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Sayo se prepara para los azotes
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Tiempo de lectura: 2 minutos

Sayo tenía una cara bonita con grandes ojos negros y labios que invitaban al beso.  Aquella tarde, tumbada en la cama, esperaba a Juan.

Se conocieron en Madrid. Ella estaba estudiando español y él tomaba clases de japonés en una escuela cercana. Habían estado juntos en Yokohama, el conoció a su familia y se enamoró del país y de ella.

Se casaron y después de unos meses decidieron mudarse a la capital de España.

Sayo buscaba trabajo, pero era un poco vaga. Sabía que con el trabajo de Juan podían vivir bien. Al principio había puesto la disculpa del periodo de adaptación, pero la verdad es que la chica había olvidado la cultura del esfuerzo y prefería disfrutar de la vida.

No le faltaba de nada, entretenimiento, vida social, buena comida y sexo. Sí, su pareja se entregaba y la hacía disfrutar en la cama. Las mejores caricias, los mejores masajes y esa manera de tocarla y jugar con sus pezones y su clítoris que la volvía loca.

Y los besos, esos adictivos ósculos llenos de sabor y pasión.

Pero hace una semana todo había cambiado de manera drástica. No más caricias, no más sexo. Juan la seguía mirando con deseo, pero le había dejado claro que esa actitud, esa indolencia, tenía que acabar. Sayo prometió, pero no cumplió.

Aquella tarde, tumbada en la cama, esperaba a Juan.

Estaba nerviosa y, por qué no decirlo, asustada.

Su chico le había mandado un mensaje escueto.

"Prepárate, cuando llegue a casa te voy a dar unos buenos azotes."

Sí, alguna vez se había llevado alguna palmada en las nalgas. Incluso ella le había dado un azote mientras cabalgaban haciendo gemir los muelles de la cama. Pero aquello parecía diferente.

Si buscaba en su interior, la idea de que su hombre le calentara el trasero la llenaba de morbo. Sabía que Juan no bromeaba y que un azote con aquella mano poderosa se haría notar.

El corazón de Sayo comenzó a latir más fuerte y una corriente eléctrica recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Por un instante pensó en deslizar la mano bajo sus bragas y masturbarse. Con todo lo que tenía en su cabeza seguro que el orgasmo no tardaría en llegar.

No, no había tiempo para eso. Juan llegaría en unos minutos y no deseaba ser sorprendida en la cama, sin aliento y con las braguitas mojadas.

Se levantó, fue al cuarto de baño y ajustó el culo en la taza del váter. El pis, precedido de un sonoro pedo, salió tras unos segundos.

Volvió a la habitación y se sentó en la cama, respiró hondo y… oyó ruido de llaves.

****************

– Bienvenido a casa Juan. – dijo con un hilo de voz tratando de acompañar sus palabras con una sonrisa.

El hombre, vestido con traje, dejó el maletín en el suelo y la miró sin decir nada.

– ¿Te vas a cambiar de ropa? ¿quieres cenar ya?

– Gracias. Eso luego. Ahora vamos con lo que tenemos pendiente.

Sayo se puso de pie sin atreverse a mirar a su compañero.

Juan se quitó la chaqueta y a continuación desabrochando la hebilla, se sacó el cinturón de cuero negro.

La chica le miró, tragó saliva y dijo.

– ¿Me vas a pegar con eso?

Juan, doblando el cinturón por la mitad, asintió.

– Inclínate y apóyate en la cama.

Sayo se dio la vuelta y apoyando sus manos sobre la cama se inclinó presentando su culete para el castigo.

Juan se acercó y la chica contrajo el trasero involuntariamente.

El primer azote hizo temblar las nalgas de la japonesa.

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