Un joven de diecinueve años con barba y constitución atlética, entró en el despacho de Silvia, su profesora de Física. Llevaba puestos pantalones vaqueros de color negro, camisa a cuadros y zapatillas de correr blancas.
– Buenas tardes Juan. – saludó la mujer con voz autoritaria tras abrir la puerta para que su alumno entrase a la revisión.
Silvia llevaba gafas. Aquella tarde vestía pantalones vaqueros y camiseta negra, ambas prendas ajustadas marcando su figura. El cabello castaño y largo recogido en una coleta, frente amplia que transmitía inteligencia y rasgos que cualquier hombre o mujer, sin llegar a definirlos como bellos, si que los encontraría interesantes.
– Gracias. – contestó el estudiante.
La profesora tomo asiento tras una amplia mesa de escritorio, buscó el examen de Juan y tras ojearlo, suspiró, y tomo la palabra de nuevo.
– Estás suspenso – dijo con un tono neutro que sonaba a sentencia.
Juan la miró a los ojos y soltó el pequeño discurso que había preparado de antemano. Elogió a su profesora, destacando lo mucho que había aprendido en sus clases, reconoció que no había hecho su mejor examen y solicitó una nueva oportunidad.
– Estás suspenso – repitió Silvia sin ceder un milímetro.
Aquel chico le gustaba, sus palabras, sus halagos y el análisis que había hecho, sin faltar a la verdad eran dignos de elogio pero… la justicia, el derecho del resto de alumnos, el principio de igualdad de oportunidades tenían que imponerse.
– Por favor, necesito aprobar. La beca y mi futuro dependen de esto.
La profesora echó un vistazo al listado de alumnos, había otros tres que como Juan, se habían quedado a las puertas de pasar. Todos merecían las mismas oportunidades pensó con una sonrisa enigmática en sus labios mientras pensaba en algo inconfesable. Luego, esos pensamientos atrevidos se convertieron en voz.
– Hay una opción que pasa por hacer un nuevo examen… pero esa posibilidad tiene un precio.
Juan se mostró sorprendido y esperanzado a un tiempo.
– Lo que sea. – dijo con el ansia de un desesperado agarrándose a un trozo de tabla que, flotando, aparece de la nada en medio del abismo.
Silvia soltó la propuesta ocultando la excitación que sentía en ese momento.
– La opción es recibir unos azotes con un paddle en el culo.
Juan recibió la noticia como quién no está seguro de estar despierto o soñando.
La profesora se levantó y se acercó al muchacho. Juan podía oler el perfume de aquella mujer y durante un instante sus ojos se posaron en los senos.
El alumno tragó saliva.
– ¿Qué me dices? azotamos ese culete de chico irresponsable.
Juan, que se había quedado sin muchas opciones, asintió con un movimiento de cabeza.
– Bien, pues vamos a ello. Inclínate sobre el escritorio. – ordenó la mujer mientras sacaba el paddle de un cajón.
– A ver, serán seis con ropa y otros seis en el trasero desnudo. No pongas esa cara, a los chicos traviesos se les corrige en cueros.
El alumno obedeció recostándose sobre el escritorio y ofreciendo su trasero en pompa, listo para recibir los golpes de madera.
Esperaba dolor y el primer azote cumplió crecidamente con sus expectativas. Silvia pegaba con contundencia, dejándose llevar por la pasión del momento. Aquel joven tenía un culo atractivo, redondito, un culo que no dejaba indiferente.
Nada más recibir el sexto, Juan tuvo que bajarse los pantalones y los calzoncillos. Tenía las nalgas rojas y la cara roja por la vergüenza y el calor que recorría su cuerpo. Su pene, por si la humillación no fuese suficiente, se había puesto duro, hecho que notó Silvia.
– No me digas que esto te gusta. Voy a tener que pegarte más fuerte o esto en lugar de un castigo va a parecer una sesión erótica.
– Lo si… yo no puedo controlarlo. Le aseguro que los azotes duelen.
– Y más que van a escocer cuando se encuentren la piel sin protección.- añadió la profesora propinando un golpe de paddle en medio del culo de Juan.
Luego aterrizaron cinco más. El chico estuvo a punto de llorar pero aguantó.
Terminado el correctivo se subió los pantalones y dio las gracias a su profesora.
– Te avisaré en cuanto tenga listo el nuevo examen.
La puerta se abrió y Juan dejó el despacho.
En la salida un chico le preguntó que tal le había ido pero él no respondió.
Mientras tanto Silvia volvió a su sitio. Tenía las bragas mojadas y decidió meter papel. En aquel momento lo que más le apetecía era masturbarse pero todavía tenía que atender al resto de alumnos. Cuando Juan salió había visto a dos esperando, un chico y una mujer madura a la que recordaba yendo a su clase.
Tendría que darles una oportunidad.
En aquel momento pensó en los pechos de la alumna madura. Si accedía al castigo la pegaría en el culo pero antes, antes le ordenaría que se desnudase de cintura para arriba.
La idea de las tetas colgando le provocó un amago de placer.
Tomó aire y trató de relajarse, ya habría tiempo de correrse cuando todo esto acabase.