Federico, el hombre de gris, me mandó un mensaje esa tarde, esperaba verme linda a la noche: el audio remarcaba “linda” con “a”, lo que claramente debía interpretar como el pedido para verme un poco más “femenino” que desde la última vez. No era tarea difícil para ser sinceros: apenas superó el metro setenta y soy delgado; en cuanto a mi rostro, labios rojos y carnosos herencia de mi madre, se destacan del resto de las facciones. Además, había dejado crecer el flequillo lacio y castaño un poco más allá de las cejas, el cual acostumbraba acomodar con un soplido vertical. Otro detalle que desdibuja cualquier atisbo varonil, son los enormes lentes de pasta que enmarcan ojos pequeños y almendrados, huidizos al contacto visual.
Eran las nueve de la noche cuando entré al baño de un pub en la calle Lavalle para cambiarme. Remera oscura que dejaba el ombligo al aire con campera y short de cuero negro en juego con borceguíes en el mismo tono. Mis piernas cubiertas por media de red oscura en combinación con el esmalte de uñas y el delineador de ojos azulados. Mi boca la pinte bien roja y salí ligero a la calle sin reparar en las miradas ajenas. El auto de Federico estaba en el lugar de siempre, subí y lo saludé con un beso húmedo y prolongado.
Estas hecho una bebota, hermosa, me dan ganas de comerte toda, ¡mi amor! – me felicito mientras encorvado sobre mí torso , aprovechaba a besar generosamente mis tetillas, hurgando con la mano libre en mis genitales. Suspire de placer, todavía recordaba la flor de cogida que me había dado la semana anterior
¿Queres que te la chupe? -ofrecí entre risitas.
Nada me haría más feliz, pero ahora vamos a ir a un lugar especial, a una fiesta y quiero que estés preciosa como ahora, con la trompita impecable- sonrió apoyando su mano en mi rodilla.
Una fiesta, ¿una fiesta chanchita? – acote
-Si, bebe, con gente que le gusta lo mismo que a vos, el cuero, los juegos de rol
No se que decirte, me calienta y también me asusta- replique sincero. La verdad es que a los veintiún años apenas llevaba unas semanas sexualmente activo y todo era nuevo. Decidí confiar en el criterio de mi amante.
Federico me entrego una caja elegantemente forrada de negro, dentro había un par de esposas de cuero, una mordaza de bola y un antifaz ciego. Un calambre dulce atravesó mi vientre.
¿Te gusta? -preguntó Federico. Me encantaba, del éxtasis, me ruboricé
Lo a-do-ro-conteste mordiéndome los labios rojos.
Federico detuvo el auto- Sacate la campera y junta las muñecas atrás de la espalda. Devorado por el juego sexual me deje llevar. Las esposas me apretaron lo justo pero además, eran acolchadas lo cual resultaba placentero.
Ahora los ojos- pidió. Acerque la cabeza y de repente, solo veia negro.
¡Ah, esa boquita hermosa, que tentación, que tentación!- susurro. Escuche un trozo de cinta estirarse , como saliendo del rollo y el corte del mismo. La banda se adhirió con firmeza sobre mi boca. Nunca me habían amordazado con ese material, a pesar de mis muecas no había posibilidad de que se despegara. Proteste en vano, solo sonidos guturales eran posibles
Sentí que atravesamos un portón bastante pesado; por fin el auto se detuvo. Se escuchaba música instrumental de fondo, algunas personas, pensé no más de seis, conversaban a la distancia. Federico me ayudó a descender del auto. Alguien se acercó, sentí pasos aproximándose .
Bienvenidos, están aquí para disfrutar de una noche única- nos recibió una voz aguardentosa. Federico me descubrió los ojos. Un hombre calvo y regordete me miraba de cerca como inspeccionando…
Bonita perra, Señor Naranja- felicito a Federico colgando su pesado cuerpo del hombro. Intenté hablar pero mis palabras salieron inentendibles, la cinta era efectiva.
Yo soy el señor Amarillo. Esta noche todos usamos colores… Está prohibido dirigirse a las personas por su nombre original. Tu preciosura- apretando su dedo índice sobre mi boca platinada por la mordaza-serás Rosa, ¿entendido?-. Gemi asintiendo con la cabeza. De un tirón, el dueño de casa me arranco la mordaza. Suspire amargamente de dolor, un rectángulo de rubor quedó instalado en mi rostro por unos minutos.
Federico me besó efusivamente y tomándome de las muñecas esposadas marcó el camino. Encontramos parejas de todo género a las que saludamos inclinando la cabeza.
Ya vas a ver, es todo nuevo pero te va a gustar- susurro Federico, alias el señor naranja, intentando tranquilizarme. Atravesamos lo que parecía una cancha de fútbol cinco, en uno de los arcos colgaba de los brazos un muchacho de mi edad; esposada al poste y con una bola en la boca, observaba lasciva una señora totalmente desnuda que podría ser la vecina cincuentona de cualquiera.
Federico me hizo arrodillar frente al muchacho que estaba encadenado al travesaño: era moreno y estaba totalmente desnudo, lucía una mordaza de cuero que no dejaba ver su boca.
El “Señor Naranja” me bajó los shorts y comencé a bezar y babosear su enorme verga, entre gemidos y tos, note que el muchacho tenía una impresionante erección. Federico me levanto por las axilas y me acomodo frente a nuestro espectador.
Si te gusta, chupala, no seas tímido.- susurro al oído.
Mire a la cara al moreno y este asintió. Despacio, con delicadeza bese y chupe el pene negro. Mientras seguía con mi tanda de gemidos y lengüetazos, desde el rabillo del ojo divisé a Federico cogiendose, por atrás y de parado, a la cincuentona que no paraba de mojar el suelo con la saliva.
Terminé mi asunto con el moreno y con la boca llena de leche espere que el señor Naranja acabara su faena. Por fin, le pedí que me lavara. En pocos metros encontramos un quincho; en la pileta, Federico me limpio la cara.
Es todo muy loco, nunca hice algo así… pero me calienta- susurre en la oreja a mi amado. Me deslicé con la boca por el torso del señor Naranja y bese su tetillas. Note que su pene estaba activado , en cuatro patas desde arriba de un sillón jardinero, lo invite con un suspiro-gemido.
Espera- dijo Naranja. Saco una mordaza de bola del bolsillo y con delicadeza la puso en mi boca, ajustando las correas con firmeza.
Cogeme- intente decir a través de la mordaza y parece que esta vez si se entendio por que Federico me penetro en seco y aunque cansado, me hizo sentir el mas profundo placer. Yo ayudé contrayendo la cola un poco, aumentando los gemidos y acariciando sus bolas cada vez que podía.
De nuevo, lance una queja amordazada, Federico me quitó la bola de la boca. Haceme la paja -dije casi sin aire. No hubo tiempo, el señor Amarillo acompañado por otro hombre alto y de pelo gris interrumpio el goce.
¿Se suman al brindis?- disparo registrando cada centímetro de mi cuerpo con la mirada.
No ves que estamos en el medio de algo- respondí ofuscado. Federico posó su mano en mi hombro,- tranquilo, dulzura.
La verdad es que no quiero nada, acá con Fede estamos genial- devolvi despectivamente. Mi pareja me apretó bruscamente el hombro, había infringido la regla fundamental de la casa: no nombres
Vamos hacer como que no escuchamos nada- dijo el hombre alto de cabello gris- Sin embargo, Debemos tomar medidas-continuo.
Si la perra ladra, hay que callarla- solto Amarillo mientras arrojaba una banda de cuero a Federico- amordazalo! – ordeno.
Incrédulo, con la boca abierta me di vuelta para mirar a Federico. Él no devolvió la mirada y me quitó las esposas. Mientras refregaba las muñecas doloridas, Federico , dejó la mordaza a mis pies.
Es tu decisión- dijo levantando la mirada. Me arrodille y recogí la mordaza del suelo. Después de dudar unos instantes en búsqueda de una mirada cómplice que no llegó, aplique la pieza en mi boca, una especie de mini pene de plástico con una tapa de cuero que sellaba mis labios. La mordaza apretaba fuerte y al intentar hablar , el cuerpo extraño daba la sensación de poder irse por mi garganta.
Federico se fue con los otros dos hombres dejándome solo en el quincho, desnudo y amordazado. Me senté en el suelo abrazando mis rodillas, intenté contener las lágrimas, pero la cara se me puso roja de congoja.
Pasaron unos quince minutos cuando de repente, la puerta se abrió y un flash de penumbras me permitió distinguir la figura que con movimientos relajados se acomodo a mi lado. Era la señora cogida por Federico. Me miró como quien se encuentra con un huerfanito
-Me manda el señor Naranja- murmuró tomándome del mentón y con franqueza continuó -Yo soy la señora Naranja, con eso te digo que soy la esposa de…vos sabes quien. Me parece que es hora que te vayas a casa-continuó Asentí con la cabeza tibia por el calor de las lágrimas . La señora Naranja dio tiempo a lavarme, me devolvió el short, la campera y la mochila con mis pertenencias y por un sendero lateral abrió la puerta de la calle. Pedí un Uber, la aplicación me tiro la ubicación ¿Que carajo hacía en La Plata?