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Secuelas de una pandemia (VII): Traspasando fronteras
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Tiempo de lectura: 5 minutos

La política hace su juego, el Estado regula; las instituciones ejercen su poder. Fin de la cuarentena. Sin excesos, con precauciones, pero con más autonomía de acción. Con la excitación de saberse libres, armaron cada uno su bolso para ir a visitar a sus correspondientes familias por un par de días. Se extrañaban los afectos; volver a las raíces era necesario.

Pato se quedó en casa de sus padres por una semana, Diego, en cambio, regresó al departamento a los cuatro días.

La soledad no le resultó fácil. Le faltaban esas charlas cotidianas, esa camaradería natural que se había instalado entre ellos, esa complicidad casi infinita que otorga compartir algo que debe permanecer en secreto, fuera de aquellas cuatro paredes.

Y el sexo.

Ya durante aquella primera noche, Diego se clavó una paja furiosa con el bóxer negro enlechado, apoyado en la cara. Al día siguiente se chupó los dedos pegoteados de semen. La próxima paja fue con un dedo en el orto. Pero faltaba Pato. Y al séptimo día volvió.

El abrazo que se dieron hablaba, era un elogio de la elocuencia sin palabras. ¿Cuánto duró? Más de lo habitual; costaba desprenderse. Y al separarse, una frase: “che boludo, cojamos”.

***

Diego arremetió sobre Pato empujándolo contra la pared mientras las bocas se unían en un beso salvaje. Las lenguas se retorcían con vida propia y la saliva empezaba a humedecer la barba, la piel. Las manos recorrían el cuerpo del otro como si buscaran desgarrar las carnes, tironeando de las ropas que solo molestaban, que debían dejar libres los cuerpos cargados de deseo. La respiración era jadeo, quejido, se aceleraba al ritmo de los latidos del corazón que enardecía las pijas hasta ponerlas duras y calientes.

Semi vestidos, empezaron a caminar hacia la habitación, pero los pantalones a medio bajar hicieron que Pato tropezara sobre el sillón. Diego se tiró encima y volvió a besarlo, a morderle los labios. Torpemente comenzó a sacarle el jean a su amigo, a quitarle el bóxer que había quedado enganchado en la verga endurecida y que saltó como un resorte luego de ser liberada de su encierro de tela. Se miraron con lascivia. Entonces Diego empuño la chota de Pato y sin bajar la mirada se la metió en la boca con hambre. El sabor le golpeó el cerebro, lo obligó a cerrar los ojos, a respirar profundamente.

–Sí hijo de puta, chupame bien la verga, es toda para vos.

Esas palabras lo enardecieron; ya no quería seguir chupando, quería comer, tragar, ir más a fondo, hasta el ahogo.

Pato estaba en éxtasis, fuera de sí no podía dejar de decir guarradas, de insultar y dar órdenes; Diego, por su parte, sentía que debía redoblar la apuesta y trataba de hablar, ahogado en saliva y con los ojos rojos de lágrimas.

–Dame tu verga, forro –dijo Pato de pronto, y con una fuerza que desconocía arrojó a Diego en el piso para tragarse el miembro de su amigo.

Lo sorprendió lo caliente que se sentía en la lengua, cómo el grosor le llenaba su boca. Por un momento una frase se le cruzó por la mente, un atisbo de culpa: “¿Estoy chupando una pija?”, pero automáticamente la respuesta no se dejó esperar: “sí, y me encanta porque es la pija de Diego”.

Con un sonido gutural y espasmódico, la descarga de leche llenó la boca de Pato sin previo aviso. Espesa, como siempre, cubrió la superficie de la lengua y la colmó de un sabor único que se parecía a otros pero que era definitivamente gusto a leche de hombre. Sin soltar la pija que apresaba con su mano derecha, Pato la siguió mamando mientras Diego se retorcía de placer. No dejó una gota; tragó todo con hambre y placer.

Enseguida empezó a pajearse, necesitaba descargar.

–Bancá –dijo Diego con un hilo de voz–. Dejame recuperarme y te hago el mejor pete de tu vida.

Pato se incorporó para besarlo largamente, esperando que su amigo recuperase el aliento, y al cabo de unos segundos allí estaba Diego, arrodillado, con la espalda arqueada, sacando el culo lleno de pelos como una invitación a comerlo. Pato cerró los ojos pero los abrió enseguida: quería ver la cara de su compinche tragándole la verga con devoción, con una habilidad innata sorprendente para ambos. Diego disfrutaba la tersura del glande, el dejo salado del presemen que ya comenzaba a salir en gotas transparentes.

–Dámela toda –balbuceó con la boca llena de pija, y en segundos las descargas de Pato, como fuegos artificiales, le llenaron la garganta.

A Diego se le había vuelto a poner dura gracias al sabor de la leche que le había exprimido a su amigo y que aún conservaba en la boca, para devolvérsela, para compartirla en un beso largo y pegajoso, lleno de olores y morbo.

***

Pasaron unos minutos en silencio, acariciándose, tirados en el sillón. Estaban a punto de romper todas las barreras posibles y era hermoso.

–¿Te animás? –preguntó Diego.

–No sé a qué, pero sí. Me animo.

Sin decir más, se levantaron y tomados de la mano, se dirigieron hacia la habitación de Pato.

Los cuerpos yacían lánguidos uno al lado del otro, rozándose, besándose. La piel de Pato recibía la caricia peluda del pecho de Diego cada vez que lo abrazaba y la respiración de ambos comenzaba a acelerarse.

–Bueno… dale, cogeme –pidió Diego con un susurro casi inaudible.

–Yo pensé que…

–Después.

–Ok… ¿Cómo querés?

Diego se acostó de espaldas y levantó las piernas. El hoyo rodeado de pelos pedía a gritos la caricia de una lengua, y Pato, sin dudarlo, hundió su boca entre aquellas nalgas poderosas. No chupaba; devoraba. La cara, en pocos segundos se le había cubierto de saliva y Diego gemía con una voz cada vez más profunda.

–Voy a buscar un forro –dijo Pato incorporándose.

–¿Estás en pedo? –respondió Diego. ¿Cuánto hace que no estamos con nadie? ¿De qué nos vamos a contagiar?

–Bueno… sí… Además -bromeó- no podés quedar embarazado.

La risa aflojó ese breve momento de tensión, pero la calentura era más fuerte y, en pocos segundos, volvieron a la carga. Pato escupió el ojete ya ensalivado y lentamente metió un dedo, luego otro, y cuando pudo sentir que el esfínter comenzaba a relajarse, hizo el primer intento.

Lo hizo lentamente pero con firmeza, sin detenerse. Diego respiraba hondo buscando relajarse y de pronto, después un leve empujón, la pija ya estaba adentro. Un grito inevitable salió de su pecho pero lo reprimió con la boca cerrada y los puños apretados. Pato no se movía, dejaba que todo se acomodara y cuando percibió que el cuerpo de Diego volvía a recuperar la calma, empezó a bombear ese culo apretado que le abrazaba la pija en toda su extensión.

Al cabo de unos minutos, ambos jadeaban; no podían dejar de besarse mientras la verga de Pato penetraba cada vez más profundo el orto de Diego, que se abría lentamente al placer.

–¿Te doy leche?

–No, descansá así acabamos juntos. ¿Puedo yo?

Pato salió del culo baboso que había estado bombeando y se puso en cuatro. Enseguida Diego comenzó a comerle el ojete con dedicación, arrancando gemidos casi femeninos en su compañero. La barba acariciaba los huevos de Pato, que esbozaba temblores intermitentes mezclados con risas espontáneas, producto de las cosquillas. Luego vinieron los dedos. Claramente Pato tenía facilidad para dilatar y en segundos, tenía tres dedos adentro. Ahora era el turno de la pija de Diego.

Fue un poco brusco; dolió, pero esa sensación desconocida le ganó a la molestia y unos minutos después la verga arremetía contra la carne caliente de ese culo que había dejado de ser virgen por completo.

Diego sudaba sin parar, la frente cubierta de gotas que caían sobre la espalda de Pato. Tanta hormona estimulada, tanto sudor y fluidos comenzaban a llenar el cuarto de un aroma salvaje, desagradable para quien viniera del exterior pero sumamente excitante para los dos machos que no paraban de coger en ese encuentro empalagoso de sexo y calentura.

Con una fuerza casi animal, Diego giró a Pato para ponerlo de espaldas y seguir cogiéndolo frente a frente, para mirarlo a los ojos, para disfrutar las expresiones de placer y besarse largamente. De pronto Diego se tensó, abrió los ojos enormes, contuvo la respiración y con un gruñido profundo descargó su leche, su segunda acabada, en el orto de Pato. Pero el orgasmo era tan intenso que no podía dejar de penetrarlo, y a cada embestida, Pato gemía con ese tono agudo, decididamente femenino.

–Ahora vos –dijo diego en un susurro– y saliendo de su amigo se sentó sobre la verga mojada de Pato para cabalgarlo furiosamente hasta sentir que el culo se le inundaba de leche caliente.

Agotados como después de una batalla cuerpo a cuerpo, se acostaron lado a lado, sudorosos, apestando a semen, a chivo, a sexo.

***

Lo que siguió es una historia cotidiana que sigue hasta hoy. Que deberá pasar por el filtro de salir al exterior, de manifestarse frente a la sociedad, a los amigos, a la familia.

Una amistad llena de puntos en común, de complicidad, de aceptación mutua ante los intereses del otro dentro del infierno de la convivencia y de una sexualidad plena y sin límites.

Una pareja.

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