En el crepúsculo dorado del deseo,
Se entrelazan nuestras almas en secreto,
La pasión brota, sin velos, sin tregua,
Y en el vaivén de la noche, todo se vuelve fuego.
Tus labios carmesíes, dulces y ardientes,
Rozan mi piel, susurran con ternura,
Los cuerpos danzan, en el éxtasis ardiente,
Y en la penumbra, se funde la lujuria.
El roce de tu piel es el hechizo,
Que enciende las llamas de un deseo prohibido,
Las manos entrelazadas, sin prisa,
Buscan el éxtasis de un abrazo compartido.
Tus ojos, dos luceros incandescentes,
Reflejan el deseo que arde en mi ser,
Y entre susurros y gemidos ardientes,
Nos perdemos en el edén del placer.
Desnuda tu alma y tus deseos más íntimos,
Que la pasión desborde en cada latido,
Sin miedos, sin fronteras, sin abismos,
Unidos en la danza de lo prohibido.
Tu cuerpo, una obra de arte creada,
Con curvas y líneas que encienden la llama,
Seducción sin palabras, piel acariciada,
En este rito sagrado, donde el placer reclama.