Ya habían pasado unos días desde los sucesos acontecidos entre la casada y Erasmo. Samantha había comenzado a olvidar todo lo vivido ese día, haciéndolo ver como un mal sueño solamente. Doña Carmen, fiel a su palabra le había conseguido el uniforme escolar para Daniel y se lo había llevado. Y Erasmo siempre que estaba en su casa, le preguntaba a su mujer por la casada que había criado como su hija, intentando que la invitara más a menudo a la casa para así poder hacer su luchita y encamarse con esa hembra. Pero su mujer tan sólo le daba respuestas secas en las que no podía sacarle mayor información. Sabía que el ir directamente el a su casa no era buena idea ya que levantaría muchas sospechas sin mencionar que una vez que pasó por la casa de la mujer, pudo ver cómo está se encontraba afuera con un hombre bien trajeado mientras platicaban entre risas. Intuía que él era el amoroso esposo del que tanto presumía Doña Carmen, así que sabía que el acercarse de más, pondría alerta a ese hombre, solo haciéndolo meter en problemas, alejándolo de la mujer.
Roberto por su parte, estaba muy contento con la presencia de Ivonne en la constructora. Aunque era su primera vez trabajando, la chica había resultado ser muy buena, haciéndolo tomar ciertos respiros por los cuales ya podía ir todos los días a comer a su casa y estar más cerca de su familia.
Todo parecía ir de maravilla en la familia Jauregui. Pero el más joven de la familia pensaba todo lo contrario…
El lunes en la mañana
Samantha dándole la bendición a sus dos amores, los despedía mientras veía como como el auto se alejaba cada vez más hasta que ya no los pudo ver. La mujer fiel a su costumbre tan solo llevaba su camisón para dormir. Ya se disponía a cerrar la puerta de su casa cuando el sonido de un auto que ya comenzaba a identificar la detuvo. A los pocos segundos los pitidos y chiflidos de nueva cuenta hacían acto de presencia como los días anteriores. Era el mismo sujeto que todos los días le mandaban tan vulgares halagos si así se podrían decir.
Aunque en un principio esas acciones le parecían groserías hacia su persona, con el pasar de los días, aunado a los halagos que había recibido de Doña Carmen, las 2 chicas y otras señoras que la conocían desde chica, tan solo la hacían sentir más llena de vitalidad y seguridad. Sin mencionar todas esas miradas lascivas y murmullos que un sinfín de hombres le hacían en la calle. Sabía que no estaba bien, pero el sentirse admirada de nueva cuenta por el sexo masculino le agradaba.
-“Aunque sean viejos los que me vean, se siente bonito el que me sigan considerando atractiva”- eran los pensamientos de la casada. Aunque pronto sabría que no lo solo atraía la atención de los viejos, sino que también despertaba los bajos instintos de los no tan viejos.
Samantha los primeros días tan solo escuchaba esos pitidos y chiflidos del vehículo, para rápidamente cerrar la puerta con su rostro colorado y una ligera sonrisa como si se tratara de una colegiala a la que un chico le acaba de declarar su amor y por miedo tan solo busca esconderse. Pero con el pasar de los días, había comenzado a adquirir mayor seguridad, aguantando estoica esos halagos sin meterse a su casa y viendo que el vehículo del que provenían tan burdos pero atrevidos piropos eran de una camioneta ya algo vieja y despintada que tenía rotulado en las puertas, ´Plomería “El Ray” ´ con el número telefónico. Pero aún no se atrevía a mirar al que manejaba aquel vehículo.
Pero hoy llena de valor y cierto grado de excitación acumulada ya que el día anterior Samantha le había pedido a Roberto tener una noche de acción, pero su esposo la rechazo diciendo que su hijo los podría escuchar. Se atrevió a levantar la mirada en el momento exacto en el que la camioneta pasaba por su casa y por fin pudo ver el rosto de aquel plomero. Era un tipo de unos 22 o 25 años, tez entre blanca y morena, con un arete en su oreja derecha, su nariz la tenía en forma de gancho y sus dientes ligeramente chuecos, eso ultimo lo supo porque el chico iba con una sonrisa burlona mientras la miraba.
Samantha lo veía con cierto asombro, ya que pensaba que se trataría de un viejo de los que ya se comenzaba a acostumbrar a recibir esos piropos. Pero el ver que se trataba de alguien más joven incluso que ella se le dibujo una sonrisa y rápido entro a su casa. Mientras subía a su recamara para comenzar con las tareas del hogar, sin dejar de pensar en lo joven que se veía aquel chico.
Mientras tanto unos minutos más tardes.
Roberto le venía haciendo platica a su hijo, pero este apenas y le respondía de manera escueta. Comenzaba a mirar cierta tristeza en su hijo de unos días para acá. Imaginaba que se trataba por ir a una escuela tan precaria y poco actualizada. Pero ahora por más que quisiera el hombre, no podía cambiarlo de escuela aun por difícil estabilidad económica en la que se encontraba.
Después de unas cuadras, por fin llegaron a la escuela. Roberto despedido a su hijo arriba del auto y apenas vio que aquel mastodonte que se decía director, comenzaba a acercarse al coche para ponerse a platicar con él, encendió el carro y se alejó de manera rápida de ahí. Ya era recurrente que Roberto hiciera lo mismo prácticamente todos los días y a Daniel no le quedaba de otra que mentirle al director, diciéndole que su padre ya iba tarde al trabajo. Lo cual el director tan solo fingía entender, aunque por dentro se maldecía que siempre terminara ignorado.
Ya dentro de la escuela las cosas transcurrían de manera normal. Daniel desde los primeros días de clases ya se destacaban como el alumno más inteligente de su salón y hasta algunos maestros se cuestionaban que incluso era el más inteligente de la generación. Y no era para menos, gracias a que siempre había estudiado en escuelas privadas e incluso tenía clases personalizadas, le habían hecho ir más adelantado que cualquier alumno de una escuela pública. Mientras que en sus escuelas privadas era un alumno promedio tirándole a destacado, en la escuela pública prácticamente lo veían como el nuevo gran genio del país.
Las clases transcurrieron normales hasta que el timbre sonó, anunciando que la hora del receso había comenzado. A diferencia de lo destacado que era el aspecto estudiantil, en lo que se refería a socializar eran pésimo, apenas y les medio hablaba a 2 chicos tan solo porque les gustaba el mismo videojuego. Tampoco es que en sus antiguas escuelas hubiera sido el chico popular de la escuela, de hecho, todos los tachaban de friki y otaku. Pero allá ya tenía su grupito de amigos con los que se sentía aceptado, pero acá era todo lo contrario. Y más después de unos sucesos que habían pasado unos días atrás, se sentía con miedo siquiera de asomar la cara afuera del salón. Pero su hambre era más así que sin más remedio se enfilo hacia la tiendita de la escuela. Daniel a paso veloz intentaba regresar lo más rápido posible a su salón ya con sus nutritivas Sabritas y Coca. Pero justo a unos metros antes de llegar a su meta, de la nada un chico le cerró el paso mientras otros lo rodeaban.
-¿Que paso marranito, listo para darnos tu dinero? jejeje- un chico con el mismo uniforme que él, lo sorprendía mientras ponía una mano en su hombro.
-Brayan, ya déjame en paz, por favor. Yo no te hice nada- Daniel mirándolo con cierto temor le respondía. Aunque tenía poco tiempo en esa escuela, ya sabía que ese chico era el líder del grupo más temido de ahí. Lo que no sabía era el motivo por el cual, de unos días para acá, él y su grupo de amigos lo habían comenzado a molestar. Primero habían comenzado con burlas hacia su físico, las cuales intento detener, pero tan solo logro que lo sopapearan y lo tiraran en medio del atrio de la escuela donde todos miraron tal acción, haciendo que el chico muriera de pena al escuchar las risas de los demás estudiantes. Desde ese día, Brayan junto a sus amigos ya no se limitaban solo a insultarlo, sino que ahora le daban de sapes hasta que Daniel les daba el dinero que le daban para gastar.
-Tu no entiendes verdad, marrano?- Brayan comenzaba a cerrar la mano con la que tocaba el hombro de Daniel, provocándole dolor. -Tal vez tenga que hablar en su idioma para que me entienda, no creen?- el chico mirando a sus amigos les preguntaba y estos solo asentían entre risas. -¡Oink, oink, oink, oink…!- el bullying levantándose la nariz con su dedo índice, hacia ruidos como si de un cerdo se tratara, arrancándole carcajadas a sus amigos.
Los ojos de Daniel ya se veían vidriosos intentando retener sus lágrimas por la impotencia y miedo que en eso momento estaba sintiendo. Justo en ese momento recordó una frase que su padre le dijo, “El valiente vive hasta que el cobarde quiere”. Antes no la había entendido, pero justo en ese momento lo comprendido. Encontrando valor de lo más profundo de su ser, el chico hizo puño su mano derecha y sin previo aviso le soltó un certero golpe en la mandíbula, haciendo que Brayan diera unos pasos hacia atrás ya que el golpe lo dejo un tanto aturdido porque no se lo esperaba. Mientras que sus esbirros miraban tal acción con asombro.
Daniel poco a poco iba sintiendo que el miedo se apoderaba de su cuerpo de nueva cuenta, pero aun con las pizcas de valentía que le quedaban, tiro las cosas que llevaba en las manos y se puso en guardia como si de algún boxeador profesional se tratara.
Brayan volviendo en sí, levanto la mirada y justo en ese momento las pocas fuerzas de valor que le quedaban a Daniel se esfumaron. Y es que podía ver como si llamas del mismo infierno se encontraran adentro de los ojos de aquel chico.
-Vaya, al parecer este puerquito me salió valiente como el de la película o tal vez sea pendejo, ahorita lo voy averiguar- pasando su mano por labios fijándose si no se lo había abierto. Brayan se comenzó a quitar su playera, quedando solo con una camisa de resaque con varios agujeros.
-N… no… no… no… quiquieeee…ro pepelear, Brabrayan- Daniel aterrado y maldiciendo que su cerebro le hubiera recordaba tan estúpida frase de su padre, intentaba negociar sacando el dinero que le había sobrado. Incluso rezaba porque la prefecta apareciera y lo salvara. Pero como es común en las escuelas públicas, esas mujeres se la pasan más echando el chisme con las secretarias que haciendo su trabajo que es el cuidar que impere el orden y la buena conducta entre los alumnos.
-Muy tarde marrano. Esta si me la pagas- fue lo último que dijo Brayan. Para después de eso soltarle un fuerte derechazo a Daniel, justo en el pómulo que lo mando al suelo de una. Ya en el piso, Brayan le comenzó a soltar varias patadas, haciendo que el pobre niño solo se limitara a hacerse bolita para soportar lo mejor posible tan severo castigo.
-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Brayan, ya por favor!- entre sollozos, Daniel pedía misericordia, pero no se la daban.
-¡Cállate pinche marrana! Te sentías muy vergas, ¿no? jajaja. A ver si así te queda claro quién es el jefe aquí. ¡Toma!- un desquiciado Brayan no se detenía, el coraje que sentía por haber sido golpeado por ese friki solo saldría hasta que quedara saciado de golpearlo.
Los demás estudiantes tan solo se limitaban a mirar. Sabían que si alguno se quería hacer el héroe e intentar defender al chico, solo terminaría igual o peor que él.
Daniel ya no sentía lo duro sino lo tupido hasta que su ángel de la guarda hizo acto de presencia.
-¡Órale cabrón! No seas gandaña, en el piso ya no se vale golpear- de un fuerte empujón un hombre separaba a Brayan de Daniel.
-Tú que traes pinche Goyo, no te metas, wey- el chico con cierto tono de enfado le recriminaba al conserje de la escuela por haberse metido.
-Si me meto porque eso ya es pasarse de chorizo, cabrón. No tengo pedos de que te agarres a putazos. Pero cuando uno de los 2 ya está en el piso no se sigue golpeando. Es regla universal, Brayan- Goyo dejando su escoba en el piso se hincaba para intentar levantar al maltratado chico.
-Ahora resulta que hasta referee nos saliste. Chinga tu madre, Goyo- Brayan tomando su playera junto a las Sabritas y Coca de Daniel se marchaba mientras increpaba algunos estudiantes que habían visto la golpiza.
-¿Estas bien, chamaco?- el conserje con cierta preocupación le preguntaba ya que Daniel apenas y se movía.
-Si… mhhh… estoy bien… gragracias- el chico entre pujidos le hacía saber al viejo que aun seguía entre lo vivos.
-Vente, vamos al cuarto de aseo para ponerte tantito alcohol en el madrazo que te dieron en la cara- Goyo levantando a Daniel le decía a lo que el chico asentía.
Ya en el cuarto, Goyo buscaba en su botiquín de primeros auxilios un pedazo de gasa y la botella de alcohol mientras el chiquillo miraba con un solo ojo el sucio cuarto. Ya que su otro ojo estaba completamente cerrado tras el golpe había recibido.
-Pero quien carambas te manda ponerte con sansón a las patadas?- el viejo le preguntaba mientras se acercaba al niño con la gasa bañada en alcohol.
-¡AUCH!- fue el quejido que salió de Daniel al sentir el alcohol en su herida. -Pues yo solo me defendí. Él y sus amigos ya tienen varios días molestándome y hoy fue la gota que derramo el vaso. ¡AY!- intentando con su mano alejar la gasa el chico le respondía
-¡Aguántese como los machos! Pues si compita, pero tu también como te le pones al tu por tu con él. Ese cabron ya se pelea con weyes de prepa y los tumba. Tu ni en sueños le ganarías- un preocupado conserje le decía al estudiante. Y no es que a Goyo le importara la salud de los estudiantes, es más, a él le gustaba mirar cuando los chicos se agarraban a golpes. Tan solo que esta vez sí sintió que se estaban pasando de mala leche con el obeso estudiante.
-Ahorita mismo iré con la prefecta para que a ese idiota lo expulsen de la escuela. Al cabo mi papá es amigo del director- Daniel con cierta soberbia le respondía al conserje. Si bien era cierto que el director en varias ocasiones había ido con él para que intercediera por el para que su padre se dignara a hablar con él. No quería decir que el director fuera aceptar cualquiera de sus solicitudes.
-¡Jajajaja! Ahora si me hiciste reír, chamaco- con una hilarante risa burlona, Goyo le respondía.
-¿Por qué dice eso?- un confundido Daniel le preguntaba.
-Ay chamaco. Pues porque apenas y el Brayan se entere que fuiste de sapo, el junto con sus borregos, te van a poner la madrina de tu vida. El ultimo “valiente” que fue a echar de cabeza a ese wey, lo mando a su casa con una costilla y un brazo rotos. Aparte el director tampoco puede hacer mucho que digamos- Goyo sentándose a un lado de Daniel lo tomaba del hombro mientras le contaba eso.
-Pero acaso nadie ayudo a ese pobre chico? ¿Y porque dice que el director no puede hacer nada? ¿Acaso él no es el que manda en esta escuela?- Daniel como si se tratara de un interrogatorio, no paraba de hacerle preguntas al pobre conserje, el cual ya no sabía ni cual responder.
-Aguántate chamaco, una por una porque me apendejo. Pues eso de ayudar, como pudiste ver hace rato, no se hace. Todos los alumnos saben que, si alguien se quiere meter o ir de chismoso, le va igual o peor, por eso todos se limitan a solo mirar. Aparte ese pleito fue afuera de la escuela, así que la escuela poco y nada podía hacer. Y con lo otro. Si, el director es el que manda aquí, pero si quiere que la escuela reciba más fondos por parte de la Secretaria de Educación, tiene que demostrar que en esta escuela todos sus alumnos egresan con buen promedio. Por eso no puede correr al Brayan, aunque ganas no le faltan. De hecho, él ya tendría que estar en la prepa, pero como es un burro pues reprobó. Él estudiaba en el turno de la tarde, pero allá de plano casi nunca entraba a clases y se peleaba a cada rato. Por eso el director prefiero cambiarlo al turno de la mañana, según para que estuviera con los alumnos más listos y se le pegara algo de ellos, pero de plano no se le pega ni madres- el viejo conserje le contaba mientras le daba unas palmadas en la espalda en señal de ánimo si es que el chico quería seguir con su idea de ir de soplón.
-¿Entonces que hago?- un frustrado Daniel se preguntaba en voz alta
-Pues… si yo fuera tú, le diría a tus papás que te cambiarían de escuela. Al cabo se ve que tus papás tienen rete harta lana- el viejo sin dejarle de dar leves palmadas en su espalda le respondía a tan pensativo chiquillo.
-Imposible…- el niño rápidamente guardaba silencio ya que su padre le había dicho que no le dijera a nadie sobre su actual situación económica ya que le podrían hacer burlas. -Bueno, ya vere que se me ocurre. Muchas gracias Don conserje- Daniel levantándose de donde estaba sentado, se ponía enfrente del viejo y le daba su mano en señal de saludo.
-Goyo. Me llamo Goyo, chamaco jejeje- decía el viejo estrechando su mano con la del chico.
Después de unos minutos de seguir charlando, Daniel escucho el timbre que daba por concluido el recreo así que el chico despidiéndose de Don Goyo, salió de aquella bodega mientras iba pensando que no todas las personas de aquella escuela eran malas.
En esos momentos, pero en otro lado de la ciudad.
En la casa de Doña Carmen se podían escuchar los gritos fúricos de la mujer desde afuera de la casa.
-¡Ya levántate pinche huevon! ¡Ya es tarde y necesito que me lleves por la mercancía que compre!- eran los “buenos días” con los que Doña Carmen levantaba a la masa amorfa que estaba enredada entras las sábanas y cobijas de la cama.
-No estés chingando y déjame dormir otro rato vieja. ¿No ves que ayer llegué bien tarde de trabajar en el taxi? – decía la cosa que estaba echada en la cama que decía ser un hombre.
-No digas chingaderas Erasmo. ¿Acaso crees que no sé qué ayer te fuiste a tomar con tus amigotes? Si llegaste apestando a cerveza- la mujer le respondía mientras le soltaba dos manotazos.
-Déjate de chingaderas. Si me fui a echar unas chelas con mis amigos, pero fue porque no había jale en la calle y ni modo de estar dando vueltas cómo pendejo en el carro- Erasmo por fin saliendo de entre las cobijas, mostraba su cara de pocos amigos.
-Pues por eso mismo, me tienes que ir a llevar a traer la mercancía de mi ropa porque mi negocio es lo único por lo que tragamos. Porqué tú nomas te gastas el poco dinero que sacas en el taxi con tus amigotes y en andar subiendo putas al carro, ya me dijo mi comadre que te vio el otro día risa y risa en el taxi con una fulana- La mujer le recriminada mientras le arrojaba el peine con el que se estaba terminando de acomodar su cabello.
-¿Cuáles putas? Esa pinche verdulera de tú comadre nomas me levanta falsos. Ni modo que no le sonría a mis pasajeras. Y deja de estarme echando en cara que a ti te va mejor en tu pinche negocio de vender ropa porqué para eso eres mi vieja y me tienes que atender cómo tu macho que soy- le decía el viejo levantándose de la cama mostrando su obeso y amorfo cuerpo moreno que sólo vestía un bóxer lleno de agujeros, más que un colador. No había explicación científica que dijera cómo es que ese par de popotes que tenía por piernas pudiera soportar el peso de esa masa de grasa.
-Ya no me hagas perder el tiempo y apúrate porque si no luego no respetan que es mi pedido y se lo terminan vendiendo a otras personas- decía la señora saliendo del cuarto.
-Ya ni descansar a uno lo dejan en su propia casa, chingada madre- entre maldiciones el viejo terminaba de ponerse su percudido pantalón y buscaba su playera apestosa de ayer.
Después de un par horas en la que la pareja fue por el pedido y se pararon en una lonchería para desayunar. Ya se disponían para regresar a la casa. Mientras tocaban temas sin mucha importancia, en la radio sonó una cumbia.
-Viejo, hay que salir este fin de semana a un bar de cumbias para bailar. Ya tiene mucho tiempo que no me llevas a bailar- la señora haciendo ciertos movimientos como si estuviera bailando le decía a su hombre.
-¡No estes chingando! ¿No ves que no me anda yendo bien en el jale, de donde quieres que saque feria para ir a bailar? Aparte no vuelvo a salir a un lugar así contigo. No después de cómo te pusiste la última vez que salimos- Erasmo sin voltear a mirarla le recriminaba aun recordando los desfiguros que hizo la última vez que salieron de jarra.
-¡Ay viejo! Solo fue un pequeño desliz. Aparte si me llevas a bailar te prometo recompensarte bien cuando regresemos a la casa- en un tono sugerente y posando su mano en la pierna cerca de la entrepierna de Erasmo, Doña Carmen le decía cerca del oído.
-¡QUE NOOO! ¡Y NO ESTES CHINGANDO QUE ANDO MANEJANDO Y ME PUEDES HACER TENER UN ACCIDENTE!- el viejo ahora si volteando la mirada hacia su mujer le respondía entre gritos. La verdad era que le valía madres si se llevaba algún cristiano de corbata o chocaba, total no era la primera vez que estaba involucrado en algún accidente automovilístico donde él era el responsable por andar mirándole las nalgas o pechos a las mujeres mientras conducía. Lo que le hacía entrar en colera era el simple hecho de imaginarse teniendo sexo con aquella mujer. En sus adentros, él se sentía lo suficiente hombre para parchar con mujeres más jóvenes y bellas. Tan solo se animaba a encamarse con esa gárgola cuando andaba muy caliente y no traía dinero para irse con las cariñosas o cuando buscaba algún beneficio principalmente económico de Doña Carmen.
-¿Ves cómo eres? ¡Pinche panzón feo!- Doña Carmen soltándole un empujón en el brazo se acomodaba de nueva cuenta en su asiento girando su mirada hacia su ventana. -Quería invitar a Samantha a que fuera con nosotros para que se distrajera un poco- la mujer decía en un tono casi como susurro y de forma involuntaria.
El viejo al escuchar eso, casi frena en seco en medio de la avenida concurrida sin importarle que el auto de atrás lo chocara. Y es que la emoción que sentía por aquel comentario, lo hacía tener ganas de salir del coche, quitarse la ropa y ponerse a bailar. Girando hacia su mujer y zangoloteando su hombro con su regordeta mano, el hombre comenzaba a hablarle a la mujer con un brillo en sus ojos.
-¡¿También vas a invitar a Samantita?!- Erasmo con una sonrisa de oreja a oreja le preguntaba.
-Pues era la idea. Quiero que mi Samantita salga de su rutina. Pero ya dijiste que no puedes porque no tienes dinero y tampoco quiero que ella ande gastando- la mujer manteniendo la mirada hacia el frente le respondía con un tono de decepción ya que no podría llevar a una niña de rumba.
-Así la cosa cambia, vieja. Me voy a poner bien pilas estos días en el jale para sacar una buena feria e irnos el sabadito a pulir la pista jejeje- el viejo taxista con un tono de autentico compromiso nunca antes visto en él, casi se hincaba ahí mismo para jurarle que ese fin de semana saldrían de fiesta. El solo imaginarse compartir mesa y pista con aquel portento de mujer, le hacían casi llorar de la felicidad. Ni cuando vio a su ratero equipo ganar campeonatos le habían provocado ese grado de felicidad.
-¿Y a qué se debe ese cambio tan brusco? ¿Si hace unos segundos me habías dicho que no tenías dinero?- Doña Carmen volteando ahora si su mirada hacia la sebosa cara de aquel sujeto, le cuestionaba su cambio de opinión.
-Como que porque mi amor, pues hay que sacar a Samantita a que se divierta un rato jejeje. Es tu responsabilidad como su mamá adoptiva el cuidarla bien y yo como tu macho te tengo que ayudar, ¿no?- el viejo intentando sonar lo más cariñoso y comprensivo le respondía a su a mujer.
Doña Carmen ya se disponía a hacerle más preguntas. Pero prefirió callar, suponía que a Erasmo le había caído de buena forma Samantha y por eso el cambio de humor. Al final de cuentas su sueño más grande se estaba volviendo realidad. Era el que Samantha y Erasmo se llevaron muy bien y existiera una conexión similar al de un padre con su hija. Quería por fin tener esa familia que Dios o la Madre naturaleza le habían negado tener.
Lo que no sabía la ingenua mujer es que esa aun débil conexión que existía entre la joven casada y el viejo ruletero, estaba muy lejana a la de ser la de una hija con su padre. Por lo menos no de su querida pareja, que la veía como una hembra en toda ley con la que quería desfogar sus más oscuros y perversos deseos carnales.
Doña Carmen dándole un beso el cachete sudado y con una barba sin afeitar, le agradecía por haber recapacitado su decisión. Así la madura pareja siguió con su viaje mientras veían cual bar sería la mejor opción.
En la casa Jauregui.
Samantha terminaba de darle los últimos sazones a la comida cuando escucho que tocaban a la puerta. Miro el reloj y de inmediato supo de quien se trataba. Bajándole la lumbre a la estufa se apuró a salir de la cocina mientras se quitaba su mandil que estaba lleno de manchas de comida.
-Bienve… ¡¡¡¿QUE TE PASO?!!!- fue el grito de la ama de casa al ver el ojo izquierdo casi cerrado de su hijo.
-Nada mamá sol… ¡AUCH!- Daniel apenas estaba respondiéndole a su madre cuando esta lo abrazo haciéndolo quejarse de dolor por las patadas que había recibido en su torso.
-¡DIME QUIEN TE HIZO ESTO, BEBE! ¡DIME PARA IR A RECLAMARLE!- Samantha ya con lágrimas en su rostro y con un coraje que se le veía en sus ojos vidriosos le pedía a su hijo que le dijera quien había sido capaz de maltratar de tal manera a su tesoro más preciado que tenía en esta vida.
Daniel quedo mudo al ver a su madre en el estado en el que se encontraba. Rara pero muy rara vez había visto a su madre enojada y recordaba que a hasta Roberto, su padre le huía cuando ella se encontraba en ese estado. Alguna vez su padre le había dicho que a la única persona que le tenía miedo, era a su madre cuando se enojaba y entendía muy bien el porqué. El solo mirarla directamente a los ojos hacia al chiquillo temblar y no poder decir una sola palabra.
-¡DIME, AMOR! ¡¿FUE ALGUNO DE TUS COMPAÑEROS?!- la mujer alterada continuaba con sus preguntas sin dejar que el pobre niño pudiera responder ninguna.
-Me… me lo hice jujugando futbol- Daniel tartamudeando ya que se sentía muy presionado por su madre y recordando lo que le había dicho su nuevo amigo Goyo, de que si iba de chismoso, el Brayan le pondría una chinga más grande y dolorosa. Prefirió seguir los consejos de su anciano amigo y mentirle a su madre con lo primero que se le vino a la mente.
-¡¿QUEEE?! ¡PERO SI A TI NI TE GUSTA EL FUTBOL, DANIEL! ¡DIME QUIEN TE HIZO ESTO!- Samantha comenzaba a molestarse con su hijo también. Y es que lo conocía tan bien que sabía que a él no le gustaba jugar al futbol. Sabía que ese golpe se lo había ocasionado alguien.
-En.. en verdad, mami. Me hizo unos nuevos amigos y ellos me invitaron a jugar futbol. Solo que… por accidente me dieron un balonazo y… pues así quedo mi ojo- el chiquillo no sabía de donde le salía tal imaginación para idear tan buena mentira o así lo pensaba él. Pero con el mirar como el semblante de su mamá poco a poco cambiaba esa mirada de asesina y regresaba su mirada de solo preocupación y ternura, sabía que ya estaba del otro lado.
-¿En verdad fue por eso mi cielo?- la mujer poniendo su mano en la mejilla de su hijo y mirándolo a los ojos, ella aun con sus ojos vidriosos le preguntaba.
-En verdad, mami. Te lo juro por la Virgencita de Guadalupe- el chiquillo casi hincándose le juraba a su madre que todo lo que salía de su boca era verdad.
La madre aún tenía ciertas dudas, conocía a su hijo como la palma de la mano y sabía que el prefería evadir cualquier deporte de contacto y que requiriera el correr. Pero al mirar lo sucio que se encontraba su uniforme, comenzaba a creer que lo que decía su hijo era cierto. Aparte Daniel no era un niño que mintiera. Era alguien que, a su corta edad, buscaba la justicia, aunque a veces esta lo afectara. Eso lo había aprendido de su padre. Así que, quitándose esas dudas, decidió confiar en su vástago.
-Pero mira nada más como te quedo el ojo, tontito jijiji- Samantha con sus ojos rojos por las lágrimas que había soltado, comenzaba a reír al ver que todo se había tratado de una travesura de su hijo. -Ven, vamos adentro para limpiarte y ponerte pomada en el ojo para que se te desinflame. ¿Ningún maestro o prefecto te curo?- la mujer poniendo su mano en la espalda de su hijo lo encaminaba mientras hablaban.
-No, mami. El que me ayudo y me puso alcohol fue el conserje, Don Goyo. La verdad es que es una buena persona- Daniel volteando a mirar a su madre mientras caminaban le contaba lo bien que se había portado aquel hombre con él.
-Qué bueno, mi cielo. Mañana que vaya a la escuela hablare muy seriamente con tu prefecta para decirle que este más atenta a los alumnos. Y también visitare a Don Goyo para agradecerle que te hubiera curado- sin dejar de caminar y con una sonrisa amigable, le respondía a su hijo.
Después de varios minutos en los que la madre atendía a su hijo de su ojo y otros raspones que le vio en algunas otras partes del cuerpo, que intuía se debían a lo intenso que fue el juego. Terminaba por casi bañarlo en pomada, el adolescente solo se limitaba a soportar como los campeones los tocamientos que le hacia su madre por diferentes partes de su cuerpo. Y es que, en algunas partes, principalmente su torso, cualquier ligero rozón, lo sentía como si le estuvieran apretando con mucha fuerza por lo sensible que tenía ahí. Sabía que, si se quejaba, podría alertar de nueva cuenta a su mamá y dada la hora, ya no tardaría en llegar su papá. Sabía que no podría soportar un interrogatorio con ambos a la vez. Así que solo le quedaba aguantar a que su madre acabara con ese martirio que le estaba resultando.
Samantha por fin termino de untarle la pomada y justo en ese momento escucharon que abrieron la puerta principal. Roberto extrañado vio que hoy no lo recibieron como era costumbre. Así que dejando su maletín y saco en uno de los sillones, subió las escaleras preguntando por ambos hasta que escucho la voz de su mujer que venía del cuarto de su hijo. Apenas entro al cuarto y les ibas a reclamar por no darle su habitual bienvenida cuando vio con susto y preocupación el ojo de su hijo.
-¡Hijo! ¡¿Qué te paso?!- el padre acercándose a él y poniéndose de rodillas le preguntaba mientras giraba su mirada hacia su mujer también intentando que alguien le diera una respuesta.
-Me…- apenas el chico le iba a responder a su padre, cuando su madre se metió y fue la que le dio la noticia.
-Pues que a tu hijo le dieron un balonazo mientras jugaba futbol. ¿Cómo ves?- Samantha lo decía con un tono molesto, Esperaba que Roberto también lo estuviera y le recriminara, pero grande fue su sorpresa cuando vio como en el rostro de su esposo se dibujaba una sonrisa de oreja como hace tiempo no tenía.
Y es que no era para menos. Roberto pertenecía a esas generaciones en donde el cuando era niño se la pasaba jugando en la calle con sus amigos a los quemados, escondidas, alcanzadas, futbol, etc. Por eso le causaba mucho conflicto cuando veía que su hijo y los amigos de este que se la pasaban toda la tarde encerrados en su cuarto jugando videojuegos. Así que el enterarse que su hijo había jugado futbol le causo mucha alegría. Entendía el enojo de Samantha ya que cuidaba mucho a Daniel, pero el sabía perfectamente que esos golpes eran parte del salir a jugar. Él había sufrido varios de esos golpes y raspadas. Incluso hasta recuerda alguna vez haberse descalabrado mientras subía un árbol. Pero ahora a su edad, recordaba esas anécdotas entre risas ya que eran parte de su divertida infancia y quería que su hijo también creara sus propios recuerdos.
-¿En verdad, Daniel?, ¿Y qué tal estuvo el partido?, ¿Metiste algún gol?- Roberto levantándose y sentándose en la cama a un lado de su hijo lo bombardeaba con un sinfín de preguntas mientras mantenía su sonrisa en su rostro.
-¿No le vas a llamar la atención?- Samantha con un semblante molesto le recriminaba a su esposo. No entendía como este se preocupaba más por si había metido un gol que por el golpe que había recibido.
-Amor, esos golpes son normales en los partidos de futbol. A ver, voltea para acá hijo.- Roberto tomando del mentón a Daniel le giraba hacia donde se encontraba el y comenzaba a examinar el golpe. -Solo es un golpecito, Samantha. No es para que exageres jajaja. En un par de días se le va a quitar. Mejor cuéntame que tal te fue en el partido- Roberto minimizando lo que su esposa le decía, regreso con las preguntas hacia su hijo.
Daniel por su parte, solo sentía un gran temor dentro de él. Sentía que en cualquier momento su mentira seria descubierta y aparte del enojo que les causaría a sus padres por mentirles, Brayan le daría la golpiza de su vida por chismoso como el conserje Goyo le había dicho. Tenía ganas de salir corriendo de ahí por la presión que sentía al tener la mirada de sus padres sobre él, esperando escuchar la historia completa. Pero justo en ese momento su madre lo saco del apuro sin que se diera cuenta.
-Eso lo hablan en la mesa. La comida se va a enfriar- la casada aun con un semblante molesto por la actitud que había tomado su esposo, les apuraba a que se levantaran para ir a la mesa mientras ella salía del cuarto.
-Bueno, ahorita que estemos comiendo nos cuentas, hijo. En verdad no sabes lo feliz que me haces jajaja- el hombre entre risas le dio un beso en la frente a su hijo mientras se levantaba de la cama. Le era imposible el ocultar la felicidad que le provocaba esa noticia.
Padre e hijo se dirigieron a la mesa en la cual Samantha ya estaba terminando por servir la comida en los platos. Así que sin más, los 3 se sentaron y comenzaron a comer mientras platicaban. Primero Roberto comenzó a platicarles sobre lo bien que iba la construcción en la que él era el encargado. Samantha no era mucho de hacerle preguntas profundas de su trabajo a su esposo. No quería verse como una mujer celosa o posesiva, aparte en la empresa en la que antes trabajaba Roberto, eran prácticamente puros hombres con los que él trabajaba. Así que ella se limitaba a escuchar lo que su esposo le contaba y ella hacia una que otra pregunta más que nada de curiosidad del porque un trabajar no había ido a trabajar o alguna anécdota que le había sucedido durante el día. Lo que no sabía Samantha es que Roberto tenía bajo su tutela a una joven sumamente atractiva y que de a poco despertaba un ligero interés sobre su esposo.
Pero Roberto lo que en verdad quería era el saber sobre el día tan productivo que había tenido su hijo. Así que no preguntándole como le había ido a su esposa, se dirigió directamente a su hijo.
-Pero entonces que tal hijo, ¿con quién jugaste futbol?- el hombre estirando su mano, sujetaba el antebrazo de su hijo con total orgullo.
-Pues con sus amigos. Tu hijo ya hizo amigos nuevos- Samantha le comentaba mientras le daba un trago a su agua fresca.
-¿En verdad?, ¿Y cómo son?, ¿Cómo se llaman?- el hombre no terminaba de asombrarse por esa nueva faceta tan social que comenzaba a tener su hijo. Comenzaba a pensar que el que hubiera entrado a una escuela pública tal vez y si había terminado siendo una buena decisión para el desarrollo social de su hijo.
-Ándale, cuéntanos, amor. Yo también tengo curiosidad- decía la mujer con una genuina sonrisa de felicidad.
-Este… pues… yo…- Daniel comenzaba a poner a trabajar a marchas forzadas a su cerebro para que este lo sacara del embrollo en el que se encontraba. De su frente varias gotas de sudor comenzaban a ser visibles. Pareciera como si se encontrara en algún sauna o hubiera terminado alguna rutina de ejercicio.
Justo en ese momento el timbre de la puerta sonó. Daniel sin perder tiempo se levantó de la mesa y se dirigió hacia la puerta principal, mientras les decía a sus padres que él se encargaba de abrir a lo cual sus padres poco pudieron decir ya que en su vida habían visto correr tan rápido a su hijo. Daniel sin duda alguna le agradecería a la persona que estaba del otro lado de la puerta por haberlo sacado de tan apremiante situación. Así se tratará de algún vendedor, él se encargaría de que sus padres le compraran lo que fuera que estuviera vendiendo. Pero grande fue su sorpresa cuando abrió la puerta y se dio cuenta de que no era ningún vendedor. Sino que se trataba de una cara familiar, era Doña Carmen que con una sonrisa en su rostro lo abrazo al instante. Justo cuando el chico fue abrazado, pudo ver que en la calle se encontraba aquel taxi destartalado y dentro de él se encontraba aquel obeso viejo que hace ya unos días le había dado el susto de su vida y les había dado raite a su casa. Veía en la cara de aquel hombre cierto molestia combinada con desilusión. Y no era para menos. Erasmo se había esperado a que le abrieran a su mujer para poder ver si la que abría la puerta era su culona hija putativa. Pero grande fue su desilusión cuando vio que se trataba del vástago de ella. Así que sin querer ver más, encendió el auto y con un movimiento en su mano se despedía del chiquillo, gesto que Daniel también le respondió.
-¿Cómo estas mijo? ¿Esta tu mamá?- la señora le preguntaba al niño sin mencionar el golpe en el rostro del chico. Y no era que no le importara tan solo que, al no llevar sus lentes puestos, la ya muy disminuida vista de la mujer no le dejaba mirar aquel golpe.
-Muy bien y usted? Si, está en la mesa con mi papá. Pase- Daniel haciéndose a un lado le dejaba el camino libre para que aquella mujer entrara a su casa.
-¡¿También esta Robertito?! Gracias mi vida- Doña Carmen aceptando la invitación se apresuró a llegar a la mesa cuando escucho que también se encontraba ahí Roberto.
La mujer a paso veloz se dirigió a la mesa mientras se ponía sus lentes y dejaba atrás al niño. Sus ojos se iluminaron cuando vio aquella pareja de casados sentados mientras platicaban.
Apenas y Doña Carmen llego a la mesa, la pareja dirigió la mirada al mismo tiempo hacia donde se encontraba aquella viejita y su mirada de igual manera se ilumino. Rápidamente Roberto se levantó y sin decir palabra se fundió en un cálido y sincero abrazo mientras le daba pequeños besos en la frente arrugada de aquella mujer. Samantha por igual, se acercó y la abrazo junto a su esposo. Apenas iba llegando Daniel y pudo ver aquella escena, comenzaba a entender que todo lo que había dicho su papá la última vez era cierto. Él le tenía un gran cariño a aquella mujer ya que conocía muy bien a su padre y sabía que él no era muy afectuoso con casi nadie.
Doña Carmen no pudo evitar el soltar unas lágrimas. Y es que el estar en esa situación le hacía sentir la mujer más feliz del mundo. Podía sentir lo sincero y amoroso que era aquel abrazo al igual que le hacía recordar todas esas anécdotas que había entre los 3 ya que ella fue la cómplice de ellos cuando estaban de novios.
El abrazo continuo unos segundos más hasta que la viejita se separó diciendo entre risas que ya no podía respirar. Samantha y Roberto olvidando la plática con su hijo se sentaron de nuevo e invitaron a Doña Carmen la cual gustosa se sentó y Samantha le sirvió un plato de comida. Daniel agradecía que hubiera llegado aquella mujer, así tendría tiempo para idear una buena mentira si es que sus papás continuaban con las preguntas más tarde.
La platica entre los 3 continuo entre risas mientras Daniel solo escuchaba divertido como es que su papá se las ingeniaba para verse a escondidas de sus abuelos con su mamá. Así paso una hora hasta que Roberto mirando el reloj les decía con verdadera tristeza que ya era hora de regresar al trabajo. Apenas y se estaba levantando cuando Doña Carmen recordando a lo que había ido lo paraba.
-Espera Robertito. Venía a decirles algo, pero por andar recordando las vagancias de ustedes 2 ya me había olvidado. Quería invitarlos a que fuéramos este sábado a bailar. Conozco un bar donde ponen salsa y cumbias que esta buenísimo- la mujer mirando a ambos con una sonrisa y dando palmadas, esperaba su respuesta.
-¡Sííí! ¡Vamos!- Samantha adelantándose a su esposo, respondía.
Ahora no solo era Doña Carmen la que lo miraba esperando una respuesta, sino que también su amada esposa se le había unido y eran ambas las que lo miraban con una sonrisa de oreja a oreja.
-Es que no se. Nosotros ya no estamos en edad para ir a esos lugares. Aparte, ¿quién va a cuidar a Daniel?- Roberto buscando más pretextos que soluciones les comentaba a ambas mujeres.
-Déjate de mensadas. Ustedes aun están muy jóvenes y necesitan salir. Cuando eran jóvenes bien que salían a los antros todos los fines de semana- Doña Carmen le respondía de forma inmediata. Le respondía hasta con cierta altanería por la confianza que exista entre ambos. -Y por lo de Daniel no hay problema. El ya está grande y se puede cuidar solo. Aparte solo serán unas cuantas horas, tampoco es que me los vaya a robar por días- sentenciaba mientras miraba a ver a Daniel y le daba un guiño.
-Si, papá. Ya estoy lo suficientemente grande como para cuidarme solo. Aparte puedo pedir unas pizzas para cenar mientras juego online con mis amigos- el chico secundaba a la señora.
-¿Ya ves? Ahora si no puedes decir que no. Aparte sirve y te presento a mi galán jijiji. Tu esposa e hijo ya lo conocieron- la mujer le decía eso intentando llamar su atención, y porque no, también intentando presumir.
Roberto observaba como Doña Carmen no le quitaba la mirada de encima esperando que le respondiera, mientras que su hijo también lo miraba asintiendo su cabeza para que aceptara. Luego volteo a mirar a su hermosa y amada esposa, ella no decía nada, pero en su mirada podía ver el entusiasmo y las ganas que tenía por ir. Samantha como toda esposa echa a la antigua, era sumisa y no se atrevía a contradecir a su esposo por más que ella no opinara igual que él. Por eso es que en esta ocasión ella tan solo se limitó a callar, esperando que su hijo y la mujer que conocía desde que era un bebe. pudieran abogar lo suficiente para que su amado esposo aceptara la invitación y por fin ella pudiera salir de fiesta después de muchos años.
El hombre aun lleno de felicidad por la noticia de que su hijo había hecho nuevos amigos, aunado a que había vuelto a ver a Doña Carmen, le hacía ver todo eso como algo divertido y que los sacaría de la monotonía. Lo más probable es que si esa felicidad no le estuviera recorriendo por todo su cuerpo la respuesta hubiera sido una contundente respuesta negativa. Pero en ese momento no era el caso.
-Vas a ver. Me traicionaste. Un hombre jamás deja abajo a otro hombre jajaja- Roberto apuntando a su hijo le respondía entre risas. -Pues qué más puedo decir Doña Carmen. Soy fuerte pero imposible ganarle a 3 y más cuando esos 3 me hacen bolita. El sábado me tocara sacar los pasos con los que enamore a mi amada jajaja- Roberto con una risa risueña y plantándole un beso en la mano de Samantha, aceptaba la propuesta de la señora.
Al escuchar eso, Doña Carmen y Daniel no pudieron evitar abrazarse mientras saltaban. Mientras que Samantha aun sin asimilar que su esposo hubiera aceptado se dejaba abrazar por este mientras le plantaba varios besos en su rostro.
-Aparte quiero conocer esa conquista que tiene, Doña Carmen.- decía Roberto mientras dejaba de darle besos a su esposa.
-No es por nada, pero es un tipazo. Estoy segura de que serán muy buenos amigos- la mujer le respondía mientras ella también dejaba de festejar con Daniel.
-No lo dudo ni un poco. Y más si es tan agradable como usted- culminaba diciendo Roberto.
Entre risas Roberto se despedía de todos y se marchaba en su auto con rumbo a su trabajo. Mientras que Samantha y Doña Carmen se fueron a sentar a la sala en donde afinaban detalles para la gran noche que sería el sábado. Después de charlar un buen rato, Doña Carmen vio conveniente el marcharse hacia su morada. Así Samantha con mucha felicidad se fue con rumbo a su cuarto para sacar todas las prendas que tenía en su ropero en búsqueda desde ya el que sería su atuendo para esa noche especial.
Pero entre más buscaba más se desesperaba al no encontrar alguno que fuera adecuado para esa noche. Todos eran de un corte aseñorado. Si bien, sabía que tampoco podía usar algún vestido muy destapado ya que Roberto ni de chiste la dejaría dar ni siquiera un pie fuera de la casa. Buscaba algo que no la hiciera ver tan vieja, quería verse bonita para su esposo.
Al no encontrar nada tan solo un vestido negro con un escote medianamente generoso pero flojo que no dejaba a la vista sus curvas de infarto, deicidio ir al cuarto que ella usaba cuando vivía con sus papás. Recordaba haber visto algunas cajas con ropa. Pensaba que tal vez se trataría de la ropa de cuando ella vivía ahí, aunque intuía que ni de chiste entraría en aquellos vestidos ya que sus proporciones habían aumentado desde entonces.
La casada aun con una ligera esperanza decidió ir y solo al entrar una avalancha de recuerdos se fueron en contra de ella, desde aquellas tardes en las que su mamá y ella jugaban a las muñecas, hasta aquellas noches lluviosas en las que moría de miedo pero su papá como su valiente príncipe la cuidaba mientras le leía algún cuento hasta que caía dormida. Esos recuerdos la hacían tener una sensación de felicidad y tristeza al mismo tiempo, pero rápidamente se despejo de aquellas memorias y continuo con su misión. Después de mover y abrir algunas cajas que contenían infinidad artefactos que antes eran usados como decoraciones de la casa, por fin encontró lo que buscaba. Eran varias cajas que contenían un sinfín de ropa que ella usaba en la última etapa en la que había vivido ahí. Entre más veía aquella ropa, mayor era su asombro de que sus papás la dejaran salir con prendas tan pequeñas y llamativas. Todo lo que veía si bien era de su agrado, sabía que ni de chiste su esposo la dejaría usarla. Abría y abría cajas con diferentes tipos de ropa, pero sin dejar de ser sensual. Hasta que ya estando cansada y viendo agotadas sus esperanzas, vio en el fondo del cuarto una caja. Acercándose con cierta fatiga abrió la caja y grande fue su sorpresa cuando vi dentro de aquella caja su uniforme que usaba cuando cursaba la secundaria. Entre risas lo tomo en sus manos y lo llevo a su rostro, el olor era de humedad por todos esos años que no había sido usado. Pero la tela aun continuaba en buen estado. Se levanto con su uniforme y se puso delante de un espejo que había en el cuarto y comenzó a modelarlo por encima de su ropa. Justo en eso momento escucho como alguien abría la puerta, se trataba de su hijo que al mirar a su madre modelando aquel uniforme no pudo dejar de reír.
-¡Jajaja! ¿Qué haces mamá?- el chico le preguntaba mientras se acercaba a su madre.
-No te rías jiji. Estaba buscando unas cosas y me encontré con el uniforme que usaba cuando iba a la misma escuela que tu- le respondía la mujer mientras giraba hacia donde se encontraba el chico y continuaba modelando el uniforme.
-¡Wow! ¿En verdad es ese el uniforme que tu usabas? Es exactamente el mismo que usan mis compañeras, mamá- el chico con gran asombro le comentaba a su madre. Y es que, desde su mente, sentía que su progenitora ya hacia milenios que había asistido a la secundaria, así que le parecía asombroso que el uniforme no hubiera cambiado en nada.
-¿En verdad? Entonces quien sabe, tal vez y si me lo pongo pueda pasar desapercibida entre ustedes y me vean con una compañerita jijij- Samantha con una voz coqueta le respondía a su hijo mientras se le acercaba con una caminar sensual.
-¡Nooo! Tu ya estas viejita mami jajaja- el chico dándole un ligero empujón alejaba a su madre que intentaba darle un beso.
-¡Ay! Aun no estoy tan vieja. Mejor dime para que viniste, grosero ¡Jum!- Samantha con cierta molestia fingida le cuestionaba a su hijo su intrusión.
-Es que te quería pedir dinero para unas sabritas, mami. Pero ahora que veo el uniforme te quería recordar que mañana es la junta y no pueden faltar ni mi papá ni tu- el chamaco le decía a su mamá. Aunque ambos padres ya le habían confirmado que ahí estarían, no perdía cualquier momento para recordárselos.
-Ya sabemos, bebe. Ya nos lo dijiste un millón de veces y ya te dijimos que ahí estaremos jijiji- Samantha con cierto toque de ironía le respondía a su hijo mientras que sacaba su monedero de una de sus bolsas del pantalón.
Después de darle el dinero a su hijo y este se fuera, la mujer decidió volver a meter su uniforme en aquella caja. Pero justo antes de que dejara caer el uniforme en la caja, vio algo que le llamo la atención. Dejando el uniforme a un lado de ella y agachándose delante de la caja vio que su mirada no se había equivocado. Se trataba de su ropa interior y lencería que usaba en su juventud. Iba desde calzones normales de algodón, cacheteros, tangas y brasieres de encaje, hasta medias, ligeros y portaligas. Si había algo que le fascinaba usar en su época de Universidad a Samantha eran las medias con ligueros y portaligas con alguna lencería de encaje. Aunque nadie la pudiera ver más que Roberto, le hacía sentir una gran seguridad a la hora de caminar delante de todas aquellas miradas que observaban hasta el poro más pequeño de su piel. Pero desde su matrimonio había dejado de usarlas. Aunque ahora el volver a ver esa lencería, le hacía querer usarlas de nuevo. “¿Y porque no usarlas mañana que iré a la escuela? Roberto ni se daría cuenta. Y si me los encontré es porque el destino quiere que los use.” Eran los pensamientos de la mujer que sin darle más vueltas tomo una tanga con su respectivo brasier negro de encaje y las medias con portaligas. Se fue directo a la lavadora y volteando para los lados para ver sin nadie miraba, metió las prendas. En su cabeza ya imaginaba cual sería el vestido con el que usaría esas prendas íntimas así que se fue directo a su cuarto y comenzó a preparar también la vestimenta que usaría mañana.
Las horas pasaron y gracias a que Daniel se la vivía dentro de su cuarto, Samantha con total tranquilidad pudo sacar sus prendas de la lavadora para meterlas a la secadora y así llevarlas a su cuarto para ponerlas en un lugar donde su esposo no pudiera verlas.
Roberto como de costumbre llego ya noche. Su hijo ya dormía y su mujer lo esperaba en la cama mientras leía un libro. El hombre como si estuviera en modo automático se acercó a su esposa y con un tenue beso en los labios se dirigió al baño para cepillarse los dientes, ponerse su pijama y sin más meterse a la cama sin siquiera hacer el más mínimo esfuerzo por hablar con su mujer. Samantha por su parte, ya estaba más que acostumbrada a esa rutina. Así que viendo que su esposo dormía al instante, se acercó a su oído mientras con una tenía voz le decía. “Buenas noches” dándole un beso en la mejilla y apagando la luz para dar por concluida otro día normal en aquella casa.
A la mañana siguiente, Samantha ya tenía preparado el desayuno cuando padre e hijo bajaron para desayunar. Pero a diferencia de los otros días, Samantha no pudo acompañarlos ya que ella aun no estaba lista para asistir la dichosa junta escolar. Así que quitándose su mandil se dirigió al cuarto para vestirse ya que si se había podido bañar antes de preparar el almuerzo.
La mujer rápidamente cerró la puerta e incluso puso seguro. No quería que su esposo entrara y la viera poniéndose esas prendas que le tenía prácticamente prohibido usar. Así que rápidamente se desvistió quedando completamente desnuda y saco un vestido negro del ropero junto con sus prendas íntimas que tenía escondidas en el mismo gancho en el que estaba el vestido.
La mujer de forma apresurada se puso la tanga y el brasier, no quería tardarse de más para que su esposo no viniera a buscarla. Así que sin verse en el espejo continuo con el portaligas y por último con las medias negras que le llegaban a media pierna. Prosiguió a unir el liguero a las medias y opto por ponerse unas zapatillas cerradas de tacón no tan alto. Para su sorpresa tanto la tanga como el brasier y las medias no le incomodaron. Si sentía cierta tensión en sus piernas, cadera y pechos dado a que era obvio que su cuerpo había cambiado a como lo tenía en la Universidad. Pero no era en negativo, tan solo se habían ensanchado sus caderas, sus pechos habían ganado más volumen y sus piernas se habían puesto más torneadas gracias a esas horas de ejercicio que le dedicaba a su cuerpo muy frecuentemente.
La mujer ya estaba por ponerse su vestido cuando esa vocecita traviesa de nueva cuenta aparecía en su cabeza y le hacia una sugerencia que ella con una sonrisa traviesa pareciera que le respondía. Dejando su vestido en la cama, rápidamente se acercó a su cómplice de travesuras, su espejo. Quería observar que tan bien o mal le quedaba esa lencería y por la mirada en sus ojos, pareciera que había superado sus expectativas. Y no era para menos, el brasier era a media copa, pero dado a lo grande que eran sus pechos, parte de su areola salía del brasier y sus pequeños pezones estaban justamente en esa ligera línea de encaje antes de quedar expuestos. Sin mencionar que las medias copas del brasier que no eran de encaje, eran de una tela negra de seda transparente que no dejaba nada la imaginación. Por su parte la tanga al ser el complemento del brasier estaba hecho de la misma forma. Todo el contorno de la tanga era hecho de encaje dejando un pequeño moño justo arriba de la parte de arriba, mientras que la tela que cubría su pelirroja vagina era cubierta con tela negra de seda transparente lo que la hacía ver como si la trajera desnuda. Sus medias por cosas del destino, eran similares, eran negras pero de seda transparente lo que le hacía dejar visibles sus piernas. La imagen le parecía erótica y a la vez excitante su piel blanca contrastaba con esa lencería y el mirar que aún le quedaba muy bien ese portaligas le hacía sentirse bien con ella misma. Poco a poco Samantha se quitaba esos fantasmas que le atormentaban diciéndole que ya no era lo suficientemente atractiva para usar esas prendas. Con una sonrisa de orgullo se acercó a su vestido y rápidamente se lo enfundo. A diferencia de su lencería, el vestido caía en lo decente y hasta cierto punto anticuado. Era un vestido liso con un poco de vuelo de la parte de abajo, completamente cerrado, sin el más mínimo escote ni por delante ni por detrás, era a manga larga y le llegaba justamente a las rodillas. Hasta a ella que semanas atrás no le hubiera tomado gran importancia, ahora le parecía que ese vestido no iba con su personalidad. Pero entendía que no era momento para buscar peleas con su esposo y menos por tonterías como esa. Así que maquillándose discretamente y recogiéndose el cabello en una cola de caballo, salió del cuarto rumbo a la sala donde sus 2 amores ya la esperaban para irse a la junta.
Roberto le sorprendió ver a su esposa así, no de una forma negativa, sino que todo ella le transmitía mucha seguridad y hasta podía decirse que cierta sensualidad con solo su caminar y su mirada. No puedo evitar quedarse mudo cuando ella se acercó a darle un beso, le hizo recordar a su etapa universitaria en donde ella le causaba el mismo efecto cada que se le acercaba. Incluso Daniel veía algo diferente en su madre, pero dado a que aún era un puberto y nunca había tenido una novia, no entendía muy bien esas cosas así que dejando eso de lado les dijo a sus padres que ya era hora de irse.
La familia salió junta de la casa y mientras Daniel entraba al auto, ahora en la parte trasera ya que su madre se sentaría en el lado del copiloto y Roberto cerraba la puerta de la casa. Samantha por mero instinto volteaba justo en dirección de dónde vienen los carros con cierto grado ansiedad. No sabía por qué volteaba para ese lado de la calle con tanta insistencia, lo supo justo cuando vio que se acercaba aquella camioneta. Una sonrisa se dibujó en su rostro al instante que se hacía un rico vacío en su estómago. Roberto ajeno a todo eso le abrió la puerta del auto a su esposa para después dirigirse a abrir la suya. Roberto extrañado veía como la mirada de su esposa estaba hacia otra dirección mientras mantenía una sonrisa y movía sus manos como si estuviera nerviosa. Ya estaba por decirle que se apurara a meterse al coche cuando escucho el motor de un auto a sus espaldas. Cuando giro la mirada vio a un joven arriba de una camioneta con el logo de una plomería. Podía ver como este miraba con una sonrisa a su esposa, lo que le hizo sentir ciertos celos y más cuando giro a ver a su esposa y esta tan solo se limitaba a agachar la mirada, pero sin quitar su sonrisa del rostro.
-Buenos días. ¿Se te ofrece algo?- fue el escueto comentario de Roberto con el que hizo que el chico dejara de ver a Samantha y dirigiera su mirada hacia él.
-Buenas mi Don. Nada, solo quería apreciar el bello paisaje que hay por aquí- soltándole una mirada de cuerpo completo a Samantha le respondía a Roberto, haciéndole molestar aún más.
Apenas le iba a responder de una forma más enérgica cuando el chico puso en marcha la camioneta y se fue de ahí mientras les decía, “Que tengan muuuy buenos días”. Dejando a Roberto con el coraje atorado en su pecho.
El molesto hombre de forma inmediata volvió a mirar a Samantha pero ella al instante se metió al coche antes que le hiciera algún comentario. El hombre respirando profundamente, despejo un poco su mente y se metió al auto. Lo que menos quería era empezar mal el día y no dejaría que un desconocido lo lograra, aparte su esposa tan solo fue una víctima, pensaba el hombre.
Roberto encendió el coche y se fueron directo a la escuela mientras su hijo les platicaba de cosas de sus juegos, pero tanto Samantha como Roberto no tocaron el tema del plomero.
Mientras tanto en la secundaria.
Aquel paquidermo que se hacía llamar director ya se encontraba en el portón de la escuela saludando a los padres de familia que comenzaban a llegar. Ese día a diferencia de los demás días había decidido llevar un saco según él, para verse más importante pero dado a su enorme barriga tan solo parecía un tamal mal envuelto. El hombre miraba especialmente a las mamás que asistían, la gran mayoría ya eran mujeres muy descuidadas físicamente pero había una que otra que con una manita de gato si se verían muy buenas, pensaba el viejo.
A lo lejos, pudo ver que su fiel amigo también miraba a las madres de familia mientras simulaba estar barriendo. En un momento la mirada de los 2 viejos se encontró y Rigo con una seña le decía a Goyo que se acercara. El conserje dejando la bolsa de basura que llevaba en una mano se dirigió hacia donde se encontrando su regordete amigo mientras sostenía una escoba.
-¿Qué paso, culo mío? ¿Tienes ganas de otra ración de longaniza? Jejeje- Goyo con sus típicos saludos se acercaba al director.
-La que necesitaba su ración era tu madre, pero no te preocupes, hace rato le di doble ración para que aguante hasta la noche que llegue- el viejo le respondía mientras una madre con su hija pasaban al lado suyo y la mujer solo hacia un gesto de desaprobación.
-Pinche vieja. Muy digna pero de seguro se le hizo agua la panocha- el conserje entre murmullos le decía a su amigo -¿Que ocupas mi buen, Rigo?- Goyo volteando a mirar a esa mujer le preguntaba a su amigo el motivo por el que le había llamado.
-Ahuevo, las más santitas siempre son las que terminan siendo las más putas jejeje- al igual que su amigo, el director en voz baja le respondía. -Pues nomas te quería preguntar si habías visto a alguna mamita que valiera la pena- Rigo le preguntaba en forma de intercambiar puntos de vista sobre las diferentes mujeres que había dentro de la escuela y ver si su amigo había visto alguna que él no hubiera visto pasar.
-Nel mi Rigo. Puro tinaco con patas, así como tu comprenderás hay allá adentro- Goyo dándole ligeros palmadas en la abultada panza del director le respondía. -Al parecer este año no entraron alumnos con mamás que estén buenas- un desilusionado hombre le terminaba por decir a su amigo.
-¡Ay, wey!- el director alejando la mano de su amigo se tomó la panza con sus 2 manos mientras se encogía.
-¿Qué traes, wey? No te me vayas a morir aquí- un asustado viejo le preguntaba a su amigo y es que por el grito que había dado pareciera que tenía un dolor muy fuerte.
-Con esas palmadas que me diste me aflojaste las tripas y ya quieren salir los tamales que me chingue hace rato- Rigo con la voz entre cortada le respondía a su amigo y es que sentía que con cualquier movimiento brusco una desgracia podría suceder dentro de sus pantalones.
-¡JAJAJAJA! ¿Pues cuantos te chingaste, pendejo?- el conserje con una carcajada le preguntaba.
-Nomas fueron 5, es que estoy a dieta- el obeso director le respondía ya entre resoplos y unas gotas de sudor en su frente.
-¡JAJAJA! Chingas a tu madre pinche gordo. Con esos 5 tamales come una familia completa. Mejor rúmbale al baño, no te me bañas a cagar en los pantalones y luego quieras que yo limpie tu mierdero- el viejo empujándolo lo aventaba hacia dentro de la escuela para que este se fuera al baño antes de que hiciera un asqueroso accidente.
-Ya estas, pendejo. Ahí te encargo que te quedes aquí para que luego no digan que deje sola la entrada- deteniendo su huida, Rigo le pedía a su amigo que tomara el lugar por el mientras el solucionaba su problema.
-Ta’ bueno. Pero apúrale porque ya me llego el olor a cagada. Te lo lavas jajaja- Goyo aceptando quedarse en lugar de su amigo le apresuraba. Mientras decía lo último entre risas.
-Te guardo el agua para las gárgaras, cabron- Rigo a paso corto, pero rápido se perdió entre la multitud de padres de familia.
Mientras tanto Goyo intentando ser lo más amable y educado posible les daba los buenos días a los padres de familia, pero la mayoría de estos al ver que solo se trataba del sucio conserje, pasaban de largo sin siquiera responderle. Tales acciones ya lo tenían enfadado y mirando hacia dentro no veía señales de su obeso amigo. Ya estaba por irse de ahí cuando vio que aquel carrazo del padre del chamaco que ayer se habían madreado hacia acto de presencia. Tan solo decidió quedarse para ver que decisión había tomado el escuincle. Si es que había ido con el chisme con sus papás y estos venían a hablar con Rigo, le esperaba la putiza más grande su vida, pensaba el conserje. O si había decidido quedarse callado y aguantar vara.
Estaba en esos pensamientos cuando vio que del coche bajo Roberto y extrañado vio que de la parte de atrás bajaba el chiquillo. Le parecía extraño ya que el chico siempre que se bajaba lo hacía del lado del copiloto. En eso vio que el hombre rápidamente se acercó a la puerta del copiloto para abrirla y cuando vio salir de ese coche a Samantha, una ligera erección hizo su aparición dentro de su pantalón junto a un ligero chiflido en señal de asombro.
Y es que no era para menos, ya iba por su séptimo año trabajando en esa escuela y jamás había visto a una mujer tan hermosa en su vida. La mujer transmitía elegancia, pero a la vez sensualidad, pensaba el humilde conserje. Ya que, aunque llevaba un vestido muy reservado, la silueta que se formaba en este le daba la imagen que esa mujer era poseedora de un cuerpo de infarto. Aunado a ese rostro angelical le parecía estar delante de una modelo de esas que salen en la televisión.
El viejo ni siquiera se dio cuenta cuando la familia ya estaba parada delante de él hasta que la voz del más chico de la familia lo volvió en sí.
-¡Don Goyo, buenos días!- Daniel con gran efusividad saludaba al viejo mientras le extendía su mano en forma de puño.
-Que tal chamaco. ¿Cómo sigues del madrazo de ayer?- el hombre regresándole el saludo al niño le preguntaba sobre el percance que había sufrido ayer.
-¿El que?- Samantha con un tono de asombro le respondía al sujeto.
-El balonazo, mami. Don Goyo se refiere al BALONAZO que me dieron- el chico rápidamente acomodando las palabras y hacía hincapié en la palabra mientras miraba al viejo para que este le siguiera la corriente.
-Perdone señorita. Es que a veces se me sale lo burro a la hora de hablar jejeje- Goyo mirando a Samantha con una sonrisa se disculpaba mientras Roberto checaba su celular sin prestarle mucha atención. -¿Pero cómo sigues del balonazo?- el viejo entendiendo que Daniel había seguido su consejo de no decirle nada sus padres sobre la golpiza que había recibido y decidió apoyarlo con su mentira.
-Favor que me hace, ya soy señora jijiji- la mujer sin evitar la alegría que la confundieran con una joven le respondía. -Ya mucho mejor, señor. Gracias por preguntar- Samantha metiéndose a la conversación le respondía al conserje.
-Bueno, ya hay que meternos porque ya mero es hora de que comience la junta- Roberto cortando con la ligera conversación apuraba a su familia para entrar.
-Espera papá. Les quiero presentar a Don Goyo. Él fue quien ayer me curo el golpe en su bodega. Es muy buena gente- Daniel jalando a su papá de su traje le pedía que se regresara para saludar al que ayer fuera su héroe.
Mientras que Goyo no le quitaba los ojos de encima a la sexy mujer, ella lo miraba con una sonrisa de agradecimiento por ese detalle de ayer hacia su hijo. El viejo no perdía el más mínimo detalle de aquella anatomía femenina, sacando discretamente su lengua y relamiéndose los labios como si estuviera del banquete más delicioso de su vida.
-Muchas gracias por haber atendido a mi hijo- fueron las palabras que Roberto dijo apenas volteando a mirar al conserje.
-No tiene nada que agrade…- el viejo intentando saludar a aquel hombre con su mano, le respondía, pero era interrumpido al instante.
-Ahora si ya vámonos que se nos hace tarde- el hombre tomando a su hijo de la mano comenzó a caminar hacia la escuela.
Goyo se había sentido humillado por tal acción. Aquel sujeto ni siquiera se había dignado a estrechar su mano. Ahora entendía lo que su obeso amigo debía de sentir cada mañana que el intentaba platicar con ese hombre y este lo evitaba. La humillación rápidamente se convirtió en enojo y justo cuando le iba a responder con una grosería, la dulce voz de aquella mujer volvía a entrar en sus sucias orejas.
-Querido, adelántense ustedes. Yo ahorita los alcanzo, quiero preguntarle unas cosas a este hombre- la casada acercándose un poco más al viejo le ponía su suave mano en su huesudo hombro haciendo que el viejo volteara a mirarla y ver que ella lo miraba con una sonrisa.
-Está bien. Pero te apuras- Roberto con una cara de fastidio volteaba a mirar a su esposa para luego regresar la mirada y continuar con su camino.
Ya casi era hora de la entrada a la escuela y por ese motivo la puerta principal se encontraba completamente vacía. Ya los padres de familia se encontraban en el atrio de la escuela si no es que ya estaban adentro de los salones de sus hijos a la espera de que comenzara la junta. Por tal motivo, afuera tan solo se encontraba aquella pareja dispareja. Una mujer pelirroja con su discreto vestido negro y un viejo con un overol sucio que sostenía con sus 2 manos una escoba vieja.
-Pues dígame, ¿para que soy bueno? Jejeje- el viejo rompiendo el silencio que había entre ambos, hacia la pregunta.
-Pues mire, antes que nada, quiero agradecerle por haber cuidado de mi bebe- la mujer en señal de agradecimiento tomaba con ambas manos una de sus sucias manos. -Pero ahora quiero que me responda una pregunta con toda sinceridad- Samantha quitando su gentil sonrisa ahora miraba directamente al hombre a los ojos con un semblante serio.
-Ah caray. Ya me está asustando jejeje- y es que ese cambio brusco de semblante lo había tomado por sorpresa. Por más que pensaba no recordaba haberle hecho algo malo a ella o a su hijo para que cambiara así.
-No se preocupe, no es nada malo. Solo quiero que me diga con total sinceridad si es cierto que mi hijo se hizo ese golpe por un balonazo y no fue porque algún estudiante lo golpeo- Samantha sin quitarle la mirada de encima esperaba una respuesta. Aun que confiaba en su hijo, su instinto de madre le decía que había algo más detrás. Y ese conserje sin duda alguna la sacaría de dudas.
Goyo no podía creer lo intuitiva que era esa mujer. Aunque su hijo le había dicho eso y su esposo le había creído, ella no terminaba de aceptar dicha versión. En un principio estuvo a nada de echar de cabeza a su joven amigo. El tener esos ojos color miel mirándolo fijamente lo estaban intimidando como nunca. Ni cuando los policías lo habían querido asustar en que se lo llevarían a la cárcel por andar orinando en la calle un día que se había ido a tomar con sus amigos, había sentido tanta presión como en ese momento. Pero recobrando fuerzas de muy adentro de él, continuo con la mentira que había comenzado el chico. Si Daniel había tenido el valor echarle esa mentira a sus padres, no sería el quien lo echaría de cabeza y más porque el había sido el que le había dado la propuesta.
-Es todo cierto, señorita. Yo estaba viendo el partido cuando accidentalmente uno de los chamacos se descontó a su hijo con el balón- el viejo ahora mirando directamente a los ojos de la casada le respondía. Pensaba el viejo que ese chamaco sin duda alguna le tendría que comprar una Coca por haberle hecho el paro con su mentira.
Samantha al escuchar a ese hombre reafirmar la versión de su hijo, sintió un gran alivio que todo fuera verdad y solo se había tratado de un accidente mientras jugaba. También le daba la razón a su esposo en que tal vez sobre protegía a su hijo. Tal vez ya era hora de dejar que su hijo abriera las alas, pensaba la mujer con un semblante nuevamente relajado y una sonrisa en su rostro.
-Muchísimas gracias señor. No sabe lo feliz que me hace el escuchar eso- la mujer nuevamente tomando las manos huesudas del viejo le agradecía. -Y ya le dije que no soy señorita. Ya estoy viejita jijiji- con su rostro sonrojado le respondía. Sin duda alguna le encantaban los halagos hacia su persona sin importar que estos vinieran de un sucio barrendero.
El viejo que no perdía detalle de su cuerpo y más ahorita que lo tenía tan cerca y hasta podía oler su dulce y fresca fragancia, veía que dicho halago la había sonrojado como si de una ingenua colegiala se tratara. En más de una ocasión había hecho ese truco con alguna que otra estudiante, la gran mayoría lo ignoraban o alguna grosería le decían, pero había unas pocas como Samantha que les gustaba y con ellas sabía que si seguía con los halagos más cerca podía estar hasta de ellas, incluso hasta algún beso en sus aguados cachetes había recibido en forma de agradecimiento de esas mocosas. Que mejor que recibir un beso de esa diosa convertida en mujer, sin duda alguna jamás se lavaría ese cachete en lo que le quedara de vida, pensaba el viejo. Así que animado por todo eso, continuo con sus halagos para ver hasta donde llegaba.
-Cual vieja. Es más, cuando la vi bajar del carro pensé que era la hermana del chamaco. Se ve muy joven en verdad- subiendo y bajando la mirada, el hombre le comentaba a la contenta mujer.
-Favor que me hace usted. Ya se me nota una que otra arruga en la cara- eso era mentira, Samantha lo sabía, pero tan solo quería que la siguiera adulando. Volvía a sentir ese ego femenino que sintió el día que estaba en el negocio de Doña Carmen y sin duda alguna esa sensación le agradaba mucho.
-Cual- el viejo sin pedir permiso tocaba la piel suave y tersa del rostro de la mujer. -La tiene muy suavecita, ni las chamacas que estudian aquí tienen la piel tan suave- el viejo diciendo la verdad, continuaba sus caricias.
-Gragracias jijiji- en un principio le había tomado por sorpresa tal atrevimiento del viejo al tocarle su rostro sin su consentimiento. Pero aceptaba que le había agradado dicho atrevimiento, aparte le causaban ciertas cosquillas sus caricias con sus manos arrugadas y rasposas.
-Aparte, mira nada más ese cuerpo que te cargas. ¿Trabajas de modelo?- Goyo mirando el cuerpo completo de la mujer, especialmente ese par de montañas que se formaban en la parte delantera de la mujer, le preguntaba a la mujer que ni cuenta se daba por las cosquillas que estaba recibiendo en su rostro.
-Jijiji no sea malo. No se ande burlando de mi cuerpo- Samantha alejando la mano de aquel hombre de su rostro, por fin se pudo percatar de como el viejo tenía la mirada clavada en sus pechos. Cosa que no le molesto en lo absoluto. Desde que el plomero le había echado esas miradas delante de su esposo, un calorcito se quedó dentro de ella. Calor que el viejo había acrecentado con esos halagos, llegando a niveles altos con esa mirada descarada a sus pechos, niveles en los que la mujer podía sentir como su vagina comenzaba a calentarse, saliendo de ahí una viscosa y caliente baba que comenzaba a impregnar y pegar su vagina con la tela de su ropa interior.
-Para nada, sigues teniendo todo bien acomodado en tu lugar jejeje. A ver, date una vueltecita para admirarte mejor- el conserje tomando una de las manos de la casada, hacia que levantara uno de los brazos, invitando a que ella sola se diera la vuelta. El viejo al tomar su mano pudo sentir como la palma de ella se encontraba sudada y emanaba mucho calor. Señal que tomo como positiva para animarse más.
Por su parte, Samantha sentía que todo eso no estaba bien. El estar prácticamente en la calle a tempranas horas del día casi dándole un buen taco de ojo de su suculento cuerpo, era algo que en otro momento hubiera rechazado sin dudar. Pero la osadía del viejo aunado a todo lo que había vivido en ese aun corto día, le hacía querer seguir con ese juego. Mirando hacia dentro del portón y viendo aun unos padres de familia en el atrio, pero estos estaban entretenidos con sus hijos, luego miro hacia los lados de la calle y veía que esta se encontraba completamente sola. Tan solo se encontraban ella y el tilico conserje. Tomando valor ya iba a comenzar a darse la vuelta cuando escucho un fuerte sonido.
-¡RIIING!- se trataba del timbre de la escuela. Timbre que anunciaba el inicio de clases pero que en ese momento servía para notificar el inicio de la junta.
Con sorpresa y algo de pena, Samantha intento entrar a la escuela. Pero el viejo sin soltarle la mano le prohibía su caminar. El viejo se había maldecido que en la mejor parte ese maldito artefacto hubiera sonado. Pero se negaba a perder esa chance de verle el cuerpo completo a esa mujer con su total consentimiento.
-Ya sonó el timbre, ya tengo que entrar a la junta jijiji- Samantha con una sonrisa nerviosa daba ligeros jalones para que su mano fuera liberada de aquella esquelética mano, pero para su sorpresa aquel viejo tenía mucha más fuerza de la que aparentaba.
-Espérate tantito, hermosa. Nomás date la vueltecita y ya te vas- el viejo poniendo cara de perro regaño le solicitaba a la mujer que continuara con lo que estaba a punto de hacer. Mientras le decía eso, no dejaba de jalarla hacia él, cosa con la que poco a poco iba ganando terreno.
-Ay, es que en verdad ya me tengo que ir. No quiero ser la última en entrar a la junta jijiji- la mujer sintiendo una ligera pena por el viejo le hacía disminuir sus forcejeos. Esa tetra que estaba usando ese hombre se le hacía muy similar a la que había hecho el viejo verdulero con ella. -”¿Acaso todos los viejos harán el mismo truco?”- la curvilínea mujer se preguntaba para ella misma.
-¿No crees que este pobre hombre se merece un premio por haber cuidado ayer de tu hijo?- el hombre sabía que el decir eso era un arma de doble filo, en el mejor de los casos la mujer podría sentirse en deuda y aceptar su solicitud, pero existía la opción de que se sintiera ofendida y lo mandara al diablo. Dada la situación, no le quedaba otra opción si es que quería sacar una ganancia y fiel a lo que él siempre decía antes de tomar una decisión importante, “Los culos son para los valientes”, decidió jugar su última carta.
Samantha en un principio si le sorprendió dicho comentario, pensaba que ese hombre era decente o por lo menos algo de él. Pero al escuchar que quería una recompensa por la labor que había hecho ayer, le quedaba claro que de decente no tenía nada. Estaba a punto de gritar para que algún padre de familia fuera en su auxilio, pero volviendo a ver sus ojos, miro esa mirada, esa mirada que tanto el verdulero como la pareja de su madre putativa le habían puesto cuando la sentían tan cerca de ellos. Una mirada llena de deseo y pasión en la que sentía que la desvestían solo con los ojos y para su mala suerte, comenzaba a aceptar que le agradaba.
El sentirse deseada por los hombres, sin duda alguna en su juventud había sido de los mayores placeres oscuros que tenía. Pero en aquella época esas miradas pertenecían a hombres de su edad o un par de años más grandes que ella, sin mencionar que sus miradas si bien tenían algo de deseo, eran más inclinadas a la admiración. Ahora esas miradas venían de hombres que le llevaban más de 2 décadas de distancia sino es que hasta el doble de su edad. Pero sus miradas le provocaban algo que nunca pudieron provocarle los chicos de aquella época, excitación.
Dejando de forcejear, el viejo de un jalón la trajo de nueva cuenta hacia el mientras ambos se miraban con una sonrisa, el con una sonrisa de victoria y ella con una sonrisa de nervios.
-Pero de rápido, eh- Samantha le decía al viejo mientras con la mano que tenía libre se acomodaba el vestido, ya que con el forcejeo que habían tenido el vestido se le había desacomodado un poco.
-Claro que sí, mi reina jejeje- el viejo con su cara de victoria le respondía mientras volvía a levantar su mano junto a la de la casada en señal de que comenzara con la vuelta.
La mujer volviendo a voltear hacia todos lados para ver que nadie la miraba se dio cuenta que la calle se encontraba vacía y en el atrio de la escuela ya no había un alma. Recordando que la junta ya había comenzado, sintiendo cierto temor de que Roberto o Daniel salieran y la vieran en aquella comprometedora situación se apresuró y dando un giro rápido termino con el show.
-¡Listo! Ahora si ya me voy- sin siquiera mirar al hombre la mujer intento hacer su huida, pero de nueva cuenta la mano del hombre la detuvo. Justo lo iba a increpar cuando su voz la detuvo.
-¡No!- fue la respuesta molesta del hombre ante el pobre espectáculo recibido. -Eso sepa la chingada que fue, pero no fue una vuelta. Ven para acá- el hombre de nueva cuenta dándole ahora un fuerte jalón la regreso cerca de él.
La mujer ya sentía muchos nervios de que Roberto saliera y la viera tan pegada a ese hombre. Pero el trato tan rudo que estaba recibiendo por para de el no le desagradaba del todo. Hasta se podría decir que le gustaba.
Goyo viendo que la mujer miraba hacia dentro de la escuela, intento ir más allá y poso su otra mano entre el costado de la cadera y la espalda baja de la mujer, justo a unos milímetros de donde daban comienzo aquellas montañas de carne que tenía por nalgas. Samantha al sentir aquella mano, regreso la mirada hacia el hombre y justo cuando iba a pedirle que la quitara, sintió como dicha mano comenzaba a mover su cadera.
-Ándale, así mero. Mueve esas caderotas que tienes mientras das la vuelta- Goyo ni siquiera se había dado cuenta de la mirada de la mujer. Él se encontraba concentrado moviendo las caderas de la mujer como si de algún famoso maestro de baile se tratara.
Samantha no entendía porque, pero comenzaba a ella sola mover sus caderas al ritmo que el viejo le marcaba. Era un movimiento lento pero sensual que en anteriores años hacia mientras bailaba, pero ahora ya había perdido la práctica haciendo que el movimiento se viera un poco torpe, y aunque sus zapatillas no eran muy altas, se sostenía de los hombres del viejo para no caerse. Ella no se dio cuenta cuando el conserje dejo de mover su mano y ahora era ella sola la que movía sus caderas, aunque el viejo en ningún momento quito su huesuda mano de su cadera.
-Ahora muévete así mientras te das la vuelta- el viejo tomando de nueva cuenta la mano de la mujer tomaba la misma postura de antes en espera de que ella comenzara.
Aunque sabía que todo eso era mala idea, la calentura que sentía le decía todo lo contrario. El estarse prácticamente exhibiéndose le comenzaba a resultar muy estimulante. Sentía como sus jugos vaginales ahora si tenían completamente empapada su tanga y sus pezones rozaban con el encaje de su brasier sintiendo que en cualquier momento se saldrían de ellos. Así que, mordiéndose disimuladamente el labio inferior, comenzó a darse la vuelta.
El viejo no perdía detalle, quería grabar cada instante para cuando estuviera a solas poder darse una deslechada de antología. Mientras que Samantha por su calentura hacia más lento, pero erótico el movimiento de caderas. Aunque no lo veía ya que se encontraba con sus ojos cerrados sentía los ojos clavados de ese viejo en su cuerpo lo que hacía estremecerse y sentir como ese vacío en su estómago se hacía grande y placentero. Cuando quedo completamente a espaldas de él, pudo escuchar claramente un ¡No mames!, acción que solo la lleno más de valentía y orgullo ya que entendía con eso que le gustaba lo que estaba viendo. Motivada por aquellas palabras detuvo la vuelta, pero continúo moviendo sus caderas y sus nalgas delante del viejo. Con el movimiento no se dio cuenta Samantha que una parte de su vestido había quedado metida entre sus nalgas, haciendo que el vestido quedara medianamente entallado de ahí, dejando más visible la silueta de sus nalgas al viejo. El miedo que sentía antes de que alguien la descubriera se había ido, ahora estaba naciendo una nueva sensación que jamás en su vida había sentido. Sentía mucha adrenalina de ser descubierta en tan indecente baile con tan decrepito sujeto. El solo imaginar eso hacía que su corazón latiera más de prisa mientras que su vagina más se calentaba y sentía sus pezones más duros que nunca.
Por su parte el viejo aguantaba las ganas de cogerse ahí mismo a tan rica mujer, sabía que hacer una pendejada como esas no solo le quitarían su trabajo, sino que hasta la cárcel iba a dar. Lo que si no pudo evitar fue sobarse su verga por encima de su overol mientras con su otra mano volvía a tomar de la cintura a la mujer. Samantha al sentir esa mano no pudo evitar sentir una ligera descarga eléctrica por su espina dorsal que culmino con un ligero tambaleo de piernas por parte de ella.
-No sea tentón jijiji- sin mirarlo y mordiéndose su labio, fingía regañarlo, pero en realidad es que le agradaba que fuera tan atrevido.
-Es imposible no hacerla, ricura. Estas bien buena- el viejo por la calentura hablaba como en realidad era sin darse cuenta. Su cabeza solo se preocupaba por apretar ligeramente esa cadera y sentir un delgado hilo que suponía se trataba de la tanga que estaba usando ya que en sus nalgas no se veía que estuviera usando algún calzón.
Volteando su mirada para responderle algo, quedo atónita al mirar lo que hacía aquel hombre. En su mano derecha estaba sosteniendo por encima del overol un trozo grande de algo que aunque sabia de lo que era no creía que existieran penes así de enormes. El solo ver esa silueta hizo que toda su piel se enchinara por miedo, pero a la misma vez por excitación.
-Este… listo. Yayaya le di su recompensa. Ahora si ya me voy- Samantha por fin había podido cruzar el portón de la escuela. Pero una parte de ella en realidad no deseaba eso, quería volver a ser tomada por ese hombre. Su cabeza daba vueltas con esas ideas mientras caminaba.
El viejo sabía que no había sido buena idea el haberse puesto a menearse la reata delante de ella tan rápido. Pero a su defensa, nunca había visto un culo de esas magnitudes y mucho menos que se le estuviera meneando delante de él. Recogiendo la escoba del suelo corrió mientras llamaba a la mujer que estaba llegando al atrio.
-Señorita, señorita, ¡espere!- fueron las únicas palabras que pudo decir el viejo ya que por el vicio del cigarro, apenas y podía medio correr.
Samantha no pudo evitar esbozar una sonrisa mientras le daba la espalda al hombre. La parte de ella que quería seguir con él se alegró al ser perseguida de nueva cuenta por tan persistente sujeto.
-¿Que sucede?- con una voz tímida le respondía mientras lo miraba. Aunque le agradaba todo eso, también había una parte de ella que se rehusaba a estar cerca de el de nueva cuenta.
Este… solo… quería… discul… parme…- el viejo se disculpaba entre cortadamente por la falta de aire mientras caminaba de nueva cuenta hacia ella.
-Este… no se preocupe. Pero ya tengo que ir a la junta que ya es tarde- Samantha volteando de nueva cuenta la mirada, continuo con su caminar hacia las aulas. Pero con picardía en su cara, comenzó a mover sus caderas de forma más cadenciosa haciendo que sus nalgas se movieran más de la cuenta.
-”Pinche vieja, que culote te cargas. Andas pidiendo verga a gritos, culona”- sobándose de nueva cuenta su verga por tan caliente imagen, el viejo no dejaba de pensar en todas las posiciones en las que se cogería a esa mujer si tuviera la oportunidad de tener ese cuerpo a su disposición por una noche.
-Yo la llevo jejeje- recobrando un poco el aliento y dejando de un lado sus fantasías, el conserje se acercaba a la mujer y tomándola de la cintura baja camino al lado de ella como si fuera algo normal mientras le hacía platica sobre la escuela.
Samantha por su parte no hizo el más mínimo comentario o movimiento por quitar la mano de ese viejo. Tan solo continuo su camino con total naturalidad con el viejo mientras este con más confianza comenzaba a mover sus dedos sin mover la mano, tocando todo lo que fuera posible.
-Bueno ahí está el salón de su chamaco. Ve aun ni empieza la junta jejeje- el viejo con una sonrisa le mencionaba a la mujer al mismo tiempo que su mano se alejaba de tan cómodo lugar.
-Si me estoy dando cuenta jijiji. Por cierto, me llamo Samantha, mucho gusto- después de todo lo vivido con ese sujeto apenas y se acordaba de presentarse. Sin duda alguna algo estaba cambiando en ella, se decía mientras se presentaba.
-Mucho gusto Samantha, yo me llamo Gregorio, pero todos me dicen Goyo, aquí andamos para lo que se le ofrezca jejeje- el viejo haciendo un intento de reverencia y guiñándole un ojo como si fuera galán de telenovela se presentaba.
Samantha sonrojándose se despedía de el con un saludo al viento mientras caminaba al salón.
-¿Qué te parece si saliendo de la junta vamos a mi bodega para tomarnos un cafecito?- si la diosa fortuna estaba de su lado, sin lugar a dudas la exprimiría hasta la última gota, pensaba el viejo al enviar tal invitación.
-No creo poder, mejor luego con más calma, ¿si?- aunque la idea si le agradaba, sabía que Roberto la dejaría en su casa sin mencionar que de a poco la calentura comenzaba a bajar y hacía que el raciocinio tomara poco a poco de nuevo el control.
El viejo se maldecía que la diosa fortuna se hubiera ido de su lado y la mala suerte volviera con él.
-¿Pero entonces, si sigo cuidando a tu chamaco me vas a seguir dar recompensas como hace rato?- Goyo le soltaba tal pregunta sin miramientos. Total, ya no tenía nada que perder, se decía.
Samantha no terminaba de sorprenderse por su grado tan alto de atrevimiento. Aunque no lo grito a los cuatro vientos, si lo dijo con un tono alto de voz corriendo el riesgo de que alguna oreja curiosa escuchara tan sugerente comentario. Sin voltear su cuerpo y solo poniendo su rostro de perfil lo miro con una sonrisa coqueta.
-Puede ser…- fue lo único que dijo y continuo con su caminar, dejando al hombre mudo.
Samantha llegando a la puerta de salón pudo ver que dentro había muchos padres de familia, algunos sentados en los pupitres revisando sus teléfonos y otros cuantos tan solo perdidos en sus pensamientos. Pero lo que le llamo la atención fue el ver un considerable grupo de madres alrededor del escritorio donde se sentaba el profesor. Llena de curiosidad se acercó a dicho lugar para ver qué era lo que les llamaba tanto la atención a esas mujeres. Grande fue su sorpresa cuando quitando a un par de mujeres se pudo dar cuenta que Roberto se encontraba sentado en la silla mientras muy divertido platicaba con todas las féminas. Samantha al ver dicha escena no pudo evitar sentir mucha molestia, aunque ninguna de esas mujeres le llegaba ni a los talones en cuestión de belleza y atractivo, su esposo no se había visto tan entretenido con ella cuando tenían una conversación en mucho tiempo.
Roberto ni se había percatado de la presencia de su esposa, el continuaba dejándose adular por todas esas mujeres. Se había sentado en ese lugar para ver cuando llegara su esposa, pero al no llegar ella, rápidamente fue abordado por todas las madres que venían sin sus esposos a la junta. Hasta que sintió una mirada pesada a un lado de él. Volteando su mirada para ver de quien se trataba, quedo sorprendido al mirar que se trataba de su mujer que, con una sonrisa sarcástica, su ceja derecha levantada y sus brazos cruzados lo miraba con unos ojos que podrían asesinar a cualquiera.
El esposo sorprendido, rápidamente se levantó del asiento en búsqueda de acercarse a su amada, pero esta tan solo se dio media vuelta y se fue a sentar en el pupitre que tenía el hombre de su hijo en el respaldo del asiento. Mientras que podía sentir la mirada de algunos padres de familia que sin importar que tenían a la esposa a un lado, según ellos discretamente se daban su taco de ojo con aquella pelirroja madre de familia. Roberto por fin quitándose a esas madres de encima fue a donde estaba Samantha pero justamente cuando iba a decir la primera palabra entro la tutora del grupo, comenzando así la junta.
Después de poco más de 1 hora y tocar varios temas sobre fechas en que se entregarían las calificaciones de sus hijos, cuotas mensuales que los padres tenían que pagar y próximos festivales entre más cosas sin mucha relevancia, la junta dio por concluida. Algunos padres salieron disparados de ahí ya que tenían que llegar a sus trabajos, otros se quedaron con la tutora para que les resolviera algunas dudas y otros cuantos como Samantha y Roberto salieron de ahí sin ninguna prisa.
En esos momentos el director apenas iba saliendo del baño mientras se sobaba la panza pensando que había bajado varios kilos de peso por tremendo pastel que había sacado. Incluso pensaba que la camisa ya le quedaba un poco holgada. Mientras pensaba en esas cosas se dirigía a su oficina.
Justo en ese momento, Samantha y Roberto se acaban de despedir de su hijo y ya iba rumbo a la salida mientras Roberto le explicaba a su mujer como había estado eso de que las madres estuvieran platicando con él. Samantha como toda mujer, se seguía haciendo la ofendida, aunque en realidad ya no lo estuviera, tan solo hacia ese drama por diversión y ver como su esposo buscaba la manera de contentarla. La verdad es que dicho coraje se le había quitado al ver como al finalizar la junta varios padres de familia se acercaron a ella con la excusa de saludarla y presentarse. Aunque sabía perfectamente que la su intención era otra.
Ya estaban por salir cuando Roberto choco con aquella albóndiga con patas haciendo que el esposo diera algunos pasos hacia atrás golpeando levemente a su mujer. Rigoberto molesto por tal acción se volteó con su rostro irritado para mentarle la madre al pendejo que se había atrevido a golpearlo sin importarle si se tratara de algún padre de familia o algún estudiante. Pero todo eso cambio cuando vio que se trataba de su “amigo” (o por lo menos el viejo así ya lo consideraba), el que había sido el causante de tan insignificante accidente.
-¡Roberto, amigo! ¿Te encuentras bien?- Rigo de forma bonachona le preguntaba al sujeto que le daba la espalda.
-¿Te encuentras bien, amor?- Roberto ignorando completamente al director se enfocaba en asegurarse de que su mujer se encontrara bien por el golpe que había recibido.
-Hmmm… este… sí, solo fue un pequeño golpe amor, no te preocupes. ¿Tu estas bien?- Samantha sobando su rostro por el golpe, le confirmaba que no había pasado a mayores. Y ahora era ella era quien le que le preguntaba a él si se encontraba bien.
Roberto apenas le iba a responder a su bella esposa cuando la voz chillona del viejo volvía a la carga, pero ahora acompañada de unas palmadas en la espalda del ingeniero que comenzaba a hartarlo.
-No te sientas mal amigo. Es normal que te fueras para atrás ya que te estrellaste contra un muro jejeje. Cuando quieras te invito al gym al que voy para que tengas la misma fuerza que yo- el obeso sujeto fanfarroneaba con el otro hombre mientras hacía poses modelando sus imaginarios músculos. En su diabética y grasosa vida había asistido a un gimnasio. Ni cuando era maestro de educación física había hecho el más mínimo intento de ejercitarse. Pero dado a que Daniel le había comentado en una de sus charlas express que su padre si asistía de vez en cuando al gimnasio, intento llamar su atención por ese lado.
-¡¡¡¿Qué quieres?!!! ¡¿No ves que golpeé a mi esposa por tu culpa?!- Roberto con un tono bastante molesto le recriminaba al castrante sujeto. Incluso unos padres de familia que pasaban por ahí, quedaron sorprendidos por la forma en que ese hombre le contestaba al director de la escuela.
-¡Jejeje, tranquilo amigo! No era mi intención, ¿porque no vamos a mi oficina para que tu señora se siente un rato en lo que se siente mejor?- Rigo intentando evitar seguir quedando en ridículo delante de todos los padres de familia intentaba calmar las aguas y mejor llevar esa discusión a su oficina donde nadie más los vería.
Roberto sentía un gran asco y aumentaba su enojo cada que ese pobre diablo se refiriera a él como “amigo”. En su vida seria amigo de un don nadie que tenía aires de grandeza como ese sujeto. Ya estaba por voltear a ver a ese viejo para decirle hasta de lo que se iba a morir, cuando sintió la suave mano de su esposa tomar la suya.
-No seas grosero, amor. Él se está portando buena gente- cual si fuera una madre regañando a su hijo, Samantha le hacía entrar en razón a su esposo que al ver esos hermosos ojos no le quedo de otra que recular a lo que estaba a punto de hacer.
-No se preocupe director. No es para tanto- con una voz más ecuánime le respondía al director pero aun dándole la espalda y sin dejar de mirar los ojos de su esposa que esbozaba una sonrisa por tan educada respuesta que había dicho.
-Rigo, mi Rober. Ya te dije que me dijeras Rigo jejeje- el viejo sentía que su alma había regresado a su cuerpo al recibir esa respuesta. Por un momento sintió que hasta madrazos iba a recibir por parte de aquel hombre. Pero al ver como había respondido sabía que todo había vuelto a la normalidad.
Roberto sentía que la bilis de nueva cuenta saldría por su boca al escuchar cómo se refería a él ese viejo. Mientras que Samantha con curiosidad escuchaba el nombre del director de la escuela, que aunado a su voz le parecía muy similar al que, en su época de estudiante, había sido su maestro de educación física. La casada asomando su cabeza pelirroja por un costado de su esposo miraba si en verdad se trataba de él.
Grande fue su sorpresa cuando en efecto, ese viejo era su maestro de educación física. El viejo al ver aquel rostro que lo miraba con una gran sonrisa, hizo que su deteriorado cerebro carburara y comenzara a recordar esa cara, aunque sin saber de dónde. Fue hasta que Samantha soltando a su esposo y poniéndose delante de él, se arrojó a abrazarlo.
-¡Maestro Rigo! ¡¿Como esta?!- la casada con sincera felicidad abrazaba a aquel viejo mientras su esposo como la demás gente que pasaba por ahí, miraban sorprendidos tal acción.
-Este… ¿la conozco, señora?- un confundido Rigo no sabía que pasaba, pero viendo que Roberto los miraba, pensaba que no era buena idea el continuar con el abrazo ya que Roberto los estaba mirada y podría molestarse. Aparte seguía sin saber quién era ella.
-¿En verdad no sabe quién soy? Que malo es. Y eso que decía en mi graduación que nunca me iba a olvidar ya que era su alumna favorita- con un puchero le recriminaba la mujer por su falta de memoria.
Al escuchar eso, el viejo por fin pudo armar el rompecabezas y por fin recordar de quien se trataba aquella mujer.
-¡Samantha! ¡¿Eres tú?!- Rigoberto con mucha efusividad le regresaba el abrazo a la mujer. Fue tanta la alegría que incluso la levanto del piso, haciendo que su vestido se levantara un poco, dejo entre ver el inicio de sus medias las cuales tenían encaje.
Roberto al mirar eso, rápidamente se acercó a su mujer para taparla de algunos ojos curiosos que pasaban por ahí, para luego discretamente darle una mirada no muy amistosa al hombre, lo cual lo entendió al instante y bajo a la mujer.
-Así que ustedes dos ya se conocen?- un incrédulo Roberto les expresaba su duda. Y es que no podía creer que Samantha lo conociera y mucho menos que le guardara tan gran aprecio.
-Siii, amor. El maestro Rigo fue mi maestro de educación física cuando yo estudiaba aquí. Aun que era muy estricto ya que siempre a todas las niñas nos ponía a hacer sentadillas, lagartijas, correr y brincar mientras que a los niños los dejaba que jugaran futbol todo el rato- la mujer con un semblante de molestia le respondía a su esposo, para luego volver a reír por tan divertidas anécdotas, pensaba ella.
-Si, ya me lo imagino solo con las alumnas- Roberto volviendo a mirar con cierta molestia al mantecoso director, le respondía de forma sarcástica. Ya que más o menos intuía las oscuras intenciones que tenía ese viejo al poner a hacer esos ejercicios solo a las alumnas.
-Que puedo decir jejeje. Las alumnas siempre me pedían ejercicios para estar en forma y quien soy yo para negarme jejeje- el viejo con una risa simplona y rascándose su casi calva cabeza le respondía, intentando relajar la tensión.
Roberto ni siquiera le hizo caso a su versión. Él se preocupó más por la hora que era. Aunque tenía a Ivonne que se hacía cargo de la construcción cuando no estaba, no era alguien desobligado y tampoco quería dejar sola a su pupila ya que él era su mentor y tenía que estar cerca para cualquier duda que ella pudiera tener. Así que tomando a su mujer del brazo comenzó a caminar mientras se despedía de forma rápida del director. Samantha por su parte estaba feliz de reencontrarse con el maestro que había sido su mejor amigo en aquella etapa de su vida. Así que cuando sintió el ligero jalón que le hizo su esposo para que caminara, en seco detuvo su andar, haciendo que Roberto volteara su mirada hacia su esposa.
-Yo me quiero quedar un ratito más- sin decirle ninguna palabra linda ni por el estilo, Samantha le solicitaba a su esposo que la dejara ahí para poder platicar un poco más con el director.
-¿Perdón?- un sorprendido hombre le preguntaba. Le sorprendía la postura que estaba tomando su mujer. -Ya es tarde, tengo que apurarme para ir a dejarte a la casa y de ahí irme al trabajo- el hombre le explicaba el motivo para que la ama de casa aceptara y se fueran. Mientras el viejo director veía atento ese intento de discusión entre la pareja.
-Con mayor razón, tu vete de aquí a tu trabajo y yo nomas platico un ratito con el maest… perdón, director jijiji y me voy a la casa. Aparte no es que este lejos la casa de aquí- Samantha volvía a contradecir a su esposo, lo cual lo seguía asombrando y comenzaba a molestarlo. Ya que lo hacía en frente de ese sujeto, haciendo que sintiera que perdía poder delante de el sobre quien mandaba en su matrimonio.
-Haz lo que quieras entonces- Roberto, con un rostro de fastidio le dijo. Aunque se quería llevar a su esposa de ahí, no usaría la fuerza y mucho menos delante de los últimos padres que salían de la escuela, no quería hacer una escenita en público y mucho menos delante de puros desconocidos.
Samantha al mirar el rostro y la forma en que su esposo se alejó de ahí, supo que se encontraba molesto, lo que menos quería era precisamente eso, pero en su mente no veía donde se había equivocado, tan solo le pidió que la dejara platicar unos cuantos minutos con un viejo amigo, no es que fueran a hacer otra cosa. La mujer comenzó a caminar detrás de él pidiendo que se detuviera, pero Roberto como si no la escuchara continuo su andar hasta que entro a su carro y encendió el motor, justo ahí Samantha logro alcanzarlo y mientras le preguntaba del porque se había molestado desde la ventana del coche, su esposo continúo callado, contestando unos mensajes en su teléfono como si nadie estuviera a su lado. Si había algo que más les molestaba y hacia llorar a Samantha era justamente eso, que la ignoraran, cosa que Roberto solía hacer exactamente cuándo quería hacer sentir mal a su esposa. Después de unos segundos y demás palabras, Roberto volteando a mirar a su esposa con mucha molestia le dijo.
-Haz lo que quieras. Ojalá y te diviertas mucho platicando con tu profesor favorito. En la noche hablamos porque no tengo ganas de ir a comer a la casa contigo- Dejando a su mujer con la palabra en la boca arranco y se marchó de ahí.
Mientras todo eso pasaba, Rigo desde el portón presenciaba el chisme y como Roberto dejaba a Samantha parada en la banqueta con su rostro y sus ojos vidriosos. El viejo en un principio se sorprendía por la actitud del esposo, pero luego se divertía mientras veía como su ex alumna iba detrás de él y este la ignoraba, pero ahora al verla ahí sola en la banqueta, su corazón repleto de colesterol no pudo evitar sentirse mal. Así que rápidamente se acercó a ella y sin decir nada la abrazo dejando su rostro en su pecho mientras podía escuchar leves quejidos por parte de ella.
-¿Qué le hice?… snif- la mujer en voz se decía mientras el director tan solo le daba palmadas en la pasa mientras le daba palabras de ánimo.
Después de que el viejo reconfortara a la joven casada y después de que le sacara una que otra risa, la mujer comenzaba a sentirse mucho. Recordaba como Rigo siempre hacia lo mismo cuando ella era una estudiante y sus compañeras se burlaban del prematuro cuerpo curvilíneo que ya se gasta en esa época. Siempre que estaba triste o se encontraba llorando por esos comentarios, llegaba el y con uno que otro chiste le hacía sentir mejor.
Tomando un gran respiro para guardar la compostura, Samantha le agradeció a su ex maestro por haberla consolado. Mientras comenzaba a despedirse de él, a lo que el viejo la interrumpió rápidamente. No quería que ese reencuentro se acabara tan rápido y menos ahora que veía que su alumna favorita había agarrado unas curvas más marcadas que las que tenía cuando era apenas una adolescente.
-¿Como que ya te vas, muchacha? Yo pensaba que tendríamos una plática más larga- el viejo con autentica desilusión le comentaba a la casada mientras la tomaba de una de sus manos.
-Ay, maest… perdon, director jijiji, es que aún no me acostumbro- la mujer con cierta pena le pedía disculpas por seguirse equivocando al olvidar que ahora él era el director de la escuela.
-Tú me puedes decir como tú quieras. ¿Acaso no somos amigos? Jejeje- el director le respondía con mucha amabilidad. Cuando la verdad era que le molestaba cuando alguien no se refería a él como director. Incluso alguna vez casi despide a un incauto maestro que se refirió a el por su nombre.
-Bueno, eso sí jiji- Samantha sin despegar su mano de la del hombre le respondía entre risas. -Bueno, pero ya me tengo que ir, aparte usted debe de estar muy ocupado ya que es el director de la escuela- con total sinceridad le respondía ya que intuía que se trataba de un director responsable como lo fue de maestro. O por lo menos esa era la imagen que siempre le había vendido Rigo a Samantha cuando ella eras su alumna.
-Si tengo una que otra cosa que hacer, pero no es nada importante. Lo puedo hacer más al rato, no te preocupes por eso, Samantha. Vamos a mi oficina y nos tomamos un café mientras charlamos- Rigo caminaba con la mujer agarrada de la mano mientras iba diciendo todas esas cosas sin dejar que la mujer pudiera decir ni una palabra para oponerse.
-”Bueno, solo una taza de café y ya que me la acabe me voy para la casa. ¿Qué cosa mala podría pasar?”- la mujer pensaba mientras volvía a recordar la discusión que había tenido con su esposo. Lo que hizo agarrar coraje y decidirse tener esa charla con su profesor favorito.
Aceptando dicho café, la mujer dejo de rehusarse y comenzó a caminar junto al hombre sin soltarle la mano en ningún momento. Mientras a lo lejos Goyo veía como su amigazo del alma metía a Samantha a su oficina para cerrar la puerta y correr la cortina para que nadie pudiera ver hacia dentro.
-Pinche Rigo, yo pensaba que nada más era un hipopótamo, pero ya vi que también eres un pinche chapulín. Mira que querer pedalearme la bicicleta. Si esos son mis amigos para que quiero enemigos, me cae- el conserje con una mezcla de enojo y tristeza decía eso sin dejar de mirar hacia la oficina.