Hace un tiempo me apunté a un gimnasio 24 h, de estos a los que puedes ir todos los días del año a la hora que te dé la gana. En alguna ocasión, cuando sufro de insomnio, me levanto a las 5 de la madrugada y me voy al establecimiento deportivo para hacer algo de pesas y cardio y así agotar al cuerpo, para coger el sueño mejor.
Una de las veces que fui al gym de madrugada, a la media hora de estar allí (practicando mis ejercicios sin más compañía que la música que puse en los altavoces utilizando el Bluetooth de mi móvil), pues oigo unas voces en el pasillo de la entrada. Observo detenidamente quién podría ser y descubro que son tres chicas, que venían con una buena curda.
Una, que era la que estaba más perjudicada por el exceso de alcohol, lleva media melena teñida de tres colores (azul, violeta y rubio). Vestía una blusa blanca y un pantalón vaquero acompañado de unos tenis blancos (haciendo juego con su blusa). Luego supe que se llama Ainoa. Es muy hermosa de cara. La tiene ataviada con cinco piercings repartidos por nariz, labios y lengua. En su frente llevaba escrita con rotulador una palabra casi ilegible ya, por el paso de las horas: “Bitch” (“Puta” en inglés).
Otra, tiene el pelo muy corto y rubio, llevaba un vestido entubado y con zapato plano. Esta se llama Frida. Tiene los ojos verdes y los labios muy carnosos y sensuales. La tercera lleva una melena morena larga (casi hasta la cintura), y muy lacia. Vestía un top gris y una minifalda de pana color azul. Se llama Iria. Sus ojos negros te penetran el alma. De estatura, las tres andarían entre el 1,60 m y el 1,70 m. Ainoa y Frida son muy delgadas y casi planas de pecho. Iria es más anchota de cachas y muslos. También tiene más volumen de pecho.
Entraron en la sala de máquinas sin cambiarse de ropa ni nada. Con la ropa de calle pretendían hacer deporte. Seguro que fue una ocurrencia de última hora, para rematar la noche. Ni se molestaron en ir al vestuario.
Ainoa, que tambaleaba bastante, tuvo la ocurrencia de querer practicar sentadillas con barra. Le metió unos 40 kg.
—¿No es un poco peligroso practicar pesas con la cogorza que lleváis? —le pregunto a Ainoa.
—¿Tú de qué vas? ¿De nuestro papaíto? —me suelta Ainoa.
Me coloqué prudentemente detrás de ella. Efectivamente ocurrió lo que me temía. Cuando Ainoa intenta levantar la barra, casi se cae. Gracias que yo acudí a tiempo. Sujeto la barra y la coloco en su sitio. Después agarro a la manceba por la cintura, para que no se desplome en el suelo, y la tumbo en una colchoneta.
—Duerme un poco la mona y deja de hacer la idiota. Y vosotras dos, pegaos una ducha a ver si espabiláis un poco y os despejáis de la curda —les ordeno, casi como un sargento de milicia.
Frida e Iria aún tardaron una media hora en volver de las duchas. Yo, mientras tanto, seguí con mis ejercicios. Hoy tocaba la zona dorsal.
Cuando Frida e Iria aparecieron en la sala de máquinas, estaban un poco más despejadas. Entonces Frida me cuenta:
—El novio de Ainoa cortó con ella esta noche y le dio por beber para ahogar sus penas. Nosotras, para no aguantar su borrachera destructiva, quisimos pillar ese puntito, que te pone contenta, y así intentar animarla con la risa fácil de las gracias tontas.
—Deberíais llevarla a las duchas y que se remoje un poco —digo, señalando a Ainoa.
—Más tarde. Ahora es mejor que duerma la mona un rato. Y a ti, ¿cómo te dio por venir al gimnasio a estas horas? —me pregunta Iria.
—Me desvelé y preferí aprovechar el tiempo haciendo un poco de deporte en vez de ponerme a contar ovejitas —mi comentario les hizo soltar unas carcajadas.
—Pues nosotras es la primera noche de juerga que nos vamos de vacío para casa. Siempre nos tiramos a algún mozalbete con buena planta. Pero esta noche, por culpa de consolar y entretener a Ainoa, nos vamos sin catar a un buen macho. Por cierto, ¿te apetecería rematar, ponerle el broche a nuestra noche, para no romper con la estadística? —comenta Frida.
—La verdad es que estás de muy buen ver, para ser un cincuentón. Además, has sido como nuestro Ángel de la Guarda. Gracias a ti no hemos acabado en el hospital con alguna fractura. A nuestro Ángel de la Guarda tenemos que concederle cualquier deseo que nos pida —soltó Iria, con mucha guasa.
—El gimnasio está lleno de cámaras. Si no os importa ese detalle, por mi parte, estoy dispuesto a montarme un trío con vosotras. La verdad es que sois dos veinteañeras muy buenorras.
—Las cámaras nos provocan más morbo. Nos divierten los voyeurs. ¡Que la persona que controle las cámaras se masturbe a nuestra salud! —dijo Frida, con cierto desparpajo.
Frida se desentuba el vestido y se descalza. Se queda en pelota viva, ya que la ropa interior la había dejado en el vestuario. Lo mismo Iria. Se quitó el top y la minifalda en tres segundos.
Yo estaba algo sudado y les comento que preferiría pegarme una ducha antes de empezar la faena. Ellas me dicen que no es necesario, que les excita muchísimo el observar a un hombre musculado y sudado. Pues me quito mi camiseta, mi pantalón corto y mis tenis y, ¡manos a la obra!
Me encanta disfrutar de unos buenos preliminares. Frida e Iria se tumban en unas banquetas y les voy comiendo la panocha de forma alterna. Me enorgullece el ver la cara de vicio que ponen las hembras, gracias a mis habilidades bucales, cuando les morreo de lo lindo la almeja. Frida ponía los ojos en blanco y no hacía más que decir “Ha sido una buena idea el venir al gimnasio”. Iria bizqueaba y se mordía los labios cuando yo intentaba, con la punta de mi lengua, tocarle el útero. Esta contesta a su amiga con un “Tienes razón, Frida, en la discoteca no creo que encontráramos a ningún niñato que nos comiera el coño con tal destreza”.
En esto que se despierta Ainoa y dice:
—Tengo ganas de orinar y no me apetece caminar hasta los baños, ¿qué hago?
Entonces yo me tumbo en el suelo y le sugiero:
—Orina sobre mi cara. Piensa que soy tu exnovio y véngate.
Ainoa, al ver el despelote que teníamos montado, no se lo piensa dos veces y se desabrocha la blusa, se quita los tenis y se desenfunda los jeans. Llevaba un sujetador color rosa y unas braguitas negras. Se las quita y pregunta:
—¿No debería ducharme antes de entrar en la orgía?
—No hace falta. No me molesta el olor a hembra ebria —le comento.
Entonces se aproxima hacia mí, se coloca en cuclillas sobre mi cara y descarga una buena cantidad de pis en el interior de mi boca. Yo bebo toda la cantidad que puedo. Aquella orina tenía un regusto a zumo de cebada. Se notaba que Ainoa había ingerido una buena cantidad de cerveza aquella noche. Cuando acabó de descargar su vejiga, aplasta su pubis contra mi cara y me suelta:
—Límpiame bien los bajos, cabrón. Los hombres solo servís para hacer de bidés, de Kleenex, para limpiarnos el conejo una vez acabada la meada.
Ainoa estaba muy escocida, sentimentalmente, por la ruptura con su novio. Pero aquella madrugada, yo me encargaría, de que también le quedara bien escocido el chocho.
Colocamos varias colchonetas en el suelo. Yo me tumbo sobre ellas, boca arriba. Frida decide montar sobre mí y calcarse mi polla hasta el fondo. Ainoa e Iria se van turnando a la hora de sentar sus pubis sobre mi cara, para que les lama bien a fondo sus coños.
A los diez minutos, Frida comienza a gemir como una posesa y aúlla un “Me corro”. A los pocos segundos se baja del potro y otra hembra ocupa su lugar, en este caso fue Iria. Ahora son Frida y Ainoa las que se van turnando para que les coma el chocho. Ainoa se corre en mi boca. Aprieta con tal furia su entrepierna contra mi cara que en ocasiones parece que me falta el aire. A los pocos minutos la sigue Iria, que cabalga sobre mi polla como si fuera una jinete mapache huyendo del 7.º Regimiento de Caballería.
—¡Qué aguante tienes! ¿Y tú no te corres? —me pregunta Frida.
—Prefiero aguantar el máximo de tiempo posible, hasta que vosotras os corráis dos o tres veces, por lo menos. Entonces ya me llegará a mí el turno —le contesto.
Nos tomamos un descanso y nos vamos los cuatro al vestuario de mujeres, para pegarnos unas duchas. Ni qué decir tiene que en todo el tiempo que estuvimos bajo los chorros del agua, yo me dedicaba a enjabonarles cada centímetro de sus esculpidos cuerpos, regodeándome en sus puntiagudas tetas. Mi verga estuvo enhiesta en todo momento. Las chicas, en ocasiones, se arrodillaban y me pegaban unas buenas chupaditas en el glande y me lamían el resto del tronco, como si fuera un polo de naranja.
Ya de vuelta a la sala de máquinas, Ainoa me pide que me la folle, ya que es la única que no probó mi rabo todavía. Se pone a cuatro patas y me dice que le dé caña de la buena, que tiene a punto de caramelo otro orgasmo. No la hago esperar, y cogiéndola por las caderas, se la enchufo entera de una sola estocada. Me la trajino a un ritmo de tres emboladas por segundo. En ocasiones le recojo el pelo con mis manos para observar la cara de golfa viciosa que pone. No hacía más que decir “Sigue así. No bajes el ritmo, que me viene ya”.
Efectivamente, a los pocos segundos suelta un berrido que parecía que la estaban estrangulando. Se quedó tan extasiada que se recostó, de bruces, sobre la colchoneta. Yo no pude aguantar más, ya que Ainoa era la que más cachondo me ponía (por lo golfa y guarra que era), y me corro en el interior de su chumino. Ainoa se quedó un tiempo acostada, como soñolienta.
Frida e Iria estaban como motos deseando montar en el tiovivo. Pero al comprobar que yo me había corrido, Iria me suelta:
—¿Tú no ibas a aguantar hasta el final de la juerga? Pues aún queda mucha traca y nos hemos quedado sin mecha.
—Tranquila. En un cuarto de hora estoy como nuevo. Mientras, os lameré las almejas. No os voy a dar tiempo a enfriar.
Mientras le comía la concha a Frida, Iria me soplaba la verga, para ir poniéndola a tono, y viceversa. Cuando ya mi picha comenzó a reaccionar a tanta mamada, chupetones y lametazos de aquellas dos bocas viciosas, me siento en una de las máquinas previstas para hacer pierna y le pida a Iria que se siente sobre mi polla, dándome la espalda.
Iria cabalgaba con tal ímpetu sobre mi entrepierna, que la melena le tapaba casi toda la cara. Entonces, sin perder comba, le pide a Frida que le acerque una goma y se recoge el pelo en un semi moño.
Está un buen cuarto de hora subiendo y bajando por mi mástil. Este estaba bien lubricado por sus efluvios. Cuando llega al orgasmo, se calca bien adentro mi pene y practica un hula hoop. Gracias a un espejo que había enfrente, yo pude observar su rostro. Tenía la cara totalmente desencajada del inmenso placer que había experimentado.
Sin cambiar de postura se sube a mi rabo Frida. Esta, al tener el pelo muy corto, no tuvo la necesidad de atárselo. Esta furcia también aguantó lo suyo antes de llegar al clímax. Yo bufaba, intentaba mantener la mente fría para no correrme aún. No hacía falta que le ayudara a Frida, con mis manos, a subir y bajar por mi tranca, ella sola cogía impulso y se clavaba y desclavaba casi entera mi polla. Cuando llega al orgasmo suelta:
—¡Joder, vaya remate de noche de juergas! Jonathan es un buen puto. Es una excelente muestra de macho semental. Sabe cómo complacer a sus tres doncellas.
Yo les digo que no puedo más, que me voy a correr otra vez. Entonces acuden junto a Ainoa y la despiertan con estas palabras:
—Ainoa, despierta, que Jonathan se va a correr y queremos que lo haga en nuestras caras.
Ainoa, medio soñolienta, se yergue. Las tres se colocan de rodillas enfrente de mi polla, que estaba a puntito de explosionar. Ainoa balbucea un:
—¿Pero se va a correr tan pronto? ¿Es que ya nos vamos?
Yo observo las caras de vicio que ponen. Estaban sedientas de semen. Ainoa me pone mucho. Con sus dos piercings en las narices, uno en el labio inferior y otros dos en la lengua, se convirtió en la perfecta nominada para recibir la mayor cantidad de chorros de lefa posible, de entre ellas tres.
Noto que un cosquilleo me sube por el tronco de la verga. Por la uretra asoma el primer disparo de lechada. Dos chorros se los obsequio a Frida, otros dos a Iria y el resto (que serían unos cinco), se los regalo a Ainoa. Se los reparto por mejillas y boca. Aunque se duchó, todavía se le notaban, en la frente, algunos restos de tinta con la palabra “Bitch”.
No pude evitar el agacharme e ir pegándoles un buen morreo, una a una. Ellas me pasan algo de mi propio semen al interior de mi boca.
Nos intercambiamos los teléfonos. Como frecuentamos el mismo gimnasio, no nos será difícil el planear otro encuentro morboso como este. Espero que Ainoa tarde mucho tiempo en encontrar novio.