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Samantha: Corrupción y perversión de una casada
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Eran apenas las 6 de la mañana y en una casa en medio de una colonia popular, los primeros ruidos hacían acto de presencia. Dichos ruidos provenían de la cocina, en donde se encontraba una mujer abriendo y cerrando el refrigerador, sacando diferentes tipos de ingredientes para poder preparar el desayunó mientras desde su teléfono se escuchaba una canción que ella tarareaba mientras se movía de un lado al otro usando sólo su recatado camisón para dormir, pero aun así dejando entre ver una visible silueta de su muy bien proporcionado cuerpo.

-¡Haaam!… ay no, ya se me había olvidado lo que era levantarse tan temprano para hacer el desayuno- comentaba la mujer mientras con una de sus manos se tapaba su boca al bostezar.

-Bueno, mejor me apuró a preparar el desayunó para que esté listo cuándo ese par se termine bañar. No quiero que se les haga tarde en llegar a su trabajo y escuela por mi culpa- terminó diciendo la mujer y se puso a picar unas verduras y comenzó a freír unos huevos en la estufa.

Unos minutos más tardé, la mujer ya se encontraba acomodando la mesa con 3 platos y vasos mientras servía en ellos los alimentos.

-¡Apurenseee!, ¡ya está el desayunó servido!- les gritaba a sus familiares dando los últimos toques al acomodo de los platos y vasos.

-Buenos días Samantha, que rico huele todo. ¡Muack!- escuchó la mujer detrás de ella mientras sentía cómo una mano tocaba su espalda y sentía el contacto de unos labios en su mejilla.

-¡Buenos días amor! Muchas gracias. Espero y no sólo huela bien, sino que también sepa rico jiji- le respondía Samantha a su esposo con una cálida sonrisa mientras lo abrazaba con ambas manos.

-Sabes perfectamente qué sí. Tienes el mismo sazón que tenía tú mamá. De hecho, por eso me case contigo jajaja- decía su esposo de una forma bromista mientras se separaba de ella y tomaba asiento en la mesa.

-Jajaja eres un tonto- le contestaba dándole un ligero golpe en el brazo a su esposo.

-¡Auch! Sólo bromeaba mujer. Mejor ve y apura a tú hijo por qué no quiero llegar tarde a mi trabajo por su culpa- le decía su marido mientras tomaba el periódico para comenzar con su lectura matutina de lo más relevante que había pasado en la ciudad en las últimas 24 horas. Desde el rescate de un indefenso gato, hasta los cuerpos desmembrados que encontraron en algún terreno baldío con alguna narco manta.

Roberto, el esposo de Samantha era un hombre bien parecido. Aunque ya rondaba los 36 años de edad, seguía manteniendo parte de su juventud gracias a que se ejercitaba regularmente, su estatura seria aproximadamente de 1.80 cm. Si bien los costados de su cabellera ya comenzaban a tener algunas canas. Esto en vez de hacerlo ver viejo, le daba un toque más masculino o eso era lo que decía su esposa y las compañeras de su trabajo que intentaban coquetear con él, pero sin tener ningún resultado ya que él siempre les recordaba que era un hombre casado.

Provenía de una familia sumamente religiosa y educada a la antigua donde el hombre sale a la calle para proveer a su familia mientras que la mujer se queda en la casa para el cuidado de esta y de sus hijos. Si bien, no era tan posesivo con Samantha como su padre lo fue con su madre. Le gustaba ser el quien tuviera la última palabra sobre cualquier decisión que existiera en su casa. A lo cual Samantha no le resultaba conflictivo ya que ella también provenía de un núcleo familiar similar al de su esposo, así que le parecía de lo más normal o por lo menos así fue en sus primeros años de matrimonio.

Samantha y Roberto se habían conocido en la Universidad. Ella estudiaba Contabilidad y él estudiaba Ingeniería civil dado a que su padre se dedicaba a eso y tenía que mantener esa tradición familiar qué más que una tradición parecía una obligación ya que a él siempre le había gustado la carrera de medicina, pero su padre nunca se lo permitió.

Desde la primera vez que la vio quedo profundamente enamorado de ella. Y es que, aunque eran de diferentes facultades, el rumor de que había una chica hermosa que estudiaba Contabilidad, se regó como pólvora por toda la Universidad. Naciendo una curiosidad enorme dentro de Roberto, haciéndolo ir a conocer a esa chica, sólo para terminar rendido a sus pies.

Aunque la competencia por el amor de Samantha era muy peleada ya que eran muchos los pretendientes que ella tenía. La apariencia y sobre todo la educación que Roberto le mostró a ella, fueron motivos suficientes para que el fuera el ganador de su amor.

Si bien Roberto no era muy expresivo con sus sentimientos, lo recompensaba con su caballerosidad y sus detalles. Y no es que Samantha fuera una persona interesada, pero sabía que esa era la forma en la que él podía decirle lo mucho que la amaba. Lo sabía por qué su padre siempre fue así con su madre y ella siempre se veía feliz hasta su muerte sin saber Samantha que su madre vivió ocultando un triste y frustrante secreto.

Aunque su romance escolar fue efímero ya que cuándo Samantha apenas entraba a la Universidad, Roberto ya estaba cursando su último año universitario, eso no hizo que ambos perdieran el interés ni el amor el uno por el otro. Es más, pareciera que todo lo habían planeado porqué mientras Samantha continuaba sus estudios, Roberto encontró rápido trabajo en su área, gracias a las amistades que su padre había obtenido a lo largo de su etapa como ingeniero. Durante esos años que su amada novia terminaba su carrera, el logro ahorrar una considerable cantidad de dinero. Y cuándo Samantha por fin egreso de su carrera de contabilidad con todos los honores posibles por ser la mejor estudiante, Roberto le propuso matrimonio, a lo cual ella entre lágrimas de felicidad le dijo que sí.

No perdieron el tiempo y a los pocos meses de feliz matrimonio la pareja les informó a sus seres más cercanos que serían padres y así fue, a los 9 meses Samantha dio a luz a un saludable niño que decidieron llamar Daniel.

Pero cómo todo en la vida, lo bueno no dura para siempre. A los 2 años de matrimonio, Samantha sufrió la pérdida de su padre a causas de un paro cardíaco.

A la par de estos tristes acontecimientos un sentimiento comenzaba a crecer dentro de ella. Un sentimiento qué le pedía y le exigía el sentirse querida, sentirse amada, sentirse mujer, anhelar un poco más de afecto y de atención de su distante esposo. Pero este incapaz de demostrarle afecto, tan sólo se limitaba a darle una tenue caricia o un simple abrazó.

No entendía en ese momento por qué ese sentimiento de anhelar afecto con el paso del tiempo sólo iba en aumento. En toda su vida nunca había necesitado afecto de una persona en específico. Es más, Roberto había sido su primer novio dado a que antes no le resultaba interesante el entablar alguna relación. Ella era feliz siendo el centro de atención ya fuera de la escuela cómo de cualquier lado en que ella se dignara a asistir.

Tal vez este sentimiento se debía a qué se la pasaba todos los días encerrada en su casa. Dado a qué no pudo ejercer su profesión porqué se casó mal termino su carrera y a los pocos meses quedó embarazada de su hijo. Roberto le había prohibido el que ella ejerciera. Aparte con lo bien que le iba a su esposo, no era necesario el que ella tuviera que trabajar. Pero lo que en un principio le pareció una buena idea para estar al tanto de su casa y su amado hijo, poco a poco se fue convirtiendo en un martirio. El ver en sus redes sociales cómo sus ex compañeras de Universidad subían fotos y videos de los viajes qué ellas hacían, dado a que habían ejercido su carrera y eran autosuficientes. Le comenzaba a dar una mezcla de envidia y tristeza.

Comenzaba a recordar que antes de casarse todo era diferente, salía muy a menudo a fiestas y viajes ya fuera con Roberto o sus amigas. Le encantaba esa sensación que sentía cuándo llegaba a algún lugar y todas las miradas iban dirigidas hacia ella. Si bien ella nunca fue vanidosa, su ego de mujer le pedía ser alimentado y ella gustosa lo hacía, vistiendo vestidos entallados y escotados, que dejaban a la vista de todos sus admiradores y detractoras, sus bien torneadas piernas y gran parte de sus generosos pechos sin contar que dado a que sus vestidos eran muy ceñidos, dibujaban de buena forma ese par de montañas de carne que tenía por nalgas. Le gustaba maquillarse, pero no en forma excesiva, tampoco era que lo necesitará, su rostro parecía haber sido esculpido por los mismos dioses. Sus labios carnosos le gustaba siempre tenerlos pintados de un color rojo intenso y suelto su abundante cabellera pelirroja natural que la hacian ver como si unas llamas adornaran su angelical rostro. Tenía una mirada seductora por naturaleza, que en más de una ocasión le había traído problemas con las novias de otros hombres que ella miraba, ellas pensaban que Samantha intentaba coquetear con ellos, pero eso no era así, tan sólo era su forma natural de mirar.

A Roberto todas esas cosas no le terminaban de agradar en su noviazgo ya que sus padres veían con malos ojos que su novia vistiera de una forma tan “libertina”, decían ellos. Pero dado al inmenso amor que le tenía a Samantha, el aceptaba a regañadientes el que ella vistiera así. “Total, cuándo nos casemos esas cosas cambiarán” pensaba el hombre.

Y en efecto, todo eso cambió desde el momento en que ella dijo, “Acepto”, delante del altar. Sus viajes se volvieron escasos por no decir nulos y las pocas veces que salían de viaje ya no podía divertirse como a ella le gustaba porqué tenía que estar cuidando al bebé. Esas miradas que recibía en sus años de Universidad, se volvieron miradas esquivas hacia su persona. Dado a que sus vestimentas ya no eran aquellos vestidos escotados y a media pierna ni maquillajes sensuales con su melena alborotada. Y no es por qué no le quedarán por su actual físico, al contrario, pareciera que el haber dado a luz nunca hubiera ocurrido. Su curvilíneo cuerpo seguía ahí. Es más, gracias al embarazo sus caderas se habían ensanchado un poco, haciendo que sus nalgas que ya antes eran prominentes, lo fueran aún más, sus pechos corrieron con la misma suerte aumentando un poco más de su tamaño, dando la ilusión que Samantha estuviera cargando debajo de su brasier un par de melones y su vientre plano daba la impresión como si jamás hubiera albergado ahí a un bebe. Era la viva imagen de un reloj de arena por esas curvas de infarto que había obtenido.

Tan sólo era qué ella ya no brillaba cómo antes, esa mirada coqueta se había convertido en la de una mujer tímida e insegura que a la primera sonrisa que recibía de algún hombre volteaba la mirada por pena. Esos vestidos sexys se habían ido y ahora sólo usaba vestidos holgados qué no dejaban lucir su cuerpo como debería. Su maquillaje se había ido y el poco que usaba sólo era para poder ocultar las ojeras que le había ocasionado su hijo en esas noches de vela en las que no dejaba de llorar y su abundante cabellera, esa cabellera que parecía la de un león de fuego, la habían enjaulado en un simple chongo o cuándo le iba bien, en una cola de caballo.

Su vida social se había acabado y aunque amaba con todo su corazón a su esposo e hijo. La verdad era que a ella le gustaría seguir saliendo con sus amigas a una fiesta, algún concierto o simplemente pasar una noche de pijamada contándose todos los chismes que se sabían cómo lo hacían cuándo iban en la Universidad. Pero ellas se habían ido, su esposo pensaba que esas amistades no eran buenas para su esposa ya que ellas solo la querían invitar a fiestas y eso no era propio de una mujer casada con hijo.

Y no sólo su vida social había acabado sino qué también su vida íntima iba por los mismos rumbos.

Las sesiones de sexo con su esposo cada vez iban de mal en peor. No es que fuera una adicta al sexo o algo así, pero cómo no hacía muchas cosas durante el día, esa energía que acumulaba necesitaba liberarla de alguna forma. Al principio de su matrimonio las sesiones de sexo o cómo ellos lo llamaban, ‘hacer el amor’ eran muy a menudo. No eran sesiones largas o satisfactorias plenamente para la joven casada, pero dado a que no tenía experiencia sexual más allá de Roberto, pensaba que el hacía las cosas bien, aparte el simple hecho de demostrarse cuánto se amaban era suficiente para mantenerla contenta.

Pero luego el poco a poco se fue alejando de ella, argumentando que su trabajo lo consumía tanto que no tenía fuerzas para mantener el acto sexual. Sin mencionar que también él le reprochaba a Samantha que cómo podía pensar en esas cosas en esos momentos cuándo su única prioridad era el cuidado de su hijo. Que esos pensamientos no serían bien vistos por Dios.

La joven esposa siempre buscaba apoyo con su madre, pero esta tan solo se limitaba a consolarla y decirle que las cosas pronto se solucionarían.

Poco a poco el tiempo fue pasando y con él las inquietudes que Samantha sentía en un principio se fueron apaciguando.

Su madre comenzó a visitarla más a menudo lo cual le servía de mucha distracción a ella y su pequeño Daniel, este también fue creciendo haciendo que ella se enfocara más en él y sus estudios, dejando poco a poco de lado sus necesidades sexuales y banales. También Roberto fue siendo más accesible y dejaba salir a su querida esposa con sus nuevas amigas que había hecho en la zona residencial en la que vivían, si bien sus amigas ya eran señoras que rondaban los 35 o 40 años a Samantha no le importaba. Ella se sentía cómoda con el simple hecho de poder platicar con otras mujeres de alguno que otro chisme que ocurría con los vecinos. Y había encontrado en el ejercicio una buena forma de liberar energía.

De a poco ella fue asimilando que esta nueva vida no era tan mala como en un principio lo creía. Ya que tenía un esposo que la amaba con todo el corazón, así como ella lo hacía y tenían un hermoso hijo que había sido hecho del gran amor que ambos se tenían.

En la vida de la familia Jauregui de a poco fue reinando la paz. Así pasaron 8 años en los cuales los 3 vivieron felizmente hasta que un día una terrible noticia llego a su puerta. A Don Antonio el padre de Roberto le habían detectado cáncer en los pulmones. Roberto como hijo único, se hizo cargo de todos los trámites para que su padre tuviera las mejores atenciones en los mejores hospitales no solo del país sino también del extranjero. Claro que para eso tuvo que echar mano de los ahorros familiares ya que dichos servicios no saldrían nada baratos. Samantha sin dudar un segundo apoyo esa decisión. Si bien sus suegros no eran muy de su agrado, les tenía mucho respeto y cariño. Así que, sin más, Roberto comenzó a gastar todos sus ahorros en busca de que algún medico u hospital pudiera ayudar a su padre. Pero para desgracia de él, ya nada podía hacerse, la enfermedad ya estaba muy avanzada y la edad de su padre ya no era apta para soportar algún tratamiento.

Y así 1 año y medio más tarde su padre partió de este mundo. Fue un dolor muy fuerte para toda la familia y más sabiendo que gastaron prácticamente todos sus ahorros y ni con eso pudieron salvarle la vida. Aunque Roberto sabía que en su trabajo recuperaría ese dinero en poco tiempo… o eso creía.

A los pocos meses de esos acontecimientos, una noticia sacudió el mundo. Era el virus que afecto en un principio el lado oriental del mundo y poco a poco fue afectando a todo el mundo a tal punto que se entró en una cuarentena mundial.

Samantha y Roberto creían que eso sería solo de un par de meses y todo volvería a la normalidad, como todos lo creíamos. Pero con el pasar del tiempo se dieron cuenta que no sería así. Sus desgracias aumentaron cuando la madre de Samantha cayo en cama por dicha enfermedad y por lo reciente de la enfermedad no pudieron hacer nada los médicos para salvarla. Y lo peor para Samantha es que no se pudo despedir de ella por última vez dado que en ese entonces se prohibía el contacto con cuerpos infectados.

La familia Jauregui se encontraba en tristeza total cuando unos meses después a Roberto le llego otra pésima noticia. La empresa para la que había trabajado siempre, se había declarado en bancarrota. Así que ya no tendría una fuente de ingresos con la cual pudiera proveer a su familia. Aparte con lo gastado que había quedado con el tema de su padre, apenas y podrían sobrevivir unos cuantos meses más con los ahorros que les quedaban.

Samantha le propuso a Roberto el mudarse a la casa que su madre le había dejado como única herencia. Si bien la casa no era de lujos y esta se encontraba localizada en una colonia popular de la ciudad, los gastos económicos bajarían considerablemente. Roberto en un principio había rechazado esa propuesta de manera inmediata. El solo hecho de pensarse viviendo en un lugar así cuando tenía todas las comodidades en su actual casa lo hacía sentirse derrotado. Sin contar que el aceptar eso, sería como el aceptar que no fue lo suficientemente hombre para poder darle el estilo de vida que su familia se merecía.

Pero mientras más pasaban los meses y la pandemia parecía no tener fin, sus ahorros entraron en números rojos y Roberto continuaba sin poder conseguir algún empleo. Así que con su orgullo lastimado termino aceptando la propuesta de su esposa.

A las pocas semanas la familia ya se encontraba terminando de acomodar todos sus muebles en la que sería su nueva casa.

Samantha no podía dejar de sentir cierta felicidad al estar en la casa donde vivió toda su infancia con sus padres. En sus adentros era como volver a estar en casa. Si bien tenía muchos años de no haber regresado ahí, el aroma y los recuerdos seguían intactos.

Los meses pasaron y con ellos un par de noticias buenas al fin llegaron. Y es que las autoridades de salud habían dado luz verde para poder volver a la normalidad o por lo menos ya no estar encerrados todo el día. Aunado a eso Roberto pudo conseguir empleo, no era una empresa de renombre como en la que estaba antes ni su sueldo era tan jugoso, pero el por fin encontrar empleo después de meses, ya era más que suficiente. Sabía que, si hacía unos buenos trabajos en esa empresa, le podrían aumentar el suelo u otra empresa más importante lo podría contratar así que no tenía mucha preocupación en ese sentido.

Por el lado de Daniel, ya había cumplido 12 años así que buscaron una secundaria a la cual pudiera ingresar y que no estuviera muy lejos de su casa. Aunque tanto a Samantha como a Ricardo les encantaba la idea de que su hijo siguiera estudiando en alguna escuela privada. La economía actual no les permitía eso. Así que Samantha se decantó por inscribir a su hijo en la misma secundaria a la que ella fue en su época de pubertad. Y así la familia Jauregui estaba lista a volver a la vida normal.

-¡Daniel!, ¡Mi amor!, ¡Apúrate que se te va a enfriar el desayuno!- su madre le gritaba desde las escaleras a su retoño para que bajara rápido y su padre no lo fuera a regañar. Lo que menos quería era comenzar la mañana con una discusión entre ambos.

-¡Ya estoy aquí mami, tranquila!- decía el puberto sin dejar de mirar su teléfono mientras bajaba las escaleras.

-¡Que hermoso te vez con ese uniforme mi amor!- Samantha le decía a su hijo mientras lo abrazaba y le daba un beso en su frente.

-¡¡Mamaaa!! Ya no soy un niño para que me trates así- le respondía el chico sacando su rostro de entre los enormes pechos de su madre. Y es que Daniel a diferencia de su madre y padre. La genética no le había favorecido mucho. Era un chico de estatura baja y complexión algo robusta, usaba anteojos y por la edad, su rostro estaba plagado de barros y espinillas. Era el típico chico raro. Su vida la pasaba jugando video juegos, viendo caricaturas y en la noche algún hentai o entraba en foros donde otros chicos subían fotos de algunas chiquillas pendejas que les pasaban el pack.

-¡Daniel, apúrate a desayunar que no quiero llegar tarde al trabajo, hoy tengo una reunión sobre el nuevo proyecto y no quiero que tampoco tu llegues tarde a tu primer día de clases!- Su padre le gritaba desde la mesa sin dejar de ver el periódico.

-Ya escuchaste amor, tu padre quiere nos apuremos o nos va a regañar jiji- una bromista Samantha le decía a su hijo mientras lo tomaba de la mano para llevarlo hasta la mesa.

Ya estando en la mesa los 3 desayunaron como cualquier familia. Samantha emocionada le daba tips a su hijo sobre la escuela y le comentaba las anécdotas y travesuras que ahí hizo. Todos reían por las ocurrencias que ella hizo en su época de pubertad. Hasta que Roberto vio el reloj y le dijo a su hijo que ya era hora de irse.

Samantha se despidió de su hijo con un beso en la frente y de Roberto con un tenue beso en los labios.

Viendo recargada desde la puerta como el auto se perdía entre los demás carros y camiones que a esa hora también comenzaban su vida laboral, Samantha no pudo ocultar ese vacío que sintió en el estómago. Y es que volverse a sentir sola después de estar tanto tiempo juntos todos los días por la pandemia le daba cierta tristeza.

Estaba en esos pensamientos cuando un pitido de un auto acompañado de un chiflido la hicieron volver en sí y recordar la vestimenta que traía puesta. Si bien su camisón le llegaba apenas un poco arriba de las rodillas y no tenía ningún tipo de escote generoso como para considerarlo sexy. Lo que si tenía era que le quedaba un tanto pegado en específico de sus pechos, caderas y nalgas. Y no es que la talla de su camisón fuera una talla más chica, tan solo que sus proporciones en esas áreas de sus cuerpos eran de un tamaño mayor al promedio.

Samantha con un muy visible color rojizo en su rostro, rápidamente dio la media vuelta y entro a su casa, cerrando la puerta detrás de ella.

La mujer casada intento tranquilizarse un poco, mientras recordaba que ese tipo de insolencias no ocurrían en su antigua casa. Rápidamente recordó cuando ella era más joven y vivía ahí como cada vez que salía de su casa recibía una que otra leperada de algunas personas. Por lo general eran personas de la clase obrera las que se referían a ella con piropos, unos chistosos y otros subido de tono. Si bien en aquellos años, dichos piropos no le desagradaban del todo y hasta algunos le parecían interesantes. Ahora no le parecían propios para una mujer casada y madre. Así que mientras se dirigía hacia su habitación para cambiarse de ropa, pensaba en no darle pie a que ese tipo de gente le volviera a faltar el respeto. Así que evitaría el salir a la calle como lo había hecho hace algunos minutos.

-No tengo tiempo de darle mucha importancia, mejor me apuro a limpiar la casa para que la comida este lista cuando llegue de la escuela mi vida. Sirve que me cuenta que tanto cambio la escuela desde que yo estudiaba ahí jijiji- termino diciendo Samantha en tono como si de un gran chisme se tratara mientras se dirigía a su habitación para cambiarse de ropa.

A unas cuadras de ahí, en los portones de la escuela secundaria. Un hombre supervisaba la entrada de los alumnos. Por la cara de pocos amigos que tenía, pareciera que lo tenían ahí en contra de su voluntad. Tan solo a las alumnas y alguna que otra madre que llevaba a su criatura, se dignaba a saludar con una sonrisa de oreja a oreja y algún piropo según el cautivador pero que ante los ojos de ellas solo les causaba gracia. Porque a los hombres solo se limitaba a regresarles el saludo de mala gana o simplemente ignorarlos.

El tipo iba vestido con un pantalón sastre de color café ya muy degastado, una camisa un tanto percudida de manga corta. Mientras que los botones de su camisa hacían lo posible por no salir disparados y es que la prominente barriga repleta de lombrices y sabrá Dios que más parásitos llevaría dentro, hacían que la camisa le quedara extremadamente entallada. Era tanto que claramente se podían dibujar sus pechos que rivalizaban con los pechos de las estudiantes más desarrolladas de la escuela. El aspecto su rostro no era muy diferente al de su ropa y su cuerpo. Carecía de cabello en la parte más alta de su cabeza, tan solo tenía cabello alrededor de esta como una coronilla, tenía unos enormes cachetes que parecía más un bulldog viejo que una persona. Tenía un bigote muy descuidado con una enorme verruga en su nariz. Si alguien les dijera que era un espécimen que se había escapado del museo de criaturas mutantes que se ponía cada año en la feria local, todos lo habrían creído.

Mientras el viejo mastodonte se mantenía maldiciendo por dentro el tener que regresar a clases, pudo sentir como una mano le impactaba en su calvicie.

-¡Que paso pinche mantecas! ¿Tan temprano y ya te andas echando un taco de ojo con las nalguitas?- le decía un tipo con un overol lleno de parches por lo viejo y usado que estaba. Se trataba del conserje de la escuela. Un tipo que, al contrario del otro espécimen, este pareciera que sufría de algún tipo de desnutrición severa. Pareciera que tu piel estaba completamente pegada al hueso, tan solo una panza cervecera era la que hacía bulto bajo su viejo overol.

-¡Que traes mendiga calaca! Ya te dije que delante de los alumnos y padres de familia no estes chingando. No ves que soy el director y tengo que dar buena imagen- Le respondía el viejo con un tono de molestia ya que vio como unas alumnas vieron el zape que le dio su amigo el conserje y comenzaron a reír.

-Ta’ bueno, mi director, una disculpa- en tono de burla le decía el conserje. -Pero si andas viendo si hay buenas nalgas o porque andas aquí parado como pendejo tan temprano con este frillazo?- Se volvía a dirigir al director con ese lenguaje tan soez. Y es que entre ambos existía una gran amistad de años. Y esa era su forma habitual de hablarse.

-Pendeja tu puta madre, pinche cerillo con patas. Si estoy parado aquí ahorita es porque la Secretaría de Educación nos pidió a los directores de todas las escuelas el estar en el portón a primera hora para darle la bienvenida a los alumnos y así tener buena imagen con los padres de familia. Puras pendejadas de esos cabrones- En un tono molesto quee comentaba a su amigo

-¡Jajaja! Puras mamadas con esos cabrones mi buen Rigo. Pues tú que les haces caso. Mejor vámonos a tu oficina a chingarnos un cafecito. Sirve y de ahí vemos más a gusto las nalgas de las alumnas- decía su amigo mientras le daba un jalón de su brazo para intentar meterlo a la escuela.

-No puedo pinche Goyo. Esta orden viene desde mero arriba y si la desobedezco me pueden quitar el puesto. Ya viste que antes de que empezara la pandemia los dirigentes se enteraron de que les subía las calificaciones a las alumnas si se me mandaban regalitos. Y uno de los dirigentes que es mi compa me dijo que el pitazo vino de alguien que trabajaba dentro de la escuela, pero no me pudo dar nombres porque a el tampoco se los dijeron. Hay un cabron o cabrona que me quiere torcer para quedarse con mi puesto, pero ni madres que se los voy a dar. Por eso ahorita tengo que hacer todo lo que esos pendejos me digan en lo que salgo de su mira- le murmuraba casi en el oído como si alguien los estuviera vigilando.

-No pues si esta cabron. Ni pedo, nomás te toca aguantar vara. Entonces me quedo aquí un rato contigo para ver la nueva mercancía jejeje- su fiel compañero puso una mano en su hombro en señal de apoyo mientras miraba a cuanta jovencita le permitían sus degenerados ojos.

Mientras tanto en el coche de Roberto. Padre e hijo venian teniendo una amena conversación hasta que llegaron a la escuela.

-Muy bien hijo, vamos, te llevare a la entrada para que te digan en donde queda tu salón- le decía a su hijo mientras le quitaba las llaves a su auto y bajaba de este con su hijo.

-Mira nada más el carrazo que trae ese wey- un asombrado Rigo le decía a su tilico amigo.

-Me cae de a madres que en un carro de esos se nos subirían un chingo de culos. Lástima que con tu pinche sueldo de director nomas te alcanza para la carcacha que traes jajaja- expresaba de forma burlona el conserje

-Pero al menos tengo carro no como tu pende… – Rigo apenas iba a terminar su frase cuando vio delante de ellos a Roberto.

-Buenos días, disculpe mi hijo es de nuevo ingreso y quisiera saber si me podría ayudar en encontrar su aula- Mientras Roberto de forma amable decía eso, extendía su mano hacia el director en forma de saludo.

-Bu… bu… buenos días, claro que sí, soy el director de esta escuela, Rigoberto Ruiz Nuñez, para servirle. Permítame ver su hoja para checar en cual aula le toco a su hijo- Rigoberto de una forma torpe le daba la mano. Y es que el porte que tenía Roberto, imponía respeto a la mayoría de personas, y este par de infelices no serían la excepción. Aparte el verlo bajar de ese auto de lujo y con el traje de marca que llevaba puesto le daba la impresión que se trataba de alguien importante que prefería tener de amigo. Tal vez y algún beneficio podría tener en algún futuro, pensaba el obeso director.

Roberto le dio la hoja donde venia el aula en donde le había tocado a su hijo. El director intercambio un par más de palabras con Roberto. Luego tomo del hombro a Daniel y el mismo fue quien lo llevo hasta su aula. Mientras que en una banca se encontraba un grupo de chicos que no perdían detalle de Daniel, desde que bajo de ese auto con un hombre bien vestido y como este era escoltado hasta su salón por el mismísimo director de la escuela.

-Al parecer hay nuevo niño consentido en la escuela. Le tenemos que dar una buena bienvenida no creen?- decía uno de los chicos que pareciera era el líder del grupo ya que al terminar su frase los demás de manera inmediata le respondieron que si al unisonó entre risas.

Algunas horas más tarde en la casa de Samantha. La bella casada terminaba el aseo de su hogar y se dirigía a la cocina para ver que ingredientes le faltaban para preparar la comida. Había pensado que sería buena idea el prepararle la comida favorita a su hijo por su primer día en la Secundaria. Así que apuntando en una hoja las cosas que le faltaban, tomo su bolsa de mandado, y ya se disponía a salir cuando de reojo se vio en un espejo que tenían por el pasillo que daba a la puerta principal. Mientras se miraba en el espejo, no puedo evitar esbozar una ligera sonrisa mientras lleva la palma de su mano derecha a su frente y movía su cabeza en forma de negación.

-¡Ay, Samantha! ¿Como se te iba a ocurrir salir así a la calle?- Se recriminaba a ella misma en un tono de burla.

Y es que la ropa que llevaba puesta era un pequeño short tipo licra de color rojo, que, en el cuerpo de cualquier otra mujer, este le quedaría a media pierna, pero en el cuerpo de Samantha era diferente. Y es que debido a que era poseedora de unas piernas grandes, pero bien torneadas y un par de prominentes nalgas, el short se subía hasta el inicio de sus nalgas y cuando se agachaba para limpiar la parte baja de algún mueble o sacar el polvo que se acumulaba debajo de las camas el short subía aún más incrustándose entre sus nalgas, dando la imagen como si de una tanga se tratara. Sin contar que, por enfrente, sus labios vaginales se marcaban perfectamente sobre el short. Era una maldición o por lo menos eso era lo que ella decía ya que su vagina era de las que tienen unos labios vaginales grandes que con cualquier ropa ajusta estos salen a la vista haciendo la famosa, “Pata de camello”. Por ese motivo desde secundaria había evitado el usar el short de educación física y cualquier pantalón o leggins que fuera de licra. Ya que era muy vergonzoso el ver como sus compañeros no le quitaban los ojos de encima y sus compañeras la vieran como bicho raro. Aunque su maestro de educación física de ese entonces que se llamaba Rigoberto, siempre la alentaba para llevar su short diciendo que era algo normal, ella siempre lo catalogo como un gran maestro y amigo que la apoyo mucho. En la parte superior llevaba puesto una blusa de tirantes de color blanco la cual usaba sin brasier haciendo que cuando se le mojaba un poco la blusa esta hacía que se les transparentaran su par enormes pechos, la blusa quedaba como ombliguera, dejando al descubierto parte de su vientre.

Aunque ya había tenido ciertos problemas con Roberto por el uso de esa ropa, a ella no le importaba mucho ya que solo la usaba cuando hacia el aseo de la casa y por lo general siempre estaba sola. Solo a veces estaba su hijo, pero este se encerraba en su habitación para jugar algún video juego y ni caso le ponía. Aparte esa ropa se le hacía muy cómoda para hacer ese tipo de actividades.

Samantha rápidamente subió a su habitación y buscando en su armario, saco una falda de vuelo que le llegaba a media pantorrilla. De la parte superior solo decidió ponerse una ligera sudadera con cierre por enfrente sobre su blusa ya que era bien sabido que ella odiaba usar brasier, aparte ni falta le hacían ya que a sus pechos la fuerza de gravedad no les hacía ningún efecto. Ellos seguían igual que erguidos como en sus épocas de universidad, ni pareciera que ya había dado a luz a un niño.

Subiendo el cierre hasta arriba y tomando su bolso, volvió a bajar y pasando de nueva cuenta por el espejo se dio una checada y con una sonrisa de aprobación salió de su casa, si bien aún con esa sudadera y esa falda cualquiera que la viera tendría una muy buena de vista esos pechos y nalgas que se lograban formar debajo de esas ropas, ya no era nada comparado a la exquisita visión que hubiera dado si hubiera salido con la ropa anterior.

La candorosa casada caminaba por las calles de esa colonia, mientras iba entrando en diferentes locales para comprar los ingredientes que necesitaba. Así como también de vez en cuando algún rostro familiar de su niñez la reconocía y la saludaba, por lo general eras mujeres ya grandes las que la saludaban y que eran amigas de su difunta madre. Así continuo Samantha sus mandados hasta que mientras miraba su hoja para ver que ingredientes le hacían falta una voz familiar la hizo girar su rostro hacia la dirección de donde provenía esa voz.

-Hola Samantita, ¿Cómo estas mi niña?- le decía aquella voz a los lejos

-¡Doña Carmen!, ¡Hola!, muy bien y usted como esta?- respondía Samantha con una muy sincera sonrisa a la mujer que se iba acercando.

-Pues aquí seguimos que es lo importante. Ya tenía años sin verte muchacha te me habías escondido muy feo- diciendo esto último en un tono serio mientras cruzaba sus brazos la señora.

-No es eso Doña Carmen, solo que nuestra anterior casa nos quedaba prácticamente de orilla a orilla de la ciudad y con la escuela y las clases de natación e inglés de Daniel, no nos daba tiempo de venir para acá- argumentaba la casada con un tono de sinceras disculpas como si hubiera hecho de verdad algún crimen.

-¡Jajaja! No te creas mi niña, solo bromeo. Pero si me dio gusto verte de nuevo. ¿Y qué andas haciendo por acá y con esa bolsa de mandado?- le decía la señora un tanto intrigada señalando la bolsa.

-Es que nos mudamos a la casa de mis papas Doña Carmen. A Roberto le salió un nuevo trabajo y la casa de mis papas le quedaba más cerca de aquí.- le comentaba la casada. Si bien en parte era cierto eso que le dijo. Aun le daba cierta pena el decir que se habían cambiado de casa por los problemas económicos por los que estaban pasando.

-¡Que felicidad mi niña!, así te podre ver más seguido, aparte a tu mama le hubiera encantado que su casa fuera habitada de nueva cuenta por su hija y su nieto- una entusiasmada mujer lo decía. Y es que Doña Carmen había visto crecer a Samantha desde que ella aun usaba pañales. Y Samantha desde muy pequeña le había tomado un afecto especial a Doña Carmen como una segunda madre ya que la mujer por desgracia había resultado que era infértil. Así que desde que vio a la pequeña Samantha y aunado que era gran amiga de su madre, ella la crio y cuido como su hija desde entonces.

-¡Si, Doña Carmen! Le prometo que nos veremos muy seguido como en los viejos tiempos- reafirmaba una alegre Samantha.

-Así se habla mi niña. Por cierto, en mi casa tengo un localito donde vendo ropa. Tendrías que darte una vuelta para comprarte ropa más joven como tú. ¿Qué es eso de andar usando esos harapos para salir a la calle? Ya ni yo que estoy más vieja que tú me visto tan fodonga- decía la señora mientras se daba una vuelta dando a entender que le estaba modelando. Pero más bien parecía un trompo dando vueltas. Y es que la señora era chaparra y gorda, en realidad tenía la forma de un trompo de tacos al pastor.

-Ay Doña Carmen que mala es jijiji. Yo ya no estoy para usar ropa destapa, ya no estoy en esa edad y aparte no es propio de una mujer casada y con hijo- respondía Samantha con cierta timidez. Y es que, aunque muy en el fondo si le gustaría vestir de vez en cuando más joven, ya no se sentía físicamente atractiva, ya que no recordaba la última vez que su marido le había hecho algún cumplido hacia su físico. Y aparte a Roberto tampoco le parecía correcto el que ella saliera con algún pantalón entallado, vestido a media pierna o blusas escotadas.

-¡Tonterías!. Ya no estamos en esa época donde teníamos que salir bien tapadas, mijita. Es para que salgas vestida como tú quieras sin miedo al que diran. Es más, desabróchate esta cosa que ni frio está haciendo. Es más, está haciendo calor- mientras decia eso la señora, con una mano le baja el cierre de la sudadera completamente.

-¡Espere doña Carmen!- una asustada Samantha le decía a la vieja. Y es que debajo de la sudadera solo llevaba su blusa de tirantes sin brasier. Samantha al sentir el tenue aire veraniego golpear contra su pecho no pudo evitar el llevar ambas manos hacia sus pechos en autentico reflejo de protección ya que se sentía vulnerable a las miradas de cualquier curioso que pasara por ahí en ese momento.

Doña Carmen no pudo evitar el sonreír al ver ese par de melones que Samatha escondía debajo de su blusa y que le recordaron esas anécdotas que ella tenía con la madre de Samantha en su juventud. Donde ella la alentaba a mostrar más su bello cuerpo, pero la mujer al igual que su hija le decía que el andar mostrando de mas no era propio de una mujer casada.

-”Ay Samantita, vaya que si heredaste el cuerpo de tu madre y por desgracia también esas anticuadas costumbres. Pero hare el intento de hacerte cambiar esos pensamientos para que puedas vivir más plena y feliz, así como tu madre también le hubiera gustado vivir”- pensaba la viejita

-Bueno mija, vamos a mi casa para que veas la ropa que tengo. De hecho, ayer me llego nueva mercancía que de seguro en ti se verán hermosos- decía la señora mientras con una mano jalaba a la casada.

-Espere Doña Carmen. Ahorita no puedo, tengo que terminar de comprar las cosas que me hacen falta para hacer la comida. Quiero tener la comida lista para cuando Daniel llegue de su primer día de escuela- respondía Samantha mientras detenía el andar de la señora.

-Eso me gusta de ti muchacha, que sabes tener tu casa en orden. Bueno mija, te dejo para que termines de hacer tus mandados. Y nada de andarte subiendo el cierre, no estás haciendo nada malo- la viejita le decía a Samantha mientras le daba un beso en la mejilla y comenzaba a alejarse de ahí.

-¡¡Es… es… espere… Doña Carmen!!- una avergonzada Samantha le gritaba a la señora. Haciéndole señas con una mano de que regresara mientras con la otra mano intentaba cubrirse lo más que podía sus pechos.

-¿Qué paso muchacha? No me digas que te molestaste porque te hice eso- la señora le preguntaba a la joven mientras apuntaba hacia su sudadera.

-N… n… no, no es eso, aunque si me tomo por sorpresa. Solo quería preguntarle si aún vive donde mismo y que si me podría pasar su número de teléfono para estar en contacto y que me diga a que horas puedo ir a su casa- Samantha sacaba su teléfono de una de las bolsas de su suéter y se metía a la opción de agregar un nuevo contacto telefónico.

-Es cierto. Se me habían olvidado esas cosas jajaja. Si mija, ahí donde mismo se encuentra tu humilde casa. Tú puedes ir a cualquier hora que quieras después de las 4 de la tarde mi amor. Y mi número es…- le dictaba la mujer a Samantha y esta se apuraba a teclear los números.

Después de intercambiar números Samantha y Doña Carmen se despidieron de un beso en la mejilla, después la señora se alejó de ahí. Mientras nuestra joven casada metía su teléfono en la bolsa de su suéter bajaba su mirada hacia sus pechos.

-”Tal vez Doña Carmen tenga razón. No está mal el salir un poco destapada a la calle. Además… no es como que alguien me vaya a mirar, ya soy una señora. Los hombres solo están en busca de jovencitas. De seguro el tipo que mi chiflo y me pito en la mañana lo hizo en forma de burla”- pensaba la mujer, aunque sin que ella se diera cuenta con un poco de decepción.

-Aunque a la próxima me pondré brasier, me siento extraña de salir sin brasier a la calle. En voz baja se decía Samantha mientras se subía el cierre de la sudadera a la altura de su ombligo. Según ella eso era para que el suéter no se moviera tanto y le tapara un poco más de sus pechos. Lo que no sabía es que solo haría que fuera más visible el bamboleo de sus pechos al caminar.

Apenas empezó a caminar y se dio cuenta de este detalle. Y cuando se disponía mejor a subirse el cierre completamente, sintió como su celular comenzó a sonar dentro de su bolsillo. Rápidamente tomo su celular y vio que era un mensaje de su amado esposo. Con alegría lo abrió y grande fue su sorpresa cuando leyó en el mensaje, “Cariño, espérenme para comer juntos”. Le dieron ganas de marcarle en ese preciso momento y decirle que claro que si lo esperarían. Y ese que Roberto tenia a cargo una construcción muy importante por la que casi no estaba en casa. Salía temprano de casa y llegaba muy tarde por lo que la interacción entre ambos se había vuelto un tanto distante. Por lo que el tenerlo más tiempo en casa le causaba mucha alegría a Samantha. Pero entendió que si él le había mandado un mensaje en vez de llamarle era porque estaba ocupado así que decidió responderle con un mensaje diciéndole lo feliz que le hacía leer eso. Pero ya no recibió respuesta de su esposo. -“Al parecer si estaba ocupado”- pensó Samantha.

-Bueno, no importa. Con saber que vendrá a comer con nosotros es más que suficiente- se decía la alegre casada con una sonrisa de oreja a oreja, reanudando su andar hacia la frutería, olvidando el detalle de su sudadera.

Mientras caminaba no pudo evitar darse cuenta que algunos hombres la volteaban a ver más de la cuenta. No le quiso dar mucha importancia a ese detalle. Pensaba que tal vez se debía a que nunca la habían visto por el barrio. Así que mejor deicidio solo responderles esas miradas con un, “Buenos días”. Así tal vez la dejarían de ver tanto y entenderían que era nueva en el barrio, pensaba ella.

Lo que no sabía la ingenua Samantha es que esos hombres ni cuenta se daban de los buenos días que ella les había dado. Esos hombres solo miraban el bamboleo tan erótico de sus enormes tetas que le regalaba a cualquiera que volteara a mirarlas. Era prácticamente hipnotizante. Pareciera como si ese par de melones hablaran y les dijeran a todos que no apartaran sus vistas de ellas.

Después de algunas otras miradas y unos buenos días, dichos por ella, Samantha por fin llego a su destino. Se le hizo raro entrar y ver que el local se encontraba solo.

”Tal vez por ser lunes todas las amas de casa fueron desde temprano a comprar su mandado” pensaba la casada.

-¡Buenos días!- Samantha saludaba al hombre que estaba detrás del mostrador leyendo el periódico.

-Pues no sé qué tengan de buenos- le respondía el señor de mala gana sin quitar la vista de su periódico mientras tomaba un cigarro de una corcholata que le servía de cenicero.

-¿Disculpe?- en un tono un tanto molesto y sarcástico, la mujer le preguntaba al hombre.

-Que nada seño, dígame que quier… – decía el hombre mientras bajaba su periódico para atender a tan impertinente mujer que no lo dejaba leer su periódico tranquilamente, pensaba él. Pero grande fue su sorpresa al darse cuenta que la mujer que tenía delante de él, no era una ama de casa como las que muy regularmente le tocaba atender todos los días, ya entradas en años y también estradas en grasas. Si no que se trataba de una hembra que era todo lo contrario a esas mujeres. Esta hembra más bien parecía una modelo de esas que salen en concursos de belleza que transmiten en televisión, pensaba el hombre. Fue tanta la sorpresa de aquel hombre que ni pudo terminar lo que le estaba diciendo al portento de mujer que tenía delante. Tanto así que hasta su cigarro que sostenía entre sus labios, cayó al suelo en el momento que su boca se abrió por el asombro que le provoco esa mujer.

-¿Le sucede algo?- preguntaba Samantha, extrañada. Ya que desde su perspectiva más bien parecía que aquel hombre había visto al mismo diablo. Que, tomando en cuenta el rojo de su cabello, si lo pareciera. Pero de una demonia que incitaba al pecado carnal.

-S…i, si, si. Todo más que bien, señorita- decía un ahora más amigable y jovial hombre.

-Que extraño. Es que ahorita que entre lo note molesto, pero de la nada ya parece estar de buen humor- una incrédula Samantha le decía al viejo mientras que esta llevaba su mano derecha a su mentón mientras entre cerraba sus ojos, dando a entender que estaba pensando el motivo de su cambio de humor.

-Ahí dispénseme señorita, es que las ventas últimamente han estado muy bajas, pero al verla a usted ni modo de que no me ponga de buen humor jejeje- con una amarillenta sonrisa por el consumo del cigarro, le decía el verdulero.

-Gracias. ¿Pero yo por qué? Si ni nos conocemos, oiga- una confundida Samantha le preguntaba. Mientras cruzaba sus brazos por debajo de sus pechos. Haciendo que sus pechos se levantaran más dando la impresión de que habían aumentado de tamaño.

“jija de la chingada, mira nomas esas chichotas que se carga. Me cae de a madres que es de esas viejas que les gusta enseñar carne cuando salen a la calle, exhibistas creo que les dicen. Ni chichero trae la cabrona” pensaba el hombre mientras le miraba los pechos y notaba como unas pequeñas gotitas de sudor se formaba en la piel desnuda de sus pechos y estas terminaban desapareciendo en su blusa.

– ¿Cómo que por qué? Es usted muy guapa, señorita. Cualquiera se pondría de buen humor solo con verla- decía aquel viejo que sacaba sus frases de ligue que usaba cuando era joven pero que nunca le surtieron efecto. -Aparte hay otras 2 muuuy buenas razones para ponerme de buen humor jejeje- el rabo verde viejo decía eso mientras clavaba su mirada descaradamente en los pechos de la joven casada.

Samantha pudo entender esto último al instante. Si bien no entendía la mayoría de los albures, esa mirada del señor sabía muy bien a donde iba dirigida. Ahí fue cuando se dio cuenta que todo ese tiempo habia andado con el suéter abierto el cual había olvidado cerrar por lo feliz que le había puesto el mensaje de su esposo. También comprendió que las miradas de los hombres que recibió en la calle, no eran porque fuera nueva en el barrio sino por sus pechos. No pudo evitar sentir una gran vergüenza por lo ingenua que fue. Porque aparte de que esos hombres le estaban viendo los pechos, ella les había devuelto esas miradas con un “Buenos días una sonrisa en forma de ser amable, pero ahora más bien parecían destellos de coquetería de su parte hacia esos hombres.

Pero con este hombre era diferente. Si bien las miradas que había recibido en la calle eran extrañas, no le parecieron nada fuera de lo normal. Pero la mirada de este hombre era muy diferente, sentía como si la desnudara con la mirada. La hacía sentirse como un tierno e indefenso conejo que esta delante de un hambriento lobo. Esa sensación de sentirse tan indefensa le causaba miedo, pero a la vez le causaba una sensación que le era familiar pero no sabía de donde o cuando. Pero sin duda alguna no lo había sentido en los más recientes años. Le hacía sentir un vacío en el estómago, no sabía de qué forma, pero era una sensación agradable.

Una gran parte de ella quería subirse el cierre de la sudadera y salir de ahí, pero una pequeña parte de ella, una que era confusa no la dejaba ni siquiera mover un dedo. Era como si una pelea dentro de ella se estuviera librando, en la que al parecer esa pequeña parte confusa iba ganando ya que dicha confusión se fue convirtiendo en curiosidad.

No sabía que responderle a ese hombre. ¿Ser agresiva? Solo sería una forma de darle la razón, pensaba ella. ¿hacer como si no pasa nada? Sería peor que ser agresiva. ¿Ser indiferente? Supongo que sería la mejor opción, se decía a ella misma la alterada mujer. Hasta que por obra del espíritu santo o alguno de esos santos, algo que llevaba en uno de sus dedos le hizo saber cuál sería la mejor respuesta.

-Muchas gracias por sus palabras, señor. Pero mire, soy casada- Samantha decía eso mientras levantaba su mano derecha mientras con uno de sus dedos de la otra mano apuntaba hacia su anillo de matrimonio.

-Yo también lo soy, mira- decía el viejo mientras levantaba su mano derecha en el que también se podía ver un anillo de menor calidad que el que tenía Samantha. -Pero eso no tiene nada que ver con saber reconocer y apreciar la belleza de otra persona, o si?- argumentaba el hombre mientras veía de nueva cuenta de pies a cabeza a Samantha.

-Pues, pues no. Pero se podría tomar a malas interpretaciones- le decía la casada trabándose un poco al hablar. Y es que esa charla, aunado a la mirada que nuevamente le hacia el viejo a su cuerpo, le había hecho sentir ese rico vacío en su cuerpo de nueva cuenta.

-Podría ser, pero, ¿Acaso ves a alguien más aquí que pudiera mal interpretar lo que le digo?- el verdulero señalaba alrededor de ellos haciendo alusión a que solo estaban ellos ahí.

-Bueno… tiene razón. Pero no creo que sea tan amable con cualquier desconocida que se encuentra o si?- expreso la joven casada evitando mirar al hombre a los ojos por los nervios que le estaba causando tan extrañada pero coqueta conversación.

“Pues no cualquier desconocida, solo con una que este como tú de buena y chichona, cabrona” pensaba el verdulero mientras se acomodaba el bulto que se le marcaba en los pantalones pero gracias al mostrador, nuestra bella casada no lo podía ver.

-Tiene razón señori… perdón, señora. Olvide que ya está casada jejeje. Pero entiéndame un poco, han sido días muy solos, casi no vendo nada y de repente llega usted con su belleza y pues me alegra el día. Dígame, es eso algo malo?- esto último lo decía el hombre con un tono y una cara de perro regañado, intentando causarle lastima a Samantha y al parecer lo estaba logrando.

Y es que Samantha no pudo evitarse halagada con tan bellas palabras y a su vez apenada por lo defensiva que ella se había portado con él. Que le dijera que ella con solo haber entrado ahí le había alegrado el día a ese hombre se le hizo un lindo detalle. “¿Hace cuanto tiempo que nadie me había dicho algo así? Que le alegraba el día con solo tener mi presencia cerca del”. Eso la hizo replantear su impresión sobre el hombre. “Tal vez fue también mi culpa el que el me mirara de esa forma, al final de cuentas fui yo la que entro a su local enseñando de más. Aparte no es como si me hubiera dicho una grosería o me hubiera tocado”, pensaba Samantha intentando justificar las miradas y comentarios que ese viejo rabo verde había tenido hacia su persona.

-Tiene razón. Usted solo intento ser lindo conmigo y yo me puse a la defensiva sin ningún motivo. Le ofrezco una disculpa- Samantha decía con una cálida sonrisa mientras extendía su mano hacia él, invitándolo a darle la mano…

-No tiene por qué pedir disculpas, seño. Yo también fui un bruto por andar diciéndole esas cosas. Pero pues es la verdad, usted está bien chula jejeje- respondía el viejo, devolviéndole una sonrisa, pero a diferencia de la saludable y bien cuidada dentadura de la casada, la del viejo era con sus dientes chuecos y amarillos. Mientras estiraba su mano para devolverle el saludo…

Samantha al sentir el contacto de su mano con la de ese hombre, pudo sentir un escalofrió por toda su columna. Y es que la mano de ese viejo era muy diferente a cualquier otra mano masculina que haya tocado ni la de su esposo tenía alguna similitud. Esa mano era dura, raposa y muy fuerte. Las manos de su esposo y los pocos amigos que tenía, eran muy similares a la de ella, suaves, lisas y delicadas. No entendía por qué, pero ese contacto no le resultaba para nada incomodo. Es más, entre más duraba ese apretón de manos, más curiosidad le daba el saber si su otra mano estaría igual.

Lo que no vio Samantha es que con ese escalofrió sus pezones se pusieron duros, marcándoseles por encima de su blusa. Detalle que el viejo verdulero no perdió de vista.

-”Pinche chichona, no me digas que te calentaste solo por tocarme la mano y por eso se te pusieron duros los pezones jejeje. Eso pasa porque estas sintiendo la mano de un hombre de verdad. Ya me imagino que el pendejo de tu esposo debe de tener las manos de vieja jajaja” pensaba el viejo sin quitarle la vista a tan ricos melones que tenía delante.

-Samantha- fue la palabra que saco al viejo de sus pensamientos

-¿Qué?- preguntaba el viejo un tanto confundido.

-Le digo que me llamo Samantha. Es que eso de señora no me gusta- la casa decía. Poniéndose un poco roja de la cara al decir lo último. Pasaba todo eso sin aun soltarse de un ya algo largo apretón de manos.

-Ah, mucho gusto Samantha. Yo me llamo Cresencio. Que lindas manos tienes Samantha, bien suavecitas- le respondía el hombre sin dejar de apretarle la mano y ya comenzando a sobársela ligeramente.

Samantha al sentir esas ligeras caricias no pudo evitar dejar escapar un ligero suspiro.

-Igualmente Don Cresencio. Graciasss… por decirrr eso de mis manosss. Puedo notar que usted… es alguien tra… bajador- le contestaba Samantha con su voz entre cortada y pesada. Y es que como ya fue dicho, ella no estaba acostumbrada a ese tipo de tacto. Su esposo no era de dar ese tipo de caricias o tal vez en algún momento lo fue, pero ya había pasado mucho tiempo de eso y dado a que él ha sido el único hombre en su vida, ella era un tanto ajena a ese tipo de cosas. Apenas iba a comenzar a descubrir que su cuerpo susceptible a ese tipo de cariños.

Don Cresencio apenas y escuchaba lo que decía Samantha. El no perdía detalle de ese par de pechos. Y es que dado a la respiración pesada que estaba comenzando a sentir Samantha, sus pechos comenzaban a tomar un ritmo de sube y baja más cadencioso, pero sumamente erótico. El ver como se hacían más grandes cuando Samantha tomaba aire era un deleite y más el verlos con ese par de botoncitos que se marcaban en su blusa.

-Y bueno, ya que nos presentamos dígame, ¿Para que soy bueno? ¿Qué anda buscando? Tal vez quiere probar el plátano macho jejeje- le decía esto último en forma de albur. Pero para su suerte la acalorada mujer no le entendió.

-Ah, sí. Permítame un poco…- Samantha separaba su mano de la de el mientras le decía eso y buscaba en su bolso de mandado su pequeña hoja donde venia lo que ocupaba.

-Aquí esta, necesito estas cosas Don Cresencio- le comentaba la casada al momento de ponerle el papel en su mano.

-A ver, déjeme checar. Muy bien, tengo todo lo que viene aquí apuntado. Si quieres siéntate en esa silla que está ahí Samantha. Veo que estas algo agitada. ¿quieres un vaso de agua o tal vez quieras un masaje para que te relajes- decía el hombre sonriente mientras movía sus dedos.

-¡No!- exclamaba al instante Samantha como si algo malo le quisieran hacer. -Así estoy bien Don, ahorita con sentarme de seguro me tranquilizo- en un tono más amigable le decía al viejo y es que tampoco lo quería hacer sentir mal. Así que mejor fue a tomar asiento, dejando a un lado de la silla su bolsa. Se frotaba suavemente sus manos entre si intentando relajarse mientras también pensaba el porqué de su reacción hacia ese tacto.

El viejo si bien veía a la joven casada un tanto confundida, sabía que no podía arriesgarse tanto y hacer algún movimiento que la alejara de él. Sabía que mujeres del calibre como ella, no se daban muy seguido por esos rumbos. Es más, es sus más de 10 años que tenía atendiendo su negocio, nunca había visto a una mujer con esas proporciones que entrara a su local. Así que sabía que, si quería que esa ninfa siguiera asistiendo a su local como clienta para seguirse echando su taco de ojo y quien sabe, tal vez y solo tal vez tener alguna posibilidad con tremenda hembra, tendría que ir moviendo sus fichas muy sabiamente.

Entendía que su mejor arma era la de seguirse portando como un hombre caballeroso y seguirle diciendo esos cumplidos tiernos que la hacían sonrojar. Así que tenía que controlar esas ansias de aventársele encima, quitarle la ropa y ponerle un cogidon mientras le mamaba sus jugosas chichotas.

“Tranquilo Cresencio, no hagas ninguna pendejada. Primero hay que ganarnos su confianza diciéndole esas puterias que su rostro me alegra el día. Ya que me gane su confianza la voy a tener empinada y le podre decir que lo que en verdad me alegra del dia es verle esas chichotas y ese culote que se carga jejeje” pensaba el viejo sin quitarle los ojos de encima mientras seguía poniendo en la báscula las diferentes frutas y verduras que venían en la hoja.

Mientras tanto Samantha ya un poco más tranquila, no levantaba la mirada del piso y es que sentía mucha pena el mirar a ese hombre a la cara. El mirarlo solo haría avergonzarse de ella misma por haber sentido esos extraños sentimientos hacia él.

“¿Y ahora qué hago? ¿Cómo le puedo dar la cara a Don Cresencio sin sentirme apenada? Aparte, ¿De dónde vinieron esos sentimientos? Ya no soy una niña para andarme comportando así. Soy una mujer casada y también madre. No puedo permitirme andarme teniendo este tipo de escenitas” se decía en sus adentros la mujer casada mientras entrelazaba sus manos sin dejar de mirar el piso.

-Samantha, aquí esta tu encargo- el hombre la sacaba de sus pensamientos mientras se paraba delante de ella con las bolsas de frutas y verduras en sus manos.

-Ay, disculpe Don Cresencio me tomo pensativa jiji- con un tono de sorpresa y cierta cohibición en su risa al voltear al verlo y ver como este no le quitaba la mirada de encima. También lo podía ver por primera vez de cuerpo completo, el hombre era de aproximadamente de 55 o 60 años. Físicamente era bajo de estatura. Samantha pensaba que hasta sería un poco más bajo que ella, tenía una panza cervecera que era tapada por una ya desgastada camisa de resaque de la cual podía ver como unos vellos entre blancos y negros de su pecho y sus axilas salían. Un pantalón de mezclilla que al igual que su camisa de resaque, ya estaba muy desgastado. Su piel era morena, pero de un tono quemado, pensaba ella que debería de ser por las largas jornadas que pasaba debajo del sol. Su rostro tenía rasgos indígenas muy marcados que le hacían ver un rostro algo tosco por no decir feo. Pero lo que más le llamo la atención a la casada fue ese olor que emanaba ese hombre. Y es que pareciera que llevara meses sin que ese cuerpo hubiera tomado un baño. Samantha no pudo evitar llevar por mero instinto una de sus manos a su nariz en búsqueda de evitar el seguir respirando ese fétido olor.

El hombre ni cuenta se dio de la acción de había hecho la mujer en contra de él y su olor. El de nueva cuenta había quedado hipnotizado por esas tetas y es que ahora que las veía desde arriba porque la chichona aún seguía sentada, le daba una mejor vista de ese par de montañas de carne y del canalillo que se formaba entre ambas.

La mujer al ver tan descarada mirada, inconscientemente no pudo evitar ruborizarse y devolverle una sonrisa coqueta. Aunque también al mismo tiempo intentaba levantarse de la silla y salir de ahí lo más pronto posible. Sentía que, si se quedaba más tiempo junto aquel hombre, las extrañas sensaciones de hace unos minutos volverían a renacer en su cuerpo.

Como pudo se levantó y es que el hombre estaba tan cerca de ella que no podía moverse con libertad.

Por fin pudiéndose incorporar por completo, saco de una de las bolsas de su sudadera su monedero y mientras lo abria para sacar efectivo le pregunto al viejo.

-Este… Muchas gracias Don Cresencio. ¿Cuánto va a ser por todo?

-Como crees que te voy a cobrar Samanthita. Al contrario, yo te salgo debiendo a ti por haberme alegrado el día con tu hermosa presencia- el viejo mañoso replicaba tan lindas palabras para intentar ganarse más la confianza de tan ingenua mujer. Mientras tomaba la bolsa del mandado de Samantha y metía las bolsas de fruta y verdura.

-Ay, que lindo es usted Don Cresencio. Pero como cree que no le voy a pagar. Este es su negocio, ni modo que regale su trabajo. No me sentiría como si no le pago- le decía Samantha, que no había podido evitar el volverse a sentir halagada por tan lindas palabras del viejo.

“Claro que no regalo ni madres, pendeja. Tan solo es una inversión para sigas viniendo más seguido y ver ese rico cuerpo que te cargas. Y ver si tengo chances de darte una rica cogida jejeje” confabulaba el viejo

-No es nada de eso Samanthita. Es más, tómalo como tu premio por ser la primera vez que compras aquí jejeje- levantaba la mirada el viejo de nueva cuenta al terminar de meter el mandado de la joven casada.

-Me da mucha pena en verdad. Déjeme pagarle, aunque sea la mitad- decía la casada al momento de sacar un billete de su monedero y se lo intentaba dar al viejo.

-¡¡¡Que no Samantha!!!- el hombre con un tono de voz más alto se dirigía a ella mientras con una mano detenía la mano que sostenía el billete.

Samantha al escuchar esa voz autoritaria pudo sentir algo dentro de ella muy similar a la sensación que sintió cuando toco sus manos. Sintió como su piel se erizaba y su corazón latía más de prisa. Ya ni recordaba el mal olor que desprendía aquel tipo.

El hombre al mirar que la piel de del rostro de Samantha había tomado un color rojizo y buscaba por toda costa el evitar que los ojos de ella y los de él hicieran contacto, Intuyo que tal vez estaba teniendo esa reacción como la que había tenido cuando se tocaron las manos. Sabía que no podía hacer un movimiento muy arriesgado, pero al mirar el comportamiento que estaba teniendo en ese momento, decidió probar un poco más su suerte así que le dijo…

-Qué te parece si me das un abrazo y con eso quedamos a mano Samanthita- le proponía el apestoso sujeto mientras abría sus brazos de par en par invitándola a fundirse con él en un abrazo.

-Mmmmh, bueno. Si eso quiere, está bien- con un tono de voz dócil y hasta se podría decir, sumiso. La casada acepto tal propuesta sin mirar en ningún momento la cara de aquel hombre.

El viejo sin perder el tiempo se fue acercando al voluptuoso cuerpo de la casada. Fue dirigiendo ambas manos hacia su pequeña cintura desnuda ya que ni el suéter ni su blusa eran tan grandes para cubrir esa parte de su piel. Entre más se acercaba ese sujeto, Samantha más penetrante sentía ese olor. Samantha por mero instinto intento dar un paso hacia atrás para alejarse de aquel pútrido olor, pero ya era muy tarde. El sujeto ya la tenía bien agarrada de su cintura. La mujer bajo su mirada y pudo ver preocupada como la cabeza de aquel esperpento descansaba a unos centímetros arriba de sus pechos. Podía sentir la respiración caliente en su piel desnuda que dejaba su blusa de tirantes.

A diferencia de las cálidas y nuevas sensaciones que había sentido cuando había tocado la mano de ese viejo, ahora las sensaciones eran muy diferentes. Ahora lo que sentía era un miedo y hasta cierta incomodidad. Y es que la curvilínea casada sentía que en cualquier momento entraría algún cliente y los encontraría en tan cálido abrazo.

-Ay, Don Cresencio. Yo creo que ya fue suficiente jijiji- le susurraba la mujer con una risita nerviosa sin dejar de mirar a la entrada del local.

-Solo un momentito más Samanthita, es que hueles muy rico- diciendo eso, el hombre daba una fuerte inhalación como si su vida dependiera de ello y es que en su miserable vida había tenido tan cerca una hembra tan rica como la que hoy tenía, así que buscaba por todos los medios el alargar lo más posible el tiempo de tenerla entre sus brazos.

-Jijiji me hace cosquillas Don Cresencio- fue lo único que dijo la aun fiel esposa mientras bajaba su mirada y veía como ese viejo continuaba con sus fuertes respiraciones y el roce de su piel desnuda con esa barba de un par de dias sin rasurar que le ocasionaban esas cosquillas.

No se había dado cuenta Samantha por estar entretenida viendo como el viejo trataba de capturar su esencia, pero el viejo ya había comenzado a mover sus callosas manos, subiendo aún más ese suéter y esa blusa, haciendo que ahora si su cintura y gran parte de su vientre quedaban al descubierto.

La mujer al darse cuenta de lo que estaban haciendo esas atrevidas manos no puedo evitar dar un pequeño brinquito ya que el sentir esas manos rasposas ahora tocando una parte más sensible, la había tomado por sorpresa. Si bien, el viejo ya le había demostrado ser atrevido y coqueto con esas miradas que le había estado dando desde que entró a su local, nunca creyó que pudiera ser más atrevido. Pero para sorpresa de ella, esa acción no le molestaba más bien le causó cierta gracia su insolencia. Pensaba que era como cuando ella era más joven y hacia algo malo a escondidas de sus papás, sabía que no lo debía de hacer porque sus papás la castigarían, pero la adrenalina de ser descubierta le gustaba mucho. La misma sensación de adrenalina de ese entonces comenzaba a renacer dentro de ella, sabía que todo eso era malo, que si alguien la viera en esa situación con ese viejo y le dijera a su esposo sin duda alguna le traería grandes problemas. Pero para su sorpresa esa adrenalina poco a poco se fue convirtiendo en un rico vacío en su estómago, de nueva cuenta se comenzaba a hacer presente dentro de ella. Así que haciéndose la desentendida e inconscientemente mordiéndose ligeramente el labio inferior, solo hizo por volver a mirar hacia la entrada del local y darle unos segundos de más a Don Cresencio de tan gratificante abrazo para ambos.

“Esta culona no me dice nada porque le ande pasando la cara por sus chichotas y la tenga bien agarrada de estas caderotas de yegua jejeje. Si se le vio de volada que es de esas viejas que se les calienta la pucha cuando se las morbosean en la calle. Pues si eso es lo que quiera esta putita casada, yo se lo daré, como chingados que no” eran los calientes pasamientos que tenía el viejo mientras con sus dedos comenzaba a hacer círculos en las caderas y vientre de Samantha.

Ya habían pasado un par de minutos de ese cadente abrazo y Samantha de nueva cuenta comenzaba a sentir su respiración pesada. Esas caricias eran nuevas para ella, “Roberto jamás me ha tocado así” pensaba Samantha que sin darse cuenta ya comenzaba a morderse su labio inferior de una forma visible y sus pezones estaban tan duros que de nueva cuenta eran visibles a través de su blusa.

Justo en ese momento que tenía esos pensamientos, una pequeña chispa de raciocinio le recordó a alguien, “¡ROBERTO!” pensaba la casada mientras abría sus ojos como plato y sentía un bulto grande y duro en su pierna derecha.

La mujer al instante se separó de aquel viejo con un empujón haciendo que cayera al suelo mientras rápidamente tomaba su bolsa del mandado y salía disparada de ese lugar. Dejando a un viejo confundido y sentado en el piso por tremendo empujón.

-¡En qué demonios estaba pensando!- se recriminaba Samantha en voz baja mientras caminaba hacia su casa con la vista hacia el suelo por vergüenza y su respiración aun un poco agitada.

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