Viví siete años en la ciudad de Córdoba. Allá dejé a muchos amigos, por lo que cada tanto viajo a visitarlos. Casi siempre voy en avión, a veces en auto. Pero esta vez tenía ganas de hacer algo diferente, de vivir una experiencia nueva, así que saqué un pasaje para viajar en tren. Un viajecito de veinte horas no me vendría nada mal para desconectar. Pero al final, la puta que hay en mí pudo más e hizo que mi simple plan se convierta en uno mucho más intenso.
El viaje se tornó por demás aburrido. Demasiado lento, demasiado campo alrededor. Aproveché para mirar algunos capítulos de una serie, leer y escuchar música. A mitad de la madrugada me dieron muchas ganas de tomar café. Consulté con la azafata y me dijo que el bar estaba cerrado, pero que los maquinistas de guardia estaban ahí, así que quizás podrían ayudarme. Y vaya que lo hicieron.
Lo encontré bebiendo cerveza y fumando mientras conversaban. Les comenté que no podía dormir y que necesitaba con urgencia un café. Me invitaron a sentarme mientras uno de ellos me lo preparaba. Agradecí sumamente complacida. Hacía mucho calor, por lo que me quité el saquito negro que me cubría, quedando solamente con un top blanco que marcaba hermosamente mis grandes tetas. Las miradas de incomodidad de los hombres me encantaron. Eran poco agraciados, de alrededor de cincuenta años. Conversamos sobre el viaje, sobre cosas interesantes que les sucedieron a lo largo de los años. Les conté que era mi primera vez y que, quizás, la última. Una vez que terminé mi café (bastante feo, por cierto) me ofrecieron cerveza. Acepté.
A la tercera cerveza, ambos me parecían mucho más lindos que minutos antes. Les conté a que me dedicaba. Incluso le leí algunos de mis últimos relatos, cosa que jampas había hecho antes. Me siento muy extraña al leerlos y, más aún, en voz alta. Pero el cansancio, el calor y la cerveza lograron desinhibirme. Quisieron saber acerca de la veracidad de mis historias, como casi todo el mundo luego de conocerlas. Y siempre digo lo mismo. Hay algunas totalmente reales. Otras, un poco y un poco. Y también otras totalmente inventadas. El que tenía más cerca dijo, mientras me acariciaba el pelo:
─”Trio en el bar de un tren con los maquinistas” es un buen título para un relato, ¿no te parece?
─Varios lectores me pidieron relatos en aviones o en colectivo, pero nunca en tren.
─No creo que haya un transporte más noble que el tren ─dijo el otro, sentándose a ─mi otro costado y apoyando una mano en mi pierna.
─¿Querés un poco de inspiración, bebé? ─dijo el otro bajándome de un golpe el top y dejando mis tetas al aire.
─No sé que querrá la bebita, pero mira estos pezones ─dijo el otro apretándome un pezón con dos dedos─ piden a gritos que alguien se los coma.
Inmediatamente, los dos comenzaron a comerse mis tetas. Abracé sus cabezas y las apreté contra mis tetas, para que comieran con mas ganas. Y así lo hicieron. Besaron, chuparon, mordieron, mientras uno de ellos me frotaba la concha por encima de la calza deportiva. El sonido y el movimiento del tren, la oscuridad total en el exterior, dotaban a la escena de un aura misteriosa que me fascinaba. Automáticamente, mis manos buscaron sus entrepiernas, encontrando dos cosas duras y muy apetecibles.
─ ¿Te gusta? ─preguntó uno de los hombres, mientras desprendía su pantalón.
No respondí, pero la saqué hacia afuera y empecé a pajearlo. De inmediato, el otro sacó su pija. Solo al tacto noté lo grande y gruesa que era. Le pedí que parara y me la mostrara. Era hermosa. Merecía que me la coma primera. Se puso de pie, con una de sus piernas en el asiento y la otra en el piso, ubicando su pija en mi boca. Se la chupé despacito, mientras el otro, de rodillas, me quitaba la calza, la tanga y me chupaba la concha. Lo hacía increíble. Luego de un rato, el hombre al que le estaba chupando la pija preguntó:
─ ¿Y esa conchita tiene hambre?
Tenía demasiada hambre. El que me chupaba la concha se sentó sobre la mesa y yo me recosté sobre él. El otro se acomodó detrás mío y empezó a apoyar la cabeza de su pija en mi conchita. La movía de un lugar a otro. La metía un poquito e inmediatamente la sacaba. Por momento se chupaba los dedos y me acariciaba el clítoris. Yo estaba volviéndome loca.
─Por favor, cógeme de una vez ─supliqué en susurros.
La metió hasta la mitad, despacito, y la sacó. Lo hizo varias veces, hasta que a la cuarta la metió de un solo golpe, completa, haciendo soltar un histérico gemido de placer. De inmediato comenzó a darme golpes secos, metiendo la pija una y otra vez hasta el fondo, mientras yo me comía la pija de su compañero.
En mitad del acto, sentí como se abría una puerta. Los tres giramos la mirada hacia el sitio, y vimos a la azafata que me había recomendado ir hasta el bar.
─Veo que conseguiste más que café… sigan en lo suyo ─dijo, dio media vuelta y se fue.
Los tres reímos a carcajadas y, como recomendó, seguimos en lo nuestro.
─Para, nena ─dijo el hombre al que le estaba chupando la pija.
Lo noté, y su amigo también, estaba por estallar. Me recosté sobre su pierna dándole besitos alrededor de la pija, mientras el otro me cogía cada vez con más intensidad.
─ ¿Puedo acabar adentro, bebé? ─preguntó.
─Sí, por favor ─respondí.
Al parecer, mi respuesta lo encendió mas, ya que las envestidas se hicieron cada vez más violentas y comenzó a tomarme con fuerza por el pelo. Su respiración y mis gemidos formaron un coro extremadamente excitante. El otro hombre, recostado, comenzó a pajearse con intensidad mientras me miraba a los ojos. Le devolví la mirada. Clavé mis ojos en él, mientras su compañero me llenaba el culo de leche y yo le devolvía el favor un tremendo orgasmo. Segundos después, la pija del otro hombre estallaba en mi cara, llenándome de leche que saboree con desesperación. Volví a caer rendida sobre la pierna del hombre de la mesa, el cual comenzó a acariciarme con delicadeza cara.
─Qué linda putita que sos… qué linda…
Fuera del tren el cielo se tornaba en un anaranjado con tonos violetas, presagiando la salida del sol. Los hombres me ayudaron a ponerme de pie, aprovechando para tocarme un poco las tetas y para besarnos por primera vez. Me ayudaron a juntar mi ropa y me indicaron el baño más cercano en donde podría ducharme. Pero antes me pidieron por favor si los dejaba tomarme algunas fotitos. Estaba tan extasiada, que accedí sin problemas. La ducha duró media hora y fue bastante placentera.