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Rocío, la mamá calentorra con ganas de sexo
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Paseaba por la calle principal de la capital, haciendo tiempo para recoger un encargo en una tienda, entretenía mi espera mirando fachadas, escaparates, la gente caminando por la avenida, los niños regresando del colegio. Estaba animado en ambiente, era agradable, la espera se hacía mas llevadera. Mientras miraba con detenimiento un escaparate de artilugios electrónicos vi a través del reflejo en la luna del escaparate, acercarse a una chica, señora al ser casada y madre, de mi pueblo. Esta buena, mejor, excelsa con nota alta.

Con una voz melodiosa, equilibrada, con cierto toque sensual, preguntó si iba para el pueblo, aclarando que había perdido el autobús y el próximo era muy tarde.

– Pues mira tengo el coche a dos manzanas, en cuando me den un paquete en esa tienda de ropa, salgo para allí, perdona te conozco de vista pero no sé cómo te llamas.

– Me llamó Rocío, tu nombre lo conozco, es Arturo.

– A mira, soy famoso.

– Te llamas como mi padre -me aclaró- y cuando entras en los bares te llaman por ese nombre, ¿Me podrías llevar?

– Por favor, naturalmente, como mucho gusto.

Es una chica que me llama la atención, o me da morbo intenso, como quieran ustedes. Es casada con dos hijos, creo que andarán sobre los dieciséis a diecinueve años. Ella es menuda muy bien proporcionada, sólo la veo fines de semana con su marido alternando por la zona de tabernas. Tiene un no sé qué, que te obliga a mirarla. Puede que sean sus ojos verdes claros muy luminosos, su cara enigmática, aparenta ser muy prudente y reservada, nunca la he visto reírse.

Tiene el cuerpo de mamá cuidada. La ves por detrás con sus pantalones ceñidos, no podrían calcular su edad más allá de los treinta y pocos. Para que se hagan una idea, sería una copia de andar por casa de la Pataky, así me resulta más fácil que ustedes se ubiquen.

Donde habíamos quedado estaba esperando, ella estaba de espaldas pudiendo contemplar en su totalidad su figura, su culito bien moldeado, su larga melena rubia y sus pasos cimbreantes, llamativos, con mucha carga erótica. Al llegar a su altura por la retaguardia, para llamar su atención frasee la canción:

– Por qué se llama Rocío, tu nombre que bien me suena.

Se giró, rápidamente obsequiándome con la mejor de sus sonrisas. Un regalo para la vista, una imagen con toda la fuerza del mundo. Los dos fuimos a por el coche.

Mientras conducía, ya en la carretera, al fondo divisaba destellos, los mismos que te inquietan, los de emergencia anunciando una tragedia o un accidente sin importancia. Poco a poco fuimos disminuyendo la velocidad hasta parar del todo. Desconocía el suceso, puse la radio inmediatamente para oír si daban alguna explicación o noticia de urgencia. A los pocos minutos dieron la primicia de un accidente múltiple y la interrupción del tráfico rodado. A la vez un motorista de tráfico iba obligando a orillarnos lo máximo posible, tenían que llegar mas ambulancias, parece ser había un montón de heridos.

– Esto va para largo, Rocío, tiene toda la pinta; mejor llama a casa para evitar se inquieten.

– Me parece una buena idea, voy a llamar a mi hija que estará ya en casa.

Llevábamos en parada alrededor de una hora, la caravana no se movió absolutamente nada. Se estaba echando la tarde, y a pesar de la luminosidad del día, entendía que quedaba poco tiempo de luz.

– Joder, -maldijo mi acompañante- me voy a mear encima, me estoy poniendo hasta mala, no puedo aguantar más, Arturo, ¿Qué hago?

– Esta la cosa chunga –mi contestación– en medio del campo, no hay nada donde agacharte, por si fuera poco empiezan a caer gotas que avecinan tormenta.

– No puedo más, ¡por favor!, ¡No aguantó más! estamos rodeados de coches, me parece muy mal ponerme aquí a bajarme todo, ¿No se te ocurre nada?

Aconsejando abriera tu puerta con la de atrás, entre las dos puertas con discreción aflojase la vejiga. Otra cosa no se me ocurría, bueno miento, cierta amiga en situación parecida así lo resolvió.

Dicho, a continuación se bajó del coche, como la dije, abrió las dos puertas, agachándose a escasa distancia de mí. Desabrochando con premura el ajustado vaquero, dejó bien a la vista una diminuta braguita blanquísima. Tomando postura, al momento podía oír con total nitidez el clásico “chiiisss” con una fuerza potente. A la par empezaron los chistosos de siempre, al clásico toque de pititos.

Era para tocar el panorama, era incitador. Sin subirse la ropa entró de un salto en el coche, cerrando las puertas. Imaginen para subirse la braga y el pantalón, haciendo fuerza en el suelo del vehículo con las piernas, la espalda ejerciendo fuerza contra el asiento, levantando el culo, poniéndose totalmente rígida. En esa posición, por el reflejo del cristal, veía sin truco ni cartón, su pubis acertadamente recortado, no era un manojo anárquico y despeinado de forma salvaje, estaba con esmero, con total delicadeza. De color negro, muy esparcido. Semejaba una almohadilla carnosa tersa y abombada.

Terminando de recomponerse escuche su respiración profunda, aliviada, y profunda tranquilidad del ¡Por fin!

– Estaba pensando que eres el primer hombre que ve mi coño de mujer, sin contar al ginecólogo y mi marido, menudo sofoco he pasado. Júrame que no contaras nada.

– El mirar tu sobaquillo inferior ha sido irrefrenable, no he podido dominar el gesto automático de mirar ahí. Me gustó, la verdad, lo tienes como todas, horizontal. Se veía lozano, cuidado, y agradable para la contemplación y el disfrute.

– ¡Hombre!, gracias por el piropo -contestó Rocío- me están dando ganas de bajarme las bragas otra vez.

– No lo impediré –contesté rápido.

Seguíamos parados en medio de la nada, la conversación fue animándose de una manera caliente y provocadora por ambas partes. La situación me gustaba era gratificante para el ánimo y en esa tesitura.

Desconozco la razón, pero nos fuimos sincerando, confesando que ese conejo que había alabado no come los tronchos y tallos suficientes. Me habló de una rutina de un matrimonio de más de dos décadas, su marido no era muy fogoso. Era ella la responsable de imponer obligación de echar dos o tres polvos al mes. Sin duda la penuria de sexo era evidente. La postura era la del simple misionero, puro compromiso, el acto no se alargaba más de cinco minutos con ciertos preliminares primitivos sin gracia. Nunca le había comido, lo que viene siendo el cortado.

– Joder –decía Rocío– me frustra un montón escuchar a mis amigas y sus prácticas sexuales, las mías es una triste clavada y me tengo que aliviar haciéndome pajas cuando estoy sola en casa, ¡No me chupa tan siquiera los pezones!

No encontraba ni la forma, ni la frase de rebajar la incómoda situación, dándola una palmada en la pierna, que por un cálculo erróneo se fue hacia la parte interior del muslo. En ese momento me agarró como una pantera en celo la mano, llevándosela a su entrepierna. Me quedé en blanco, tardé unos segundos en responder, acariciándose su vulva por encima del pantalón. En la zona noté su calor natural, un cierto palpito y el anuncio de ir aflorando lentamente sus flujos.

– Por favor –fueron sus palabras- no me mires como una puta descontrolada, como una adúltera, o una ninfómana, las circunstancias me han llevado a esta confesión, a una conversación que nunca he tenido con nadie, no tendré mas oportunidades, las probabilidades son nulas. No me desagradas y quiero que me chupes mis partes.

Seguía pasmado, paralizado, hasta con cierto temor, ¿Estará desequilibrada? En mi interior las ideas estaban hirviendo a borbotones, paralizado me quedé. No tengo dieciocho años, a estas edades los asaltos por explosión de las hormonas no es habitual, sin tan siquiera conveniente. Con delicadeza depositó, de forma tierna su mano en mi bragueta, haciendo una ligera presión mimosa. La respuesta del chiquillo, a pesar del acojono, fue instantánea. Recuerdo a los lectores, que estábamos parados en medio de una caravana en la oscuridad de la noche.

Después de maniobras con su femenina mano, pudo sacar mi chorra, acariciándola con mimo sorprendente. Sin avisar, sin decir nada, se inclinó hasta mi picha besándola con exquisitez indescriptible. Su lengua empezó a vibrar, a moverse alegremente en mi frenillo, la mamada era asombrosa, cálida, húmeda de su saliva, su intensidad, sus tiempos, el recorrido, su lengua en el interior de su boca con mi prepucio dentro. Exploté, si señores, exploté de manera incontrolada y total. De su boca iba saliendo poco a poco el semen, cayendo por su propia gravedad sobre mis recogidos pantalones.

Recostada mi cabeza sobre la almohada del respaldo, sentía música en mis oídos. No era polifonía, era el coche de atrás informando que la caravana empezaba a desplazarse.

Sin poder meter mi ciruelo en el chiquiteros, conducía con una rara sensación de bienestar dentro de la incómoda posición, teniendo el pene balanceándose en cada irregularidad del asfalto. Rocío mantenía sutilmente el miembro en su mano, acariciándolo inconscientemente con el dedo gordo. Confieso que no sabía por donde tirar, qué hacer conduciendo de noche por una carretera, con una señora que sólo conocía de vista y que agarraba finamente mi virilidad.

Fui disminuyendo la velocidad, que el tiempo fuera aclarando mis ideas e intenciones apelotonadas. En un cruce opte por desviarme de la carretera principal para buscar una secundaria, el hecho la sorprendió apretando con fuerza mi ciruelo, no sé sí de emoción o temor a mi reacción sin avisar con antelación.

Detuve el automóvil en la explanada en una antigua playa de recogida de remolacha. Con cierto gesto impreciso, con mi pulgar e índice masajeé mis ojos diciéndome para mí mismo, que tenía que pasar a la acción. Nunca se debe despreciar la invitación de una señora la mar de buena y apetecible. Apartando su mano de mi chisme, me fui decididamente hasta el botón de su pantalón que desabroché con la toda la destreza que fui capaz. Bajé con decisión la cremallera y con no poca dificultad logré quitarle su jean, dejándola con sus pulcras bragas empezando a meter mi cabeza entre sus muslos con chupetones, presiones, lametones, y mis descontrolados dedos.

Al ratito quité sus bragas mojaditas levemente de sus flujos y poniendo una oreja en cada muslo, la lengua cayó donde debe caer, haciéndola en lo que vienen siendo el clítoris, una faena de aliño que de haberla visto el gran público, hubieran arrancado con aplausos cerrados a la faena.

Su respuesta fue agradecida, desinhibida y cachondona. En la refriega, en un pasaje, levantó su camiseta exhibiendo sus hermosas tetas para que fueran agasajadas como merecían. Pezón largo, redondito, pequeño e circunferencia y muy oscuro, a los cuales agasajé con labios y lamidas de quietud y fuerza repetitiva. Cuando estaba en la tarea fui sorprendido por su respingo total, anunciando que era su orgasmo. Mi bigote chorreaba de sus líquidos. Reposando mi cabeza en su vientre que moje por mi sudor, fueron unos instantes.

Incorporándose de un salto, miró por todos los lados en busca de su braga, estaba en el asiento de atrás, las cuales arrebate con gesto enérgico, metiéndolas en la guantera del coche.

– Son un recuerdo –aclarando el gesto- ha sido un momento único y maravilloso que recordaré hasta el final. Necesito algo material para refrescar el instante que hemos compartido.

– Entiéndelo Arturo –mirándome a los ojos desde la oscuridad-, una señora de mi edad no puede llegar a su hogar familiar sin las bragas, no es decente.

– Ya sabrás buscar la solución si surgiera, creo que no será necesario – aclarando la situación.

Terminado de vestirse, sujetó mi cabeza con las dos manos, agarrando con sus perfectos y blanquísimos dientes mi labio inferior, continuó con un beso profundo, como si no hubiera un mañana. Apartándose sentenció con una frase, una total provocación.

– Nunca he tenido sexo por el chiquito y mis amigas hablan muy bien de él.

No pude reprimir una carcajada, a la vez giré la llave de arranque y ligerito reemprendí la marcha hasta el dulce hogar.

Pronto hará un par de años de la aventura, la encuentro con regularidad, paramos hablar de tonterías. Nunca ha sacado a relucir en las charlas la irrenunciable noche. Como si no hubiera existido. Ya saben, da pan a perro ajeno…

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