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Secuelas de una pandemia (III): Cruzada
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Serían las dos de la mañana cuando Diego se despertó al oír los gemidos eróticos de una mujer.  Sin saber si se trataba de un sueño (que por cierto le provocó una erección), se sentó en la cama hasta que entendió lo que ocurría. Algo molesto se puso de pie, abrió la puerta de su cuarto y se dirigió al living para encontrarse con lo que ya sospechaba: Pato, desvelado, miraba una porno mientras se hacía una paja.

Si decir nada, Diego se sentó al lado de su amigo y comenzó a ver la peli. Dos machos de cuerpos trabajados y pijas gigantes le cogían la concha y el culo a una rubia tetona que no paraba de gritar. Pato se manoseaba la chota con lentitud sin sacar los ojos de la tele. Diego miraba la pantalla, adormilado, y se acomodaba la verga que le hacía carpa dentro del bóxer.

Como en trance, sin ningún preámbulo, Diego tomó la pija de Pato y comenzó a Pajearlo. El aludido contuvo la respiración por un segundo hasta que la sorpresa dejó paso al disfrute. Dejó su mano a un lado y lentamente se la llevó al pecho para acariciarse: otro hacía el trabajo por él.

Era fabuloso sentir cómo los dedos de Diego ejercían la presión justa, cambiaban de ritmo inesperadamente o pasaban del glande a los huevos indefinidamente. Fue una paja larga, en silencio, cargada de sensualidad y camaradería.

Comprobando que el clímax estaba cerca, Diego aceleró el ritmo con firmeza y sin pausa, hasta hacer estallar a su amigo en un chorro de leche que lo salpicó en varios puntos. Lejos de interrumpir su labor para limpiarse, siguió acariciando la cabeza morada y brillante de semen por unos minutos más.

–¿Estás bien? –preguntó Diego en un susurro.

–Joya, amigo. Gracias.

–Que descanses –agregó mientras se secaba la leche de Pato en el bóxer, camino a su cuarto para seguir durmiendo.

***

Aquella tarde, Diego estaba al palo y se disponía a ver una porno, cuando Pato llegó de hacer la compra en el súper.

–¡Cómo estamos hoy! –dijo Pato riendo. ¿Ya vas por la segunda?

–Ahá. Estoy alzadito…

–Che…

-¿Qué pasa?

-Nada, digo… ¿Querés que te pajee? –preguntó Pato fingiendo naturalidad –. Esta vuelta me toca a mí.

–¿En serio me lo harías?

–No, bueno. No sé… Si querés… yo…

Diego iba a contestar “dale”, pero en un segundo cambió su respuesta:

–No, dejá. Mejor hagámonos una cruzada.

Pato prefería esta propuesta; pajear a su amigo no le cerraba del todo. Aunque se lo había ofrecido de buena gana algo lo incomodaba; una cosa era pajearse frente a frente y otra muy distinta era tocarle la pija a su amigo. Enseguida, apagó la tele y se puso en bolas en dos segundos. No necesitaban la porno.

Un poco inseguros, ambos de pie, comenzaron a manosearse las vergas. Iban al mismo ritmo al principio, como en espejo, para comenzar luego una alternancia con la intención de sorprenderse mutuamente.

Frente a frente, los cuerpos se rozaban; el pecho peludo de Diego tocó los pezones de Pato erizándolos, en tanto las respiraciones se agitaban cada vez más y el calor del aliento les entibiaba la piel.

Pato, o Diego, o ambos a la vez (¿Quién puede decir quién fue el primero?) juntaron sus labios en un beso profundo y húmedo que hizo explotar las vergas inflamadas en un baño de leche tibia.

Sin palabras que decir, unieron sus cuerpos en un abrazo que detuvo el tiempo indefinidamente hasta que, agotados, se tumbaron en el sillón para quedarse dormidos.

***

Pato despertó primero. Le costó unos segundos entender qué hacía la cabeza de Diego apoyada sobre su pecho.

“Dios, esto es una locura”, fue lo primero que pensó mientras observaba la pija de su amigo completamente al palo. Todo era tan confuso: se sentía pésimo y culposo, pero no podía dejar de admitir que lo que pasó unas horas atrás le había resultado genial. Había experimentado un leve punto de ternura que completaba la experiencia sensorial y puramente genital que tanto le gustaba. Pero estaba mal. Eso era de putos. Y sin embargo no podía dejar de mirar la chota de Diego que palpitaba como si tuviera vida propia. Nunca había pensado que una verga le hubiese podido parecer algo bello. No, no era esa la palabra. Atractivo. Tampoco. Ese cilindro de carne erguido, recubierto de piel suave, atravesado por venas poderosas era fascinante de ver. Fascinante, eso: el adjetivo que buscaba. En tanto, el peso de la cabeza de Diego moviéndose al ritmo de la respiración de su pecho, la sensación de sentir sobre su cuerpo el cuerpo de otro hombre recostado, durmiendo plácidamente, completaba aquel estado tan especial. Y segundos después, volver a pensar que todo estaba mal, que era un error. Pero a la vez, esa saliva tibia que salía de las comisuras de la boca de Diego y que se depositaba sobre su vientre parecía desafiar aquella lógica de lo que estaba mal, porque todo eso se sentía tan bien… era tan placentero, tan sensual, tan motivo para que la pija de Pato respondiera poniéndose dura…

Diego abrió los ojos y frente a sus narices, la chota de Pato. Gruesa, blanca, lisa. Tan erecta que el prepucio se había corrido levemente para dejar ver la cabeza rosada y reluciente. Pensó: “qué linda verga tiene este hijo de puta”. Pensó también: “¿Estará dormido?”. Pensó además: “Yo también estoy al palo”. No se quería mover, no quería que Pato notase que estaba despierto. No quería romper ese momento; primero porque lo estaba disfrutando, pero sobre todo porque habría que hablar de esto, de lo que había pasado.

Pato estaba sintiéndose incómodo en esa posición pero no quería moverse; no quería romper ese momento, primero porque lo estaba disfrutando, pero sobre todo porque habría que hablar de aquello, de lo que había pasado.

Ambos estaban experimentando lo mismo en perfecta sincronía, sin saberlo, aunque sospechándolo.

Enfrentar el placer puede ser atemorizante.

Uno de los dos dijo “buen día”. El otro respondió: “¿Descansaste bien?”.

No había mucho más que decir.

***

Ese día fue un infierno. Ambos no dejaban de torturarse, de cuestionarse ese arrebato que los había sorprendido y que sacudía las estructuras con las que habían crecido. Que a un hombre le guste otro hombre estaba bien, sí; los dos eran pibes de cabeza abierta, educados en familias bastante progres… tenían amigos putos y todo eso. Pero ellos no. Ellos eran heteros. Paquis. Cogían con minas. Les gustaba la concha. Se volvían locos por chupar un buen par de tetas. Y sin embargo, habían sentido el placer de entregarse a un par; se habían dado al goce de tocarse los miembros hasta reventar en un orgasmo diferente.

Y se habían besado.

***

–Mirá Pato, yo tengo que hablar.

–…

–¿Cómo seguimos?

Pato se acomodó en la silla, dejó la taza de café y respondió. Había en su voz una seguridad que lo sorprendió más a él mismo que a Diego.

–Seguimos igual, chabón. No sé lo que me pasó, pero a vos también te pasó. Y si pasó es por algo.

Diego quiso agregar unas palabras, pero Pato siguió su improvisada tesis, casi como aquel día cuando Diego dio su verborrágica cátedra sobre los morbos.

–Nunca nos pareció mal que Mauro fuera puto. ¿OK? –siguió disertando–. Lo supimos desde el primer día de clases, cuando dijo “presente”, con voz de nena. Lo habremos gastado al principio, nos reímos un par de veces, pero después ya no; el pibe siempre se la bancó y finalmente todos entendimos que era así y que no pasaba nada.

–Sí, incluso yo una vez…

–Dejame hablar –siguió Pato respirando algo agitado–. Esta vez nosotros hicimos lo que Mauro hace desde que tiene pelos en las bolas.

–Pato, lo que vos decís…

–¡Estoy hablando! Sigo, no me interrumpas, ¿Ok? La pregunta es: ¿somos putos? ¿O hicimos esto porque estamos aislados? ¿Nos gustan los hombres y lo reprimimos porque así fuimos educados?

Diego sentía que los ojos se le llenaban de lágrimas. Pensaba que cada palabra dicha por su amigo podría haber sido pronunciada por él.

–No lo sé –continuó Pato, que no podía dejar de verbalizar eufórico lo que se le cruzaba por la cabeza–. ¿Vos sí?

–Yo…

–¿Ves? Vos tampoco lo sabés. Pero lo que sí sé es que pasó.

–Sí.

–¿Sí qué?

–Nada, que… Bueno, que pienso lo mismo –dijo Diego en un arrebato. –Tal cual, boludo. Y además, no sé…

– ¿Qué? Además ¿qué?

–Que… No sé. Bueno, sí que… que estuvo buenísimo. ¡Eso!

– ¿Entonces?

Hubo un silencio. No incómodo; un silencio reflexivo, profundo.

–Entonces… Supongo que habrá que vivirlo. Es decir, experimentarlo.

Se abrazaron largamente, como dos amigos que se reconcilian o que se encuentran después de un tiempo sin verse.

***

Volver al sexo después de aquella charla fue fácil. Había una complicidad que ya había roto las barreras más rígidas. Pajas mutuas, compartidas, frente a frente, uno al otro. Si pintaba, había beso, pero solo en el momento del éxtasis, como consecuencia natural de acabar.

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