María se levanta de la cama con sus carnes bamboleantes a contestar el teléfono. Está segura de que será su marido con cualquier excusa para llamar su atención. Paco tiene setenta años y parece que está más allá que aquí. María tiene cinco menos, en cambio está como una rosa y su cuerpo todavía se agita como si fuera el de una veinteañera, pese a su prolongada madurez. Quizás también porque hace demasiados años que Paco sustituyó el sexo por la petanca, y eso ha agravado considerablemente su hormigueo.
—Dime Paco —contesta María sabiendo que querrá cualquier idiotez.
—¿Dónde estás? —le pregunta Paco.
—Te he dicho que salía a comprar.
—Ya, pero como tardas estaba preocupado.
—Pues no te preocupes que no me voy a perder. Antes de la una estaré en casa —le dice hastiada, mientras contempla al muchacho tumbado en la cama y meneando su erecta polla a la espera de retomar la cabalgada. María se relame los labios, cuelga el teléfono dejando a Paco con la palabra en la boca y vuelve a colocarse a horcajadas sobre Dani. Aferra la dispuesta polla y se deja caer haciendo que desaparezca en su ávido coño. Pronto empieza a saltar sobre la montura, entretanto echa su cabeza atrás mientras sus pupilas se pierden detrás de sus párpados en señal inequívoca del placer que recibe.
Dani es un joven de diecinueve años dispuesto a satisfacer a la insaciable yegua que reclama su vigor tres veces por semana, habida cuenta de que sus hormonas siempre parecen estar revueltas y la madura que se folla es un magnífico sustituto de sus pajas. Aunque físicamente no es una belleza, fornica como una fiera y no es ninguna mojigata remilgada, ni le hace ascos a nada, en contraste con las niñas con las que sale. Es una insaciable de sesenta y cinco años con ganas de que le den un buen meneo, le sacudan todas sus carnes y la pongan mirando “pa Cuenca”.
Hace años que la exquisitez de su figura desapareció, sin embargo aún conserva unas sugerentes y contundentes curvas que hacen las delicias del joven potro sobre el que cabalga. Mientras salta, suspira y gime, sus tetazas abofetean al chaval y la boca de éste intenta atrapar los enormes pezones para morderlos.
María está a punto de correrse y empieza a mover su pelvis de lado a lado queriendo sentir el miembro del joven en todos los rincones de su cueva. Se tumba un poco hacia delante para que su clítoris friccione con la pelvis del muchacho. Vuelve a sonar el teléfono y María lo ignora, pero maldice por lo bajo a su marido con una avalancha de improperios, sin dejar de saltar sobre la polla que la está llevando a la cúspide de un apoteósico orgasmo en el que su vagina no deja de convulsionar desencadenando gritos y jadeos que invaden la estancia. Poco a poco las pulsaciones de la madura remiten, aunque la polla del joven sigue percutiendo en su coño, por lo que parece que el orgasmo no quiere abandonar a María.
El teléfono vuelve a insistir en echar abajo lo que prometía ser una mañana de desenfreno.
María abandona a su semental para coger de nuevo el móvil y se recuesta en la cama para hablar. Al tiempo que le suelta la oleada de reproches pertinentes a su esposo, una enhiesta polla se pasea por su cara y se le incrusta en la boca, y mientras su marido le pide que compre natillas, un chorro de semen invade su boca para, a continuación seguir estrellándose en su cara una y otra vez hasta dejársela completamente blanca.
—Vale, te compraré natillas —le dice entre gorgoritos provocados por la leche, y vuelve a colgar. A continuación relame la polla, limpiando los restos de la corrida hasta dejarla reluciente.
Los padres de Dani trabajan los dos por las mañanas y en cada una de las que no tiene clase se queda estudiando, sin embargo, más que estudiar, aprovecha para repasarle los bajos a María.
Todo empezó cuando Dani trabajaba a horas sueltas de repartidor en un supermercado con el fin de sacarse un dinero extra. El primer día que le llevó la compra a María, ésta aprovechó que su esposo estaba en el hospital haciéndose unas pruebas, para seducir al muchacho. No fue una tarea ardua, pues el joven pareció desde el primer momento muy colaborador. Ese día fue amonestado por la empresa por entregar los pedidos tarde y mal. El segundo día que tuvo que entregar el reparto en la misma dirección también se demoró y fue despedido, por lo que no hubo un tercero. Ese tercero, sin embargo, fue formalizar el folloteo en casa de Dani, siempre en función de sus jornadas estudiantiles. A María no le importa adaptarse a los horarios del chaval. Ella tan sólo tiene que decirle a su esposo que se va a comprar y desaparecer durante dos horas para que el mozo le arranque una sonrisa y tres o cuatro orgasmos. Si lo visita tres veces a la semana, eso es todo un lujo para ella, acostumbrada a recurrir a las hortalizas del supermercado. En cada sesión, su joven amante puede desencadenarle hasta tres, e incluso, a veces cuatro orgasmos, y eso suma una cantidad considerable de clímax a la semana que ni en sus sueños más húmedos, podían sus amigas aspirar a algo así, y mucho menos con un mancebo como Dani. En ese sentido, se considera una privilegiada, y mientras dure aquella aventura, ella no dirá que no a un buen polvo mañanero.
María se limpia la corrida de la cara y Dani se enciende un porro. A ella eso le da igual mientras le dé su ración de polla.
Dani abre la ventana para que se ventile la habitación y después se sienta en el borde de la cama mientras se lo fuma. María deambula por la habitación ordenando la ropa, después se arrodilla ante él como si fuese a rezar y su mano se apodera del pene flácido que poco a poco va creciendo y ganando firmeza en su mano. Dani se echa hacia atrás mientras María le hace una paja poniéndole la polla como una piedra, a continuación se la coloca en el canal de sus tetazas e inicia una paja turca como si fuera toda una profesional. Las tetas se balancean al compás de sus manos y la polla se pierde en la profundidad de aquellas dos domingas.
María escupe una y otra vez sobre la verga para lubricarla y que resbale mejor, y a Dani empieza a desencajársele la cara del gusto que le da la “turca” que le está aplicando. La lengua golpetea el glande y el miembro desaparece entre los zepelines que no cejan el masaje.
Dani está en el punto deseado, de tal modo que María se levanta como si nada, dejándolo sentado con una erección, incluso dolorosa, y lo contempla satisfecha. A continuación se pone a cuatro patas ofreciéndole el enorme trasero que está reclamando a gritos que la folle. Dani se levanta y no se hace de rogar, y de un golpe de caderas le hunde por completo la polla en la babosa raja.
María empieza gozar de las embestidas que le da el joven garañón y culea pidiendo polla a gritos. Un vecino se queja del escándalo, y hay un momento de impasse en el que ambos se miran y se ríen por lo bajo, momento que aprovechan para cambiar la posición. Ella se tumba abriéndose de piernas para que se la folle estando él arriba, mientras abre sus piernas todo lo que dan de sí. Los embates se hacen cada vez más rápidos y fuertes y el sudor comienza a barnizar el cuerpo del adonis, y a María le faltan manos para acariciar todos los resquicios. Sus manos aprietan su pecho, cogen sus hombros, descienden por los brazos y se instalan en sus nalgas, unas nalgas sin un solo pelo y bien duras a las que se agarra con firmeza acompañando en cada embate, queriendo sentir toda su potencia y toda su polla golpeando hasta el tuétano. El joven apolíneo la folla como si le fuera la vida en ello y la madura grita como si estuviesen matando a un cerdo.
El vecino, enfadado y más que harto, vuelve a quejarse con un grito, pero María está demasiado cerca del orgasmo y no puede parar de bramar, e inmediatamente los alaridos, bramidos y jadeos se multiplican en cantidad y en volumen cuando ambos se corren al unísono como dos animales.
María está llorando de placer y no sabe por qué. Nunca, ni en sus mejores tiempos la han follado con tal intensidad y vehemencia. El muchacho está asustado porque no entiende que esté llorando, de todos modos, ella tampoco lo entiende, sólo sabe que la felicidad embarga su ser. Le importa bien poco que su marido no pueda pasar por las puertas. Ella quiere seguir gozando de su cuerpo y del joven mancebo que está siempre a su disposición.
Mientras camina hacia casa se siente colmada de alegría, henchida de gozo y completamente saciada. Cuando entra en casa su marido le reclama sus natillas y ella cae en la cuenta de que cuando se las pidió, el semen del adonis se estaba estrellando en su cara.
—¿No está en el bolso? —se excusa ella.
—¡No! ¡Mira que te lo he dicho! —le recrimina.
—Cariño, lo siento. Debo habérmelas dejado. Sólo he cogido la leche.