Imaginé que Lauty me iba a invitar a salir. Tenía muchas ganas de decir que sí, pero me pareció que la mejor respuesta era: dejame pensarlo y te aviso.
Mientras coqueteaba con esa situación, una vez más, mi madre golpeó a la puerta. No tenía tiempo de vestirme así que solo atiné a envolverme con el toallon y simular que aún me estaba secando.
-Marisa! Necesito que vayas a la farmacia a comprar ibuprofeno que ya no hay más- me pidió sin mucho preámbulo.
-Esta bien, me visto y voy.
La farmacia estaba a la vuelta de mi casa, en la misma manzana. No tenía siquiera que cruzar una calle. Así que me puse la ropa interior, un vestido cómodo, mis ojotas favoritas, y me dirigí a cumplir con el pedido de mi madre.
Entré al lugar y me llamó la atención que Elba, la farmacéutica, una mujer de unos cincuenta y largos años, estaba con el brazo enyesado. Atendiendo a un señor que era el primero de la fila de tres personas, le decía que se había caído y fracturado el radio. Y que iba a tener muchos días para recuperarse. Pensé ¡qué dolor!
De repente me quedé paralizada. La chica que estaba delante mío tenía, debajo de un pareo que traía, una malla que ya había visto antes. ¡Sí! era ella. La chica que había visto desde la terraza mientras se estaba cambiando.
Se retiró el señor que estaba atendiendo, acompañado supongo que por su mujer. Así que ahora le tocaba el turno a esta chica. Estábamos muy cerca así que escuché la conversación que tenía con Elba. Necesitaba comprar diclofenac inyectable, cuatro ampollas.
Elba buscó la caja, pero le dijo que por el estado en que tenía el brazo no se lo iba a poder aplicar. Necesitaba buscar un enfermero o ir a un centro de salud. Así que también le acercó las cuatro jeringas correspondientes.
No pude con mi genio y me acerqué. Le dije que si no conocía a nadie yo se la podía aplicar. Mi padre es diabético desde que yo tengo memoria, y si bien él se inyecta insulina, muchas veces le baja demasiado el azúcar así que debo aplicarle glucosa mediante una inyección. Mi madre y yo tenemos prácticamente un doctorado en eso.
Ella me dijo que vivía en esa misma cuadra y que si podía me pagaría lo que corresponde. Por supuesto le dije que no era por dinero, sino para facilitarle las cosas. Le recordé que era importante que tuviera alcohol y un poco de algodón. Me dijo que sí, Esperó que yo compre lo que fui a buscar y juntas nos fuimos a su casa.
En el camino me dijo que se llamaba Andrea, también tenía 19 años y estudiaba Hotelería. Desde los 7 años que vive en esa casa pero nunca nos habíamos cruzado. Llegamos a su casa y me invitó a subir a su dormitorio. Ya lo había visto desde afuera, pero ahora podía verlo en su totalidad. Era muy grande, ventilado, muy ordenado. Daba placer estar ahí.
-¿Cómo te parece mejor? ¿parada o acostada?- me dijo con una voz un poco temblorosa
-Acostada es mejor. ¿tenés miedo? Esto es algo muy simple y no duele.
Mientras le decía eso ella me acercaba el alcohol y el algodón, al tiempo que yo abría la jeringa y cargaba el medicamento.
Andrea se quitó el pareo, quedó solo con la bikini. Se descalzó y se puso sobre su cama boca abajo y tapándose los ojos. Estaba muy nerviosa. Me acerqué y una vez más le dije que confiara en mí que no le iba a doler nada. Le pedí permiso y bajé un poco la bombacha de la bikini. Su piel se veía hermosa, impecable. Moje el algodón con alcohol y lo pasé en el cuarto superior externo del cachete, preparando la zona del pinchazo. Ella ya se lamentaba. Sabía que lo mejor era hablarle y distraerla.
-Que lindo dormitorio tenés, exclusivo para vos. ¿no tenés hermanos?
Apenas dije “exclusivo” apliqué la aguja y comencé a pasar el líquido a su cuerpo.
-Soy hija única. Mis papás me tuvieron cuando ya eran un poco grandes, así que siempre fui la niña mimada.
Nuevamente pasé alcohol por su cola y le dije que estaba cumplida la misión “inyección”.
-¿ya está? ¡sos una genia! ¡ni cuenta me di! ¿de verdad? ¡gracias! ¡te voy a llamar siempre a vos!
Le pedí que no se levante y que era importante masajear la zona para que el medicamento penetre de manera homogénea.
Mientras veía como pasaba sus manos por su cola, le pregunté por qué necesitaba ese desinflamatorio. Me miró un poco sonrojada y me dijo: a vos te lo puedo decir en confianza. Me salió un poquito de hemorroide, mirá. Al instante se bajo toda la bombacha, abrió los cachetitos y me mostró como un poquito de su intestino ganaba terreno en el exterior.
Yo estaba sorprendida. Poder ver tal detalle, tan cerca. Tantas cosas el mismo día. ¡Cuantas sensaciones juntas!
-No es mucho, con el desinflamatorio muy pronto vas a estar mas que bien.
-Eso espero.
-Una cosa me llama la atención: no tenés nada de vello en tu cuerpo.
-Es porque me hice depilación definitiva. Empecé con las piernas, luego el cavado y después me animé a todo. Inclusive la tira de cola. Mirá:
Al instante se puso boca arriba, terminó de bajar totalmente su bombacha y me mostró todo su pubis. Prácticamente parecía una beba de lo suave que se veía.
-Tenés que animarte y hacerte una definitiva.
Estaba a punto de responder cuando sonó mi celular. Era mi madre preocupada porque me estaba demorando mucho. Claro, no le había dicho nada.
-Me tengo que ir porque me están esperando. Mañana a esta hora mas o menos si querés paso y te coloco la segunda. Tienen que pasar veinticuatro horas entre una y otra.
-Claro! no quiero a otra persona más que a vos. Y si no tenés apuro te quedás un rato y podemos charlar mucho.
Vi como se acomodaba otra vez su bombacha, me acompañó a la puerta y me dirigí a mi departamento pensando en ese momento que había disfrutado junto a Andrea.
Al llegar al ascensor recordé que tenía que darle la respuesta a Lauty.
Continuará.