Como comenté en una historia anterior, soy Marta. Fui infiel por primera vez hace 4 años. Mi primera infidelidad fue con Alfredo, acá en casa, donde lo hice entrar aprovechando que es técnico de la empresa de cable e internet que nos provee. Estuvimos juntos como 8 meses. Pero no volví a arriesgarme en traerlo a casa. Íbamos a un hostal discreto a unos 15 minutos de acá, casi siempre pagaba yo pues él decía que “el dinero no le alcanzaba”.
Me aburrió un poco la situación pues no trabajo y ya era como vergonzoso pedirle más dinero que el usual a mi esposo. El hotel era barato, pero igual un gasto adicional. Cambié de Nick en el chat y comencé a buscar otras opciones. El mismo Alfredo (que seguía con su Nick) me contactó. Pero no le hice caso. Aun estando con Alfredo, estuve con otros dos chicos que si hacían las cosas como tiene que ser, pagaban siempre el hostal y lo que hacíamos.
Finalmente dejé a Alfredo, llegó la Pandemia y el confinamiento. Volví a ser mujer de un solo pene. El pequeñito de mi esposo. Me sentía muy insatisfecha. Ni bien se levantaron las restricciones empecé a escaparme con discreción a ver a alguno de mis dos amigos. Nunca más a Alfredo, que, por cierto, tampoco me buscó.
Mi esposo, a diferencia de la mayoría de sus colegas y amigos, tuvo muchísimo trabajo luego de la Pandemia. Andaba siempre en su estudio en casa o saliendo a supervisiones y reuniones. Un sábado salió antes de las 7 am de la casa hacia una reunión y me dijo que volvería a las 10.00 para reunirse con otro colega acá mismo. Lo hacía siempre, así que ni le presté atención.
Como a las 8 am ingresé al chat. Tras un poco de coquetería comencé a charlar con dos amigos. Conversaciones hot con ambos y finalmente quedamos en hacer video llamada con uno de ellos. Nos fuimos al Skype y comenzamos un cibersexo que estuvo delicioso. Nos desnudamos ambos y viéndolo cogerse el pene yo me masturbaba. En eso, cuando estaba ya cerca de llegar, suena el intercomunicador. El conserje del edificio. Así desnuda fui a contestar muy molesta. Me dijo “Señora Marta está acá el señor Elías, busca al ingeniero”. Molesta le contesté que no estaba.
Intercambió palabras con la visita e insistió en que el visitante tenía reunión prevista. Le dije que llamaría a mi marido. Lo hice. Me respondió “amor, mil disculpas, estoy retrasado unos 40 minutos, puedes hacerlo entrar y distraerlo”. Molesta por tener que cortar mi sexo virtual acepté. Me puse el short de pijama sin ponerme la tanga y el polo del pijama sin el brasiere. Le dije al conserje que suba el visitante de mi esposo. Lo esperé. Cuando tocó la puerta, abrí y lo hice pasar.
No era alguien que haya venido antes a casa. Mentiría si digo que era un hombre apuesto e irresistible. O un joven galante y viril. Era un hombre de unos 35 años. Contextura media, no gordo, pero tampoco delgado, menos con cuerpo marcado por el ejercicio. Sólo me llamó la atención el color de su piel, moreno sin llegar a negro, por alguna razón su color me resultó muy sexy.
Pasé de la molestia a la coquetería sólo por su piel. Nos sentamos en la sala. Conversamos un par de cosas, creo que me contó que trabajaba con mi esposo en no recuerdo que proyecto y que estaban cerrando no sé qué cosa que debían presentar el lunes. Me di cuenta que me miraba los senos y me di cuenta también que mis pezones estaban duritos, que la excitación había vuelto a subir. Sin buscarlo ni premeditarlo, mi mente estaba ya en modo sexo otra vez. Disfruté el momento y al hablar empecé a mover los hombros, lo que hacía que mis pezones se resalten más tras el polo del pijama. Sentí fluir la excitación en ambos. Decidí ofrecerle un café o un agua. Escogió agua.
Me levanté y fui hacia la cocina, sabía que me miraría las nalgas sin que yo lo viera. Supe que se daría cuenta que no llevaba nada debajo del short. Fui por el agua y volví. Al darle el vaso le vi la entrepierna. Con descaro. En ese momento, él me pidió si podía usar el baño. Sé que esa fue su jugada para no arriesgarse a un ofrecimiento verbal que pudiera ofenderme.
Le mostré el baño de visita, a unos pasos de la sala donde estábamos. Cerró parcialmente la puerta. Fue tan hábil que desde mi posición podía ver su verga al orinar. Debo reconocer que un genio el tipo. Vi cómo se bajó el cierre del pantalón, como la sacó y como orinaba. El ruido de su orín dentro de la taza terminó de excitarme. La meneo y miró hacia afuera del baño, me encontró hipnotizada.
En ese momento él supo, yo supe, que no había más, que era suya. Me dijo “vienes” y fui.
Entre al baño, por alguna razón, quizás instintiva, cerré la puerta y puse llave. Me dijo “chupala”. Al igual que con Alfredo, me arrodillé aprovechando el tapete del baño y comencé a chuparle la verga. Tenía sabor a orines y eso me alocó. Se puso dura muy rápidamente, no era una verga enorme, pero era (como siempre) mucho más grande que la de mi esposo.
Sabía que no tenía mucho tiempo y cuando la sentí por explotar le dije “cógeme” y me levanté. Me agarró por la cintura, cerró la tapa del inodoro y me acomodó sobre el mismo. De pie, con las piernas separadas y apoyada en la parte posterior, inclinada hacia adelante. Se puso detrás de mí y sentí como untaba mi coño con saliva. Con sus manos separó mis muslos y me penetró. Uff. Lo recuerdo y es como volver a vivirlo.
Estuvo así unos minutos y tuve un orgasmo rapidísimo. Tanto que se sorprendió y me dijo “que puta caliente eres”. No sabía que tenía más de una hora de cibersexo que él había cortado. No se lo dije. Me ordenó que suba a la taza del inodoro. Eso hice. Nunca había hecho algo así, pero una creo que lo tiene pregrabado. Me subí y me puse de rodillas, con el culo bien salido.
Volví a sentir su saliva untada con sus dedos, pero ya no en mi vagina, sino en mi culo. Me incliné más hacia adelante y tiré más el culo hacia atrás. Me la metió en una y en ese momento él se puso perro. Comenzó a decirme que era una puta, una zorra, una infiel, una perra y me daba con todas sus fuerzas. Por momentos la sacaba toda, sentía que me miraba, decía “que culo tan abierto y usado” y la volvía a meter. Tuve un segundo orgasmo tan intenso que mis contracciones lo hicieron venirse.
A ambos nos entró la cordura. Mi esposo estaba al llegar. Me subí el short de pijama y fui a mi cuarto. Entre al baño de la habitación, me limpié con papel, lo boté por el inodoro. Me puse una ropa de casa discreta y salí a la sala. Allí estaba el ya vestido. Antes que podamos hablar, mi esposo abrió la puerta y entró.
Nunca lo volví a ver.