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Reencuentro, cena y… (primas)
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Pasó mucho tiempo desde que cerró la fábrica donde trabajaba. Quedándome desempleada, solo conseguía empleo temporario, con bajo salario, totalmente precarizado. Pensaba en todo eso mientras iba caminando hacia el banco a cobrar mi primer sueldo en blanco y retirar la tarjeta de cobro. Mi suerte había cambiado; conseguí ingresar en un estudio de abogados gracias a un conocido, que sabiendo mi situación, sumado a esas dos materias faltantes para recibirme de abogada, me recomendó para el mismo.

Mientras esperaba ver aparecer mi número en la pantalla, me dedique a observar los rostros de la gente: los había tristes, alegres, sonrientes, dubitativos, enamorados, como esa parejita que seguro venía por un préstamo para su primera casa. El sonido de la alarma en la pantalla me sacó de mis pensamientos; elevo mi cabeza y veo plasmado en ella “107 C” “caja 2” mi número. Me levanto, encaminándome al cobro detrás del biombo; me paro frente al divisorio de vidrio, observando una cabellera rubia que caía sobre la frente de la cajera. Al levantar la cabeza para observarme, ambas nos quedamos boquiabiertas. Era Mili, mi prima, con la que teníamos en la adolescencia una relación de hermanas, es más, la gente creía que lo éramos.

Hacíamos todo juntas, hasta la educación, tanto primaria como secundaria, nos decían las hermanitas Pili y Mili, hasta que una tragedia familiar hizo que yo entrara en una depresión y repitiera un año del secundario. Ella siguió, retomando yo al año siguiente. Luego, al egresar, sus padres tuvieron que mudarse a España por trabajo y así fuimos perdiendo contacto.

Con lágrimas de alegría en los ojos nos pasamos los números telefónicos con la promesa de llamarnos para reunirnos.

Contenta con ese primer sueldo, me dispuse a regresar a mi casa, previo a pasar por el mercado para reponer alacena; mientras tanto recordaba nuestra tan hermosa adolescencia, la que, a decir verdad, hoy con treinta años, se extraña mucho.

Pasada la semana, para ser más específica, el día viernes, recibo un mensaje en el móvil…

– Pili, ¿mañana por la noche cenamos?

– Sí, Mili, obvio, ¿en tu casa o en la mía?

Sin dudarlo me dijo que en la mía, así que me dispuse a acomodar bien todo en el departamento que me habían dejado mis padres.

Con la ansiedad que el reencuentro me proporcionaba ese sábado, pareció larguísimo desde que me levante hasta la llegada de Mili (que de hecho se llama realmente Nora).

No me jugué mucho cocinando. Pedí a la casa de comida algo para la cena, junto con un vino blanco dulce que le gusta.

Escucho el sonido del timbre y salgo entre atolondrada, alegre y nerviosa por el reencuentro. Al abrir la puerta me encuentro cara a cara con el delivery; abono, me entrega la cena y nuevamente entro a casa. Para calmar la ansiedad, como si fuera mi primera cita con un hombre, preparo la mesa cuidando todos los detalles. Solo me faltó poner velas, jaja. Pongo un poco de música suave como compañía; sonaba Elton John de fondo cuando vuelvo a escuchar el timbre; ahora sí, no podía ser otra persona que Mili; al abrir la veo parada en todo su esplendor. Nuestros brazos se estiraron y nos unimos en un abrazo que duró mucho tiempo, nos dimos muchos besos y pasamos al interior.

Hermosos recuerdos salieron de nuestras bocas esa noche, paseos, salidas nocturnas, novios compartidos, complicidades totales que en esa hermosa adolescencia hemos callado hasta el día de hoy, en que salieron nuevamente a la luz.

Ambas nos encontrábamos solas hasta la fecha. Seguimos disfrutando de nuestras soledades, lo que hace una vida mucho más libre. Convenimos que hasta ahora era lo mejor que nos venía pasando.

Hoy volvió a mi mente algo que ya me había pasado alguna vez, como se dice… ¿Sentimientos encontrados? ¿Dudas? ¿Inquietudes? Con mis treinta años y hasta el día de hoy, todas mis relaciones fueron con personas del sexo masculino. Lo más cerca de una vagina que he estado es la mía cuando me masturbo; conozco mi sabor, textura y humedad, es decir, nunca me sentí atraída por otra mujer, salvo lo que me pasaba con Mili, pero estaba confundida, ¿me gustaba como mujer o es el enamoramiento del cariño que le tengo por todo lo que hemos vivido juntas?

Durante nuestra charla no pude sacarle los ojos de encima: sus tetas redondas se adivinaban duras, la cintura pequeña que finalizaba en un culo hermoso, paradito, con forma casi perfecta, muy parecido a una pera. ¿Qué te pasa, Pili? Mi entrepierna se está humedeciendo al compás de un gran cosquilleo justo en mi vagina. Es cierto que he fantaseado cuando era chica con nosotras en la cama. Nunca se lo he dicho, pero, al igual que en esa época, el deseo me carcomía por dentro.

En realidad no se me sucedió, pero fue espontáneo. En un momento en que permanecimos calladas, mirándonos a los ojos, levantándome de la silla, me acerqué lentamente a Mili, pegando mis labios a los suyos. No hubo resistencia; separándolos, mandé la invitación a mi lengua para que comencemos a explorar nuestras cavidades bucales en una danza cálida y húmeda, con sabor al dulce vino que habíamos tomado.

No recuerdo qué estaba pasando por mi mente en ese momento; sé que lo deseaba, ¿desde cuándo? Si yo no tuve nunca una experiencia de este tipo, pero con ella el deseo era fuerte, me dejé llevar.

Nos comíamos la boca como si cada una de ellas se necesitara para sobrevivir. De repente se separó, me miró fijamente a los ojos y me preguntó si estaba segura de lo que iba a ocurrir; sin dudarlo le dije que sí y volvimos a ese intenso beso.

Al ser mi primera vez con una mujer, no tenía idea de qué hacer, pero, obre con el impulso acariciando su hermoso rostro, ella hacía lo mismo con mi espalda, para ir bajando lentamente a mi culo para tocarlo y acariciarlo muy dulcemente. Podía sentir como bajaba por mis piernas el líquido que destilaba mi vagina.

Nuestra agitación iba in crescendo. A medida que nuestra ropa caía por el suelo, ella notó que yo no tenía idea de cómo seguir, poniéndome más nerviosa. Era mi primera relación con una persona del mismo sexo. Me susurraba palabras hermosas al oído para que me relajase. Mientras me llevaba hacia la cama, el aroma de su perfume iba dejando en el ambiente un rico olor frutal. Al llegar terminamos de sacarnos la ropa interior que aún nos cubría. Al quedar totalmente desnudas, mis ojos no daban crédito del cuerpazo que tiene Mili. Quedé absorta observándolo.

No dude ni un segundo en arrojarme a sus tetas y comenzar a chuparlas, ¿cómo? De la manera que me gustaba a mí que me lo hagan, trate de concentrarme en eso, hacer lo que me gusta en mi cuerpo; tal vez salga bien.

Sonriendo, me dijo con una voz totalmente sensual.

– Pili, se nota que es tu primera vez, tranquila, no pienses mucho, déjate llevar, yo te voy a ir ayudando.

Tomo mi mano y la llevo hacia su vagina. Al tiempo que la suya fue a la mía para masturbarnos mutuamente, fue hermosa la sensación de hacer unos movimientos con mi mano y sentir otros en mi húmeda vagina. Mili comenzó a introducir de a uno sus dedos en el interior, hasta lograr hacerlo con tres, pudiendo sentir el volumen dentro. Alternaba la cantidad de dedos con masajes erráticos sobre mi clítoris; sentí como un rayo cruzar mi cuerpo, pura electricidad, y acto seguido las contracciones de mi vagina me avisaron del orgasmo que me elevó al cielo. A partir de ahí, me solté, quería disfrutar más y más.

Luego de ese primer polvo mi alegría fue increíble; me sentí llena de calentura y un alivio bárbaro de haber traspasado la primera barrera, haber calmado algo que devoraba mi mente, la calentura por mi prima, que venía reteniendo hace mucho tiempo.

Recuerdo que aún una vez siendo muy chicas, al escuchar a escondidas las conversaciones sobre sexo por parte de nuestras madres, aún sin saber qué era eso, nos dijimos que nuestra primera vez sería entre nosotras, cosa que nunca se dio.

Esas ágiles manos recorrían mi cuerpo, erizando la piel; metía los dedos en el interior de mi vagina y me daba de probar mis jugos agridulces a la vez que me decía el tiempo que llevaba pensando en este momento, que siempre se había muerto de ganas de comerme el culo; decía esto mientras que sus besos bajaban para ese lugar que ella había deseado.

Habiendo ganado el terreno, este soldado se rindió ante la calidez de su boca, abriendo las piernas para que la impunidad que da el sexo comience con lo que tanto habíamos deseado. La lengua rozaba suavemente los labios vaginales sedientos; casi imperceptible, el roce hacía erizar aún más la piel. De esa libada a su literal chupada hubo un paso muy pequeño; escudriñaba el interior de mi vagina con esa vivaz lengua dando pequeñas entradas y salidas, como así también pequeños golpecitos sobre el clítoris endurecido. Palabras ininteligibles, gemidos y gritos de placer eran participes muy necesarios de la coreografía sexual que se llevaba a cabo en esa cálida habitación que olía a sexo desenfrenado.

Luego de un orgasmo increíble, me llegó el momento de, por primera vez, “probar” una vagina ajena. Siguiendo la línea iniciada, me concentre en hacerle lo que a mí me gusta, y no me equivoque.

Lamiendo el interior de los muslos de ese cuerpo que yacía sobre la cama boca arriba, me fui acercando a lo que deseaba; mi concha palpitaba al ritmo del corazón; aunque parezca trillado, sentí los tibios fluidos recorrer mis piernas nuevamente. Nunca me había pasado de esa manera hasta hoy.

Con la excitación y la lujuria rodeándonos, llegue, para prendarme de ella, a eso que tanto desee. Mi lengua recorría el contorno de sus labios desde casi el esfínter anal hasta el clítoris; abriendo muy grande la boca, introduje casi toda la extensión de ese sexo candente para aplicar succiones delicadas. Los labios invadían el interior de la boca a la vez que Mili se retorcía del placer. Ahí fue donde dejé de hacerlo para ocuparme únicamente del clítoris, muy grande por cierto; no hizo falta mucho tiempo en él. Al introducir dos dedos dentro de la concha, explotó en un orgasmo que hizo llenar mi boca de su líquido agridulce que tanto deseaba probar.

Me tendí sobre su lado derecho abrazándola; se giró hacia mi lado para besarme dulcemente. No puedo precisar cuánto tiempo pasé estando así; lo seguro es que no quería que terminara nunca.

Mili de improviso se soltó de la posición y se incorporó sobre mí para fundirnos en un sabroso sesenta y nueve. No sé de donde saque tantas ideas. Al ver cerca de mi cara ese marrón pálido del esfínter anal, instintivamente mi lengua se perdió en su contorno, intentando perderse en el interior. Mi cabeza pensaba mil cosas a la vez, como pude estirar mi brazo a la mesa de noche para abrir el cajón y sacar un consolador que uso en mis días de calentura extrema. Salivó bien ese culo hermoso y, a medida que chupaba su vagina, comencé a introducir el aparato. Nunca había escuchado gemir y disfrutar a alguien de esa manera.

Su desesperación hizo que tomara con su propia mano la verga de silicona, llevando ahora ella el ritmo del artefacto. Se ubicó entre mis piernas, cruzando las suyas para hacer la tan mencionada tijera. Solo fue al tocarse nuestros clítoris que los gemidos de ambas se fusionaron en uno. Mili no abandonaba el consolador mientras hacía movimientos de cadera para frotar los sexos que deseaban cada vez más. Me tomé de sus tetas para sobarlas y aplicar pequeños pellizcos a sus pezones. Gritos de placer llenaron nuestros oídos; juro que tuve miedo de ser oídas por los vecinos y que llamen a la policía; estos fueron sin dudas los mejores polvos de mi vida.

Mi prima me ofreció el sexo anal con el dildo, pero le dije que prefiero la de carne; sentir como los testículos golpean en mi vagina y me respiran en la nuca, lo he probado, pero sigo prefiriendo la de un hombre.

Hay algo que no le había dicho a Mili: había puesto estratégicamente el móvil para grabar todo…

Esa noche, ahí terminó todo. Se quedó a dormir todo el fin de semana, donde repetimos varias veces las sesiones de sexo. Creí que ese fin de semana sería la primera y última vez, pero me equivoqué. A mediados de semana apareció para otra sesión.

Mientras lo hacíamos la primera vez, me repetía en mi cabeza.

– Pili, mira que serás zorra (¿puta?) Te estás cogiendo a tu prima… Pero eso, muy por el contrario, me excitaba sobre manera.

A partir de ese día, volvimos a repetir nuestros encuentros sexuales. Ahora ella comenzó a traer un montón de juguetes sexuales que yo ni conocía. Le dije del video y se lo envié para recordar nuestro primer encuentro; le fascinó que no le avisara nada que estaba grabando, porque si le hubiera dicho no habría sido tan natural y suelto.

Yo sigo viéndome también con un “amigo” que me coge cuando tengo ganas. Estoy en la duda de decirle de mi relación, no porque yo quiera cortar, me sigue gustando la verga tanto o más que antes, sino porque deseo evitar que proponga un trio, nunca lo hice, tal vez algún día… No lo desestimo, pero por ahora… los quiero a cada uno por separado.

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