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Quiero que me la metas muchas veces
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Tiempo de lectura: 7 minutos

En el verano de mí vida conocí a una hermosa muchacha muy sexy, de piernas sinuosamente torneadas, turgentes y delicadas, que siempre vestía muy coqueta resaltando un delicioso trasero, poseedor de unas nalgas sensacionales, respingonas y muy redondeadas que invitaban no sólo a contemplarlas sino a acariciarlas, besarlas y desde luego, penetrarlas; pero este portento de mujer también poseía un rostro travieso y angelical, con su pelo muy corto, de grandes y expresivos ojos y unos labios carnosos que incitaban a comerlos. Era mi compañera de trabajo y apenas contaría con unos 22 o 23 años de edad.

Todos los días como si fuera un ritual, la veía pasar atravesando el umbral del consultorio en su parte posterior, regalándome una sonrisa, mientras yo contemplaba su armonioso cuerpecito deambulando cadencioso y sensual frente a mis embelesados ojos que no perdían ni el más mínimo detalle.

Quién habría de decirme que esa ricura de mujer, un buen día me estaría llamando para decirme que “se estaba quemando por tener sexo” y que me apresurara a encontrarla para que nos cogiéramos desesperadamente.

Todo eso sucedería muchos años después, en los que acontecieron muchas cosas en su vida; ya que fue novia de un médico y más tarde se casó con un camarógrafo de televisa, con quien no duró mucho tiempo, pero que tuvo una hija y del que finalmente se separó.

Durante todo ese tiempo se fue deteriorando su belleza, dejándose subir de peso y cayendo en gran depresión, sin embargo, estos eventos habrían de permitirme tener un gran acercamiento con ella como su confidente y apoyo para la resolución de sus problemas morales y a veces económicos, pero además sirviendo de una especie de psicólogo, a través largas pláticas y estableciendo una gran cercanía y amistad.

A veces acudía a mí en sus momentos críticos y yo la escuchaba y relajaba con algunos ejercicios de sensibilización y respiración que realizábamos en el consultorio, donde casi siempre se terminaban las sesiones con un cálido y fraternal abrazo que acallaba y menguaba sus emotivos sollozos.

Al parecer todo esto la desestresaba y le daba confianza, al grado de compartirme su mayor secreto, que no era otro, que su frigidez, ya que a ella siempre le había sido muy difícil entregarse a un hombre y que en toda su vida no había experimentado un solo orgasmo; que podían pasar algunos meses sin que ella sintiera el deseo por una relación sexual.

Y es que como consecuencia de la separación de su esposo ella no había podido relacionarse con nadie, aunque había tenido un acercamiento de noviazgo con un compañero sin consumarse como verdadera relación.

Por aquellos días llegó a la clínica una coordinadora en plena madurez, pero muy atractiva que hizo amistad con ella, enterándose de su depresión y sus problemas por los que atravesaba, incluyendo su depresión, por lo que le preguntó si había probado masturbarse para relajarse de su tensión y ante su respuesta negativa, decidió enseñarle algunas formas de cómo hacerlo, con la recomendación que, para motivarse, consiguiera alguna película porno o de menos algunas fotos de desnudos masculinos y que si eran conocidos, mucho mejor, con el deliberado propósito que se excitara lo suficiente, ya que presentaba dificultades para lograrlo.

Entonces fue ella la que me propuso si podía regalarle unas fotos para que pudiera realizar su tarea, desde luego que yo me negué a hacerlo en principio y ella reaccionó negativamente alejándose y tratando de manipular para convencerme. Por mi parte y un poco por la excitación que me causaba el asunto de las fotos, luego de sucesivos intentos porque entendiera la insensatez de poner en riesgo mi identidad, accedí con la condición de que en las fotos no apareciera mi rostro y que me prometiera no revelar el origen de ellas. Así que no muy convencido, me tome unas cinco fotos del tórax hacia abajo que coloqué en un disco compacto, que para entonces ya existían, con el propósito de que sólo ella pudiera verlas en la computadora.

Sin embargo, meses más tarde pude darme cuenta que seguramente acostumbraba mostrarlas a sus amigas a través de una computadora portátil y que yo pude percatarme accidentalmente de ello. Ya me imagino a sus compañeras excitándose junto con ella con un pene empalmado entre la penumbra, pero resaltando sus atributos, ya que sin ser demasiado largo si lo es bastante grueso y cabezón y que modestia aparte, la hace ver como una muy buena verga

Ya para entonces en mayor confianza, me platicaba cómo le había enseñado su coordinadora a masturbarse ya que ella no sabía hacerlo y a partir de esos aprendizajes, encontraba un desahogo sexual que la relajaba agradablemente. Ella no perdía ocasión en hablar de las fotos, diciendo que le habían gustado mucho a ella y a sus compañeras, pues resulta que, en una ocasión, según me comentó festiva, se le ocurrió imprimirlas y colgarlas en el vestidor de mujeres. Y así al entrar a cambiarse sus compañeras, hicieron un gran escándalo al verlas, por lo que le pidieron que se las mostrara todas, y que se las compartiera, sin dejar de preguntar a quién pertenecían. Ella por su parte, siempre afirmó que no les había dicho a quién pertenecían las fotos, pero casi estoy seguro que las presumió revelando la identidad, aunque siempre les quedó la duda de fuera cierto, al no aparecer mi rostro en ninguna de ellas.

Después de algunos meses y de algunas sesiones de terapia psicológica se le veía mucho mejor y hasta bromista en ocasiones. Así que en una de tantas conversaciones intenté convencerla de la necesidad que reanudara su vida sentimental y sexual para terminar con esa depresión que tanto la agobiaba, a lo que ella provocativamente me preguntó: y ¿tú podrías ayudarme?

– ¿Ayudarte? ¿Cómo?, contesté

– Olvídalo, estoy diciendo tonterías

– No, no son tonterías, estoy para ayudarte, hemos compartido tantas cosas que sólo nos ha faltado compartir la misma cama. Ja, ja.

– No me hagas caso, replicó.

A partir de ese día, me hacía bromas, cada vez más atrevidas con respecto al tema, hasta que un día le dije, ¿“en verdad quieres que hagamos el amor”? o más claro. “quieres coger”?

– ¡Gulp! ¿me lo estás proponiendo?

– Sólo si tú tienes ganas y no te causa conflicto

– Bueno, la verdad es que si quiero contigo para que me lo hagas gentilmente y tengas en consideración a mis miedos que siempre he tenido al respecto y que me impiden disfrutar de una relación sexual completa

Así que un fin de semana nos citamos a desayunar con la intención de terminar en la cama cogiendo, pero no resultó tan fácil pues ella ya estando desnuda frente a mí se mostró muy tensa y esquiva, ya que después de irla acariciando me confió muy en corto que ella era muy difícil de calentarse o excitarse y que había sido una de las causas por las que tuvo problemas con su fallido matrimonio. Yo le dije que no había problema y que sabría esperar hasta que se sintiera con ganas de hacerlo y que mientras tanto podríamos tocarnos y explorarnos hasta donde ella asintiera.

Al principio, se cohibía mientras terminaba de desnudarse y era necesario estimularla con mucha ternura y caricias suaves, aunque se notaba como se excitaba al verme a mí desnudo. Así que de pronto me dijo, quiero conocer al de las fotos, descubriendo mi trusa y liberando esa verga cabezona que yacía bien parada y lista para la batalla. Al contemplarla, me dijo que le gustaba más en vivo que en fotografía y que la quería acariciar, al tiempo que la tomaba entre sus manos y poco a poco la deslizaba de arriba abajo y viceversa en sucesivos y acompasados movimientos que la iban haciendo aumentar de tamaño y destacando el rojo capullo apretado a punto de reventar, donde unas venas visibles y gruesas daban cuenta de una espectacular erección. Mientras tanto yo la besaba en sus mejillas y en su pecho hasta prenderme de sus pequeñas y dulces tetas que consentía que las mamara como un bebé hambriento y que la hacían contorsionarse con unos pujiditos muy cachondos.

Entonces le hablaba suavemente al oído excitándola con besos en las orejitas y el cuello y chupando sus diminutos pezones muy rosados y erguidos hasta sentir como se cimbraba de emoción, prendiéndose entonces de mis labios con desesperación y jugando su lengua con la mía y explorando mi boca y mis labios con unos besos húmedos que nos terminaron de excitar hasta sentir como su respiración se volvía jadeante y entrecortada estremeciéndose y aumentando los latidos de su corazón. Al sentirla más entonada, acariciaba su cintura y sus portentosas nalgas, para terminar besándolas y recorriendo con mis manos sus delicadas sinuosidades una y otra vez hasta sentir como respingaban majestosamente. Luego acariciaba sus turgentes y maravillosos muslos, besándolos desde las rodillas para ir ascendiendo con mi boca que besara cada centímetro de su piel y llegar hasta un pubis peludo y tupido de un color negro que asilaba una conchita rosada y un botoncito todo erguido que con mis dedos le hacía rotaciones que le provocaban nuevas contorsiones por todo el cuerpo.

Entonces ella se dejaba consentir y al mismo tiempo casi con timidez, sin dejar de besarme en la boca me cogía la verga con sus manos y la acariciaba con desesperación desde la base hasta el capullo enrojecido que respondía rápidamente poniéndose cada vez más duro. Después con la punta de la lengua lamía de abajo hacia arriba sucesivamente hasta detenerse en el “hongo” e introducirlo en su boca chupándolo muy suavemente, para prenderse de él y succionarlo como si fuera un biberón.

Para esos momentos yo ya tenía su conchita en contacto con mis labios y mientras le hacía movimientos rotatorios con la punta de mis dedos, chupaba y succionaba su vagina bien mojada que respondía frenéticamente con espasmos sucesivos en su pelvis. Entonces la coloqué en un 69 para que mientras yo mamaba su vagina, ella pudiera mamarme el pito todo completo.

Yo la sentía ya lista para penetrarla, sentía como cerraba sus ojos y se iba dejando llevar con el placer que la invadía, hasta que sentí como se aflojaba todo su cuerpo y aumentaba sus pujiditos hasta convertirlos en verdaderos gritos que decían: – ¡me vengo! ¡no me sueltes!

Al tiempo que yo sentía como fluían sus jugos mojando mi cara y labios, ella apresuraba el ir y venir de mi verga en su boca hasta lograr que me vinieran sucesivos espasmos con una espectacular descarga por todo el cuerpo y una irrefrenable explosión de semen inundara su boca, hasta que poco, como un revolver al terminar su carga, fueran cesando esos disparos.

Antes de que pudiéramos recuperarnos, se acercó a mí oído y me preguntó;

– ¿Esto que sentí fue un orgasmo?

– Porque es algo maravilloso y quiero sentirlo nuevamente con tu verga que ya desde ahorita me encanta

Y sin decir más, se volvió a prender de mis labios explorando con su lengua las encías y chupándolos y mordiéndolos con ansiedad y desesperación. Yo le devolví el cumplido, mamando sus pequeñas tetas y acariciando su clítoris con mis dedos e introduciendo mi boca en su vagina, haciendo que rápidamente estuviera lista para penetrarla, cuando de pronto gritó con fuerza:

– ¡Métemela toda!, ¿qué no te dabas cuenta que desde hace tiempo quería tenerla adentro, hasta el fondo?

– No, no lo sabía, pensé que aún no era tiempo

Entonces, sin mayor preámbulo emboné mi verga en la entrada de su vagina toda mojada y empuje suavemente en un ir venir acompasado, sin dejar de acariciar sus tetitas y sin dejar de besarla en su boca.

Rápidamente ella se fue conectando, arqueando su cuerpo y cimbrándose toda al sentir mis embestidas, que ella misma las recibía empujando cuando yo empujaba y hasta vi cómo se le volteaba la mirada, señal inequívoca de que comenzaba su orgasmo. Sólo sentí como se le pusieron “chinitas” sus hermosas nalgas y me pedía que acelerara el ritmo, petición que yo retrasé para que su orgasmo se alargara.

Sólo sentí que se aflojaba su cuerpecito y que me apretaba su vagina contra mi pene, gritando:

– ¡No me sueltes que me vengo! ¡qué rico!. Aggh

Entonces yo seguí embistiendo suave y lentamente, aunque ella me apresuraba, hasta que ella reiniciaba varias veces su clímax y yo terminaba explotando en su vagina, luego de sentir una descarga que me recorría de la espalda a los pies y que se acompañaba irrefrenablemente de chorros de mocos que se impactaban en su apretada y húmeda vagina.

Después de unos minutos en los que terminó de vaciarse mi carga de semen y nos relajábamos sin dejar de abrazarnos, ella me dijo nuevamente a mí oído:

– Quiero curarme y estar bien porque esto del sexo es maravilloso y yo no lo sabía

– Y quiero que me sigas cogiendo y perdóname lo de las fotos, pero en verdad me excitaba tu verga y muchas veces me he masturbando con sólo verla e imaginarla y ahora que la conozco en vivo, quiero que me la metas muchas veces.

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