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Tiempo de lectura: 8 minutos

Durante mis primeros años de universidad, mis experiencias sexuales eran escasas, como lo describí en mi escrito “Mi timidez”. Se limitaban a contados encuentros casuales con muy pocas amigas preferenciales o compañeras de estudios, con las que había manoseos nerviosos e intensas besaderas, que no me llevaban a un final feliz, principalmente a causa de mi timidez e inocencia. Estas sesiones, se llevaban a cabo generalmente, dentro de uno de los autos de mi familia. Por lo general, cuando había con quien… y generalmente después del atardecer, me dirigía con la candidata del día, a una oscura área detrás del estadio de la universidad, donde aparcaba y con algo de suerte lograba los manoseos que arriba describo.

Debo aclarar, que esto sucedía en los años sesenta del siglo pasado, cuando las muchachas, no creo que fueran muy santurronas, pero sus esfuerzos pre-eróticos se limitaban a asegurarme, que no eran putas. Me explico. Durante un manoseo e intensa besadera de aquellas, cuando mis manos trataban de lograr un primer agarrón de teta, la expresión inmediata que saldría de ella sería −¡Rafa, no hagas eso! ¿Quién crees que soy? −exclamaría enérgicamente, tratando de exponer su no comprobada castidad, proveniente seguramente del colegio de monjas donde se habría educado, aunque estuviera legítimamente muriéndose de ganas de que la manoseara.

Minutos después, mis ruegos, ayudados por respiraciones agitadas, la animarían a permitirle a mis aventureras manos, llegar a su destino, sus bellas tetas, coronadas por esos pezones que me imaginaba grandes y oscuros, mi fantasía desde muy joven. Llegar a ellas era un triunfo, el que demostraba que no era tan casta como quería aparentar. Te cuento que nunca había visto en realidad uno de esos deseados pezones, sólo unos pocos en las películas francesas para mayores de veintiuno, que se exhibían en algunos teatros bogotanos.

En seguida, querido lector, mi siguiente meta sería bajo la guía, no de mi inexistente experiencia, sino de mi instinto de macho excitado, poder chupar esos pezones, los que ya te describí arriba, hace un minuto. Debería proceder a desabotonar la odiosa blusa y tratar de liberar del soportador, uno de sus pechos. Para mi desconsuelo, después de tremendo forcejeo, oiría de nuevo −¡Rafa, no hagas eso! ¿Quién crees que soy? −exclamaría ella.

Después de otro forcejeo para sacar la segunda teta y embelesarme chupando por primera vez esos deseados pezones, después de oírla respirar con notable energía, como lo hace una vaca pariendo, se me presentaba el siguiente reto… mandarle una de mis manos allá abajo, como me habían aconsejado algunos de mis amigos, más expertos que yo.

Su airada expresión entonces, sería −¡Rafa, eso si no! ¿Quien crees que soy? ¿Crees que soy una puta?

Después de un agitado forcejeo más, lograba acercar mi mano a aquella prohibida meta, pero la fuerza que ella aplicaba para cerrar y apretar sus muslos y piernas, seguramente enseñanzas de las Monjas, daba por terminada nuestra sesión.

−¡Nunca más lo hagas Rafa! ¿Quién crees que soy? ¿Crees que soy una puta?

Sin embargo, más tarde cuando la llevaba a su lugar de residencia, al despedirnos nos dábamos un leve beso y decía −¿Rafa, nos veremos pronto? ¡Deseo verte de nuevo! −exclamaría ella… después de semejante forcejeo−.

Esa noche, ya en mi cama, no me quedaba sino el recuerdo de aquellos primeros pezones que besé y chupé. Trataba de demorarme para gozar la experiencia, pero después de unos minutos, dejaba salir a borbotones el recuerdo de mi pasión… pero seguía sin sexo en persona, presencial, como se diría ahora, en época de Pandemia!!!

Conocí a Rosalba en la panadería del vecindario, de la que era dueña. Fui allí un atardecer a petición de mi madre, a comprar una selección de panes y pasteles dulces. Era un sitio no grande, donde había dos o tres personas siendo atendidas, por lo tanto, me vi obligado a esperar unos diez minutos. Cuando estuvo libre, me atendió con gran amabilidad. Me limité a enumerar mi pedido; mientras se movía por el limitado espacio, la observé con detenimiento. Era una mujer que aparentaba rayar en los cincuenta años, o más, de contextura más grande de lo común; tenía un rostro de facciones suaves y bonitas, cabello negro, piel algo oscura, pero observé que, dentro de su gran tamaño, era muy proporcionada, con una muy estrecha cintura y un trasero y tetas, que hubieran sido envidiadas por muchas que tuvieran la mitad de sus años.

Me apresuré a pagar y al terminar la transacción, ella afablemente entabló una breve conversación.

−¿Vives en el vecindario? −preguntó.− Nunca te he visto aquí.

−Sí. −respondí con brevedad.

−Me llamo Rosalba, ¿y tú?

−Yo soy Rafa. −respondí−. La conversación se desarrolló por varios minutos, pues no entró cliente alguno al negocio. Debo confesarte, querido lector, que, durante ese corto período de tiempo, la visión de aquella bella y madura mujer, me causó una alta impresión. Me reveló que había estado divorciada por muchos años, que había sido dueña de la panadería por más de diez; también me reveló que tenía una hija, ya casada, quien vivía en otra ciudad.

Me preguntó algo sobre mí; me apresuré a revelarle que era estudiante de segundo año de universidad, que me gustaban los deportes y un par de trivialidades, que no te comparto aquí.

Al volver a casa, recordé a Rosalba y pensé que en realidad me había atraído, pero me ocupé en mis cosas. La vida siguió, pero no por mucho tiempo, pues el día siguiente, a eso de las seis de la tarde, la imagen de Rosalba me perseguía intensamente. Me moría por ir a verla. No me demoré mucho en decidir ir a la panadería, aunque no era amante de los bizcochos.

Al llegar observé que, aunque había varias personas en el local, a la distancia me saludó alegremente, lo que me alegró. Esperé pacientemente, deseando que no llegara más clientela. Quería conversar con ella y curiosamente sentía cierto deseo de estar a solas con esta enigmática mujer, quien me doblaba la edad… o más.

−¿Cómo estás Rafa? −preguntó.− ¡Me alegra verte!

Esto me llenó de satisfacción; me sentí relajado, pues su actitud correspondía a mis sentimientos. Aunque no habían pasado sino algo así como veinticuatro horas desde que la conocí, sentía una atracción inexplicable hacia ella.

−¡Yo también estoy contento de verte Rosalba! −¿Te puedo llamar Rosi? −pregunté.

Ella asintió sonriendo. Nos vimos obligados a interrumpir la conversación unas pocas veces por el flujo de clientes, pero reanudábamos cada vez alegremente nuestra plática, como si hubiéramos sido conocidos por años; sin embargo, a medida que pasaban los minutos, denoté sin dudarlo, una muy marcada coquetería en su actitud. Ya de noche, Rosalba entró a un cuarto adyacente y unos minutos después salió de allí, aprestándose a cerrar el negocio. Allí en el área de la clientela, departimos alegremente por largos minutos.

Cuando llegó el momento de despedirnos, ella aproximó su rostro al mío, lo que me impulsó a darle un leve beso en una de sus mejillas. Ella lo recibió complaciente y una de sus manos acarició un costado de mi cara.

Caminando las seis u ocho cuadras a mi casa, tuve sentimientos que no podía entender, pues las tetas y el culo de esta bella mujer, se estaban apoderando de mi mente. Me preguntaba si sus pezones serían grandes y oscuros, como los de mis fantasías y me preguntaba, si algún día podría besarlos y chuparlos, sin que ella me rechazara diciendo −¡Rafa, no hagas eso! ¿Quien crees que soy?

Para mi desagrado, el fin de semana mi familia saldría de la ciudad y yo sería parte de ello, por lo que enfrenté el hecho de que no podría verla al día siguiente. Serían tres días, durante los cuales sólo podría pensar en ella y crear imágenes mórbidas y sexuales de Rosi. ¿Mórbidas y sexuales? Sí, pues era lo que ella proyectaba en mí, era lo que entraba en mi mente. Su imagen era como un tatuaje erótico en mi cerebro.

Pero espera, querido lector. Quiero recordarte que, en este punto de mi vida, mi experiencia sexual… era casi nula, por lo tanto, estaba bastante desorientado, confuso, despistado y aturdido. Necesitaba ayuda.

Acudí a mi amigo Raúl, guerrero de mil batallas; le confesé mi encrucijada y le pedí consejo.

− ¡Háblale Rafa, dile cuanto la deseas, mírala a los ojos; repíteselo una y mil veces; háblale de su cuerpo; háblale de tus ganas; háblale de sexo! ¿Lo harás? −me preguntó con entusiasmo y decisión.

Cuando, después del fin de semana fui a la panadería, lo hice bastante tarde, casi planeando llegar a tiempo de que Rosi cerrara el negocio. Mi corazón se me salía del pecho, por inexperiencia y por temor. Cuando la vi, traté de analizar su mirada y por su actitud, creí comprender que ella correspondía un poco a mi atracción, pues me saludó efusivamente de lejos. Sufrí esperando por una clienta quien se demoró eternos minutos. Por fin, cuando la clienta salió del local, vi a Rosi dirigirse hacia la puerta a cerrar el negocio.

Comprendí que, al hacerlo, yo permanecería dentro del local, por esto, muy consciente de la situación, traté de preparar algo, siguiendo el acertado consejo de mi amigo Raúl, aunque te confieso querido lector, que mi cuerpo temblaba como una hoja al viento. La vi asegurar la puerta y allí quedamos ella y yo, en medio del pequeño espacio; aunque la luz era bastante tenue, nos mirábamos a los ojos. Ella, al no observar movimiento alguno de mi parte, pues me asimilaba a una estatua de piedra, decidió romper el hielo.

Se aproximó a mi y colocando una de sus manos en mi nuca, me besó en la boca; fue un beso corto, el que terminó, creo que para observar mi reacción. Invoqué mentalmente a mi amigo Raúl, pero mi cerebro no generó orden alguna, por lo tanto, seguí como la estatua de piedra que te describí.

Rosalba con decisión, tomando una de mis manos, me guio hacia aquel cuarto al fondo; ya allí, comenzó un lento pero seguro ataque, el que recibí temeroso, pero con gusto. Me abrazó y me estampó un cálido beso, el que correspondí con pasión y deseo. Nuestras lenguas se tranzaron en una ardiente lucha, sólo interrumpida cuando ella procedió a desvestirme, empezando por mi camisa. Dos minutos después, estaba completamente desnudo, exhibiendo una tremenda erección que se aumentó, cuando sentí el calor de una de sus manos sobre ella.

El espacio no brindaba muchas opciones; al fondo, vi un par de hornos y una mesa metálica, la que conceptué, era para amasar pan; observé contra una de las paredes, un pequeño escritorio, en el que yo estaba recostado, además de un viejo y pequeño sofá de dos puestos. Las paredes del pequeño cuarto pedían pintura a gritos y la escasa luz de la pequeña lámpara me permitió ver a Rosalba despojándose rápidamente de sus ropas.

Con sorpresa descubrí dos enormes y oscuros pezones como los de mis fantasías. Sin pensarlo, me abalancé sobre ellos. Los toqué con ansiedad, los pellizqué, los besé y los chupé con pasión. Eran mis primeros pezones, por los que había esperado varios años, tal vez muchos.

Pensé en las amigas de la universidad, allá detrás del estadio, tratando de anunciar su no existente castidad. Por el contrario, Rosi decía −¡Sí Rafa, chúpame las tetas! Nuestras bocas se juntaron de nuevo y nuestras lenguas continuaron su original batalla. Sentí de nuevo una de sus manos sobre mi verga, lo que me dio más energía para continuar con mi tímida lujuria. Pensé en mi amigo Raúl. ¿Qué diría él en este momento?

−¡Te deseo Rosi, quiero hacerte mía! −le dije sin titubeos−, por lo que me sentí muy orgulloso y le agradecí a Raúl.

Al oír esto, ella totalmente desnuda, dio tres pasos hacia atrás sin soltar mis manos y sentándose en el borde del pequeño sofá, abrió las piernas y me miró a los ojos. ¿Quieres comerme? −preguntó con seriedad.

A pesar de la muy escasa luz del recinto, vi mi primer coño. Dicho enfrentamiento me impactó, pues siempre una primera vez, trae intriga. Pensé en mis amigos y en sus descripciones de aventuras sexuales; además, recordé haber oído alguna historia relacionada con la pregunta de Rosi.

Ella, haló mis manos hacia abajo, con la intención de acercar mi cara. Así lo entendí, por lo tanto, terminé de rodillas frente a su cuerpo. El duro piso no lastimó en absoluto mis rodillas, pues estaba hipnotizado por la proximidad de mi primer coño.

−¡Cómeme Rafa, no me hagas esperar! −ordenó con decisión.

Obedecí su orden, aunque te confieso, querido lector, que no sabía qué hacer. Me aproximé a ella y creo que mis cinco sentidos fueron los que me guiaron a continuar con mi misión.

La Vista de aquel enorme coño a pocos centímetros de mi boca, mi Olfato detectando el fuerte y maravilloso olor de sus jugos vaginales, mis manos sobre sus caderas deleitando mi Tacto, el Oír sus apasionadas quejas y expresiones y por último el Sabor de aquel delicioso manjar, obligaron a mis labios y mi lengua a atacar casi con rabia, aquella parte de su cuerpo que ella me brindaba gustosa.

−¡Ay qué rico, ay qué rico, ay qué rico! ¡Me gusta, ay qué rico! ¡Quiero más! ¡Quiero más Rafa! ¡Cómeme!

Después de unos minutos, sentí su fuerte corrida. No sé cómo completé mi importante misión, pero mentalmente agradecí las historias de varios amigos, así como el consejo de Raúl y también a mis cinco sentidos.

De inmediato oí −¡Cógeme Rafa, méteme la verga!

Su orden me atemorizó, pues lo más cercano que había estado a hacer lo que se me ordenaba, habían sido sólo eróticos pajazos, en mi cama o en uno de los baños de casa, después de estar con alguna amiga, detrás del estadio de la universidad.

Me incliné sobre Rosi y la besé con pasión en la boca por algunos minutos, tratando de adquirir el impulso mental requerido, para mi segunda misión del día. Pero sabía que era mucho para un inexperto como yo; dicho y hecho, tomé mi verga con decisión y la empujé una y dos veces. Estas fueron suficientes para sentir mi primera explosión dentro de una mujer. Me había venido y creo que no duré ni quince segundos.

−¡Qué pasó Rafa! ¿Terminaste? −preguntó Rosi con sorpresa−. ¿Es tu primera vez? ¿Eres inexperto?

−¡Nooo Rosi, cómo se te ocurre decir eso, lo he hecho muchas veces! −contesté de inmediato−. Mi única explicación es que te deseo inmensamente.

Sin embargo, nunca le confesé que fue mi primera experiencia. No me avergüenzo querido lector, de habértelo revelado a ti, pero te cuento que, hasta el día de hoy, a través de tantos años, he gozado de multitud de coños, de todos los colores, sabores, tamaños, flojos, apretados, peludos, muy peludos, afeitados, nacionales, extranjeros, de muchas nacionalidades, jóvenes, muy jóvenes y viejos, muy viejos.

Pero recuerdo a Rosi… con cariño, pues la seguí viendo por varios meses. Comparándola con las chicas de la universidad, ella no decía −¡Rafa, no lo hagas! ¿Quien crees que soy? ¿Crees que soy una puta?

Por el contrario, Rosi decía −¡Rafa, hazlo! ¡Dame duro! ¡Hazme tu puta!

Ella me enseñó muchas cosas. Fue la primera en exponerme a recibir sexo oral, pues vi desaparecer mi verga dentro de su boca, muchas veces. Me expuso a lo que he calificado como “el acto sublime”, mi muy querido sesenta y nueve. Además, me introdujo al sexo anal, el que me apasiona… y que no puede faltar.

Por eso, sufro de un raro fenómeno, cuando camino por una calle y detecto algún olor a delicioso pan fresco… pienso en Rosi.

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