhabitual talla de su miembro.

—Bien, pues parece que en verdad funciona esta cosa. Claro que mi marido necesitará más bombeo y, aun así, no espero que su verga crezca tanto —dijo Nila, señalando con uno de sus dedos un tamaño evidentemente pequeño.

Todos rieron, y yo misma no pude contenerme.

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