Remedios. Reme para las amistades. Nacida el uno de abril del año mil novecientos sesenta. En la actualidad tiene sesenta y cuatro años. Igual que yo. Hija de Francisco y Francisca. No tiene hijos. Yo sí.
Amiga mía desde la universidad. Con tantos años de conocernos, nuestra amistad ha dado “veintidiez” mil vueltas. Hemos sido íntimas a pasar de ser solo conocidas, de comprometernos en una causa mutua a enfrentarnos en divergencias políticas. De hacernos un “bollo” a ir juntas a una orgia. De casi no hablarnos a ser imprescindibles. Cincuenta años de amistad, dan para mucho. Ella no ha tenido hijos, yo sí, dos gemelos. Al no tenerlos, yo no me he podido follar a ninguno de sus hijos, ella sí, a los dos. Las dos tenemos una cosa en común, somos unas calentorras, desde siempre, desde la universidad y desde antes.
Mal casada por dos veces, en la actualidad está tonteando con un muchacho al que le lleva treinta años, y con una muchacha a la que le lleva veinte. Sus ex dos parejas la dejaron por haberles sido infiel. Reme, llevaba el cartel puesto de “mujer infiel”. Al igual que yo, aunque yo solo me casé y divorcié una vez, mi marido también me dejó por haberle puesto los cuernos.
Una de las primeras emociones que experimentamos cuando alguien nos ha sido infiel es la decepción. Otorgar la confianza plena a una persona es muy difícil, por eso este sentimiento puede llegar a ser muy doloroso. No solamente porque por un lado te han hecho el corazón añicos y además se termina una relación, sino porque llegar a tener un nivel de intimidad tan grande con alguien requiere de mucho esfuerzo y de tiempo. Ella entendía haber causado esa decepción a sus parejas y yo también. Había una palabra que la podía definir esa era el “Poliamor” pero no se trataba de eso, Reme no se enamora, es una depredadora sexual, y como ya he dicho, desde la adolescencia, igual que yo.
Pese a que el dicho “la curiosidad mató al gato” sea más o menos cierto, la verdad es que una mente curiosa es prácticamente imposible de saciar respecto a su sed de conocimientos. Reme era así, por decirlo de otra manera más llana, era cotilla, por eso su ansia de aprender y conocer no tenía límites. Por eso mismo siempre sacó las mejores notas y por eso mismo ha triunfado en su mundo de investigación bioquímica. Es reputada y reconocida mundialmente por sus avances en la investigación acerca de las células cancerígenas.
La cabrona se conserva estupendamente y la madre que la parió, sin cirugía, al menos eso es lo que dice, pero yo lo dudo. Yo estudié química, al igual que ella, pero profesionalmente me he decantado hacia el lado de la enseñanza, soy profesora de química en un instituto y lo complemento con trabajos de cálculo de cargas en contenedores de gases por una empresa multinacional.
Con Reme incluso llegamos a vivir más de un año juntas en un piso de estudiantes en la capital. Ahí nos influenciamos mucho una a la otra. La influencia social defiende la idea de que cuando convivimos en sociedad, es inevitable que influyamos sobre el comportamiento de otras personas y ellas lo hagan sobre el nuestro. Esta influencia social se crea mediante diferentes fenómenos, como la persuasión, la obediencia, la conformidad a las normas y el respeto. Lo que teníamos en común era lo que más nos unía en aquella época. Era lo tremendamente calientes y pasionales que éramos.
Al igual que ahora, a ambas nos van los “yogurines”, en aquella época nos atraían los hombres maduros. Un día hicimos un plan para follarnos las dos a Don Jeremías, el dueño de una caballeriza a la que algunos sábados por la mañana acudíamos para aprender a montar a caballo. Él no era el profesor, era el dueño, y era un hombre ya bastante mayor, entonces tendría casi setenta años. Lo que nos motivó crear un plan para conquistarlo y follárnoslo fue a raíz de que un día lo espiamos teniendo una relación sexual, follando, vaya, a una instructora y nos quedamos heladas al ver la dimensión de su polla y su vigor en las embestidas. Su barriga no era prominente, el viejo se mantenía fuerte y vigoroso. Le dio un revolcón sobre el heno a la instructora que seguro la dejó abierta para días.
Lo cuchicheamos y comentamos durante varios días y no veíamos la forma de crear su atención, hasta que un día se nos ocurrió preguntarle a nuestro instructor que debíamos hacer para comprar un caballo y él nos dijo que deberíamos hablar con don Jeremías. Ahí vimos la puerta para al menos tener un contacto. Pedimos cita con él en las oficinas y nos dijeron que por la tarde podíamos pasar cuando quisiéramos, que lo encontraríamos en las cuadras, estaría ahí casi toda la tarde.
Aquella misma tarde nos vestimos como dos putitas pijas, ambas con faldita corta, plisada y muy mini, tipo colegiala con una camisa blanca casi transparente de botones y sin sujetador. Mira si íbamos lanzadas que el tanga era un puro cordón en la raja de nuestro culo y vagina.
Nos presentamos en las cuadras a las cuatro de la tarde y salimos de ahí a las siete. La primera media hora fue en balde, la pasamos entre presentaciones y haciendo el paripé de qué tipo de caballo queríamos, quienes éramos y demás.
Cundo ya habíamos cogido más confianza, fue durante un momento, que Reme quiso probar una silla que se encontraba expuesta en el guarnicionero, que empezó todo. Entre risas Jeremías la cogió en brazos y la subió a la silla, las manos se le habían quedado una en el culo y la otra en su barriga. Adrede o no, un dedo de la mano en el culo desnudo de Reme, empezó a hurgar en su vagina. Yo lo supe cuando mirándola vi su expresión de placer. Esta cara yo ya la conocía.
Jeremías la giró y la mantuvo ahí sentada, frente a él, y con las piernas abiertas. Le empezó a comer el chichi. Yo aproveché el momento para desabrocharle el pantalón y sacar su polla ¡Dios mío! Aún hoy en día está en la lista de las “top ten” grandes que he visto. El viejo tenía un empalme bestial. No sin esfuerzo, porque olía a demonios, me tragué un buen trozo de aquel nabo. Cuando bajó de la silla a Reme, nos llevó a un cuarto con un sofá, un camastro, una nevera y una licorera, que enseguida nada más entrar abrió para servirnos a las dos, un wiski con hielo. Su ingesta ayudó durante la tarde.
Casi medio siglo nos diferenciaba en edad aquel hombre, al que el único atractivo que le vi, al menos yo, era su polla. Era un ser primitivo, bruto, para nada delicado, cuando te comía el coño parecía un cochino bebiendo de un charco y su olor era fuerte. Cuando le saqué la polla del pantalón, recibí un vaho de olores diferentes, entre orines y sudores, que si no me meto la polla enseguida en la boca, vomito. Su cuerpo también olía a sudor.
Esto era algo en que nos diferenciábamos Reme y yo. A mí en general el viejo me asqueaba un poco, en cambio a Reme la volvía loca. Ella le lamió hasta las axilas a él, además de todo el cuerpo. En un momento dado en que las dos le estábamos chupando su polla, la muy guarra le abrió las cachas del culo y le lamió hasta el ojete. El viejo gruñía y gruñía de placer. Estaba como poseído, en un arranque que tuvo, con una especie de histeria me alzó con las manos en la cintura y me clavó en el aire su polla de un solo golpe. Me vi obligada a rodearlo con mis piernas por la cintura y agarrarme a su cuello o si no caigo y me mato. Me estuvo follando así hasta que empezó otra vez a emitir gruñidos y ambos nos corrimos a la vez.
Su polla quedó como una ventosa dentro de mí, y cuando la sacó, arrastró de mi coño una fuente de fluidos y semen increíble. Así estuvimos follando con el viejo toda la tarde.
Yo no repetí el encuentro con él, Reme sí, estuvo más veces con él, pero no muchas. Me gustó, pero no tanto como para repetir, en aquel entonces me saciaba sexualmente muy bien con varios hombres que realmente me apetecían más que el viejo.
El sexo produce un chute de autoestima, seguramente es gracias a los vínculos emocionales que se activan durante su práctica. Después de follar, la mejora de la confianza y el aumento de la seguridad en uno mismo son evidentes. Tras practicar algo de sexo, ¡somos capaces de todo! Creo que al haber sido durante toda mi vida muy activa sexualmente, eso haya sido la gasolina para mi motor. Tengo sesenta y cuatro años y aún voy rompiendo braguetas, y Reme igual.
No me saco de la cabeza que se haya follado a mis hijos, encima la cabrona seguro que disfrutó del morbo que le debía dar follar con los dos hermanos a la vez y encima gemelos. Sabiendo además que eran mis hijos, que de pequeños hasta en el regazo en más de una ocasión los tuvo sentados. ¡La madre que la parió! Imagino encima como debe de haber disfrutado, anda que no hubiera disfrutado yo si no fueran hijos míos. Más de una vez hasta sueños eróticos han visitado mi cabeza y me he masturbado imaginando escenas con ellos. Intento no tener estos pensamientos, me confunden la mente.
No puedo culparla, yo también me he follado al hijo de una amiga, y amigo de mis hijos a la vez, y la verdad que fue una gozada. Sólo el hecho de saber que aquel adonis era hijo de mi amiga Esperanza, el morbo que me entró me mojó enseguida. Aquel día él cumplía los dieciocho años, y seguro, que yo fui su mejor regalo de aniversario.
Aún recuerdo aquel día de su cumpleaños. Por la mañana se acercó a casa a buscar a mis hijos, pero estos se habían ido ya. Se maldijo por haber llegado tarde, y se maldecía porque tendría que estar solo toda la mañana ya que no tenía las llaves de su casa y no podía entrar hasta el medio día que regresaban sus padres. Le dije que los esperara a que regresaran que en una hora, hora y media estarían de vuelta. Decidió quedarse y esperarlos.
Yo en aquel entonces tenía cuarenta y siete años, y los llevaba perfectamente, de hecho de los cuarenta hasta los cincuenta y cinco ha sido la época en la que más depredadora sexual he sido, y la mayoría de veces con éxito, Reme igual. Mis pechos sin ser exageraos son grandes, se mantienen aún hoy erguidos, aunque a los sesenta me hice un estiramiento de piel porque dado el volumen no me cayeran, ni se nota. Soy de pezón largo y culo respingón, completamente redondo. Me considero y la gente considera, que soy guapa, y lo soy, tengo unos rasgos vikingos que hacen que mis ojos azules brillen. Soy rubia y el pelo del coño también lo tengo rubio, ya casi blanco o sin color, pero encuentro que me da un aire interesante. Los del coño desde que entró la moda de su depilación, anda desnudo de pelambrera.
Bien aquel día, fue él quien me dijo que era su cumpleaños y que por la noche habían preparado una fiesta, que mis hijos también irían. ¡Vaya! A mí ni me lo habían mencionado. Le dije que entrara en la casa y que los esperara en el jardín, que yo iba ahora a darme un baño en la piscina. Él me dijo que no llevaba bañador, yo me reí y le dije que viniera conmigo, él vino.
Cuando llegué al jardín me desnudé, siempre me baño en pelotas, y se lo dije, él se quedó atontado, no sé si por lo que le dije o por verme a mi desnuda. Hasta aquel momento no me lo había mirado como presa sexual, pero cuando al final se desnudó, se metió en el agua, lo vi nadar, aquella musculatura de joven sano, y sobre todo el calibre de su pene, mi actitud cambió, y surgió en mí la cazadora de mí ser.
Aún recuerdo la cara que puso cuando me fui nadando hacia él, me sumergí y me subí a sus hombros. Intencionadamente le di un buen masaje con mi chichi en su cogote, y desde ahí arriba de sus hombros, me deslicé frente a él poniendo mi chichi frente de sus morritos y despacio me dejé engullir por el agua hasta que mi coño tropezó con su erecta polla. Me la fui introduciendo lentamente mientras le tenía agarrado por el cuello, le miré, vi esa cara de ángel dócil y sorprendido, sin decir nada le rodee la cintura con mis piernas, con un golpe de cadera terminé de meterme toda aquella tranca dentro y lo besé.
No tardó en vaciarse dentro de mí, pero le volvió la energía de juventud, y después nos tumbamos y revolcamos en la hierba del jardín, estuvimos follando hasta que escuche el regreso de mis hijos. El chaval me hizo mojar. Nos volvimos a ver un par de veces, pero deje que pasara tiempo, el amor cuando se da mucho y seguido puede ser peligroso, cae en la tentación de ser engullido por el enamoramiento, y esta es la emoción y estado de más gilipollez que se da en la condición humana, aunque en sus inicios todo parece maravilloso. Es algo que me autoimpongo casi desde siempre, no enamorarme, como Reme, en eso somos iguales.
También somos iguales a la hora de jugar a calentar pollas, principalmente a los hombres que sabemos no nos vamos a follar, o bien por no gustarnos físicamente, o por no tener ningún atractivo válido para una. Sé que soy una cabrona, pero no tengo remedio, me gusta serlo y aun hoy en día. Disfruto con eso, a veces una se encuentra en alguna reunión, o celebración, donde el alcohol invita a despellejare de una poca de dosis de vergüenza, en esas celebraciones o eventos habitualmente visto siempre sexy, y luzco hermosa y provocativa. Al no tener pareja los zánganos siempre pululan a mi alrededor para ver si pican a la reina, y convertirme precisamente en la reina del deseo de los hombres y mujeres, me encanta. A Reme también.
Recuerdo un día que llegué a calentar tanto a un joven que estaba casado con una belleza de mujer, que le propuse como condición para acostarse conmigo, que me la entregara también a ella en la cama, o sea, un trio. Le dije que si la convencía, metérmela podría. Al principio se rio, creía que me cachondeaba de él y lo dejé helado cuando en un momento que se acercó ella a nosotros, le dije delante de su marido.- Hola Elisa, estaba aquí con tu marido hablando de un tema, ya te diré, quiere pedirte una cosa, os dejo unos minutos para que lo habléis.
Lo dejé con la obligación de decírselo, lo utilicé para mi propósito y no me fui muy lejos, durante la velada, como él era un moscardón a mi alrededor, su mujer al principio no paraba de mirarnos, y yo le cazaba la mirada y le sonreía, ella me devolvía siempre la sonrisa. En uno de estos encuentros de miradas furtivas con ella, me atreví a guiñarle un ojo, y me sonrió en complicidad. La verdad es que yo ponía caliente a su marido, pero ella me ponía caliente a mí. Llevaba entonces un tiempo sin hacerlo con otra mujer y esa muchacha me ponía a cien. Era menudita, tendría unos treinta como él, yo entonces tenía mis cuarenta muy bien puestos. La mujer vestía con un vestido largo y muy escotado, apenas tenía pechos, iba sin sujetador y se le percibían unos pezones largos, estas mujeres sin tetas y de pezón largo, siempre me han puesto a mil, además sé por experiencia que suelen ser las lobas más feroces en la cama.
Me acerqué a ellos de nuevo, porque vi que se comentaban sonriendo algo, al acercarme vi que se les subían los colores a los dos, ella me sonrió, él no lo sé, porque en aquel momento solo tenía ojos para ella. Le cautivé la mirada y ella cabizbaja pero sin dejar de mirarme me sonrió pícaramente. Al llegar a ellos, sin mediar palabra alguna, la cogí de la cintura y le dije al oído que en mi casa había una botella de cava esperándonos.
En el taxi me senté en medio de los dos, durante el trayecto a ella le cogí la mano y me le lleve a mi muslo. Ella al principio tenía el puño cerrado, pero sus dedos fueron abriéndose y empezaron sus tímidas caricias. Él fue bruto, y torpe en acariciarme la rodilla. Le susurré al oído que a partir de aquel momento su rol era el de obedecerme y que no podía hacer nada si yo no le daba permiso. Lo dejé seguramente arrepintiéndose de haber propuesto la cita a su mujer al ver la indiferencia con que lo trataba.
Llegamos a casa, puse el cava en una cubitera y tres copas sobre una bandeja, le ordené a él que la cogiera y nos siguiera a mí y a su mujer a la que llevé cogida de la mano hasta mi habitación.
Cuando llegamos a la habitación le ordené a él que se desnudara, y así lo hizo, se apuntó al juego y por lo que vi le gustaba, no sabía el pobre lo que ocurriría. Siempre me han gustado los fetiches sexuales y teniaa en la habitación unas esposas y cuerdas. Lo hice tumbar en la cama y su mujer me ayudó a enmanillarlo de pies y manos a los barrotes de la cama. Con las piernas abiertas y los brazos en cruz su imagen era más bien patética. Él se reía y su mujer también, les hacía gracia y a mí me hacían gracia la verdad, ellos.
Serví dos copas una para ella y otra para mí. Empecé desnudándola despacio, hice caer su vestido al suelo y empecé a hacerle caricias y darle pequeños besos por todo su cuerpo. Me encantaban aquellos pezones largos puntiagudos y duros. Las mujeres que tienen poco pecho, sé por experiencia que tienen los pezones más sensibles de las que tenemos más pecho o pechos grandes, se les agudiza el dolor y el placer a la vez. A ella la puse cardíaca.
Me desnudé y ambas desnudas nos subimos a la cama. A él le caía la baba y su erección era potente, su polla sin ser grande era gruesa, pero ni su pene ni él tenían un atractivo especial para mí. Su mujer sí. Nos dimos un morreo largo enlazando nuestras lenguas y pasándonos las salivas. La noté que ardía, le toque la vulva y estaba mojada, la situación le gustaba. La tumbé sobre su marido y le abrí las piernas, me dediqué largo rato saboreando las mieles de su coño, debo reconocer que la cabrona sabía deliciosamente bien. El succionamiento de clítoris no fallaba y cuando yo quería que se corriera lo hacía, ella flipaba conmigo, jamás le habían comido el coño así y como me lo dijo, le dije que lo repitiera a su marido para que lo oyera y darle envidia. Él empezó a cansarse seguramente de estar atado y no participar en nada, y empezó a protestar. Para que se callara le propuse un reto, si me hacía correr comiéndome el coño, lo soltaba, tenía cinco minutos de coño en boca para conseguirlo. Me senté sobre su boca y senté a su mujer sobre su polla. Su mujer con mis besos y caricias y con el rabo de su marido dentro, volvió a correrse. Cuando ella lo hizo, la saqué rápidamente de sobre su polla, no quería que él eyaculara dentro y ensuciara aquella fuente de fluidos de buenos sabores. Como no hizo correrme no lo desaté.
Él si se corrió, solo, y sin tocarlo, lo hizo cuando vio que estábamos las dos con las piernas entrelazadas rozándonos los coños sobre su cara. Me atreví y me orine un poco en su boca, sé que le gustó. Ella estaba como loca con una sobredosis de placer, la tenía completamente a mi merced. Derramé cava encima del cuerpo de él y la hice que lamiera el líquido vertido, mientras con un arnés con una polla bestial le iba dando caña desde atrás a su coño. Ella perdió ya el número de orgasmos que llevaba. Yo me había corrido un par de veces.
A él lo dejamos atado toda la noche, y toda la noche estuvimos ella y yo follando. Le enseñé a succionarme el clítoris, y aprendió rápido, le di también placer anal con el dildo, agujero que tenía virgen según ella me comentó.
Cuando lo desaté por la mañana, me maldijo y se cabreó muchísimo, pero su mujer se lo había pasado tan bien que se alineó conmigo y la cosa no llegó a ser tan grave. Una buena lección le di.
Me gusta conservar el aroma y sabor de un coño, cuando he tenido relaciones lésbicas, durante un rato largo, es cuando me enciendo un canuto de marihuana y degusto la mezcla de ambos sabores, me encanta. A Reme también le gusta hacer lo mismo y fumarse un canuto, era costumbre nuestra desde la adolescencia, lo hacíamos las dos después de habernos enrollado y lo continuamos haciendo, aunque ya llevamos años sin enrollarnos las dos.
No soy muy bebedora, ahora cuando me pongo, me pongo, Reme también. El alcohol a veces ayuda en situaciones difíciles, siempre le puedes echar la culpa de las desgracias que pasan, por eso es algunas veces buen compañero en las situaciones donde la puedes cagar. Yo a veces simulo que voy bebida para salir de situaciones embarazosas, y siempre funciona, a una borracha se le perdona todo.
Los hombres temen más el sexo que las mujeres decía un escritor ¿Por qué será? Yo tengo claro el porqué, porque los dominamos cuando queremos dominarlos. Incluso las sumisas dominan sobre sus amos en cierta manera ellas son sus esclavas porque quien serlo y gozan con ello.
El sexo es realmente importante, al menos para mí y para Reme también, y para el Génesis porque así empieza, hablando de sexo. Tengo una amiga que hasta hace poco no sabía nada de sexo, y eso era porque siempre había estado casada, ahora libre se ha empezado a enterar, aunque en el fondo ya lo sabía, lo llevaba dentro, ahora es casi más depredadora que yo.
Debo reconocer que a medida que han ido pasando los años, las estrategias para cazar a una presa sexual las he tenido que ir variando, Reme también. Al igual que me han variado los gustos y preferencias en edades, cuanto más vieja me hago, más jóvenes me gustan. A Reme también le ocurre lo mismo. Seguramente será la razón por la que llevamos tiempo sin vernos ni enrollándonos, ya las dos hemos pasado los sesenta. Aún recuerdo conversaciones de adolescente cuando entre las dos comentábamos como seria nuestra vida a los sesenta años, cuando fuéramos viejas, entonces para nosotras una mujer de sesenta años era una vieja. Quizás sí seamos viejas, pero si es así, somos dos viejas zorras que cazan cachorros, cuando quieren y como quieren.
El caso es que la cabrona se ha follado a mis hijos y yo no, y no puedo follarme a los suyos porque no tiene. Y pensar que cuando eran pequeños, Reme más de una vez me había ayudado a ponérmelos en los pechos para amamantarlos, y más de una vez la amamanté a ella. Que de caliente iba yo en aquella temporada.
Era una tarde de otoño donde la chimenea ya encendida del hogar prestaba al romanticismo calentando la habitación, la decoración perfecta era el gran ventanal que permitía ver los colores cambiantes de las caducas hojas de los árboles del bosque cercano preparándose para caer y terminar su ciclo. Mis hijos dormían en sus cunas y yo estaba escuchando música y leyendo a un clásico del erotismo Pierre Louÿs, ese autor me fascina y hace que ardan mis deseos.
Estaba sola en la gran casa que había alquilado para llevar la maternidad en tranquilidad con mis hijos. No es que en mi casa no podía estar a gusto, era simplemente para aislarme un poco de todo mi entorno. Había sido madre y ahora debía de reflexionar como encarar los tiempos que me vendrían y de qué forma y manera mejor los podía llevar.
La inmobiliaria a la que le alquilé la gran casa, puso a mi disposición un jardinero, que a la vez me hacía de mayordomo. La mayoría de veces le mandaba hacer mis encargos en el pueblo cercano y yo apenas me movía de la finca. Pepe, que así se llamaba aquel buen hombre, debería tener los setenta años aproximadamente o quizás alguno más. Era un hombre más bien frágil de apariencia, con barba corta y blanca ya de la edad al igual que su pelo, pero era muy servicial, y lo fue más.
El aislamiento me provocaba sueños eróticos, los libros que leía estaban cargaos de sexo. Cerraba los ojos cuando les daba de amamantar a mis hijos, me imaginaba que eran los labios de cualquiera de mis ex amantes, y me calentaba de sobremanera. Nunca había mirado a este hombre tan simple con deseo sexual, al contrario cuando la agencia me lo envió, me agradó precisamente porque no me produjo interés alguno, y así me protegía a mí misma de mí lívido.
Aquella tarde era romántica. Regresó Pepe del pueblo con mis encargos, yo estaba amamantando a mis hijos, le indiqué donde debía de poner las cosas que llevaba y lo miré. Me parece que se percató de mi extraña mirada porque me pareció verlo nervioso y un poco tembloroso. Quizás era por la imagen que le ofrecía, tumbada en el gran sofá, casi desnuda y con mis dos hijos mamando de mis pechos.
Terminaron mis hijos su merienda, y los acosté en sus cunas. Volvió Pepe de la cocina para decirme que ya estaba todo en su lugar. Los hombres cuando están solos ante una mujer desnuda a la que creen inalcanzable, son el animal más dócil del mundo.
– Ven Pepe, acérquese.
– Si señora, como usted mande.
– Acércate más Pepe. ¿Ves mis pechos?
– Sí señora
– Mis hijos no me sacan la suficiente leche para que queden relajaos y no duelan.
– Pues vaya, en la farmacia creo que venden un aparato para eso.
– Para que ir a la farmacia si se puede sacar de forma natural.
– Sí, claro
– Acérquese Pepe, Arrodíllese ante mí, acerque su boca a mis pechos y bébase un buen trago de cada uno.
El pobre hombre se quedó de piedra, con solo una mirada mía de imposición, se acercó a mis pechos y empezó a mamarme torpemente. Yo me agarré una teta y le enseñaba a mamar como si fuera un bebe. Él cumplía con mis órdenes y le iba dirigiendo en la comida. Lo coloqué entre mis piernas y mi coño estaba expuesto y desnudo también ante él. Cuando lo aparté de mis pechos y la leche le regaloneaba por sus labios levante mi coño, le agaché la cabeza y le di de comer mi chichi. También le iba orientando de cómo debía comérmelo. Mis órdenes eran tiernas y a la vez rotundas, como si estuviera impartiendo una clase a un niño.
Aquel vejete dejó de ser insignificante cuando lo hice desnudar. Su piel blanca y suave no tenía vello. Sus pequeños pechos caídos tenían la gracia que imponen los años. Pepe solo esperaba órdenes, no hubiera sabido que hacer si no se lo ordenaba. Lo hice levantar y quitare también los pantalones. Yo sentada en el sofá con las piernas abiertas vería en primer plano su polla cuando apareciera. Soy una cabrona y una zorra calienta pollas, como Reme, y me gusta en ocasiones ridiculizar a los hombres. Pretendía eso con él, humillarlo, pero tuve que cambiar de opción y tratamiento cuando apareció ante mí una descomunal polla que no estaba en nada de acorde con su aspecto físico. Parece que a él le alegró y sonrió satisfecho al ver mi rostro de admiración. Le llegaba por encima del ombligo, su tacto era suave, la tenía bien dura y sus testículos colgaban grandes y le llegaban, exagerando un poco, casi a medio muslo. No puede resistirlo, llevaba ya demasiados días sin tener una polla en la boca, abrí la boca y empecé a mamársela. Se corrió enseguida y sin avisar. Le bajó la erección, y aun así su polla debía medir casi un palmo.
Decidí utilizar su boca y le dije como debía succionarme el clítoris con los labios, después de varios intentos, empezó a hacerlo medio bien. Él estirado en el suelo, y yo sentada en cuclillas en postura fecal sobre su boca me corrí. El viejo sonreía cuando le ordené que abriera bien la boca, pero la abría poco. Le agarré sus pezones y se los pellizqué fuerte, para causarle dolor. Tuvo que abrir la boca para emitir el grito, tan abierta la tenía que fue ideal para vaciar mi orina dentro de su garganta directamente. El pobre casi se me ahoga, tosía rojo como un tomate.
Cuando se hubo recuperado le dije que por hoy ya no lo necesitaba, que podía retirarse y en silencio, pero sé que agradecido se fue. Durante aquel año que me pasé ahí aislada fueron múltiples las ocasiones en que use a Pepe. Siempre dócil y servicial.
Reme tenía la costumbre de dominar a sus amantes, yo también, en eso nos parecíamos y aún hoy nos parecemos. A pesar de la edad. Me hace gracia a veces algún jovencito, que cree que porque estoy entrada en años, puede dominarme, apañado va. Además tengo la virtud de saber hacerlo de manera sutil, los voy llevando poco a poco a mi terreno, me encanta a veces poner alguno a babear antes de poder tocarme, eso me excita de sobremanera. A Reme también.
Recuerdo al hijo de una conocida de juventud. Ella me llamó pidiéndome si la podía ayudar en conseguir un piso en la ciudad para su hijo. Él muchacho buscaba un piso para compartir con otros estudiantes, venían a la ciudad a estudiar en la universidad donde yo doy clases, además seguro que lo tendría de alumno. Por suerte yo misma disponía de uno, tengo varias inversiones en propiedades que las rento. Quedamos en que se pondrían en contacto conmigo para verlo y terminar de cerrar el tema.
A los pocos días recibí su llamada para quedar conmigo y ver el piso. Lo cité en la misma vivienda a las once de la mañana. Se presentó el muchacho, Iván y su padre Marcos. En aquella época yo tendría los cincuenta ya hechos, estaba esplendida, erótica y a esa edad más puta que nunca, los yogurines me volvían loca, eran mis presas favoritas. Para la ocasión y como era verano me puse una mini falda vaquera y un top a tiras en forma de “X” que recogían mis pechos sin sujetador y me dejaba el abdomen y la espala al descubierto. Zapatos de tacón y todo de marcas elegantes.
Con Marcos nos conocíamos algo, no mucho, habíamos coincidido en alguna feria o evento, solo nos relacionaba su mujer Elvira, que habíamos estudiado en el mismo colegio. Era un tipo elegante, y para nada era feo, incluso atractivo, tenía un deje que lo hacía interesante. Lógicamente al verme se le pusieron los ojos como platos, al percibirlo se despertó en mí lo zorra y calienta pollas que soy.
Mi objetivo se centró en que se viera con la suficiente confianza de poder ligarme. Es cuando más dóciles son los hombres, cuando llegan a este punto de creerse vencedores. Pero mi objetivo no estaba en él, mi objetivo era Iván. Era la viva estatua de un dios griego, el muchacho con sus veinte años por cumplir se había convertido en mi presa.
Les gustó el piso, lo compartiría con otro estudiante que además que coincidía que iban a estudiar lo mismo, y una muchacha que también iba a la ciudad, aunque a otra universidad. Pactamos el precio, estuvimos de acuerdo en que podrían ocuparlo cuando ellos quisieran. Quedamos en mi casa para firmar el contrato, que mañana mismo lo prepararía y cuando ellos quisieran.
A los dos días recibí una llamada de Iván, diciéndome que si me apetecía podían firmar ya el contrato. Lo firmaría él como responsable y con autorización de los demás. Quedamos de acuerdo, le pregunté cuando quería venir y con quien vendría. Me dijo que vendría solo, que se llevaría una maleta y que deseaba ya ocupar el piso, que por él mañana mismo. Le comenté que por la mañana tendría el contrato preparado, que se pasara a media tarde por mi casa, y que después yo misma lo llevaría a la vivienda.
Instintivamente iba tejiendo la red para capturar mi presa, ya lo estaba acercando a mi guarida.
Se mostró amable el muchacho cuando llegó a media tarde, en taxi y con una maleta para firmar el contrato. Un tanga de hilo y una camiseta larga de baloncesto eran mi indumentaria. Esa camiseta regalada por un jugador profesional me permitía ir fresca, era como un vestido holgado, mis pechos por las aberturas de las axilas en los laterales, se veían descarados, redondos, firmes, hermosos con el pezón mirando al cielo, como son aún mis pechos. Los de Reme también son hermosos.
Sus bellos ojos parecían dos galaxias lejanas que se acercaban en el infinito espacial. No paraba de mirarme, intentaba disimular las miradas descaradas para convertirlas torpemente en discretas. Yo le provocaba con mis movimientos, al agacharme podía vislumbrar en el interior de la camiseta todo mi desnudo cuerpo, incluso mi tanga que apenas cubría mis labios vaginales y se perdía entre mis glúteos en el culo.
– Iván, mira léete el contrato, lo que tenemos un pequeño problema, las llaves del piso me las tienen que traer de la agencia donde tenía el piso para alquilar, me ha dicho que cuando cierren a las siete me las acercarán.
– Vale, no hay problema, si quiere vuelvo más tarde.
– ¿Qué dices tonto? Que va, tú te quedas aquí, ahora lees el contrato, si tienes alguna duda me preguntas, yo te serviré lo que quieras para beber y te pondré algo para picar en el jardín. Te quitas la ropa y mientras esperamos nos damos un baño en la piscina, que hace mucha calor ¿Entendido señor inquilino? Ja, ja, ja…
– Ja, ja, ja, si me lo pone así ¿Cómo le voy a decir que no?
– Venga pues vamos al jardín.
Sin dejar opción a “me lo tengo que pensar” y a la reflexión, asumiendo siempre el sí, es como mejor preparada dejas a la presa.
Saqué dos cervezas, unas aceitunas y unos snacks. Frente a él dejé caer sensualmente al suelo mi camiseta de baloncesto con la que me cubría. Él aún estaba vestido. Permanecía sentado en la silla y quería ocultar su mirada, sin poder hacerlo. Aprovechaba cuando levantó el vaso para beber gozarme con su mirada.
– ¿Piensas bañarte vestido Iván?
– Ah, sí, ahora me pongo un bañador que llevo en la maleta.
– Iván
– Sí señora
– Ven, acércate a mi
Empecé a ordenar los próximos movimientos que debía realizar la presa. Se levantó y se acercó a mí. Despacio y nervioso.
Seguro que en algunas de sus fantasías sexuales, había circulado por su imaginación, que una señora madura que estaba un montón de buena, empezaba a quitarle la camisa, a desabrocharle el pantalón y sacárselo, quitarle el bóxer, y llevarlo de la mano a la piscina.
Una vez en el agua, sin mediar palabra hice prisionera su mirada con la mía. Mirándolo fijamente le clavé una dosis de lujuria a su cerebro, le rodee el cuello con mis brazos y le besé.
Mis pechos contra los suyos enseguida fueron abarcados por sus manos, su polla presionaba mi entrepierna buscándose un lugar para cobijarse. Y así me senté dentro del agua a su cipote, y fui metiéndomelo despacio, mientras le susurraba al oído con alientos y besos, palabras guarras de vieja zorra.
Jugando y follando en la piscina pasamos la tarde. Una joven presa, una vez cazada, percibe siempre un pronto final, seguro le corría más prisa y le daba más placer salir a contarles a sus amigos el éxito de haberse follado a la madura propietaria del piso.
Los jóvenes machos suelen ser ingenuos, no conocen la estrategia, y no saben la que es capaz de montar una depredadora sexual como yo, o como Reme. La verdad que no había agencia, ni las llaves estaban fuera de mi casa, ni las tenían que traer nadie, se vio obligado a pasar la noche en casa porque yo así lo planee, lo de que a la de la inmobiliaria se le olvidó traerlas creo que se imaginó que era falso, pero le satisfizo y dio por buena la excusa, por supuesto durmió conmigo, lo poco que dormimos. Aquella noche la recordó toda su vida, años después en otro encuentro sexual con él, me lo confesó. No volví a follarme a Iván hasta que ya después de la universidad se casó y me invitó a su boda. Asistí al evento, y como malas putas que somos a veces las mujeres, mi regalo de boda fue acompañado con un polvo que le regalé muy especial, pero eso ya es otra historia.
Las mujeres como yo y como Reme, que las hay, no nos enamoramos, nos gusta demasiado controlar y dominar la situación, siempre. El enamoramiento te deja sin defensas, convirtiéndote en presa en vez de cazadora. Por mucho que un amante te haya gustado, no hay que hacerse asidua a su placer, hay que estar tranquila, otra presa vendrá, las depredadoras como yo y como Reme, valoramos tanto o más, la satisfacción que conlleva desarrollar el arte en cazar, que a la presa en sí. Una vez cazada, ya pierde emoción.
Tuve una época entrando a los cuarenta, donde debía salvaguardarme mucho, era la época en pleno cambio de preferencias sexuales, estaba cruzando la línea que pasaba de gustarme los hombres maduros, a los jovencitos. Fue ideal este cambio progresivo en mí, ya que corría el peligro de caer en la trampa del enamoramiento. Me estaba viendo ya con demasiada frecuencia con un hombre de avanzada edad que me tenía en aquel entonces en una nube pasional. Hora me rio, pero en aquel entonces lo que más me gustaba de él es que era tremendamente primitivo y a la vez romántico y detallista.
Su aspecto era de Neandertal, muy velludo y fuerte. Tenía una polla increíble, más que por larga por su grosor. Su cuerpo ya era como un bastión fuerte para aquella polla increíble. De todos los amantes que he tenido, ninguno ha superado a Manuel en grosor de polla y volumen de testículos. Sus huevos eran una delicia. Mi pasión en tenerlos durante tiempo en la boca se convirtió en adicción para mi libido. Eso fue lo que casi me engancha para dar paso al enamoramiento. ¿Te puede enamorar un hombre porque te gusta tener sus testículos en la boca? Puedo asegurar que sí, conmigo aquel par de huevos casi lo consiguen. Debo agradecerle a Manuel, que siendo amante mío, me preparó bien el recto. Siempre me han gustado los imposibles, me gusta superar retos, a Reme le pasa igual. El grosor de aquel rabo predecía una dada por el culo dolorosa y casi imposible. Mi reto fue conseguirlo.
No solo conseguí que aquella polla entrara en mi culo y que me lo follara, conseguí en el mismo acto, meterme a la vez sus grandes huevos en el coño. Esto me mataba de placer. Era inevitable no orinarme, y me encantaba hacerlo sobre sus testículos cuando me los sacaba. La avanzada edad de Manuel no le impedía someterme a folladas duraderas y fuertes, el cabrón sabía manejar muy bien los tempos de su vigor. Dicho claro, sabia follar. Me gustaba demasiado follar con él, vi peligrar mi voluntad y ser sometida a la suya.
Apareció en mi vida oportunamente una chica muy especial y muy joven. Casualidades de la vida, coincidimos en una conferencia en la misma universidad donde trabajaba, que trataba sobre el liderazgo de las mujeres en el mundo social. Debo reconocer que me fije en ella por su etnia, la cual siempre me ha creado fascinación. Era japonesa. Reme, una vez estuvo liada con un japonés, la verdad que a mí no me producía ningún interés.
Era como una figura tallada de talco, su hermosura pálida era cautivadora. Había algo en ella que me causaba interés desde el primer momento que la vi. Sonreía casi constantemente, porque casi constantemente recibía el saludo de alguien. Lógicamente una presa de esta especie tiene muchos cazadores al acecho. Me acerqué a ella sin mostrarle interés, hice que se viera envuelta en una situación cómica conmigo, esto siempre funciona.
Paseando con mi copa de coctel servida para la ocasión, pasé por detrás de ella en el momento que un cazador de bellezas aficionado se acercaba a saludarla, mi pie intencionadamente zancadilleo pidiendo disculpas a ese don Juan, para que el contenido de su copa, con el traspiés salpicara a la muñeca de talco y a mí. ¡Carambola! Las dos nos miramos, sonreímos y nos fuimos juntas riéndonos por la situación a los servicios, para arreglar el estropicio en nuestros respectivos vestidos.
Empecé a ejercer el control desde el momento que la cogí del brazo y la hice entrar con una sonrisa, en señal de acierto cómplice, al cuarto de cambiar los pañales. Ella aceptó y entró conmigo dentro del habitáculo.
No le di motivos para la reflexión ni la duda cuando le desabroche la blusa que llevaba y se la quité para ponerla y mojarla, bajo el grifo, excusa para limpiarle la mancha. La ausencia de sujetador me permitió ver sus pequeños pechos puntiagudos en forma casi piramidal, parecían unos pechos aún sin terminar de formar. No tardé mucho en entender el porqué de esos pechos y el de su extraña belleza, mientras le hacía sujetar la blusa bajo el aire caliente del secador de manos, le bajé la falda alertándole que también estaba manchada. Lo hice todo muy rápido, nunca hay que darle opción a la presa de que piense. Fue cuando vi de dónde provenía su exótica belleza, tenía pene. Era una chica con pene, denominadas travestis. Mi coño parecía ya el lago de Bañolas.
A mis casi cuarenta años no me había encalanado aún a ninguna de esas chicas especiales. El morbo hizo acto de presencia y disparó aún más mis artes de seducción. Se mojó tanto la blusa y la falda que era imposible secarla con el seca manos, por lo que le sugerí y la invité a ir a mi despacho en la misma facultad, que siempre hay algo de ropa, para que la sustituyera momentáneamente. Ofrecer una solución a un problema es aconsejable, la víctima se agarra casi siempre a las soluciones ofrecidas, el cerebro las asume como manera fácil de no tener que pensar en encontrar otras.
Su inglés era bastante fluido nos entendíamos bien. De todas maneras no hace falta idiomas que no sean el de las miradas y gestos para estos casos. Entendió fácil cuando le cogí su más que considerable pene con la mano y lo acaricié. Su erección no podía esconder el morbo que también seguramente provoque en ella. Junté mis pezones con los suyos y la bese mientras continuaba acariciándole aquella polla que tenía un encanto especial. Ella correspondió mis besos y se dejó llevar por mí. Era dócil.
La hice estirar sobre la mesa de mi despacho y me dedique largo rato en saborearla, la besé por todo el cuerpo y he de reconocer que piel fina como la suya pocas me había encontrado. Aquellos pechos que se estaban formando hormonados mostraban unos pezones exquisitos ¡Como me gustaban! Me recree en ellos tiempo. Hice que se corriera enseguida antes de que me la metiera dentro de la vagina, aun corriendo el riesgo de que su erección no se mantuviera, pero mis deseos de probar el sabor de su semen hicieron que le aplicara una succión vibratoria a su polla que enseguida hizo que se vaciara en mi boca.
Me senté sobre su polla y empecé las sentadillas a ritmos cambiantes y haciéndole círculos con mis caderas para que su polla recorriera mi vagina entera. Ella me acariciaba los pechos mientras yo me la follaba. Volvió a correrse y lamí las mieles de su corrida mezclada con mis fluidos. Delicioso manjar. Le presté un vestido que guardaba de una alumna, que por talla le quedaba perfecto. A ella le gustó. Le hice dejar su ropa en mi despacho, le dije que la haría lavar y se la devolvería, excusa para asegurarme volver a verla.
Cuando regresamos al salón donde se celebraban los actos, no me dejó ya ni un minuto. Cuando la celebración terminó, me la lleve a casa, y los juegos entre sábanas me hicieron olvidar a Manuel. Las dos semanas que estuvo en el país, los pasó en mi casa y follamos tanto que hasta ella se sorprendió de cómo era posible haberse enamorado de una mujer, así me lo dijo, que me amaba, que quería ser mi mujer. Volví a ver como peligraba mi autocontrol de no enamorarme de nadie y la deje marchar. Aún veo sus ojos llenos de lágrima cuando nos despedimos en el aeropuerto. Las dos lloramos, las dos sabíamos que quizás, ya no nos volveríamos a ver nunca más.
Reme me había llamado hacía dos días, quería verme, era según ella algo muy importante y de máxima urgencia que quería comentarme. La última vez que nos vimos fue cuando la vi desaparecer de una fiesta donde las dos estábamos. Se fue con la jovencita con la que aun, creo esta liada. Se fue de la fiesta para no compartirla, me dijo que había demasiadas pollas al acecho, y no quería que desviara su atención con otra cosa que no fuera ella y su coño.
No sé lo que querrá. No pienso meterle bronca por haberse follado a mis hijos, ya la perdono, aunque por dentro tengo una rabia que me corroe, aunque yo también me hubiera follado a los suyos si los tuviera, pero la cabrona no ha parido.
En el estudio de la ética, el mal siempre es consecuencia del bien y viceversa. No sabríamos lo que es andar cómoda, si no hubiera andado alguna vez incomoda, valoramos las cosas que nos dan placer, cuando hemos conocido las cosas que no nos lo dan. Por ejemplo el tamaño del pene. Dicen que no importa, y es mentira, si importa. Una cosa es que mires a un pene procreador y solo para engendrar, y otra que lo veas como algo para disfrutar y jugar ¿Cómo juegas con un mini pito? ¿Qué le haces a una polla de estas que parecen un gusano arrugado que casi no aflora de la pelvis? Nada, no puedes jugar a nada y el caso es que da risa, una se reiría y quizás aún sería divertido, pero no puedes hacerlo, a los hombres les molesta, se enfadan y debes de aguantarte hasta de pasártelo bien. El tamaño sí importa. Reme opina igual que yo.
La estoy esperando, como siempre, seguro que no es puntual, nunca lo ha sido. Recuerdo un día que su falta de puntualidad me hizo vivir una situación si más no surrealista. Tengo que reírme ahora recordándolo. Aquel día tenía que verla para, para además darle unos documentos sanitarios comerciales, que necesitaba con urgencia. Habíamos quedado en una cafetería céntrica, me dijo que había quedado ahí con un médico que estaba en el mismo campo de investigación bioquímica. Después debía marcharse con él a un congreso.
A mí al revés que Reme me gusta ser más que puntual, habitualmente llego siempre un poco antes. Resultó que el médico también, el me conocía, yo no, sabía que habíamos quedado con Reme y se sentó en la misma mesa en la que yo estaba. Después de presentarnos, con las habituales forzadas sonrisas, empezamos a conversar, los hombres sin recursos de seducción, siempre empiezan por hablar del tiempo, nunca he entendido el porqué. Después de comentar que no llovía y las desgracias que nos acontecerían y sufriría el mundo sin agua. Recibimos ambos un mensaje de Reme diciéndonos que se retrasaría media hora.
– Vaya, media hora, Reme siempre igual. – Le dije yo
– Tranquila, media hora pasa volando
– Precisamente por eso lo digo, porque pasa volando y quizás no nos dé tiempo
– No te entiendo ¿Tiempo?
Las mujeres como yo y como Reme, cuando hablamos del tiempo no nos referimos a las nubes, al frio o a la calor, nos referimos a los diez minutos que tarda un hombre en correrse, y media hora la mujer. Lógicamente son datos de promedio.
Sin contestarle, me levanté de la silla, lo miré y le hice un gesto para que me siguiera. Él lo hizo. Los hombres cuando les rompes los esquemas, los puedes fácilmente dominar. Lo metí dentro de los servicios, lo senté en la taza del váter, me levanté la falda y le mostré mi coño. Él aún estaba anonadado, seguramente no había ligado nunca tan rápido, también fue lo que me dijo cuándo a los cinco minutos de tener su pollita dentro ya se había corrido. Me dijo que nunca se había corrido tan rápido, que no era eyaculador precoz, que debía ser el sitio, las prisas, la incomodidad. Un hombre cuando fracasa en un polvo siempre busca echar la culpa a alguien o a algo. Lo consolé diciéndole que me había gustado mucho. Cuando regresamos a la mesa Reme aún no había llegado. Reme es así, yo no. Esperándola, como siempre.