Solíamos ir a sitios en común, a veces hablábamos por Facebook y aunque me decía que le gustaba, siempre lo rechazaba por respeto a su hermano Daniel, con quién perdí la virginidad en el parqueadero y seguí teniendo encuentros. Santiago, era el galán del pueblo; alto, mono, ojos verdes, nariz respingada, cejas gruesas, piel clara, cuerpo atlético y sus labios casi color rojo. Su garbo y presencia intimidaban a cualquier chica. Él, era consciente de esa virtud y según los rumores tenía sexo con la chica que le gustara, incluso con el chico que se le antojara. Su comportamiento promiscuo, le quitaba un poco de gracia aunque no dejaba de ser un Don Juan.
En ocasiones cuando estaba reunida con mis amigas y lo veíamos pasar se robaba nuestra atención y nos quedábamos chismorreando. Cada una fantaseaba con alguna escena donde el protagonista fuera él, ¡pobre hombre, todas abusábamos de su virilidad! Pero era difícil no cuestionarse tanta belleza. Todas lo deseaban y en ocasiones se le ofrecían, debía sentirse acosado. Era el precio que pagaba por su exceso de encanto. Cada vez que lo cruzaba en la calle y me miraba o pronunciaba mi nombre me sentía una suertuda aunque no me le insinuaba, de hecho era un poco seria con él. No quería hacerlo sentir un dios como todas lo hacían y le tenía respeto por tener vínculo de consanguinidad con mi enamorado.
Un sábado salí en plan de rumba a un bar y casualmente lo encontré allí. Al verme expresó – ¡qué suerte la de mi hermano! – un poco intimidada respondí – ¿cómo estás Santiago? – ahora muy bien – me sentí halagada y seguí mi camino hacia una mesa donde estaban mis amigas. Sonó una canción y un chico me invitó a bailar, me cogió de la mano y empezamos a movernos, dimos media vuelta y sentí que alguien me estaba observando, miré hacia los lados y ahí estaba Santiago casi desvistiéndome con sus ojos. De mi parte la expresión era parca. Si la moral no me guiara, estaría con los dos hermanos. Con uno por amor y con el otro por diversión. Se terminó la canción y me senté, una de mis amigas se dio cuenta de cómo me miraba el galán – Santiago se muere por ti – dijo – ¿te parece? – respondí haciéndome la inocente.
De pronto sentí que alguien me tocó el hombro, al ver era él invitándome a bailar. Mi expresión fue de asombro y un poco nerviosa me paré. Me cogió con delicadeza y me colocó una mano en la cintura levantando un poco mi blusa y con la otra me atrajo hacia él. Quedamos a centímetros de distancia, nuestra respiración chocaba, yo, intimidada me recosté en su hombro. Aileen, hace años tengo ganas de ti – me dijo en voz de secreto. Mi piel se erizó y sorprendida respondí – eres guapo, pero te respeto por tu hermano. Me miró sorprendido y le confirmé lo que estaba diciendo.
Acalorada por su declaración me aparté de él y al ser un poco más alto que yo, su boca quedaba en frente de mis ojos. Era imposible no fijarse en esos labios carnosos. Al darse cuenta de mi comportamiento me acercó hacia él, se agachó y nuestros labios empezaban a rosarse, al ver que casi nos besábamos coloqué mis manos en su tórax para apartarlo de mí. Giré mi rostro y mordí mis labios. Seguimos bailando y empezó a deslizar su mano grande y suave por mi espalda. Mi respiración empezó a agitarse, quizás efecto del calor que hacía allí. Notó que no era resistente y estaba sin brasier, entonces fue corriendo su mano hasta rozar un seno, le apreté una nalga como sinónimo de que no siguiera. Su reacción fue rodear mi busto. Tragué saliva y empezó a frotarme el pezón. Al ponerse duro, metió su pierna por el medio de las mías y sentí que su verga estaba tiesa. Agarró mi otro seno y los acariciaba lentamente, pasando sus dedos por el medio de los dos, hacía círculos en la areola de cada uno y luego tocaba mi espalda. Volvía a mis senos y bajaba por el abdomen. Para que la gente no viera lo que estaba pasando me pegué hacia él, casi sentía su corazón palpitar. Ahí estábamos. Bailando como si nada pasara. Yo, disfrutando de las maromas que Santiago hacía con mis senos y él jugando con mis dos pelotas. Al terminar la canción fui al baño, me bajé los calzones y oriné. Cogí un pedazo de papel higiénico para secarme y al pasarlo por mi vagina se deslizó y noté que estaba lubricada, lo volví a pasar y me embarré las manos, entonces lamí los dedos para saborear lo que Santiago me producía. Me lavé y salí de allí, fui a sentarme y en los días siguientes me volví cortante con él, no quería pasar a mayores.
Un domingo me reuní con los compañeros en un bar y llegó una chica desconocida para mí, al verla uno de mis amigos le dijo; Luisa, ¿qué haces por aquí? – estoy con Daniel, respondió ella – ¿están haciendo negocios? – preguntó mi amigo – estamos saliendo – respondió la arpía. Todos me miraron y fingí una sonrisa, me paré de ahí y me senté en la barra. Estaba triste y desilusionada. Le pedí al barman un trago de whisky doble y me lo tomé. Me pasó raspando la garganta y pedí uno y otro más. No quería llorar, era fuerte. Al menos eso quería creer.
Horas después llegó Santiago con dos amigos más y se sentó en una mesa. Al verme, se acercó y me saludó como siempre. Se sentó y me acompañó. Estaba un poco alcoholizada y le hablaba intrépida. Esa era mi oportunidad de cobrar venganza, el deseo entre él y yo era recíproco. Nuestros amigos se fueron y quedamos solos. Pedimos una botella y hablamos de muchos temas. Recordé el día que bailamos juntos y sentí ganas de repetir ese momento. Nuestros gestos hablaban por sí solos, estaba dolida y quién mejor para sacarme la espina que con su hermano. Nuestras miradas eran maliciosas y casi nos comunicábamos por medio de ellas, queríamos tener sexo – ¿vamos para un motel? – preguntó sin pelos en la lengua – ¡vamos!, respondí muy segura de lo que estaba haciendo.
Salimos de allí y le cogí la mano para que la gente viera lo que estaba pasando. Me sentía un diablo cobrando venganza, aunque no era mucho el esfuerzo que hacía. Llegamos al motel y entramos a la habitación. Me creía una diosa estando con el hombre que muchas querían estar, sin embargo no le rendía pleitesía. Quería que él me devorara. Se desnudó y dejó lucir ese cuerpo escultural, músculos tallados, cuerpo bronceado y un pene de buen tamaño, estaba tan parado que parecía un perchero digno de colgarle mis tangas. Prendió el jacuzzi y me invitó a entrar allí. Le di la espalda para desvestirme y al quitarme el calzón me agaché un poco, para que apreciara mi vagina. Al no pasar desapercibida me dijo que me corriera hacia él y recuperara la posición. Para quedar más cómoda me puse como un perro y abrí un poco mis piernas. Santiago empezó a lamerme haciendo que yo apretara y levantara mis nalgas, su cara quedó atrapada y pasaba su lengua por mi raja, con dos dedos empezó a tocarme el clítoris y metía su lengua en mi vagina, luego por el ano haciendo espiral.
Estaba muy caliente, parecía una puta acostándome con el hermano del chico que me quitó la virginidad. Empezó a palmotear mi nalga con su mano y quería que lo metiera ya. Me paré y entré al jacuzzi, lo besé y sentí el sabor de mi lubricación en su boca. Me senté encima de él y le pasé mis piernas por detrás. Su verga dura como el acero, entró por mi vagina, nos abrazamos y nos besamos apasionadamente, su lengua casi me llegaba a la garganta. Me cargó y me acostó en la cama. Me cogió del pelo y vino hacia mí para meter su pene en mi boca; lo sacaba, lo metía y sentía que me tocaba la úvula. Casi vomitaba y mis ojos se querían salir al ver su cara de fogosidad cuando blanqueaba la mirada.
Lo escupía y salía baba por los lados de mi boca, el rímel se me había corrido. Sin duda, una escena feroz. Sacó su pene y preguntó; ¿te lo han metido por detrás? – No – respondí, un poco asustada – ¿quieres que te lo meta? – continuó, a lo cual yo asenté. Me puse en cuatro y volvió a lamer mi ano haciendo espiral. Puso la punta de su pene en la entrada de mi hoyo y empujó lentamente, sacaba su falo y volvía a pasar su lengua, continuaba metiéndolo en mi culo y en contados minutos lo tenía adentro. El dolor fue impresionante, pero fue un coctel de emociones. Lo sacó y rápidamente me giró, empezó a halar desde la punta hasta la base rápidamente su cabezón y explotó encima de mis tetas, mientras yo recordaba que así mismo se venía Daniel.