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Sexo en la iglesia
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Ayer por la mañana saliste de casa sin rumbo fijo, te habías levantado con esa sensación de que todo estaba gris, sin ningún valor ni aliciente…

Entre tu casa y el mercado hay una iglesia, la cual dicen que por dentro es valiosa por las tallas que tiene. También te has fijado que muchas mujeres yendo a la compra, incluso llevando sus carritos, entraban a la misma. No eres una persona creyente, las religiones siempre te han parecido causa de odios y guerras, eres temerosa de tus propios actos e intentas no causar daño a nadie y sacando unas palabras –no exactas- de la Biblia, te basas en la ley del talión, o esa que dice más o menos "no hagas a los demás lo que no quieras para ti, pues el mismo boomerang puede alcanzarte". Vaya… me estoy descarriando un poco de lo que quería contar.

Entraste a la citada iglesia con la intención de visitarla y sentarte un rato, al igual que si lo hicieras en un banco de la plaza. En los primeros bancos estaba sentado un hombre que parecía muy concentrado en sus rezos. Te fuiste acercando a los laterales donde te habían indicado lo de las tallas y sí, realmente había un par dignas de mención, cosa que no describiré pues no soy entendido en arte, sólo podías decir si te gusta o no. Entonces percibiste otra figura más apartada y con disimulo te acercaste a ella y… me viste; nunca habíamos cruzado una palabra, pero sabías muchas cosas de mí, que era un hombre inteligente, vivía con pareja, algo extrovertido con la gente, pero sí muy apreciado por mis pocos amigos. Te atraía, eres bastante parecida en muchos sentidos -vivir con pareja, pero independiente y con alguna rareza.

Con disimulo para que no se te notara a una legua, te acercaste y te paraste mirando un cuadro de la pared junto al banco donde estaba sentado. Eres mujer con algunos recursos e imaginación cuando se trata de lograr algo, y a veces, no siempre, lo consigues. Repito, te acercaste y disimulando una especie de dolor de cabeza, te apoyas en el banco donde yo estaba y dijiste "Perdón, déjeme sentar… me ha dado un vahído y temo desmayarme".

Con gentileza yo te cogí del brazo y te hice sentar a mi lado, te pregunté si había alguna causa para ello y si te podías ayudar. "No –respondiste- sólo ha sido un pequeño trastorno, quizás es que mi desayuno ha sido muy ligero, gracias, ya me voy recuperando".

Mas como eres un poco "mimosa” te acurrucaste más a mi lado rozando casi las mejillas. Tu ardid plan no tardó en hacer su trabajo, te cogí las manos, me acerqué más a tu rostro y súbitamente te besé. El primero fue suave, gentil diría, pero pronto, los besos se hicieron apasionados, ardorosos y naturalmente tú me los devolviste. ¡Mis manos ya no estaban quietas, buscaban la abertura de tu blusa para introducir mis ágiles y potentes manos, me dejaste y las tuyas, buscaron lo que tanto deseabas, mi entrepierna y… gozo! Estaba teniendo una erección más que pronunciada. Una de mis manos mientras se deslizaba en tu fina blusa buscando tus ansiosos pezones, la otra se fue introduciendo en tus pantalones, ¡gloria bendita!… Ya digo… no eres muy creyente, pero dejaste escapar un suspiro diciendo… gracias dios mío, quizás por eso de estar en una iglesia.

Como sólo estábamos en los preliminares y nuestra excitación iba en aumento, teníamos que buscar, con urgencia, un lugar lejos de la mirada de aquella mujer o de otros feligreses que pudieran entrar. Estábamos al lado de un confesionario y allí fuimos. Como es de suponer el cubículo no era excesivamente grande como para movernos a nuestras anchas, pero era tal nuestro deseo que no hicimos caso de esta menudencia.

Me bajaste la cremallera y… ufff… que placer ver ese tesoro, y sin titubear te lo introdujiste en tu boca. Comenzaste con suaves toques de lengua por los costados, arriba y abajo, mi expresión te lo decía todo, y con ella te aplicaste más a tu trabajo. Pusiste mis preciadas bolas dentro de tu boca, jugando con ellas… las paladeaste, luego fuiste de nuevo al mástil y pasaste con delicadeza tu lengua por el glande gordo deseándote, sabes que eso me volvería loco, lo mismo que tú por ser la causante del placer, y como dentro del vórtice de un tornado y dentro de la estrechez donde estábamos, empecé a darte la misma satisfacción; te levanté y me arrodillé ante ti, mi lengua hacía maravillas con tu clítoris que, por encontrarnos en una iglesia, te hacía volar al séptimo cielo –si es que existe ese lugar-.

Te excitaste tanto que a punto estuviste de lanzar un grito, te contuviste y te mordiste los labios, pero susurraste "Cabrón, no pares. NO PARES… mátame de placer". ¿Cuántos orgasmos tuviste? Pues no lo sé, yo solo sé que quería darte más y más. Y así estuvimos, diría yo, casi una hora. Teníamos que marcharnos, quizás el párroco entrara y… vaya situación.

Antes de salir a la calle nos compusimos las ropas como pudimos.

Tu día gris se había convertido en otro, con todos los colores del arco iris. Fuimos a una cafetería para reponer las fuerzas desgastadas y planear otro nuevo encuentro, en tu casa, en la mía o donde surgiera.

Comprobaste que era un hombre mucho mejor de lo que te habías imaginado, cabal en sus ideas y… tampoco creyente, ¿fue el destino el que nos unió al haber ido también a la iglesia por unos motivos semejantes a los tuyos? Ya lo veremos en otros futuros relatos.

Espero que os gustara este corto relato y que me dejéis comentarios y valoréis, es gratis y se agradece.

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