Fue una noche de verano junto a Julio, estábamos de vacaciones aislados del mundo. El calor nos invitaba a desvelarnos y hacer de nosotros lo que quisiera.
Habíamos planeado ir a ver la playa nocturna, tirarnos en la arena y tomar unas cervezas. Queríamos una noche distinta, de paz y tranquilidad. Sin dudas fue la mejor opción.
La noche era cálida y oscura, no había ni un alma en la calle y eso era ideal para pasar una velada romántica.
Comenzamos a caminar por la playa justo por la orilla. Jugaba con mis pies en el agua mientras hablábamos de historias que ya ni recuerdo, pero que sin lugar a dudas fue una de las charlas más profundas que habíamos tenido.
Nos sentamos en una manta arriba de la arena, en un rincón un poco apartado de todo. Se escuchaban los autos de fondo pero no nos importó.
-Que linda que está la noche -dijo Julio y me abrazó.
-Lindo que todo esto estemos haciéndolo juntos -le dije sonriéndole. Le devolví el abrazo y lo besé apasionadamente.
Nos envolvimos en un beso mojado, de esos que las lenguas se enredan y juguetean sin cesar. Comencé a sentir como subía la temperatura y eso me gustaba mucho.
Julio comenzó a subir sus manos por mi cuerpo, llegando a tocar mis senos. Jugaba con mis pezones, los acariciaba y empezaba a pasar su lengua por ellos. Era un placer exquisito y la idea de que alguien pudiese vernos me excitaba muchísimo.
Lo toqué por debajo del pantalón y sentí su verga dura y húmeda, era perfecto. Estaba muy caliente.
Me sacó el short y me recostó. Introdujo su pene erecto dentro de mí. Jadeé y suspiré, me volvía loca todo lo que ocurría en ese instante. Éramos fuego a punto de estallar.
Mi vagina estaba mojada. Julio estimulaba mi clítoris mientras me cogía despacio, suave, lento. Podía oír nuestras respiraciones aceleradas mientras se alborotaban nuestras lenguas, quienes se encontraban en un beso interminable, en una especie de baile continuo rozándose y lamiéndose la una con la otra.
Se salió de mi para luego continuar tocándome. Lo hacía con sus dedos, me masturbaba y yo sentía que el mundo dejaba de existir. Introducía sus dedos en mi concha mojada, era capaz de hacerme tocar el cielo sin necesidad de llegar a él. Jugaba con mi clítoris y eso hacía que me retorciera de placer.
Comencé a masturbarlo lo suficiente para que acabara. Podía ver su cara de placer, le gustaba mucho. Estaba caliente, muy caliente y eso era algo que me volvía loca.
Oímos ruidos, parecía a lo lejos ver que había alguien viniendo hacia nosotros. La adrenalina del momento nos llevó a excitarnos aún más, tanto que cuando quisimos darnos cuenta explotamos de placer.
Estaba mojada, acalorada. Y él también.
Nos pusimos rápidamente la ropa. Él su pantalón, yo mi short.
Veíamos como se acercaba la gente de a poco al lugar en el que estábamos mientras nosotros tomábamos una cerveza y nos abrazábamos otra vez.
-Me gusta estar acá -le dije al oído mirándolo con dulzura y una sonrisa pícara. Acto seguido me besó la frente.
Todo estaba bien.