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Rebeca, la diversión de los Grant (1 y 2)
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Tiempo de lectura: 4 minutos

La mañana se anuncia hermosa, el cálido brillo del sol pone ribetes de oro a todo cuanto alcanza, y cada quien en casa hace sus primeros deberes.

Es la lujosa mansión de los Grant, la señora toma su baño como de costumbre, sin más ropa que su bata, acicala el lacio cabello plateado, mientras el señor Grant da las primeras órdenes del día.

La servidumbre parece saber qué hacer todo el tiempo, la cocina impecable, los jardines, hasta el lago con sus patos y flores parece un dibujo enmarcado en los límites del amanecer.

Todo es paz, una tranquilidad que súbitamente rompe un timbre de teléfono… Y luego una expresión de asombro. Todos esperan, alguien avisa al señor, y un diálogo casi en susurros termina con un voz al chofer. Hay salida urgente y una novedad familiar, ha muerto una persona allegada a los señores, medio hermana de ella, muy pocos vínculos afectivos pero familia al fin y hay que cumplir. Y allá van los esposos.

No dejó nada material de consideración la pariente, ni a los Grant les hace falta, solo un chico que había adoptado y que a todas luces es un joven mimado y débil de carácter, por lo que dejarlo a su suerte es un acto criminal.

Por alguna extraña razón, el señor Grant se acerca al chico y acaricia sus rizos, para suavemente la mano por sus mejillas rosadas y tiernas, llega a tocar levemente la comisura de aquellos labios carnosos y casi imperceptiblemente le dice: No te preocupes, yo voy a cuidarte como nadie…

La señora Grant observa callada y en sus ojos se adivina una chispa de complicidad y fuego, mira a su esposo, los dos se miran, y sus ojos hablan.

Comienza a caer la noche, las honras fúnebres han terminado y el auto de los Grant vuela a casa con tres personas, dos adultos y un todavía tierno joven de 18 años recién cumplidos, que como una paloma asustadita les acompaña desde el asiento trasero. No imagina aquella linda criatura, casi femenina, que muy pronto estaría por vivir los días más calientes e inolvidables de su existencia…

Capítulo 2

A ratos durante el viaje el espejo retrovisor hacía coincidir las fugaces miradas del Señor Grant y el joven adoptado por la recién fallecida hermanastra de su esposa, miradas que por insinuantes no escapaban a la perspicaz sonrisa de doña Erika, que así era el nombre de don Fréderic Grant, conocido comerciante de obras de arte y un vividor empedernido, amantes de todo lujo y excesos de cualquier índole, incluyendo el sexo, del cual siempre fue un apasionado. Su esposa lo sabía y ella misma compartía aquellas pasiones y no escatimaba esfuerzos para mantener el apetito erótico de su lascivo esposo.

Finalmente llegaron, la mansión les esperaba, Martha, la hermosa cocinera, con su ayudante Elena, de labios carnosos, ambas siempre dispuestas a alimentar a los esposos, no solamente con los exquisitos platos… El joven y apuesto jardinero, hombre de unos 35 años, bien dotado y entre otras cosas, ayudante personal de la señora, con el consentimiento de don Frederic.

Todos recibieron entre consternados y expectantes a la pequeña comitiva que llegó y tras el señor Grant y su esposa, bajó el tierno joven, con sus 18 años recién cumplidos, y una ternura e inocencia reflejada en un rostro puramente angelical. Tal vez estos detalles, unidos a su delicado cuerpo casi femenino, fueron lo que hicieron que el señor Grant decidiera tan pronto adoptar al huérfano y traerlo a casa, con la promesa de mimos y cuidados especiales.

Todo estaba dispuesto para el recién llegado, un cuarto con las más exquisitas comodidades, por lo que los señores lo llevaron hasta su futura habitación y le pidieron se aseara y estuviera listo para comer algo todos juntos. Y así quedó el joven solo desvistiendo su voluptuoso y femenino cuerpo…

En la planta baja, todo era tranquilidad, cada uno a su oficio, pero un detalle no había sido resuelto, ¿con qué ropa iba a vestirse Robbie, el nuevo integrante de aquella familia? Al día siguiente se le compraría todo, pero ahora no tenía nada, así que la señora Eric tuvo una idea y tomó un pequeño short que no había usado, una camiseta y unas sandalias rosadas y subió las escaleras con todo para su sobrino.

Bajó y todos esperaban por el recién llegado para compartir los alimentos, cuando se sintieron sus pasos menudos, las sandalias acercarse y cuando su figura asomó en el comedor, todos quedaron perplejos.

El short, ceñido al cuerpo, dejaba ver unos gruesos y blancos muslos, y por detrás sus nalgas redondas y bien formadas, las piernas hermosas, casi torneadas, caderas de mujer y vientre plano, que remataba arriba con unas tetillas de tiernos pezoncitos, cual jovencita adolescente que está reventando su mayoría de edad. Brazos sin un músculo, y un cabello rizo, ensortijado en la frente, mirada angelical y labios gruesos, como para ser besados sin parar durante todo un día.

Todos se miraron, el señor Grant sintió una leve presión en sus pantalones, comenzaba una poderosa elección, ayudada por la mano de su esposa que también había sentido la misma atracción por la imagen que ante ellos se proyectaba…

Le hicieron lugar entre los dos, aquellos muslos y aquellas nalgas gruesas y redondas estaban ahí, cerca de dos seres libidinosos, cuyas miradas no podían ocultar el deseo morboso de morder y disfrutar.

La mesa fue servida y los tres cenaron tranquilamente.

Finalizada la cena, el señor Grant les pidió a su esposa y a Robbie pasar a una pequeña salida privada, con amplios sillones, toda con hermosas cortinas de seda y una tenue iluminación. El joven, moviendo despacio sus anchas caderas, iba delante, y por un instinto, el Señor Grant lo tomó por detrás y continuó caminando mientras le restregaba su enorme pene ya efecto completamente. Erica caminaba detrás de su esposo, acariciando su cuello besos y ella misma tocando sus senos, que ya exhibían unos pezones duros y desafiantes debajo de su bata.

El instinto tal vez, o quizás su sexualidad reprimida, hizo que aquel hermoso joven, de cuerpo de mujer voluptuosa, no rechazara a don Grant, y lejos de protestar, abriera sus piernas y parara sus nalgas en señal de aprobación, inclinando su cabeza hacia atrás en busca de un beso, deseo que el señor cumplió inmediatamente, mordiendo suavemente aquellos carnosos labios vírgenes aún.

Lo demás vino solo, lo volteó y metió su lengua en aquella boquita linda, mientras agarraba las nalgas y acariciaba los muslos. Doña Erika se colocó detrás de su sobrino y comenzó a besarle la nuca a la vez que lentamente le quitaba el short y la camiseta, dejándolo completamente desnudo. Un regalo hermoso, cuerpo de mujer casi perfecto. Ella se agachó por detrás, le abrió las nalgas y comenzó a lamerle el culo, mientras su esposo le chupaba las teticas y le acariciaba un minúsculo pene, que más parecía un clítoris que otra cosa. Ya excitados, el señor Grant propuso esperar un rato, a que los demás se fueran a sus habitaciones y continuar aquel intenso romance de iniciación de la linda muñeca de la casa, y a quien desde ese momento, a propuesta de la tía, la llamarían "Rebeca" nombre que ella hubiera querido llevar y que ahora darían a este precioso regalo del destino, un juguete sexual vivo y excitante, al que podrían moldear a sus antojos y aberrantes caprichos. Así comenzó la fascinante historia de Rebeca, la muñeca de los Grant… en el siguiente capítulo, disfrutaremos de cómo le partieron el culito y de la hermosa orgía organizada en su honor en la piscina de la casa…

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