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Sexo en casa y sexo en la oficina (dos relatos cortos)
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Luis se despertó con el ruido de tacones procedente del piso de arriba. A su lado, todavía en brazos de Morfeo, estaba Ana, tumbada boca arriba. Luis contempló su rostro y observó como su tripa, enfundada en una camiseta blanca de tirantes, subía y bajaba siguiendo el ritmo de la respiración. La noche anterior, después de cenar, entre besos, se habían apresurado a ir a la habitación. La ropa estorbaba y consiguieron, en tiempo récord, desnudarse. Luego hubo caricias y sexo.

Luis deslizó la mano bajo los calzoncillos y se tocó el pene. Conocía a Ana desde hacía bastante tiempo, le gustaba su sonrisa traviesa, su voz de terciopelo y sobre todo, le gustaba esa intimidad, esa cercanía y calor que transmitía haciéndole sentirse único.

– ¿Estás dormida? – preguntó alzando la voz.

La mujer entreabrió los ojos y durante un segundo sus labios dibujaron un gesto de enfado, gesto que pronto dejó paso a una sonrisa mientras trataba, sin éxito, de sonar disgustada con el involuntario despertar.

Ana se estiró dejando ver sus sobacos libres de vello. Luego se rascó la barriguita distraídamente. Luis se inclinó sobre ella y la beso.

– Hagamos el amor. – dijo.

– Déjame ir al baño primero. – respondió la chica comenzando a levantarse.

– No te vayas. Dame al menos un besito más. – dijo el hombre tirando del brazo de su amada y volviéndola a tumbar sobre la cama.

Luis se puso sobre ella y la besó mientras deslizaba su mano bajo las bragas y jugaba con los pelos que crecían en su sexo.

– ¿Luis? – protestó la joven notando la presión en su vejiga llena.

– ¿Qué? – dijo él.

– tengo que ir ya o…

– Esta bien, pero no tardes.

Ana se levantó de la cama y contrajo el trasero. Luego, con pasos cortos pero rápidos, ligeramente encorvada para evitar que se la escapase el pis, se dirigió al baño. Abrió la puerta, entró en el aseo y la cerró.

Precediendo al ruido de la puerta sonó el característico sonido de un pedo.

Luis se bajó los calzoncillos, agarró su miembro y comenzó a masturbarse pensando en Ana, en su culete y en la ventosidad que acababa de oír.

*******************

Julia apartó la vista del monitor, se levantó de la silla y caminó sobre sus zapatos de tacón hacia la habitación dónde estaba la fotocopiadora. Aquella tarde llevaba puestos unos vaqueros ajustados y una camiseta gris con rayas horizontales. Su rostro no era de los más bonitos, pero el pelo corto de color rojo natural, las gafas y un lunar sobre el labio, la convertían en una mujer atractiva.

En ese momento, Pedro levantó la vista del informe y se fijó en su compañera, en su trasero de perfil bajo, en el subir y bajar de sus generosas nalgas. Tomo al azar un documento y se levantó de su sitio.

Entró en la habitación y cerró la puerta.

– Para no molestar a los demás con el ruido de la máquina. – dijo dirigiéndose a su compañera.

Luego se acercó más a ella. Podía oler el perfume de su piel.

– ¿Qué fotocopias? – le preguntó.

Ella le miró a los ojos, luego al documento que llevaba en la mano y respondió con otra pregunta.

-¿Y tú, vienes a fotocopiar o a qué?

Pedro dijo.

– Me permites… las gafas – y retiró las gafas de su colega.

– Sin gafas no veo bien los botones…

– Yo pensaba en otra cosa.

Julia tragó saliva mientras le miraba.

Él la tomó por la cintura y acercándose a su rostro la beso.

Ella respondió con pasión abriendo la boca y recibiendo la lengua del varón.

Pedro recolocó su mano apretando la nalga de su compañera.

– Nos van a pillar – dijo ella cuando despegaron sus bocas.

– Yo creo que no. Será rápido.

– ¿El qué? – respondió la aludida

– El sexo.

Julia enrojeció pero no dijo nada y se desabrochó los vaqueros, se dio media vuelta y se apoyó contra la impresora.

– Date prisa. No me apetece que nos descubran aquí.

Pedro se quitó el cinturón y bajándose los calzoncillos dejo libre a su miembro.

Julia se volvió, miró, se mordió el labio y volvió a apoyarse dando la espalda al que la iba a penetrar.

El hombre bajó los pantalones y las bragas de su compañera dejando a la vista un culo y una rajita de lo más golosos.

Una corriente de aire acarició, durante un instante, el trasero desnudo de la mujer.

Pedro colocó el pene en posición de entrada y empujó contrayendo su propio trasero.

La empleada se mordió el puño para no gemir.

El varón cogió ritmo y la tomo una y otra vez.

El acto, intenso, duró poco más de un minuto.

Se vistieron rápidamente.

– Es tu turno. – dijo Pedro invitando a que su compañera hiciese las fotocopias.

Poco después entró María.

– ¿Todavía estáis aquí?

Pedro y Julia se miraron. Había faltado muy poco para que les pillasen.

María vio que acababan de empezar con las fotocopias, allí había algo que no encajaba, pero no dijo nada.

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